Hay libros que marcan la infancia lectora generación tras generación y cuyo poder de fascinación nunca muere. Michael Ende fue un especialista en crear universos que nunca pasarán de moda porque en ellos laten emociones y sentimientos universales, además de configurar en ellos mundos narrativos repletos de recursos, de una creatividad fascinante y de una fuerza simbólica arrolladora.
En 1979 publicó su segunda maestra, La historia interminable, una desbordante historia en la que se utiliza la imaginación y el poder de los relatos no solo como refugio, sino como forma de aprender a través de ellos a enfrentarnos a nuestros miedos e inseguridades. Al mismo tiempo, creaba un escenario repleto de criaturas extraordinarias, de aventuras impredecibles cuya influencia en la cultura popular de nuestro tiempo resulta incuestionable.
La niña que lucha para recuperar el tiempo que nos quieren quitar
Pero volvamos a Momo, que apareció en 1973, erigiendo al escritor como una de las figuras fundamentales de la literatura infantil de forma inmediata. Cuenta Michael Ende que la historia de Momo se la contó un desconocido en un tren y que la escribió del tirón y de memoria. Es una forma de reivindicar la importancia de escuchar, de prestar atención al mundo que nos rodea y no encerrarnos en nuestras particulares cápsulas porque, en fantasía y la realidad pueden estar íntimamente conectadas.
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Y es que la pequeña protagonista de este libro, Momo, que era huérfana y siempre iba descalza y con una gabardina, tenía una particularidad: escuchaba a la gente. No importaba si lo que le contaban era intrascendente o de una importancia fundamental. Siempre se podía confiar en ella y, por eso, aquellos que se sentían temerosos, después de confiarle sus secretos se convertían en personas valientes. Esa capacidad mágica tenía.
Pero también tenía unos enemigos que querían acabar con ella, precisamente porque la gente con un don a veces es considerada peligrosa por el sistema. Así que tendrá que enfrentarse a los hombres grises, que cada vez son más y se han introducido en la ciudad sin que nadie se diera cuenta con el propósito de adueñarse de las personas como si fueran vampiros. Ellos representan todos los valores negativos de la sociedad: el materialismo, el consumismo, el egoísmo. ¿De qué se alimentan? Del tiempo perdido de los demás. Por eso Momo intentará recuperar ese tiempo que nos quieren robar que impide al ser humano hacer cosas tan fundamentales como imaginar y soñar.
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Ahora, la editorial Alfaguara publica una edición especial con motivo de los 50 años de Momo, ilustrada con dibujos de Ayesha L. Rubio en los que vemos a los hombres grises con sus cigarros, a los niños que acompañan a Momo manifestándose y por supuesto a la tortuga inseparable de la niña, Casiopea, capaz de comunicarse con los humanos gracias a las letras que aparecían en su caparazón y de ver, aunque fuera un poco, cómo sería el futuro. Una oportunidad de recuperar este clásico y acercarlo a los más pequeños para que aprendendan valores como la necesidad de luchar contra las diferentes formas de dictadura que nos impiden ser libres y ser dueños de nuestra vida y nuestro tiempo.
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