A lo largo de las seis temporadas con las que ya cuenta Black Mirror, nos hemos acostumbrado a que ocurran las cosas más imprevisibles desde el ya mítico piloto en el que el presidente de Reino Unido tenía que practicar sexo con una cerda para salvar la vida de una princesa mientras se retransmitía en directo para todo el país.
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Ese capítulo, titulado El himno nacional, marcó un antes y un después dentro de la ficción televisiva gracias a su capacidad subversiva dentro de Netflix y por su carácter visionario a la hora de plasmar tabúes y miedos dentro de la sociedad contemporánea a modo de farsa.
Una serie que habla de las ansiedades de la era tecnológica
Black Mirror se ha caracterizado por su singular mezcla entre crítica social, ciencia ficción, terror y humor muy negro para hablar del vacío frente a una era, la de las nuevas tecnologías, en las que el individuo ha adquirido una serie de ansiedades que hablan de la forman en la que nos situamos y nos relacionamos con el mundo que nos rodea.
Ahora, la antología creada por Charlie Booker, que cuenta con capítulos autoconclusivos que pueden ser consumidos de manera independiente, ha llegado a su sexta temporada, y el episodio de apertura no ha dejado indiferente. Se titula Joan es horrible, y su protagonista es Joan (Annie Murphy, a la que habíamos visto en Muñeca rusa, la serie de Natasha Lyonne), que tiene una vida igual de miserable a la del resto de los mortales cuando un día abre la plataforma de streaming Streamberry (un trasunto, claro, del propio Netflix) y se encuentra con que su día a día está siendo retransmitido en directo como si fuera una serie dramática. Y no solo eso, sino que la responsable de interpretarla es la mismísima Salma Hayek.
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Así, sus intimidades se verán expuestas convirtiéndose en un interés de carácter público, de forma que será juzgada por todos los espectadores hasta que su existencia termine convirtiéndose en una pesadilla y, por lo tanto, sus decisiones sean cada vez peores y más criticadas.
‘El show de Truman’ en versión ‘inteligencia artificial’
Joan es horrible rescata esa idea sobre la que se fundamentó el clásico visionario El show de Truman, en el que el personaje que interpretaba Jim Carrey era sometido a un experimento sociológico y televisivo para seguir su vida a modo de reality. La idea de la constante vigilancia a la que estamos sometidos, con o sin saberlo, estaba ya ahí presente al igual que ahora en esta nueva cápsula de Black Mirror, de forma que la realidad se convertía en un escenario virtual falso y deshumanizado.
Además, esta pequeña ficción tiene la particularidad de ironizar sobre las formas de consumo, y en consecuencia sobre la propia naturaleza de Netflix como cajón de contenidos que termina determinando nuestras preferencias.
Como todo buen capítulo de Black Mirror, aquí también encontramos un momento escatológico cuando Joan, cansada de todo lo que le está pasando, decide defecar en medio de una iglesia durante el transcurso de una boda, para saber hasta qué punto se encuentran los límites en televisión. Y ahí está la cuestión, ¿dónde están los límites para proteger nuestra intimidad en una era en la que vendemos los derechos de nuestra imagen sin saberlo? ¿Podemos tener una identidad dentro de todo este marasmo de redes sociales, avatares, postureo y mentiras?
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