Diego Arroyo (Veintiuno): “La industria musical está hecha para reservar la mayor parte de sitios a quien pertenece a sus castas”

Diego, vocalista y compositor de Veintiuno, atiende a ‘Infobae España’ para hablar de su banda, un grupo de pop que se mueve entre la ironía, la desesperanza y la alegría, a veces ilusoria, inspirada por sus ritmos

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Diego Arroyo, vocalista y compositor
Diego Arroyo, vocalista y compositor de Veintiuno (Helena Margarit)

“Tengo el cerebro en erupción por las novelas y el pop que oía en casa de mis padres”, canta Diego Arroyo en Dopamina, la primera canción de Veintiuno que trascendió en el camino de la banda hacia la relevancia. Este año presentarán su tercer disco, La Ruina, tras girar por salas y festivales y consolidarse dentro del circuito.

Entre tanto, Diego atiende a Infobae España para hablar del futuro de la banda, de sus posiciones dentro de la industria, de la sensación del éxito y de prosperar en un mundo “de castas” en el que el talento no tiene tanta importancia como pudiera parecer desde fuera.

Pregunta: Con la forma de escribir que tienes, desdramatizas el pop. Haces menciones cotidianas más parecidas a la música urbana que al pop y su tendencia a frases polisémicas y amplias.

Respuesta: Que hagamos pop tiene que ver con que es divertido. El tipo de canciones que hacemos las vestimos de pop porque si no serían canciones muy oscuras. Tengo la sensación de que todo el pop mainstream siempre está centrado en los 15 minutos que hay entre que conoces a alguien y te cansas de él. En esa pulsión prerromántica, y luego en la nostalgia posruptura. Hay más emociones que pueden caber en una canción y me parece interesante explorarlas. El pop es una herramienta muy poderosa para contar cosas, porque si lo hiciéramos de otra manera nos meterían en un cajón más oscuro y denso, que es lo que somos, una banda emo [risas] Lo entienden 1 de cada 5, pero el que lo entiende somos su banda favorita.

P: Hacéis pop como estrategia política.

R: Es un posicionamiento político, sí [risas].

P: No es costumbre hacer pop con un mensaje tan amplio como el vuestro.

R: Estábamos acostumbrados, pero nos hemos desacostumbrado. No quiero sonar a viejales, porque de hecho fue una generación mucho más anterior que la mía la que hacía eso, pero se ha ido constriñendo. Yo ya me he criado en una dinámica donde el pop son dos temáticas. Pero la historia del pop desde que se acuña el término en los años 50 era otra cosa. Y los revulsivos que salen de vez en cuando demuestran que se puede hacer de otra forma e incorporar ironía, o la oscuridad, o la pena, y que no es necesariamente solo la pulsión romántica básica, que está muy bien cuando la canción es buena, pero pensar que solo eso da lugar a una canción es muy aburrido.

Estopa hizo pop en los 2000 hablando de la explotación laboral y eso es increíble. Es más difícil llegar ahí, es menos probable conectar transversalmente con todo el mundo, pero es que las canciones tienen que decir algo y arriesgar, no siempre puedes hacer la armonía más divertida. No te pido que inspires la revolución, pero inspira una puta mierda al menos.

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P: La forma de hacer canciones es una estrategia política, como decías. ¿Lo es también reivindicar el pop en tiempos de música urbana?

R: En este disco sí. Es una reivindicación activa, sobre todo por el marco industrial en el que nos movemos. Llevamos siendo una banda 11 años y fuimos la última banda que fichó nuestro sello como artistas, y fue en 2019. Ahí ya estábamos en un auge de música urbana y te decían que te unieras a beatmakers y trabajar así. Yo ya venía de trabajar con artista y eso con un artista en una habitación. No digo que no sea el peor método del mundo, que lo es, pero no es lo que somos ni lo que queremos ser.

Yo hago esto por motivos emocionales, porque me gusta hacer música con mis amigos. Hacer una canción y ponerla sobre la mesa era muy bonito, ese es el motivo de las cosas. Perder eso porque haya un ciclo sobre música urbana no me gustaría. Las tendencias que elija debería ser porque hay una pulsión creativa. Si conecto de cojones con una canción, del género que sea, si funciona genial, pero es un traje que te tiene que quedar bien. Si no, serás el señor Burns con la gorra. Pero claro, probablemente la música mainstream no sea el lugar donde buscar autenticidad artística. Donde se genera mucho dinero confluyen intereses y es más difícil mantener la autenticidad, signifique lo que signifique eso.

Nos centramos en la forma y el estilo porque las playlists y los algoritmos se centran en las formas, lo que te mete en una categoría no es lo que cuentas ni cómo lo cuentas, solo es la forma que tiene. Si tienes un beat de trap igualamos a Wos y a Kidd Keo, aunque son tremendamente diferentes. Que elijas los mismos ingredientes no te hace igual.

Diego Arroyo, de Veintiuno, durante
Diego Arroyo, de Veintiuno, durante su entrevista con Infobae España. (Helena Margarit)

P: En tus letras hay mucho espacio para el humor y la ironía.

R: Me gusta mucho y soy muy fan de la comedia. Una de las cosas más difíciles para incorporar a una canción sin que pierda credibilidad es el humor. Hay gente capaz de hacerlo, soy muy fan de Bo Burnham, me he escuchado su Inside y es mi disco favorito de 2021. Ana Mena lo hace en sus canciones y hace hits incontestables. Es una opción más con la que trabajar. Ironizar sobre algo te permite dar cierta distancia y no involucrarte sentimentalmente. En el fondo, la herramienta con la que yo me protejo del mundo es el humor.

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P: ¿Cómo es escribir para otros?

R: Guay, si les quedan bien. Y es muy honroso ponerte el traje de otra persona. Hay cosas que he escrito para otra peña que no escribiría para mí mismo, pero es todo muy mutable. Espero que en 10 años haya una canción que ahora pensemos que nunca haríamos. Pero sin duda se sufre mucho menos porque no tienes que defenderla. Se sufre menos y a menudo se gana más dinero. Es un negocio estupendo, salvo por todo lo malo [risas].

P: Ahora que las cosas van bien, ¿se parece la vida del artista a lo que imaginabas?

R: Me esfuerzo mucho por no desarrollar expectativas. Parece una respuesta muy cumplida, pero las expectativas son una putada. No me imaginaba tener una carrera, es muy poco probable que te pase. Ganar dinero de la música y pagar las facturas, para empezar no te hace mejor o peor, pero es muy poco probable. Y al que lo consigue no le dura para siempre. Es que no quiero ir de víctima, pero se sufre mucho [risas]. Que una canción funcione bien y la gente la bendiga y salgan conciertos y cosas te hacen ilusión, lo celebro bastante, pero a veces estoy tan en la bola del agobio que es más alivio que gozo.

P: Reivindicas tus orígenes de clase en la música. ¿Son algo inusual dentro de la industria?

R: No sé si es inusual, pero es estadísticamente mucho menos habitual. Hay gente que sin venir de lugares cómodos puede llevar una carrera artística, pero cuanto más he ido conociendo gente, menos frecuente es. Pero muchísimo menos. Es normal conforme funciona la industria, está hecha para reservar la mayor parte de sitios posibles para quien pertenece a castas dentro de la industria: hijos, sobrinos... Es un punto de acceso mucho más cómodo si no tienes obligaciones. Para empezar, estar en una gran ciudad te quita por lo menos a la mitad de candidatos. Pero relacionarte en ciertos entornos, los horarios... la disponibilidad sí que tiene que ver con la clase. La comodidad financiera llega más tarde que popularidad. Mucho más tarde. Con lo cual, en ese decalaje hay gente que se queda por el camino. Pero no me interesa tanto fijarme en los linajes, sino en celebrar los casos de gente que era poco probable y lo ha conseguido. Es heroico.

Lo más cruel de esta industria es que lo que no se cuenta de los casos de éxito. No se cuenta el momento en que todo cambió. Por ejemplo, se dice que la diferencia entre Jerry Lee Lewis y Elvis es porque Jerry se casó con su prima, pero hizo cosas mucho peores. Lo que les diferencia no es la anécdota amarillista, sino ciertos hitos industriales, pero que no tienen nada que ver con la calidad. Parte de la mentira de la meritocracia es que no se cuenta toda la historia y eso genera ciertos demonios.

P: La meritocracia es una gran mentira, pero desde fuera uno creería que en la industria del arte es algo más cierta.

No es verdad. El talento es una variable de talento, suerte, la constancia o la habilidad para moverte en el mundillo. El talento por sí solo no vale para nada, porque la popularidad es más importante que el talento para tu supervivencia. Además, el talento es una entelequia, porque el talento se valora conforme al éxito. No sé si hacía peores canciones antes o ahora, antes eran menos populares, pero no sé si peores. Pero sacas una canción y de pronto, pam, escribes bien.

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