Hace poco menos de un año, Rosalía aterrizaba por partida doble en el WiZink Center de Madrid para presentar Motomami: un tercer álbum lanzado al mercado escasos meses antes en el que la catalana daba rienda suelta al juego musical y mostraba su vulnerabilidad y fuerza. Era julio en la capital, pero no por ello los seguidores de la artista dejaron de llevar botas de cuero y cazadoras de moto para la esperada ocasión. Este sábado, en el Primavera Sound Madrid, parecía que el tiempo no había transcurrido ni para el disco, ni para ella. Tampoco para las chaquetas de 125cc. Durante poco más de un hora, resultó sencillo olvidar el catártico viaje que el festival ha efectuado en su primera edición en la ciudad.
El que quisiera ponerse relativamente cerca para ver a Rosalía, que actuó a las dos de la mañana en uno de los principales escenarios del festival, tenía que sortear todo tipo de obstáculos. De haberlos documentado, seguramente saldría una mejor entrega que la última película de Indiana Jones. Niños durmiendo en el suelo tapados con una toalla de Decathlon, adolescentes con la foto de la catalana en la pantalla del móvil, miembros que se agolparon en la entrada de la Ciudad del Rock para prácticamente besar el suelo del escenario, fashionistas del Humana con looks apropiados para la estética del concierto... dicen que todo vale en el amor y en la guerra, pero aún más si se trata de un concierto suyo.
“Es que es muy fan”, decía de forma insistente -y constante- una madre que intentaba que su hija pudiera pasar a la primera fila. Una frase que repitió para obtener cualquier tipo de beneficio que contentase a la adolescente. La generosidad de hacerlo la convirtió en Godzilla: sólo le faltó pedir que vaciasen el recinto para que su hija pudiera grabar vídeos de TikTok con comodidad. Pedía merchandising, pedía agua y hasta consiguió asustar a los sanitarios que yacían de pie esperando cualquier desmayo. “Es que es muy fan”, repetía como una cacatúa. Mientras Rosalía disfrutaba del escenario que ha convertido en su hogar en el último año y medio, la adolescente miraba los vídeos y las fotos que estaba grabando del concierto. Si hay un momento en el que las diferencias generacionales hacen su aparición estelar, éste fue uno de ellos.
Te puede interesar: Depeche Mode, Kendrick Lamar y el vacío emocional del Primavera Sound Madrid
Mascando chicle, bebiendo agua, tirándosela en el pelo o jugando con la steadicam: el concierto de Rosalía ha sido visto, reproducido, grabado para las redes sociales y compartido hasta en directos de YouTube. No hace falta comprar una entrada para verlo íntegramente. No hay gesto de la catalana que se haya pasado por alto desde entonces. No hay baile que no haya sido copiado. Al principio de la gira, cuando los periodistas musicales achacaban a la artista que no contara con músicos en directo y los políticos de tercer grado dedicaban onomatopeyas a su espectáculo, su visión parecía entenderse menos. Tiempo después, pocos se atreven a ponerle un ‘pero’ a su milimetrada actuación.
El Primavera Sound Madrid certifica, no sólo que pocos artistas actuales son capaces de congregar a una masa tan compacta y heterogénea -mamá Godzilla, sé que me lees-, también el estatus global que Rosalía ha alcanzado desde el año pasado. Sólo hay que ver la diferencia de público en Arganda del Rey entre el viernes y el sábado. Tener a la catalana en el cartel certifica, no sólo un sold out, sino una garantía de afluencia.
Con una setlist que el público conocía de memoria -Saoko, Bizcochito, La Fama, Candy, Malamente, Con Altura, La Combi Versace o Beso...- Rosalía se despidió de su moto en España, siendo el de ayer el último concierto vinculado a la gira Motomami que dará en nuestro país. ¿El fin de una era? Sea como fuere, y sin saber si volverá a estar tres años alejada de los focos para centrarse en su nuevo proyecto, pocos espectáculos están, ahora mismo, a la altura del suyo. Y pocos conseguirían hacer repetir tantas veces a aquellos que ya lo han disfrutado con antelación.
Seguir leyendo