Depeche Mode salió más de media hora tarde al escenario del Primavera Sound Madrid y había tan poco público que pareció el típico concierto de San Isidro en el que, debido a causas ajenas a la organización, la gente prefiere comerse un bocadillo de panceta en la pradera. Ni siquiera la amplia horquilla de retraso permitió a muchos de los asistentes llegar a tiempo a la Ciudad del Rock de Arganda del Rey: un híbrido entre Mordor y el Parque Warner en el que, ayer viernes y hoy sábado, actúan algunos de los artistas y grupos más importantes de entonces y de ahora.
Tras albergar un concierto de Blur para 2.500 personas en la sala La Riviera, a causa de la cancelación de la jornada inaugural, las afueras (y tan afueras de Madrid) se convirtieron en un espacio enajenado del resto de la comunidad autónoma. Entre pantalones plateados de Zara que se multiplicaban como el público extranjero –que parecía mucho más sólido en esta edición que en la celebrada la semana pasada en Barcelona– los asistentes llegaban con cuentagotas a causa de los métodos de transporte habilitados para ir hasta Arganda.
Tardar más de dos horas –sin tener apenas problema con las colas– para llegar al recinto es, quizá, un hándicap insalvable para el festival creado en la ciudad condal y trasladado, este año, a la capital. Desde el centro de Madrid hasta el Cívitas Metropolitano (que además albergaba un concierto masivo de los Guns N’ Roses), después una lanzadera que tardó casi una hora en llegar y varios kilómetros de tráfico a la entrada de la Ciudad del Rock terminaron convirtiendo la euforia en despropósito.
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Salir de casa a las 17:20 y llegar al Primavera Sound Madrid pasadas las 19:30. Duele menos un AVE a Alicante. Las colas para coger las lanzaderas, habilitadas por el festival, en el estadio del Atlético de Madrid fueron intensificándose conforme avanzaba la tarde, algo que pudo comprobarse con las incesantes quejas de los asistentes. “Más de 40 minutos en los buses”, decía un usuario en Twitter. “Hora y pico atascados en el bus y aún nos queda”, apuntaba otro.
Depeche Mode debió salir al escenario y pensar que Arganda del Rey contaba con menos población que una localidad sin carretera de Tennessee. Una vez comenzado el concierto de la icónica banda, favorita de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, resultaba estrictamente fácil acercarse al escenario por el escaso público que admiraba su actuación.
La gente, atrapada en las lanzaderas o buscando una forma de no recurrir a la delincuencia en el Cívitas Metropolitano, fue poco a poco llenando el césped de la Ciudad del Rock. Sin apenas barro y con un sol poniente, el Primavera Sound sí pudo, al menos, olvidar las lluvias. Mientras Dave Gahan movía las caderas con Just can’t get enough, yo yacía en el césped con dolor lumbar y me preguntaba si es verdad lo que los boomers dicen de que las nuevas generaciones somos más flojas.
También hubo problemas de sonido con el set de Baby Keem. El primo de Kendrick Lamar, que actuaba antes que los Depeche Mode, estuvo un cuarto de hora sin cantar porque el micro no le funcionaba, lo que redujo su concierto de 45 a 30 minutos. Dando una vuelta por el recinto, y haciendo la imposible comparación con su hermana mayor, el Parc del Fòrum en Barcelona, emplear el término desangelado es del todo lícito. Los escenarios tienen el mismo nombre, los artistas son los mismos, los horarios, también, pero parecía que el Primavera Sound hubiese contratado a gente para intentar insuflar vida al recinto.
Sin avisar de si el concierto de Kendrick Lamar sufriría retraso, el rapero comenzó a su hora y prácticamente dos minutos después del final de Personal Jesus, la canción con la que Depeche Mode se despidió de “Arganda”, porque anoche ningún artista entonó la palabra Madrid. La masa de público para ver al rapero estadounidense parecía mucho más compacta (poco a poco llegaba más y más gente a la zona de los escenarios principales). Entre jóvenes con camisetas de Nude Project y británicos con ganas de convertir el concierto de Lamar en un espejismo de Glastonbury, el rapero salió al escenario con su chándal rojo y sus Nike Cortez.
Con N95, canción de su último álbum Mr. Morale & The Big Steppers, Lamar comenzó un espectáculo que dividió la jornada principal en preferencias generacionales. Una de cal y otra de arena. Un órdago musical de un rapero y un grupo icónico que sí estuvieron a la altura de las circunstancias, pese a la energía caótica que el Primavera Sound Madrid desprendió durante la jornada.
Aunque parecía que la marea que vibraba con Kendrick Lamar era infranqueable, terminé viendo su show en primera fila desde un lateral del escenario. Sin esperar, sin codazos y sin peleas mentales. Algo nunca visto, no sólo en un macrofestival, también en alguien con mi limitada estatura. No resultaba extraño escuchar a muchos de los allí presentes decir que, efectivamente, “hay poquita gente”.
Tras su accidentado estreno en Madrid, la marca Primavera Sound arrancó este viernes su propuesta para la capital, pero la música no fue del todo protagonista. Este sábado, como colofón final, Rosalía hará de las suyas para intentar remontar la moral de un espacio que se asemeja a una pantalla del juego Animal Crossing: un espacio fabricado en el que la gente pasea sin rumbo y sin objetivo.
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