Dentro de la nueva hornada de mujeres directoras, Elena Trapé ha ido configurando poco a poco una trayectoria que, de alguna manera, entronca con su propia manera de ver el mundo. En su ópera prima, Blog, abordaba la ansiedad adolescente a través de ese cambio de paradigma que supuso la entrada de las redes sociales y las nuevas tecnologías en nuestra sociedad. En Las distancias, sus personajes, ya instalados en la treintena, parecían querer retrotraerse a esa edad en la que todo era posible. Ambas tenían en común la forma en la que nos comunicamos, así como el sentimiento de desorientación y la angustia generacional.
Lejos del mundanal ruido
Es algo que también se encuentra presente en su nuevo trabajo, Els encantats (Los encantados), quizás su obra más personal en la que nos adentra en la crisis vital de una mujer (interpretada por Laia Costa) que tiene que hacer frente a una serie de cambios que no sabe cómo gestionar, su ruptura matrimonial y el hecho de separarse por primera vez de su hija. Ahora, Irene, que así se llama el personaje, siente un vacío que la llena por completo y para mitigar su dolor se trasladará a la casa que tenían sus padres y dónde ella misma pasaba los veranos, en Antist, un pueblecito prácticamente abandonado de la Vall Fosca, en los Pirineos, donde se rodeará de naturaleza y silencio para intentar abordar sus problemas e intentar reconstruir algo que, de alguna manera, se ha roto por dentro. Así, la separación de su marido y de su hija adquirirá una nueva dimensión al estar ella misma aislada del mundanal ruido.
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“Cuando nos pusimos a escribir esta historia quisimos alejarnos de los relatos de ruptura tradicionales y centrarnos en lo que siente una mujer que tiene que asumir que va a vivir una maternidad distinta a la que había proyectado. Irene ya no podrá estar siempre con su hija como hubiera querido, tendrá que someterse a un régimen de custodia compartida y eso la hace sentir culpable”.
La culpabilidad de las mujeres, esa carga que parece pesar como una losa y que la sociedad se ha encargado de fomentar durante siglos de constante juicio. Pero en Els encantats (Los encantados) no encontramos ni un atisbo de subrayado en este sentido, porque la directora se encarga de componer un relato sutil y delicado que propone todo un cúmulo de sensaciones más que de reflexiones maniqueas. Por eso, la leyenda local que vertebra esta historia, la de “los encantados”, adquiere un protagonismo especial al introducirnos en un universo telúrico y mitológico que entronca con la realidad del personaje.
Leyendas del folclore popular y grietas en forma de vulva
Elena Trapé y su compañero en el guion, Miguel Ibáñez Monroy, descubrieron esta leyenda en un libro de un autor de la zona, Pep Coll, titulado Guia del indrets mítico i llegendaris del Pallars Jussà (Guía de los lugares míticos y legendarios del Pallars Jussà). “Nos pareció que encajaba bien con el estado en el que se encuentra Irene, como en una especie de limbo entre su pasado y su futuro, pero también como si estuviera encantada, atrapada en una realidad emocional suspendida e inmersa en un proceso de reconstrucción”, cuenta Elena Trapé para Infobae España.
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Decidieron tirar de ese hilo para ver a dónde les llevaba, que tenía que ver con el aislamiento, con escapar, con la necesidad de volver a conectar con los demás. “Se supone que hay unos seres que viven en las grietas de la montaña y que salen a tender la ropa de noche, pero que están ahí dentro atrapados... y que, si te acercas mucho, te pueden encantar”.
En la película, en efecto, hay una grieta en una roca a la que Irene se acercará mucho y quedará, de alguna manera, hechizada. “Me gustaba esa metáfora porque esa grieta, que es real y está cerca del pueblo, tiene forma de vulva, y era una forma de cerrar el círculo en torno a la maternidad y sus miedos, porque podría simbolizar el vientre materno, pero también una herida abierta en la carne”.
Hay algunas presencias importantes que acompañarán a Irene esa este trayecto de autodescubrimiento, entre ellas la de Dani Pérez Prada, que representa el patetismo de la masculinidad, o la de Ainara Elejalde, la hija de Karra Elejalde que supone un auténtico descubrimiento gracias a su frescura y naturalidad y que interpreta a un personaje profundamente conectado con el entorno.
El magnetismo de Laia Costa
Sin embargo, Laia Costa se convierte en la auténtica protagonista. La actriz ha conseguido impregnar su personalidad en cada una de las películas en las que participa, casi como si tuviera una capacidad especial para apoderarse de las historias y encarnar a la perfección aquello que cuentan.
En ese sentido, podría ser que Els encantats (Los encantados) se convirtiera en el centro de una especie de trilogía sobre la identidad que la actriz comenzó con Cinco lobitos, la multipremiada ópera prima de Alauda Ruiz de Azúa y continuaría con la adaptación de Un amor, de Sara Mesa, por parte de Isabel Coixet. Tres películas hechas por tres mujeres y protagonizadas por una actriz que parece tener el secreto para sumergirse en la fragilidad y las fortalezas femeninas de forma reveladora. “Yo necesitaba que la actriz protagonista fuera madre en la vida real, no te puedo dar una justificación más allá que era lo que quería. Y después quería que, en algunos momentos, te resultara un personaje antipático porque, ¿por qué los personajes femeninos no pueden serlo? Eso tiene muy poca representación en la pantalla, y Laia Costa podía darme todos esos matices”.
Por último, no deberíamos apresurarnos a la hora de introducir Els encantats (Los encantados) dentro de la nueva corriente de cine rural español, porque la perspectiva de Elena Trapé es totalmente diferente. “Yo me acerco al campo dese una posición muy urbanita, lo he de reconocer, de forma muy idealizada, cuando soy consciente que la vida allí es muy dura y se aleja de cualquier experiencia mística”.
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