Tratar de comprender por qué a los seres humanos se nos ocurren ideas tan similares cuando en realidad somos tan diferentes fue uno de los motivos principales que impulsaron a Mara Dierssen (Santander, 1961) a dedicarse al estudio del cerebro, el órgano más complejo y enigmático. Pero también fue decisiva la influencia de su padre, el neurocirujano Guillermo Dierssen, y de su madre, la pintora Trinidad Sotos Bayarri, que “fue capaz de desarrollar su carrera profesional en un mundo de hombres”, cuenta a Infobae España en esta entrevista. “A través de sus ojos empecé a interesarme por esa maquinaria compleja de la que emerge la actividad mental y el comportamiento humano, y ni se me ocurrió pensar que no podía o no era capaz”. Después descubrió a Santiago Ramón y Cajal, cuya “claridad de pensamiento” también la animó a dedicarse a la investigación científica.
Mara Dierssen no solo fue capaz, sino que se ha convertido en una de las neurobiólogas más reconocidas internacionalmente y una autoridad mundial en la investigación del Síndrome de Down. Tiene claro que necesitamos desconectarnos de las nuevas tecnologías y redes sociales “para poder imaginar, pensar y aburrirnos”, porque es entonces, asegura, cuando podemos ser realmente podemos críticos y creativos.
Pregunta: ¿Cuánto conocemos sobre el cerebro?
Respuesta: El cerebro sigue siendo un reto apasionante. Pero cada vez sabemos más sobre él. Se está cartografiándo en todas las escalas espaciales, topológicas y temporales. Avances tecnológicos inimaginables hace unos años nos están permitiendo adentrarnos cada vez más profundamente en sus secretos. La miniaturización de las técnicas de electrofisiología, el desarrollo de la neuroimagen, la detección de señales de calcio en grupos de neuronas, técnicas para transparentar el cerebro y poder estudiar su organización a diferentes escalas o la capacidad para manipular la actividad neuronal artificialmente, con alta precisión, nos permite no solamente comprender mejor el funcionamiento cerebral, sino hacer nuevas preguntas o plantearnos nuevas estrategias para responderlas, como a través de la reprogramación de circuitos neuronales específicos.
A lo largo del tiempo hemos visto cómo nuestro cuerpo ha ido aprendiendo y se ha hecho más resistente, pero no ha sucedido con nuestro cerebro, que sigue envejeciendo. ¿Puede nuestro estilo de vida retrasar el envejecimiento cerebral? Si es así, ¿cómo?
El problema es que seguimos teniendo una visión dualista del cerebro y su relación con el cuerpo. En realidad, nuestro estado físico general influye en nuestro cerebro. Lo que comemos, nuestra actividad física, nuestra interacción social... Son todos factores que influyen en el funcionamiento y en el envejecimiento cerebral. Pero también nuestro estilo de vida en términos del uso que hacemos de las nuevas tecnologías, pantallas, redes sociales, etc. Todo ello tiene un impacto en nuestro cerebro, aunque aún no tenemos suficientes datos epidemiológicos para tener una certeza absoluta. Sin embargo, algunos aspectos están muy estudiados en proyectos plurinacionales que han demostrado que el estilo de vida ciertamente tiene un importante impacto y que con una alimentación adecuada, de la que la dieta mediterránea es un excelente ejemplo, ejercicio físico y una vida cultural y social activas se obtienen beneficios significativos.
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¿Qué le está haciendo a nuestro cerebro la dependencia de los móviles, de las redes sociales?
Que los avances tecnológicos afectan a nuestra vida es algo que hoy nadie pone en cuestión. Otra cosa es que tengamos suficientes datos para analizar con detenimiento las consecuencias que producen en nuestra vida diaria. Existen aún pocos estudios que consideren la relación entre los hábitos tecnológicos y los posibles cambios cerebrales asociados, pero ya se empieza a vislumbrar que estas tecnologías podrían influir negativamente en ciertos procesos cognitivos, concretamente en la memoria a corto y a largo plazo, o la capacidad de comprensión e imaginación, al requerirse un menor esfuerzo mental para resolver las tareas. Sin embargo, podrían también tener efectos beneficiosos si se utilizan correctamente, al permitir la democratización del conocimiento, proporcionando acceso a casi cualquier información que se desee. El lado negativo es que la sobrecarga de información, a veces de baja calidad y fiabilidad, tiene ciertamente consecuencias sobre nuestra manera de examinar los hechos, de pensar, de profundizar en el conocimiento y por tanto de analizarlo de forma crítica.
Otro aspecto importante es hasta qué punto nuestro cerebro está capacitado para sostener las tareas múltiples que las nuevas tecnologías promueven. La memoria de trabajo, el espacio mental en que retenemos la información hasta hacer algo con ella, tiene una capacidad finita y es extremadamente susceptible a las interferencias.
Las redes sociales, por su parte, conllevan problemas diferentes. Hemos pasado a un modelo de interacción social “virtual” que no siempre es constructivo y ciertamente tiene un componente muy adictivo. El mayor problema es que estamos todo el día “conectados”, hay mucha gente que ya no se sabe desenganchar de los videojuegos o las redes, no porque disfrute con ellas, sino porque no puede dejarlas. En las escuelas, y también en los hogares, cada vez más se detecta que los niños, y los no tan niños, lo que quieren es acabar rápido lo que estén haciendo para dedicarse a jugar a la PlayStation, mirar el messenger, vídeos o las redes sociales. Y además se han acostumbrado a la inmediatez y a esforzarse lo mínimo para conseguir lo que quieren. Necesitamos desconectarnos para poder imaginar, pensar, para aburrirnos, porque es entonces realmente podemos ser críticos y creativos.
En alguna entrevista ha dicho que se puede cambiar un cerebro favoreciendo la plasticidad. ¿Qué es exactamente la plasticidad y cómo puede favorecerse?
El desarrollo del cerebro y su funcionamiento no son concebibles sin la aportación permanente de su entorno, sea éste el propio organismo o el medio en el que se desenvuelve. Eso es lo que define la plasticidad, que es una propiedad por la que el cerebro es capaz de modificar su estructura y su función, y que subyace a funciones tan relevantes como la memoria, el aprendizaje o la capacidad de adaptación. Gracias a la plasticidad, las conexiones cambian influidas por el ambiente, nuestro cerebro cambia, porque cada hecho que vivimos lo modifica. Don Santiago Ramón y Cajal decía que el hombre es en cierta medida escultor de su cerebro. Por lo tanto, favorecer la plasticidad requiere algo tan sencillo como utilizar el cerebro, leer, discutir, aprender, implicarse en los problemas y buscar soluciones, y no olvidar que como seres sociales nuestro mejor estímulo es relacionarnos con los demás. Por desgracia vivimos en un “estado del bienestar egoísta”, donde lo más importante soy yo, mi éxito y mis problemas. Nos hemos narcotizado con el mantra del éxito personal, todo da igual mientras no me afecte a mí, y eso conlleva un estado de “letargo”, del que hay que salir y reencontrar el placer de compartir y de solidarizarse. Esa es, en mi opinión, la mejor forma de activar el cerebro: trabajar por un mundo mejor para todos.
Usted estudia la discapacidad intelectual, pero también otras enfermedades como trastornos obsesivo-compulsivos, la depresión o la ansiedad. Precisamente las enfermedades mentales han aumentado notablemente en todo el mundo en los últimos años y más aún tras la pandemia. ¿Cómo se entiende entonces que la salud mental siga sin ser una prioridad para gobiernos e instituciones?
Estamos frente a una auténtica pandemia de enfermedades cerebrales. Se calcula que el 30% de los europeos ha tenido o tendrá algún tipo de enfermedad cerebral. Y es cierto, se está poniendo poco énfasis en estos problemas, a pesar de que se trata de enfermedades que son crónicas, y que además conllevan un estigma social, una profunda alteración de la calidad de vida del paciente, sino de la familia y un coste económico muy elevado. Se ha invertido mucho en los últimos años en otros aspectos, que también son muy importantes, como el cáncer o las enfermedades raras y ello ha conllevado avances importantísimos. Pero la neurociencia en estos momentos es una de las disciplinas más importantes en términos científicos y, desgraciadamente, se le ha dado muy poca importancia desde el punto de vista de la financiación, sobre todo a escala europea. Por ello desde el Consejo Español del Cerebro estamos trabajando en el Plan Español del Cerebro, con el objetivo de plantear propuestas y soluciones.
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¿Cree que hace falta un nuevo enfoque en salud mental? ¿Cómo debería cambiar la atención en ese sentido?
Necesitamos más investigación para comprender mejor las bases biológicas de los trastornos cerebrales y poder desarrollar tratamientos eficaces y programas de prevención adecuados. Para ello hay que invertir en investigación en neurociencias, promover la Investigación Clínica y Básica para combatir las enfermedades del cerebro y sus consecuencias, promover acciones para mejorar la calidad de vida de las personas que sufren enfermedades cerebrales, y promover en la sociedad española un acercamiento y mejor comprensión de las enfermedades cerebrales en nuestro país a través de acciones formativas e informativas.
En el último Foro de la Cultura en Valladolid, donde se reflexionó sobre las diferentes manifestaciones del odio, comentó que algunos especialistas empiezan a reclamar que el odio se considere un problema de salud pública ¿es así?
El problema es que el odio es un sentimiento irracional, que puede conllevar agresiones físicas o psicológicas, intolerancia, discriminación motivada por la aversión al que es diferente. Y lo que se ha denominado violencia de odio, tiene una magnitud considerable y un importante impacto sobre la salud de las personas. El problema es que la falta de investigación académica sobre este tema afecta a los profesionales de la salud, ya que las personas que los sufren requieren una atención que va más allá del tratamiento de las lesiones física, con importantes secuelas psicológicas y emocionales que pueden aparecer a corto, medio o largo plazo y cambios conductuales como el consumo de alcohol o tranquilizantes. En España, los cambios sociales que se han producido en términos de un aumento de la pluralidad y diversidad racial, cultural y religiosa han conllevado un incremento de esa violencia de odio, muchos científicos ya reclaman que la Salud Pública analice el problema, sus factores de riesgo y protección, y ponga en marcha programas de vigilancia y prevención.
¿Qué lleva a las personas a sentir odio desde el punto de vista biológico? ¿Cómo afecta el odio a nuestro cerebro?
Como suele pasar cuando se trata del estudio de las bases neurobiológicas de emociones complejas, el estudio del odio no es sencillo. Hay algunos trabajos que han intentado estudiarlo, por ejemplo, mostrando a los participantes de un estudio fotos de caras de personas por las que sentían animadversión y caras neutrales, que no despertaban en ellos ningún tipo de sentimiento mientras analizaban la actividad cerebral con resonancia magnética. Esto fue lo que hicieron investigadores del University College de Londres y determinaron que se activaban dos regiones importantes en el comportamiento agresivo que son la ínsula, que procesa expresiones de disgusto y estímulos desagradables, y el putamen es el encargado de planificar la respuesta agresiva. Curiosamente, son regiones que también se activan en el amor romántico. Pero la diferencia es que mientras que con el amor se desactivan partes de la corteza cerebral relacionadas con el juicio y el razonamiento (aquello de que “el amor es ciego”) en el caso del odio, esto no sucede, algo que los investigadores interpretan como que el que odia es consciente de lo que hace al individuo odiado. Lo peor es que el odio es una emoción que puede ser manipulada y ha tenido históricamente gran poder movilizador, por lo que utilizar discursos de odio debería tener graves consecuencias para el que los utiliza.
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