En septiembre de 1993, Michael Jackson aterrizó en la isla de Tenerife donde iba a tener lugar uno de los conciertos de su gira Dangerous Tour. El delirio se desató entre los lugareños, todos querían ver al rey del pop, aunque las entradas se pagaran a precios desorbitados. Omar A. Razzak era un niño cuando tuvo lugar este acontecimiento y recuerda cómo intentó subirse a unos containers por si, desde lo alto, podía ver algo de la actuación.
30 después, esta visita de Michael Jackson a la ciudad donde se crió se convierte en el germen de su nueva película como director, Matar cangrejos, una crónica sobre la infancia en la isla Canaria que gira alrededor de dos niños que, mientras esperan la llegada del ídolo musical, se enfrentan a una situación familiar delicada.
Indagar en las raíces
“La primera imagen que me vino a la cabeza a la hora de hacer esta película fue la de dos niños ataviados con trajes folclóricos dando la bienvenida a Michael Jackson en el aeropuerto. Me pareció tan tierno como, al mismo tiempo, estúpido y eso me dio qué pensar sobre cuál es en realidad la identidad canaria”, cuenta Omar A. Razzak para Infobae España.
El director ha vivido en carne propia las contradicciones de las raíces. Su padre era de origen sirio, su madre madrileña. La familia se trasladó a vivir a Canarias cuando él tenía solo un año, por lo que se considera palmero. Pero cuando era pequeño, los niños lo llamaban “moro de mierda”. Así que la mirada del otro siempre estuvo presente en su vida. Pero, ¿cómo ven los demás las islas? Siempre con un componente exótico que no se ajusta a la realidad.
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Por eso, Razzak decidió situar la película en una pequeña comunidad al lado del mar en peligro de extinción que ha sobrevivido, mientras otros emplazamientos de las mismas características fueron desapareciendo. Allí viven familias humildes, como la abuela de los niños protagonistas, Paula (Paula Campos) y Rayco (Agustín Díaz). Ella está entrando en la adolescencia, y él tiene solo 8 años, más o menos los que tenía el propio Omar durante esa época. Pasan el verano prácticamente solos, mientras su madre trabaja en un zoo con loros e inicia una relación con un ‘guiri’ del que se quedará embarazada. El desarraigo estará presente en sus respectivos recorridos, Paula con sus amigos, jugando en edificios abandonados mientras da sus primeras caladas a los porros, y Rayco junto a un pescador borracho que lo acogerá y le enseñará a cuidar a las palomas.
El director, que procede del cine documental, ofrece una mirada muy particular al entorno que retrata. Su perspectiva es observacional y, por eso, todas las localizaciones son naturales, e incluso algunos de los personajes que aparecen (como el pescador) son personas reales que viven en esas cuevas encaladas construidas entre las rocas que forman parte de Bocacancrejo, el corazón de esta historia.
Matar cangrejos utiliza el pintoresquismo precisamente para criticarlo. Habla de un tiempo perdido en el que todavía había lugar para la inocencia, aunque en ningún momento se instala en la nostalgia. “No creo que cualquier tiempo pasado fuera mejor, pero sí es cierto que en los noventa comenzaron a entreverse los problemas que se materializarían después, como la masificación turística, el riesgo de perder la fauna y la flora autóctona, la impersonalidad y… bueno, la pérdida de muchos de los ideales y los sueños de que todo iba a mejorar”.
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