El resurgir de Chus Mateo: una Euroliga con el Real Madrid para acallarlos a todos

A la sombra de Pablo Laso durante ocho años, ha devuelto el título europeo a los blancos sobreponiéndose a unas críticas perennes desde que asumió las riendas del equipo. ¿Su receta? Perfil bajo, carácter a la hora de la verdad y madridismo en vena

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Chus Mateo durante la final
Chus Mateo durante la final de la Euroliga (REUTERS/Ints Kalnins)

“Para mí, esta es una gran experiencia, por supuesto. Es parte de la vida. Intento no darle mucha importancia a estos momentos. Prefiero pensar que esto es simplemente un juego. Prefiero vivir pensando que lo más importante de mi vida es la familia. Para mí, esto era un sueño cuando seguía al Real Madrid como aficionado, al principio. Ser el entrenador ahora y representar a este club en la final es como un sueño para mí”. Chus Mateo se sinceraba en estos términos con su homólogo en el Olympiacos, Georgios Bartzokas, horas antes del duelo definitivo por la Euroliga. Sentados en una sala de cine, ambos entrenadores rezumaban pasión por sus colores en uno de los lugares más apropiados que existen para echar a volar la imaginación y, como decía el técnico español, soñar. La realidad sonrió en última instancia al preparador madridista este domingo, cuando los sentimientos de toda una vida encontraron el mejor culmen posible en la Undécima del baloncesto. Un título, el más grande posible en la Europa cestista, en el que pocos confiaban no hace tanto.

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A Mateo no se le contraprogramó con una manifestación en su contra de hinchas acérrimos cuando se anunció que se convertía en el primer entrenador del Madrid de la canasta, como le ocurrió a Pablo Laso en 2011. Eso sí, el madrileño ha tenido que vérselas mucho más con la crítica que su predecesor en el cargo. En la era de las redes sociales y de las noticias instantáneas, el escepticismo en torno a él ha sido prácticamente continuo. Anónimo, mediático y, en definitiva, desde todas las direcciones. ¿A quién no le habría tocado aguantar el chaparrón en los momentos dubitativos ante el auténtico papelón de sustituir a uno de los grandes mitos recientes del madridismo?

Sin embargo, Mateo tragó saliva, capeó el temporal y esperó su momento: nunca con una palabra más alta que otra y siempre con el amor a la institución a la que representa por encima de todo. Porque su historia en el Madrid no comenzó con la era Laso, sino mucho antes, en 1990. Durante nueve años, se formó para ser lo que es hoy en las categorías inferiores del equipo blanco. Tras convivir con infantiles, cadetes y júniors, llegó el debut en el primer equipo: entre 1999 y 2004, fue ayudante de Sergio Scariolo, Javier Imbroda y Julio Lamas. Lo cual quiere decir que la escuela de los posiblemente peores años de la historia de la sección de baloncesto merengue le preparó para afrontar las horas bajas con garantías.

El Real Madrid celebra su
El Real Madrid celebra su undécima Euroliga de baloncesto (REUTERS/Ints Kalnins)

Más motivos para sonreír tendría como asistente en Unicaja (2004-2006 y 2007-2008), de nuevo de la mano de Scariolo y en la época más brillante que se le recuerda al conjunto malagueño. Entre medias, su primera aventura solo ante el peligro, en la 2006-2007 con el CAI Zaragoza en la LEB, y también su primera destitución, en enero de 2007. Fuenlabrada sería el próximo destino de Mateo desde el periodo estival de 2008, poniéndose al servicio de Luis Guil primero y de Salva Maldonado después. En enero de 2011, volvió a Málaga, ahora para asumir las riendas del equipo: con apenas un 43,28% de victorias (22,73% en la Euroliga), fue despedido en marzo de 2012.

La temporada siguiente, Mateo emigraría a China para dirigir a Shanxi Zhongyu Brave Dragons en la CBA. Lo hizo tras un último verano en la selección española absoluta, donde secundó a su casi inseparable Scariolo hasta en tres grandes torneos (Eurobasket 2009, Mundial 2010 y Juegos Olímpicos de Londres 2012). Fuenlabrada le vio regresar en el curso 2013-2014, esta vez con mando en plaza: aquella etapa tampoco fue bien, pues tuvo que ceder el testigo en marzo debido a un balance de 7 victorias y 14 derrotas en 21 jornadas de la ACB. Pero se le reabrió, a los pocos meses, la puerta del Real Madrid. Una década después y con otro gran maestro esperándole.

Punto álgido en el tramo decisivo del año

Mateo ya sabía entonces lo que era ganar la ACB, la Copa del Rey, un Europeo y una plata olímpica. Sin embargo, el aluvión de trofeos y experiencias que pudo saborear junto a Laso resultó impagable: participó nada menos que en 17 de los 22 títulos del vasco al frente del Madrid. Unas horas de vuelo en territorio de la gloria que no podían caer en saco roto y que ya dieron sus frutos el pasado 2022, cuando el ayuda de cámara pasó a ser rey del banquillo en momentos críticos (varios partidos de Euroliga, debido al covid, y la final de la ACB, por el infarto de Laso) y dio la talla. Aunque sin salir en la foto más de lo estrictamente necesario.

Ese segundo plano es en el que Chus Mateo se mantuvo cuando la polémica por el despido de su exjefe (”Pablo nos enseñó el camino hasta aquí”, dijo en la antesala de la final) lo incendió todo. A él le pidieron que diera el paso adelante lógico, por galones, de dirigir al Madrid de la canasta hasta 2024. Y aceptó, como buen hombre de club. Su contrato quedó envuelto en un mar de dudas desde bien pronto, pese a iniciarse con un nuevo triunfo en la Supercopa: cada derrota liguera y europea que se consumaba lo ponía en cuestión para una mayoría de todo menos silenciosa.

Chus Mateo reacciona durante la
Chus Mateo reacciona durante la Final Four (REUTERS/Ints Kalnins)

El clamor fue más popular si cabe cuando los blancos quedaron apeados de la última Copa del Rey en semifinales ante Unicaja, después campeón y precisamente un reducto del pasado de Mateo. Aunque el momento de la temporada en el que tanto el Madrid como su entrenador contemplaron de verdad el abismo, realmente cerca, fue el arranque de los playoffs de la Euroliga contra el Partizan: 0-2 en contra, dependencia extrema de Walter Tavares, un alma inexistente, individualidades frente al colectivo y una pelea en el segundo partido que tan sólo echó más leña al fuego de los pesimistas.

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Entonces, la veleta cambió de sentido. Desde que la eliminatoria de cuartos viajó a Belgrado, el Madrid fue otro. En táctica, por la zona que tanto daño hizo al Partizan. En protagonistas, porque a Tavares, más colosal que nunca, se le unió un Sergio Rodríguez olvidado hasta entonces: desempolvó la chistera y el empuje de sus 36 tan bien llevados arrastró por igual a los demás veteranos del equipo (Sergio Llull y Rudy Fernández) y a los noveles (Mario Hezonja y Dzanan Musa). Y, sobre todo, en épica, porque mucho de ese quinto partido a todo o nada en el que se llegó a perder por 18 puntos en el tercer cuarto se explicó por el carácter.

Chus Mateo en acción durante
Chus Mateo en acción durante la Final Four de la Euroliga (REUTERS/Ints Kalnins)

En la Final Four, era preferible que imperase la cautela, el perfil bajo del que gusta Mateo. Con medio juego interior en la enfermería, no dar como favorito al Barça en semifinales se antojaba una herejía. Pero también lo era creerse que el Madrid, tras su reciente chute de adrenalina, iba a conformarse con el mero hecho de estar en Kaunas. La segunda remontada consecutiva contra los culés en el penúltimo día del curso europeo estuvo hecha de la misma pasta que la vista frente a los pupilos de Obradovic: control en la banda (ser capaz de prever que el Barça se agarraría en exceso al triple fue todo un acierto) y un corazón desbordante a ambos lados de la cancha.

Confiarse no iba a ser una opción con Olympiacos: todos lo sabían. Así lo demostró una final frenética de principio a fin, en la que el técnico madridista recayó en sus aciertos habituales durante las dos últimas semanas. Con el colofón de dibujar en su pizarra una jugada para la historia rematada por la madre de todas las ‘mandarinas’ de Sergio Llull. Así, 33 años después de su primer vínculo profesional con el Real Madrid, Chus Mateo ha conseguido hacer realidad aquello que siempre anheló: levantar un gran título con el club de sus amores. Lo ha celebrado en familia, la baloncestística, y sin grandes alharacas, como a él le gusta. Así se acallan las críticas y los rumores de rescisión de manera fulminante: hablando en la pista para poder abrazarse, pletóricos de grandeza, cuando todo ha terminado.

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