A sus 97 años el historiador Nicolás Sánchez-Albornoz (Madrid, 1926) conserva intacta la memoria. Aún recuerda con detalle el día que fue detenido en 1948 por participar en las reivindicaciones estudiantiles contra la dictadura al frente de la Federación Universitaria Escolar (FUE) y cómo fue condenado por un consejo de guerra a seis años de trabajos forzados en el Valle de los Caídos. Allí tuvo la suerte, explica, de ser destinado a tareas de oficina mientras otros miles de presos políticos se encargaban de construir el gigantesco mausoleo de Franco perforando la roca con dinamita y picando piedra “únicamente protegidos con sus boinas”. Tampoco ha olvidado los barracones de madera en los que vivían hacinados ni el escaso rancho que les daban para comer.
“Solo hay 18 muertos reconocidos [por el franquismo durante la construcción del Valle de los Caídos], pero no eran solo las piedras las que podían matar a los presos, sino el polvo de sílice que inhalaron durante la obra. Muchos murieron afectados de silicosis, pero de eso no hay estadísticas”, dice Sánchez-Albornoz, que recibe a Infobae España en su domicilio para hablar de su paso por Cuelgamuros y sobre la resignificación impulsada por el actual Gobierno para convertirlo en un “lugar de memoria”.
En ese trabajo de oficina que le asignaron pudo ver “montones de irregularidades”, desde la manipulación de las planillas donde figuraba el número de calorías de los alimentos que recibían los presos a los camiones que llegaban cargados de comida, pues una parte se descargaba allí, aunque otra “muy probablemente iba al mercado negro”. “El estraperlo se nutría, en parte, de eso, de la comida que traían de las cárceles, de los campos [de concentración] y de los cuarteles”, sostiene el también autor de Cárceles y exilios.
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El negocio era redondo para el Estado franquista y las grandes constructoras que trabajaban para el régimen, pues la mayor parte del salario se la quedaba el Estado y el preso solo recibía 50 céntimos diarios “que se ingresaban en una cartilla para cuando saliera” del valle. “No había límites a la represión, no les costaba nada y, aunque era un momento de gran escasez en el país, lo importante para ellos era el régimen”, asegura.
Una huida de película
Sánchez-Albornoz no cumplió, sin embargo, los seis años a los que fue condenado en Cuelgamuros. Huyó a los cuatro meses junto al ya fallecido Manuel Lamana, al burlar la vigilancia aprovechando las visitas que los familiares realizaban en domingo a los presos y gracias a la ayuda del antropólogo español Paco Benet, la escritora Barbara Probst y Barbara Mailer, hermana del noveslita Norman Mailer. Una fuga que ha sido plasmada tanto en libros como en la película Los años bárbaros, de Fernando Colomo, en 1998, indica orgulloso. Tras numerosos obstáculos, ambos lograron cruzar los Pirineos hasta llegar a Francia y de ahí pondrían rumbo hacia Argentina.
El historiador , ahora con pulso más tembloroso, pero una voz firme, sigue sin entender cómo en España ha podido permanecer intocable el Valle de los Caídos durante más de 40 años en democracia, hasta que en 2019 fueron exhumados los restos de Franco. “Es una vergüenza. No se entiende como en España un dictador haya tenido un monumento donde se le rendía homenaje”, señala, y recuerda que en ningún país europeo que haya pasado por circunstancias similares ocurre algo así. “En Alemania no lo hay y en Italia [Benito] Mussolini está enterrado en una iglesia modesta en un pueblo, después de que le colgaran”.
La explicación en España, continúa, se debe al “pobre cambio de un régimen” de la dictadura a la Transición porque “se podría haber hecho de otra manera, pero las fuerzas del franquismo no estaban dispuestas y querían que el cambio fuera lo menos profundo”.
La resignificación “es positiva”
El historiador y profesor universitario, hijo de Claudio Sánchez-Albornoz, presidente del Gobierno republicano en el exilio, valora la resignificación de Cuelgamuros iniciada por el Gobierno al considerarlo un “paso muy positivo”, pues, en su opinión, evidencia el deseo de abordar el fin de la confrontación. “No hay motivo para erigir un monumento a la victoria, toda esa simbología tiene que desaparecer y dar satisfacción a todos, porque ahí han sido enterradas muchas personas que fueron asesinados y arrojadas a fosas comunes y hay muchas familias que quieren recuperar sus restos y llevarlos a sus cementerios, un sentimiento lógico que hay que atender”, asegura. No obstante, se muestra más partidario de que la naturaleza siga su curso y convierta Cuelgamuros en ruinas. “Que la naturaleza resuelva el problema que otros no han tenido demasiada prisa por resolver, aunque esta también actúa despacio”, reconoce entre risas.
Sobre la exhumación de Franco y la más reciente de Primo de Rivera, fundador de la Falange, es breve: “Ya era hora de que los sacaran de ahí”, al tiempo que confía en que las familias de los republicanos que siguen en Cuelgamuros puedan más pronto que tarde cerrar ese capítulo y enterrar de forma digna a sus seres queridos. Cabe recordar que tras años de silencio y un sinfín de trabas burocráticas, las 118 familias que quieren recuperar los restos de sus familiares están ahora a la espera de un informe sobre toxicidad en la cripta para que el equipo forense encargado de la investigación pueda acceder a los cuerpos.
Un exilio duro pero “fructífero”
A Sánchez-Albornoz se le escapa una risa cuando se le pregunta si tuvo miedo durante la huida de Cuelgamuros. “Cómo no iba a tenerlo”, dice, pero prefería arriesgar su vida a pasar tanto tiempo detenido realizando trabajos forzosos como preso político. Además, explica, al no haber hecho el servicio militar, le habrían enviado otros dos años más a Marruecos “a batallones de trabajadores”, un futuro nada prometedor.
Tras escapar del valle, se instaló en Argentina, donde vivió 18 años, hasta que con la dictadura de Jorge Rafael Videla tuvo que volver a exiliarse, esta vez a Estados Unidos, donde vivió 25 años en Nueva York. Los años de exilio forzado, asegura, “fueron desagradables, pero también fructíferos”. “Pienso qué hubiera sido de mí si me hubiera quedado en la España de Franco todos esos años. Tuve la oportunidad de ver más países, estudiar la carrera y convertirme en profesor”, indica.
Respecto a Argentina, que ha logrado juzgar a numerosos criminales de la dictadura militar, Sánchez-Albornoz cree que España debería tomar ejemplo, aunque ahora, asegura, “ya no tiene sentido porque Franco murió en su cama, cuando se le debería haber procesado”. Aun así, sostiene, “el proceso se lo están haciendo los historiadores”. “Lo que no se puede hacer es lo que dicen los conservadores, que tienen una postura muy cómoda al decir que hay que olvidar, y claro que se puede olvidar, pero resolviéndolo porque las heridas aún están abiertas”, recuerda.
Si bien regresó a España en 1975 tras la muerte de Franco, no fue hasta los años 90 cuando finalmente Sánchez Albornoz regresó para establecerse en Madrid, donde reside actualmente. “España ha cambiado mucho socialmente, estamos mucho mejor, pero el sistema político aún cojea, es decir, hay partidos que se llenan la boca de constitución y libertad y son los primeros que las atacan”, concluye no sin antes expresar su preocupación por las elecciones de este año, tanto las de este próximo 28 de mayo como las generales de finales de año.
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