El tiempo a solas es un agravante y disparador de problemas para la salud mental. La soledad aumenta hasta por cinco las probabilidades de sufrir depresión y una de cada cinco personas sufrirá en algún momento de su vida. Sin embargo, la predisposición genética a la depresión no significa que la enfermedad se vaya a desarrollar.
Estas son algunas de las conclusiones a las que ha llegado el XXI Seminario Lundbeck, organizado este año en Sitges. Bajo el título La depresión, ¿nace o se hace?, varios expertos en salud mental han indagado en las causas y detonadores de la depresión, que pueden ir desde cierta vulnerabilidad genética que predispone a ello hasta ciertos consumos o experiencias en la infancia.
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“A diferencia de lo que se ha pensado y vivido los últimos años, actualmente la población joven presenta más sentimiento de soledad en comparación con la población adulta mayor. Las redes sociales y la vinculación a pantallas, factores económicos o no trabajar en contacto con otras personas serían los factores que más contribuyen a este sentimiento de soledad no deseada”, asegura la doctora Alba Babot, especialista en Medicina Familiar y Comunitaria en el Área Básica de Salud de La Garriga (Barcelona), presente en este seminario.
La infancia, clave para la depresión
Las vivencias en la infancia también guardan una importante relación con la depresión. Un elevado porcentaje de adultos con depresión presenta antecedentes de trauma infantil, el 62,5% frente al 28,4% de personas sanas, lo que se asocia a una peor respuesta al tratamiento antidepresivo o remisión, especialmente si han sufrido abuso antes de los 7 años.
Sin embargo, los detonadores de la depresión se hallan en ciertos hábitos de consumo. La prevalencia de trastornos por uso de sustancias en personas con depresión se sitúa en el 25%. La mayor comorbilidad -que una persona tenga dos o más o trastornos al mismo tiempo- se da con el alcohol (20,8%), seguida de los opiáceos (11,8%) y del cannabis (11,7%). En último lugar, se encuentra el consumo de estimulantes -cocaína y anfetaminas- (4,8 %).
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“Las personas con depresión se mantienen con más consumo que aquellas sin depresión. A su vez, el consumo de sustancias como el alcohol aumenta los síntomas de depresión y la probabilidad de suicidio. También es preocupante el alto nivel de personas adictas a opiáceos que sufren depresión, ya que esta sustancia es la más habitual en muertes por sobredosis, tanto accidentales como suicidas”, apuntaba durante su intervención el doctor Adrián Neyra, psiquiatra del Programa de Patología Dual y Psicosis del Hospital de Gran Canaria Doctor Negrín y Profesor asociado en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.
Una de las conclusiones de los ponentes, cuestión en la que se empieza a indagar poco a poco, es que la depresión comórbida con trastornos por uso de sustancias es más frecuente en mujeres que en hombres, y la depresión es dos veces más habitual en mujeres con un trastorno por consumo de sustancias que en las mujeres de la población general. “En ellas se producen más síntomas depresivos que en los hombres, a pesar de consumir al mismo nivel. Las mujeres se sienten más estigmatizadas cuando van a buscar ayuda terapéutica, lo que es una barrera evidente para estas pacientes. La culpabilización social y el temor a ser juzgadas lleva al retraso en el tratamiento y en el diagnóstico”, ha asegurado Neyra.
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