Anabel Montes (Asturias, 1987) acaba de cumplir 36 años, pero si se echa un vistazo a su currículum, da la sensación de que ha vivido varias vidas. Fue nadadora de competición, socorrista en costas españolas y es patrona de yate. En 2015 se fue a la isla griega de Lesbos como voluntaria con la ONG Open Arms, donde terminó siendo la jefa de la misión en el Mediterráneo central, y en 2021 se unió a Médicos Sin Fronteras como responsable de búsqueda y rescate a bordo del buque humanitario Geo Barents. El pasado lunes, tras esos intensos siete años y medio de trabajo, anunció en redes sociales que era el “momento de parar”, de tomarse un tiempo, porque al final, “se sufren consecuencias a nivel mental”, cuenta en esta entrevista con Infobae España.
Aún recuerda el impacto que le produjo ver la primera embarcación en Lesbos repleta de migrantes que cargaban sus vidas en mochilas mojadas en pleno mes de diciembre, una realidad que le derrumbó pero que también sirvió para abrirle los ojos “a muchas otras realidades que hay en el mundo”. Después se enfrentaría al ultraderechista italiano Matteo Salvini, acusado de secuestro por el bloqueo del buque de Open Arms en 2019, a los abusos generalizados de las autoridades contra los migrantes y a la indiferencia de una Unión Europea que “poco hace por mejorar su política migratoria”.
Montes asegura que el Mediterráneo es ahora un mar más peligroso para quienes tratan de alcanzar Europa en busca de una vida mejor y los datos lo confirman: solo en el primer trimestre de 2023, el proyecto Migrantes Desaparecidos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) documentó las muertes de 441 migrantes en el Mediterráneo central, la cifra más elevada desde 2017. A lo largo de 2022 murieron 1.417 personas.
Hace poco comentaste que el rescate del pasado mes de abril de 440 migrantes en el Mediterráneo había sido el más duro de tu vida, después de una operación de más de 10 horas. ¿Es una de las razones por las que has decidido dejar la búsqueda y rescate de personas?
No es una razón directa. Cuando dije que esta operación había sido una de las más difíciles de mi vida me refería a nivel técnico, por las terribles condiciones meteorológicas que había y por el tipo de embarcación [un pesquero viejo], que nunca antes se había rescatado. Fue interesante desde el punto de vista de que tuvimos que improvisar, porque si bien llevábamos años perfeccionando los protocolos y maniobras para poder acercarnos a las embarcaciones, de repente tuvimos que improvisar. Fue un rescate que, de hecho, me motivó en el sentido de que no se puede bajar la guardia, me hizo recordar los inicios, que lo que estamos haciendo tiene un valor, pero ya había decidido dejar el trabajo.
¿Por qué has decidido dejarlo?
Son muchos años y al final sufres las consecuencias a nivel mental. Me metí en el mundo humanitario sin tener formación, porque la urgencia era tan grande que no había tiempo que perder, y era bonito pero también muy duro. Todo pasa factura, ese cumulo de experiencias terribles, de ver constantemente lo peor del ser humano, las historias que te cuentan [los migrantes] de lo que les ha pasado en el camino, las secuelas físicas y psicológicas que les quedan y todo lo que les pasa una vez llegan a Europa, que también es terrible. Todas las personas que trabajan en este sector están muy expuestas a consecuencias, pero es cierto que me han tocado eventos importantes: cuando me acusaron [de fomento de la inmigración ilegal y violencia privada contra el Ministerio de Interior italiano en 2018], cuando nos bloquearon y no nos dejaron bajar, el juicio contra Salvini o los infinitos mensajes de odio que he recibido a lo largo de los años, todo hace mella.
Por el momento no he dicho que no voy a volver a trabajar nunca más, solo que dejo de trabajar y ya veremos dentro de un tiempo si vuelvo o si se abren otros horizontes.
Entiendo que por lo que dices es mucho peor el ser humano que el mar para las personas migrantes que tratar de cruzar a Europa…
Por supuesto. El mar no tiene culpa de nada. Los culpables son las personas que deciden, hacen y permiten que estos migrantes mueran en el mar. Es un crimen de quienes las ponen ahí, de quienes lo permiten y quienes no dan los avisos a las organizaciones humanitarias para que los rescaten.
¿Qué ha sido lo más gratificante de este trabajo, de todos estos años rescatando personas?
Ni más ni menos que las personas no se mueran en el mar. No hay necesidad de que haya ninguna ley escrita para que alguien que esté en posición de ayudar a otra persona no lo haga. Si bien es muy gratificante el hecho de que estas personas no mueran, también hay un sabor agridulce, porque después de haber llegado a tierra, van a tener que enfrentarse a mil batallas más. Es una sensación de bienestar efímero.
¿Qué es lo más duro?
Por una parte cuando no llegamos a tiempo, que no es culpa nuestra, pero a veces las distancias, las condiciones meteorológicas y las de las propias embarcaciones en las que viajan [los migrantes], que hacen que cuando lleguemos ya se haya producido el naufragio o que haya personas fallecidas. Te queda esa sensación de no haber llegado. Otro momento duro es cuando hablas con los rescatados y te cuentan sus objetivos, sus sueños, lo que quieren hacer cuando lleguen a Europa, porque eres consciente de que existen muchas probabilidades de que eso no vaya a ocurrir nunca. Por supuesto hay gente que tiene suerte, y no deberíamos hablar de suerte porque debería ser un derecho inalienable para todas las personas, pero no lo es y muy es duro tener que dar una respuesta edulcorada, porque por supuesto no les mentimos, pero tampoco puedes destrozarles todo de un momento a otro cuando acaban de ser rescatados. Creo que ese momento en el que tú sabes la verdad pero no la puedas decir tal como es porque es muy cruel, es el más difícil de gestionar.
¿Debería cambiar Europa sus políticas migratorias? ¿Cómo se podría mejorar en tu opinión?
Por supuesto, es algo que ya debería haber pasado hace mucho tiempo, en cualquier contexto, pero más aún en este específico. Aquí adquiere especial relevancia por el hecho de que podemos ver la doble moral de que un sistema de acogida puede funcionar perfectamente si se quiere, como en el caso de Ucrania, que por supuesto tiene que darse, pero se pone en marcha cuando se quiere.
Hay que recordar que hace unos años en el Mediterráneo central -en 2015, 2016 y 2017- se hacían rescates en coordinación conjunta entre militares, guardacostas y ONG’s y fue un sistema fue muy efectivo que salvó miles de vidas. Pero cuando en 2018 Salvini fue nombrado como ministro del Interior del Gobierno italiano [prometiendo que aceleraría la expulsión de inmigrantes] todo se desmanteló por completo, llegando al punto de que ni siquiera se indicaban las coordenadas cuando había una embarcación cercana a una ONG que podía prestar asistencia, una forma de actuar que provocó muchos naufragios y muertes que se podían haber evitado.
El objetivo ahora ya no es el rescate, sino la vigilancia de fronteras y la investigación para frenar redes de trata de personas. De hecho, actualmente en las zonas SAR [de búsqueda y rescate] libia y maltesa, que es donde más ayuda se necesita, no hay ningún barco operando por parte de las autoridades, solo hay aviones de Frontex y militares que hacen vigilancia aérea y, aunque saben cuándo hay una embarcación en peligro, no tienen la capacidad de prestar asistencia al no estar en el agua y tampoco no suelen dar toda la información a las ONG’s. Como consecuencia de todo esto, los únicos barcos que han estado en posición de brindar asistencia han sido exclusivamente los de las organizaciones no gubernamentales.
El problema va más allá, una vez que los rescatados llegan a tierra. Está claro que el sistema establecido tiene trabas de principio a fin, es erróneo y fallido, y no hay ninguna intención de mejorarlo desde hace años. Si pones un muro lo único que haces es que se abarrote por el otro lado hasta que reviente, pero [la migración] no va a parar. Creo que los políticos de los diferentes Estados de Europa tienen una responsabilidad directa para mejorar las condiciones, porque quienes sufren realmente son las personas que emigran y nunca se les da voz.
En 2018 España acogió en Valencia al barco Aquarius, en el que viajaban más de 600 migrantes, por razones humanitarias. ¿Se nos ha olvidado ya la solidaridad?
Lo que he ido viendo en estos casos a lo largo de los años con distintos gobiernos, bien sea en España o en Italia, es que el tema de la migración se ha instrumentalizado dependiendo de los intereses que tuviera el Ejecutivo de turno y es una situación que sigue y seguirá pasando. Cuando las políticas de migración se hacen en torno a un beneficio personal de quien esté en ese momento en el poder, no se hacen para ayudar a las personas y, hasta que no se cambie ese foco, nunca serán políticas justas, sino partidistas. Hay medios y sobran los discursos para justificar que no hay medios.
El juicio contra Matteo Salvini por secuestro de personas y abuso de poder al prohibir desembarcar a migrantes rescatados en 2019 aún está en curso. ¿Qué espera de este juicio?
Va a ser bastante largo porque aún quedan muchos testigos por testificar. Además, independientemente de cuál sea el resultado, cualquiera de las dos partes va a apelar, por tanto se alargará más. Viendo cómo funciona la política italiana, no tengo muchas esperanzas en este juicio, pero quiero pensar que la justicia es algo más que una palabra y espero que se demuestre. Igualmente, aunque no ocurra nada, el hecho de que durante cierto tiempo una persona como Salvini, que ha cometido tantas injusticias, haya estado acusada en un banquillo me parece una victoria en sí misma.
¿Qué le dirías a la gente que no entiende por qué hay personas que deciden arriesgar su vida en el mar en busca de una vida mejor?
Que miren a su alrededor, porque seguramente no son conscientes de la cantidad de privilegios que tienen, si bien dificultades hay en todas partes, claro está. No quiero hacer una comparativa del sufrimiento, pero desde luego cualquier persona que no tenga miedo de morir mañana y que tenga oportunidad de poder viajar a cualquier lugar del mundo con su pasaporte para mejorar su futuro y no se le llame migrante económico, debería darse cuenta de su privilegio. Hay que tener más empatía, tener la capacidad de ponerse en la piel de otra persona.