‘A través del bosque’, de Laura Alcoba, mucho más que una novela sobre el filicidio

La escritora de origen argentino afincada en Francia desde la infancia, reconstruye las piezas de un caso real para hablar de la maternidad, de la locura, del horror, pero también del amor y la esperanza

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Portada de 'A través del bosque', de Laura Alcoba, publicada en castellano por la editorial Alfaguara
Portada de 'A través del bosque', de Laura Alcoba, publicada en castellano por la editorial Alfaguara

Un día de 2010 Laura Alcoba fue al cine con una amiga a ver Shutter Island, de Martin Scorsese. En la película aparecía la escena de una mujer que había ahogado a sus hijos en un lago. La escritora tuvo un sentimiento muy extraño, como si algo dentro de ella se activara. Y entonces se acordó de algo cuya memoria había reprimido. Cuando era pequeña, su padre, cuando llegó a Francia tras su exilio de Argentina, se alojó en la minúscula casa de una pareja que tenía tres hijos. La propia Laura tuvo relación con ellos, pero era muy niña. Un día, su padre le contó algo terrible: la madre había matado a sus dos hijos varones ahogándolos y, casi por casualidad, se había salvado la mayor. Este relato de puro horror había conmocionado la mente infantil de Laura, así que lo ocultó en lo más profundo de sus recuerdos. Hasta que vio Shutter Island.

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Este es el germen de A través del bosque, la última novela de Laura Alcoba en la que ella misma se encarga de intentar reconstruir qué pasó aquel día y cómo evolucionaron los miembros de esa familia rota por el dolor para siempre que, contra todo pronóstico, logró salir adelante. Los protagonistas, cuyos verdaderos nombres no aparecen para preservar su intimidad, son el matrimonio formado por Griselda y Claudio que, como los padres de Laura, también tuvieron que huir de su país natal y refugiarse en Francia. Allí tuvieron a sus hijos, a Flavia y a los pequeños Boris y Sacha. Todos vivían en la pequeña conserjería de un liceo, donde trabajaban, y donde ocurrió la tragedia, con la que precisamente comienza el libro.

Cómo sobrevivir al espanto

Alcoba ya había escrito sobre la memoria, la suya propia en La Trilogía de la casa de los conejos, en la que repasaba su infancia y adolescencia de manera autobiográfica, por eso le resultó muy perturbador haber anulado en su mente este suceso que tanto le impresionó de pequeña. Así que sintió que tenía que contar esa historia, pero, para ello, tenía que contactar con las personas que lo vivieron en carne propia. Y eso le resultaba... incómodo.

“Cuando me reuní por primera vez con Flavia, que ya tenía cuarenta años, todavía tenía muchas dudas. No sabía si tendría la fuerza suficiente para escribir sobre todo esto. Pero después de hablar con ella tuve la certeza de que tenía que hacerlo, sobre todo porque, de alguna manera, era como si también la propia Flavia lo estuviera esperando”, cuenta la escritora a Infobae España durante su visita a Madrid para presentar la novela. “Ella quería que yo escuchara a su madre, porque nunca había sido capaz de verbalizar lo que había pasado con ella. Así que tomé conciencia de mi papel de intermediaria entre madre e hija y de que, a través de mi libro, se iba a cerrar de alguna forma un círculo para ellas”.

ALCOBA Laura photo Francesca Mantovani-  éditions Gallimard 9435rb
ALCOBA Laura photo Francesca Mantovani- éditions Gallimard 9435rb

Sin duda, la mayor motivación de Laura Alcoba para adentrarse en este proceso de investigación convertido en una novela apasionante que bascula entre la oscuridad y la luz, fue conocer a Flavia, que describe como una mujer solar y que inspira paz. ¿Cómo había podido construirse de ese modo teniendo detrás una historia tan sombría, terrible e insoportable? Para ella, ese era el quid de la cuestión. “Creo que en realidad, el libro trata de ese prodigio, de ese milagro, de cómo sobrevivir a todo eso. Si la palabra resiliencia tiene un sentido, creo que Flavia lo encarnaría a la perfección”.

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Cada uno de los capítulos se centra en un personaje para ahondar en su perspectiva y en los diferentes encuentros que la escritora mantuvo con ellos. A partir de ahí, se reconstruye el pasado, la época turbulenta previa a la dictadura argentina, la realidad de los exiliados y la de sus hijos al mismo tiempo que nos introducimos en sus miedos e inseguridades. Todo a través de una prosa tan precisa como al mismo tiempo evocadora, nunca sensacionalista, siempre humana.

El mito de Medea

“En un momento dado, me di cuenta de que estaba tratando no solo con la historia de estos personajes, sino que formaba parte también de algo más grande que remitía a la misma mitología. Era como si de repente me encontrara ante problemas o cuestiones humanas universales y eternas que tenían que ver con la locura, con la muerte, con la maternidad, con el amor. Todo esto con mayúsculas”.

Al principio creyó ver un vínculo entre lo que le había pasado a esta familia y la Historia argentina, cómo vivir después del espanto. Pero después lo relacionó más con el mito de Medea y de una serie de patrones que se han ido repitiendo a lo largo de los siglos.

Durante la conversación sale a colación la película Saint Omer. El pueblo contra Laurence Coly, dirigida por Alice Diopp y que recoge también una historia similar a la que cuenta Laura, la de una madre, en este caso inmigrante africana, que ahoga a su bebé y se enfrenta al juicio por asesinato. “Creo que poco a poco comienzan a contarse estas historias, porque durante mucho tiempo, parecían inenarrables, o se contaban desde una perspectiva en la que solo se pretendía juzgar y condenar”, continúa. “Pero es que hay una cara dolorosa y patológica de maternidad que se silencia y que es necesario abordar, porque suponen asomarse a un abismo”.

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Sin embargo, Griselda no termina de ser Medea, precisamente porque se salva Flavia, y con ella, también Griselda como madre. “Atravesó la cara más oscura y perversa de la maternidad para terminar reconstruyéndose, lo cuál no deja de ser muy fuerte”. Nunca quiso hacer morbo con esta historia. Al final, lo que pasó allí, en esa habitación, sigue resultando un misterio, y solo llegaremos a la conclusión de que, en un momento dado, Griselda se quebró y desdobló.

Hay una parte en la que la novela se torna casi en un cuento infantil, el de Flavia de pequeña, que sin saber lo que ocurrió realmente, proyecta en un espacio real y bucólico, con un lago y un castillo, todo el misterio que conlleva su familia, también su trauma. Como dice una de las citas que aparecen en el libro, de Kierkegaard, “una generación puede aprender mucho de las que la han precedido, pero nunca le podrán enseñar lo específicamente humano. En este aspecto, cada generación ha de empezar exactamente desde el principio, como si se tratase de la primera”.

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