Deseo cumplido para Zeljko Obradovic: quería que se hablase de baloncesto y de baloncesto se habló en Belgrado. Tanto en el Real Madrid como en el Partizan deseaban que la herida que se abrió la semana pasada en el WiZink Center con la pelea que protagonizaron varios de sus jugadores se cerrase antes de llegar a la capital de Serbia. Y lo consiguieron con creces. Más allá de pancartas y del ambiente hostil al que partidos así nunca escapan –todo el papel vendido en el Stark– el duelo entre los de Obradovic y Chus Mateo fue lo que el guion decía que tenía que ser: un partido de baloncesto vibrante, y nada más. De humanizar todo lo externo se encargaron los blancos, que, de menos a más, lograron seguir vivos en los playoffs de la Euroliga.
Nadie se acuerda ya de despliegues policiales, aficionados del Partizan más excitados de la cuenta, un posible desalojo del pabellón si se producían altercados y, en el peor de los casos, un cuarto encuentro a puerta cerrada. El tercero de la serie dejó los límites bien claros: lo que pasa en la cancha se queda en la cancha. Para los protagonistas, los jugadores, estaba claro. En cuanto a la grada, el infierno serbio no transmutó en paraíso, desde luego, pero no fue nada que no se hubiese visto ya. El pan de cada día señalado en Israel, Grecia y Turquía y los países balcánicos. Escenarios que para nada intimidan al Madrid, acostumbrado a convivir entre las llamas. Al menos así lo demostró en la era Laso.
Un 0-3 para el Partizan hubiese sido sinónimo de eliminación europea de los blancos. Esa posibilidad estuvo sobre la mesa, y con mucha fuerza: mientras todos se sentían importantes en el conjunto local, que llegó a amasar hasta 15 puntos de renta, los jugadores del Madrid vivían instalados en el empequeñecimiento. La tónica de esta temporada, la primera sin el técnico vitoriano desde 2011. A los pupilos de Chus Mateo les costó, y mucho, calmarse ante los Smailagic, Leday y Nunnally de turno: controlar (los nervios, el balón, el partido) y controlarse llegó a parecer un imposible. Hasta que el gigante Tavares, uno de esos en cuyos hombros nunca hay que dudar en subirse, despertó.
Te puede interesar: Así castigó la Euroliga la pelea entre Madrid y Partizan
Un Tavares de leyenda
El récord histórico de valoración en un solo duelo de los playoffs de la máxima competición europea de la canasta tembló hasta los cimientos hace unas horas. Fueron 43 los créditos del argentino Luis Scola con el Baskonia en el curso 2004-2005, por los 41 presentes de Walter Tavares. El interior africano igualó la actuación del estadounidense Shavon Shields con Armani Milan en la temporada 2020-2021 gracias al mejor partido europeo de su carrera: 26 puntos (igualó su techo anotador y en cuanto a canastas de dos anotadas, 11), 11 rebotes, 3 asistencias y 3 tapones en 35 de los 40 minutos del partido.
El de Cabo Verde venía de disputar sólo 21 en la eliminatoria, a consecuencia de unas molestias en su rodilla izquierda que le sacaron antes de tiempo del primer duelo y que le dejaron totalmente fuera del segundo. Lo de cumplir promesas de los entrenadores estuvo a la orden del día en Belgrado. Porque, aún renqueante, Tavares se ciñó al guion que esperaba hace unos días su técnico, Chus Mateo: “Estoy absolutamente convencido de que Edy va a hacer un playoff extraordinario”.
Dicho y hecho. Para muestra, el enrojecimiento de Obradovic, que se extremó por momentos mientras Tavares anotaba 14 puntos en el segundo cuarto. Entre lo que hacía él, lo que fraguaba Sergio Rodríguez y lo que dejaba de hacer el Partizan por culpa de la zona madridista, las fuerzas se igualaron. Aun así, los de Belgrado no dejaron de gobernar el marcador: al Madrid le faltaba algo más para no ser un visitante de paso.
Paso adelante de Nigel Williams-Goss
Cuando a Tavares empezó a hacérsele un poco más de noche en el Stark Arena, las riendas las supo llevar alguien mucho más inesperado que él. Un jugador que ha pasado de puntillas por el equipo blanco debido a las lesiones y que logró cuajar su partido más sobresaliente en el Madrid en ese momento del año donde se cierran las renovaciones: Nigel Williams-Goss.
Desde que aterrizó en la capital española, el base estadounidense ha estado más en la conversación por sus problemas físicos recurrentes (hasta seis meses de baja, con ausencias posteriores ya de vuelta) y las carencias a nivel general de la actual dirección de juego blanca. Sin embargo, un buen porcentaje de la supervivencia del Madrid en Europa le pertenece ahora a él.
Suyo fue el triple decisivo a 24 segundos del bocinazo final: del empate a 77 al 77-80 en el electrónico, que quedaría fijado en un 80-82 de manera definitiva. 22 puntos llevaron el sello de Williams-Goss, con porcentajes prácticamente inmaculados: 4/6 en tiros de dos, 3/6 en triples y 5/6 en tiros libres. Méritos suficientes como para lidiar en protagonismo con Tavares y, en una labor más de zapa y en la sombra, Mario Hezonja.
Con contrato hasta este verano, el futuro de Williams-Goss es toda una incógnita. Al menos, ha vuelto esperanzador su presente más inmediato y, de paso, el del Madrid, que ha conseguido respirar. Habrá cuarto partido el jueves, de nuevo en Belgrado y con los ánimos caldeados ya sin excesos. Volverán Deck en un lado y Lessort en otro. Quedarán cabos sueltos que atar, como los air ball de Musa y Hezonja o el erial en el juego interior más allá de Tavares. Incluso el papel de Llull. Pero prevalecerá, una vez pasada la tormenta, lo más importante: el baloncesto.