El 15 de marzo de 2019, Juan Carlos I y Corinna Larsen almorzaron juntos en Londres. El ya emérito había forzado el encuentro. Ambos habían mantenido una relación sentimental durante años, pero en esos momentos su amor ya se había roto. El objetivo del monarca era grabar a la mujer con la que había compartido muchos de sus secretos sin que ella lo supiera, con un micro oculto en la solapa de su chaqueta.
¿Por qué? Días antes, el 5 de marzo, los abogados de Corinna, del despacho estadounidense Kobre & Kim, habían enviado una carta al jefe de la Casa del Rey, Jaime Alfonsín, para pedirle a Felipe VI que pusiera fin a la campaña de acoso a la que, según ella, estaba sometiéndola su padre. En un tono protocolario pero contundente, los abogados de Corinna culparon a la Zarzuela de filtrar noticias que la perjudicaban.
Según Corinna, esa supuesta campaña de difamación contra ella había comenzado después de que el emérito le transfiriera los 65 millones de euros que Juan Carlos I ocultaba en Suiza a través de una sociedad instrumental panameña. El rey se vio obligado a este movimiento después de que el banco que albergaba su fortuna secreta le comunicara que debía de dejar de ser su cliente.
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El objetivo de Juan Carlos I era que su antigua pareja actuara como su fiduciaria durante unos meses, igual que habían hecho otras personas de su confianza en el pasado. Al menos, hasta que encontrara un lugar seguro en el que alojar definitivamente sus millones. Corinna aceptó guardar el dinero, pero no de manera provisional. Exigió que la entrega quedara perfectamente protocolarizada como una donación para que nadie pudiera acusarla de blanqueo de capitales o fraude a Hacienda.
El problema es que la relación sentimental de Juan Carlos I y Corinna ya había terminado, y aunque mantenían una extraña amistad, empezaron a surgir verdaderas diferencias entre ellos cuando el rey abdicó en 2014 y quiso volver a controlar los fondos que había donado a su exnovia. Él empezó a pedirle a ella que pagara en secreto sus gastos personales con los 65 millones de euros. Al principio, Corinna transigió. Pero pasado un tiempo, se negó.
En la carta remitida por los abogados de Corinna a Zarzuela, ésta afirmaba que su negativa a seguir pagando los gastos de Juan Carlos I había desatado una campaña de espionaje y hostigamiento que atribuía el rey emérito y al Centro Nacional de Inteligencia (CNI), los servicios de espionaje español. La carta desató el pánico en la Casa Real. El daño sería irreversible si Corinna hacía pública la carta de sus abogados o compartía su contenido con otras personas.
La Zarzuela y el CNI acordaron entonces que Juan Carlos I se desplazara a Londres para convencer a Corinna de que no aireara información comprometida. Con un plan disparatado. El emérito tenía que reunirse con Corinna de manera urgente para tratar de obtener una prueba incuestionable de que su antigua amante solo buscaba una enorme suma de dinero por mantener la boca cerrada. Obtener pruebas para poder chantajear a Corinna en el futuro si decidía no respetar un pacto de silencio.
La comida en Londres
Volvamos al 15 de marzo de 2019. El emérito llega a casa de Corinna, en el lujoso barrio de Belgravia. Un agente del CNI lo acompañó aquel día hasta el interior del inmueble. Corinna ordenó que el escolta se quedara en la cocina, junto a dos miembros de su equipo de seguridad, antiguos agentes del Mosad israelí que llevaban tiempo trabajando para ella. En la casa también estaba su hijo Alexander, de 17 años.
La empresaria había cocinado pasta, sirvió caviar y descorchó uno de los vinos preferidos por el monarca, un Vega Sicilia Reserva Especial Único, a 460 euros la botella. En otro contexto, aquella comida se habría desarrollado más cordialmente, pero Juan Carlos I tenía una misión que cumplir. Reprochó a su expareja el contenido de la carta que habían enviado a su hijo. Le advirtió de que esa estrategia era suicida y que, si acababa filtrándose a la prensa, las consecuencias serían catastróficas. Juan Carlos I le propuso firmar un acuerdo: nadie volvería a molestarla, pero debía ser discreta y olvidar todo lo que sabía sobre sus finanzas.
Corinna se negó a aceptar esa solución. Y algo le llamó la atención el pin que llevaba el rey en la solapa. Su tamaño era mayor de lo habitual, no parecía solo decorativo. Era como una bandera de España. El monarca se comportaba de una manera muy rara. No hacía más que echarse hacia delante y preguntar a Corinna qué era lo que quería. La empresaria no dijo nada que la comprometiera.
La comida terminó sin pacto ni grabación. Corinna no dijo ninguna palabra que pudiera interpretarse, ni siquiera ligeramente, como un precio para su silencio. El emérito se despidió y se subió de nuevo a su coche para emprender el camino de vuelta a España. Solo dos días después, el 18 de marzo de 2019, los abogados del despacho Kobre & Kim enviaron una segunda carta a Zarzuela que dejaba constancia por escrito de la reunión con Juan Carlos I. Corinna seguía insistiendo en la necesidad de abrir una vía de negociación que contara con el visto bueno de Felipe VI.
Este episodio se detalla más profusamente en un nuevo libro que se publica a principios de mayo, titulado ‘King Corp. El imperio nunca contado de Juan Carlos I’ (editorial Libros del K.O.), escrito por José María Olmo y David Fernández –este último periodista de Infobae–, que ha supuesto todo terremoto político al desvelar también la existencia de una hija nunca conocida del monarca español, fruto de una relación al margen de su matrimonio con la reina Sofía.
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