Una mirada es capaz de trasmitir más información que una cadena de palabras, pero las protagonistas de Los buenos modales no se observan, precisamente, con ternura. La película de Marta Díaz de Lope Díaz (Ronda, 1988) aborda un drama familiar costumbrista entre dos mujeres enfrentadas por un hombre. Dos familias, dos hermanas y un árbol genealógico complejo en el que las apariencias no engañan.
Manuela y Rosario rompen unos lazos consanguíneos que intentarán recomponer entre sus vaivenes de orgullo y tras varias partidas de bingo. Elena Irureta y Gloria Muñoz interpretan en la cinta de Díaz a dos mujeres fuertes, arrastradas por una pasión capaz de convertir una anécdota en conflicto. En ella se profundiza en el concepto de familia, de tradición, de crecimiento, pero también de soledad.
“De pequeña me enseñaron que los tres pilares de la vida eran la familia, el municipio y el Estado”, indica Gloria Muñoz a Infobae España. La actriz considera que, en la actualidad, el consejo que recibió de su madre ha evolucionado. “Hay familias muy distintas”, afirma, pero es contundente al considerar que “se mantiene, culturalmente, la idea de que es algo sagrado”.
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Ambas actrices cuentan que no han tenido ningún conflicto parecido al de sus personajes en la vida real. “Mi madre nos ha inculcado siempre que nos queramos mucho”, afirma Elena Irureta a este medio. La figura maternal es clave, no sólo en sus vidas, también en el largometraje. “La mujer siempre se ha dedicado a cuidar, a preparar comidas, se ha ocupado de la familia, de cuidar a los mayores, a los hijos, a los nietos... son un nexo de unión”, indica la intérprete vasca.
Irureta se emociona al pensar en aquellos que, al ver Los buenos modales, encuentren un punto en común con la historia que ésta presenta. “La primera vez que vi la película montada se me hizo un nudo en la garganta”, dice. Al pensar en la “soledad” que conflictos como el de Rosario y Manuela generan en el entorno familiar, la actriz se pregunta cómo el orgullo conduce a “situaciones en las que te ves sola por no querer dar el brazo a torcer”.
La cinta de Díaz tiene claros tintes almodovarianos. Costumbrismo folclórico entre puñaladas. Tramas familiares dignas de cualquier telenovela local. Tras Mi querida cofradía (2018), la directora vuelve a convertir la idiosincrasia del país en un reflejo social que apela a cualquiera que se haya peleado con sus allegados en una cena o comida festiva.
“Mediterráneas pasionales”
Rosario y Manuela son “personajes que tienen mucha fuerza y mucha garra”, pero que se han quedado “anclados en el pasado”. Tanto Muñoz como Irureta coinciden, durante toda la entrevista, en que las mujeres a las que interpretan en Los buenos modales son un huracán de sentimientos y sentimentalismo. En ocasiones, sus arranques de rabia, de odio o de ternura desmedida pueden traducirse en un velo tupido que les impide ver más allá de sus conflictos internos.
Muñoz considera que esa devoción es la que ha llevado a su generación, y sobre todo a sus madres, “a echarse los problemas que hayan surgido a sus espaldas”, en lo relativo a la familia. “Las mediterráneas, que somos muy pasionales, lo llevamos haciendo mucho tiempo”, afirma. “Mi madre cuidó a mi abuela, que estaba paralítica, y luego a nosotros”.
En la cadena de cuidados se nutre una película en la que la familia, y las generaciones de mujeres que la sustentan, se erige como un pilar clave para confirmar, entre bromas y realidades, que en todas ellas se cuecen habas.
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