Las sombras de las que Platón hablaba en su famosa caverna eran, en verdad, imágenes del último capítulo de Succession. El tercer episodio de la cuarta, y última, temporada de la serie de HBO ha generado una reacción atómica en redes sociales, en grupos de WhatsApp y en conversaciones de barra de bar. Connor’s Wedding prometía, sólo con el título, un infierno de Dante repleto de situaciones tensas en las que todo importaba menos el enlace de un familiar. La realidad del guion fue más dura y volvió a poner de manifiesto que las series de HBO tienen un problema con las celebraciones nupciales. Ellos, como La Húngara, tienen que impedir esa boda y tienen que impedir que sus protagonistas se casen. Sea como fuere. ¡Cuidado, que vienen spoilers!
En la propia Succession, todos los capítulos relacionados con un juramento de amor eterno han terminado en desgracia. Para la audiencia, para sus personajes y para el desarrollo de la trama. Sin embargo, nada se acerca al golpe moral y estético de Connor’s Wedding. Con un inicio dinámico, como viene acostumbrando la temporada, la audiencia ansía conocer qué ocurrirá con la venta del imperio mediático de la familia Roy y con las diferentes tramas bursátiles que nadan entre insultos y ofensas. La complicada agenda de aspiraciones empresariales coincide con la boda de Connor (Alan Ruck) y Willa (Justine Lupe), en un segundo plano. Mientras Shiv (Sarah Snook), Kendall (Jeremy Strong) y Roman (Kieran Culkin) dan vueltas por el barco en el que se celebrará el enlace intentando descifrar los últimos movimientos de su padre, éste está montado en un avión privado de camino a Suecia.
Entre la incredulidad y el shock anafiláctico de ver cómo Logan Roy (Brian Cox) muere en pleno vuelo, los espectadores comprueban que, para HBO, los episodios nupciales son un choque de trenes que descarrilan e incendian todo a su paso. Un poco como los franceses que disfrutan de un vino con queso en una terraza céntrica mientras sus conciudadanos se manifiestan, entre contenedores en llamas, por la polémica reforma de las pensiones en el país galo.
Que otro muerda el polvo
Cuando los espectadores descubrieron que, de nuevo, una unión en santo -o civil- matrimonio derivaba en un llanto desconsolado e inesperado, éstos recordaron la infinidad de episodios nupciales en los que se desvelaron las tramas más rocambolescas de la serie. Pasó en la primera temporada, con el enlace de Shiv y Tom (Matthew Macfadyen); también en el último de la tercera, cuando se descubre un pastel que no era el de la boda de la madre de los Roy.
En la ceremonia de Shiv, Kendall, traumatizado por el rechazo de su padre para heredar la empresa y con la intención de hacerle caer para ocupar su título, termina matando a un camarero al que pidió drogas. El coche en el que ambos iban cae al río y el joven se ahoga, mientras que Kendall sobrevive. Para evitar que se filtre a la prensa, Logan promete que todo quedará entre ellos si deja de presionar a los accionistas para echarle de los despachos de Waystar RoyCo. Para sazonar aún más el asunto, Tom se entera, en su noche de bodas, del affaire de Shiv, que le pide que valore la opción de probar una relación abierta.
Los escritores de la serie debieron considerar que lo anterior no era caldo de cultivo suficiente para generar un ambiente de tensión y drama. En el último capítulo de la tercera temporada, los Roy celebran, bajo el sol de la Toscana, la boda de Lady Caroline Collingwood (Harriet Walter) -madre de Shiv, Kendall y Roman-. Con los rumores de la venta de la empresa al magnate tecnológico Lukas Matsson (Alexander Skarsgård) sirviendo de banda sonora nupcial, los hijos de Logan se enteran, de la forma más cruel posible, de que su padre siempre ha ido un paso por delante de ellos. Un poco a lo Chenoa, cuando ellos iban, Logan ya había estado allí. Para más inri, Shiv descubre que su marido Tom estaba colaborando con su suegro, a quien filtraba todo tipo de información recogida entre conversaciones de almohada.
Bodas de sangre
El instigador de acabar con los anillos y las arras fue Juego de Tronos. Entre corsés medievales, trenzas hechas con una larga melena de color platino, dragones, castillos y tierras, las ceremonias nupciales formaban parte del entramado de un reino en el que las familias pugnaban por el poder. La Boda Roja es, probablemente, uno de los capítulos más traumáticos para los aficionados a la serie, pero no es el único que termina con personajes capitulares muertos. Las ceremonias de Poniente siempre tenían un componente histriónico.
La Boda Roja no recibe ese nombre por el color de las telas que lucirían los novios, más bien por la cantidad de sangre que se iba a derramar en ella. Rob Stark (Richard Madden) había llegado a un acuerdo para casarse con una de las hijas de Lord Walder Frey (David Bradley), pero el amor, el de los cuentos, el verdadero, terminó imponiéndose. Enamorado de Talisa (Oona Chaplin), y prefiriendo compartir lecho de amor con ella durante el resto de su existencia, Lady Catelyn Stark (Michelle Fairley) llega a un acuerdo con Frey para casar a su primo y no a Rob. Cuando parece que ambos consideran el intercambio como válido, los cuchillos se afilan y Rob, Talissa y Catelyn son asesinados.
Le siguió La Boda Púrpura, un episodio que fulmina a uno de los personajes más odiados de la serie, el rey Joffrey (Jack Gleeson). En la ceremonia posterior a su enlace con Margaery Tyrell (Natalie Dormer), Joffrey ríe y sonríe de forma maléfica mientras bebe vino -algo que, aparentemente, había que dominar a la perfección para ser un actor en Juego de Tronos-. Lo del color púrpura, como con La Boda Roja, tiene su explicación. El jugo de uva alcoholizado estaba envenenado. Trago a trago, la bebida fulmina al joven monarca.
La Casa del Dragón, que aborda la vida en Poniente antes de las ceremonias cromáticas, no ha llegado a un nivel tan masoquista en sus encuentros nupciales, pero sí ha heredado su dramatismo, sobre todo en relación al incesto. Cuanto más prima, más se arriman. Los creadores, escritores y guionistas de la plataforma lo tienen claro: sus personajes, ya sean secundarios, protagonistas, dobles o irrelevantes, ni serán felices, ni comerán perdices. Una boda de HBO bien vale una sesión terapéutica.