“No quería que María fingiera su humillación, su rabia. Quería que lo sintiera”, dijo Bernardo Bertolucci tras la violación con mantequilla que Maria Schneider sufrió en el rodaje de El último tango en París (1972). La grabación de la escena, que no estaba en el guion y no contó en ningún momento con el consentimiento de la actriz, expone cómo el sexo y la intimidad en el cine quedaban relegados a la mirada masculina de sus creadores. Ella, con 19 años, no había tenido relaciones sexuales cuando ocurrió. Marlon Brando, su compañero en la pantalla, tenía 47 años. La propia Schneider, cuya vida quedó truncada desde entonces, contó en 2007 que se sintió “humillada” y “violada por ambos”.
“Debí llamar a mi agente o tener a un abogado en el rodaje, porque no puedes forzar a alguien a hacer algo que no está en el guion, pero yo no lo sabía. Marlon me dijo que no me preocupara, que solo era una película, pero durante la escena, incluso sabiendo que no era real, estaba llorando de verdad”, explicó. Aunque sus declaraciones pasaron desapercibidas entonces, adquirieron un tono propio e imprescindible con la explosión del #MeToo en 2017. Las acusaciones de acoso sexual contra el productor Harvey Weinstein -ahora condenado a 16 años de prisión por un juzgado de Los Ángeles y a otros 23 por uno de Nueva York- tambalearon los cimientos de una industria que había permanecido hermética sobre el asunto.
Las actrices empezaron a señalar a los productores, directores o compañeros de rodaje que habían hecho de su trabajo un infierno. Insinuaciones, tocamientos y miedo. Cuando había que grabar escenas íntimas, la situación empeoraba. “Estabas sola y no podías explicar que esa escena no se había acordado de esa manera”, ha declarado recientemente Maribel Verdú en una entrevista en Días de tele. Para evitar lo sucedido en la cinta de Bertolucci, y para garantizar que el sexo es un vehículo más de actuación y no un instigador de pánico, surge la figura del coordinador de intimidad. “Ojalá lo hubiéramos tenido antes”, añade Verdú.
Su labor consiste en supervisar todas las escenas sexuales de un rodaje, comprobando que las personas involucradas están cómodas, que no hay pudor y que hay entendimiento mutuo. También ayudan a los intérpretes a jugar con los movimientos y con las prendas de ropa para cubrir sus genitales en los desnudos. Tras la caída del Hollywood con olor a tabaco, machismo y secretos, este rol, que existía principalmente en el teatro, saltó a la televisión y a la gran pantalla.
En España, Tábata Cerezo y Lucía Delgado decidieron fundar IntimAct, la primera empresa dedicada exclusivamente a la coordinación y creación de escenas íntimas para películas y series. “He rodado muchas escenas de cama y son coreografías medidas al milímetro”, explicaba la actriz de Alba, Elena Rivera, a la revista Esquire. La serie española pone el foco en los abusos sexuales y Rivera ha admitido que la grabación de algunas de sus escenas no fue “fácil”. “Fue un rodaje difícil, sobre todo la jornada de la violación. No queríamos caer en el panfleto ni tampoco en el morbo”, explicaba a la revista. Aquí es donde intervienen los coordinadores de intimidad, asegurándose de que la comodidad y la confianza prime en la pantalla.
Cerezo y Delgado quedaron prendadas de la magia que desprendían las escenas eróticas de Normal People, la serie basada en la exitosa novela de Sally Rooney. Desde entonces, coincidieron en que la naturalidad también había que trabajarla. Lenny Abrahamson, productora ejecutiva de la serie de Hulu, declaró a Los Ángeles Times que, al principio, era reticente a la idea de contratar una coordinadora de intimidad para el rodaje. “Mi miedo era que todo se me fuera de las manos y que al final se colgaran de las lámparas de araña”, admitía.
Con el fichaje de Ita O’Brien, que había entrenado a actores en Sex Education -la exitosa serie de Netflix que aborda las vicisitudes de las relaciones sexuales adolescentes-, todo cambió. “¿Cómo es posible hacer que algo parezca real y, al mismo tiempo, dar a los actores la tranquilidad de que no lo es?”, declaró Abrahamson sobre la labor de O’Brien. Una de las escenas clave es cuando Marianne (Daisy Edgar-Jones) pierde su virginidad con Connell (Paul Mescal). Dura seis minutos y es tan cándida, incómoda y natural como se describe en el libro.
Manipulación y mito del “genio”
Una escena de nueve minutos en Irreversible (2002), de Gaspar Noé, donde se muestra una violación de forma cruda, dura y cruel. “No creo que lo volviese a hacer. Tengo que pensar en cómo esto les afectaría a mis hijas ahora”, declaró Monica Bellucci en 2019 al presentar una nueva edición de la película que protagonizó junto a Vincent Cassel años atrás.
“Fue horrible”, explicó Léa Seydoux al portal The Daily Beast cuando promocionaba La vida de Adèle (2013). La cinta, con una larga escena de sexo lésbico entre Seydoux y su compañera de reparto, Adèle Exarchopoulos, recibió numerosas críticas que consideraban que la intimidad entre ambas partía de la mirada heterosexual de su director, Abdellatif Kechiche. “Era extraño tener un molde falso de tu vulva y ponerlo encima de la auténtica”, desveló. En el primer día de rodaje tuvo que masturbar a su compañera de reparto.
“Nos advirtió que teníamos que confiar en él y dar mucho de nosotras mismas. Estaba haciendo una película sobre la pasión, así que quería escenas de sexo, pero sin coreografía”, explicó al mismo medio Exarchopoulos. La seguridad en escena y el confort de los actores no cuenta para aquellos directores que ponen su mirada, y su concepto artístico, por encima de las virtudes humanas. “La mayoría de la gente ni siquiera se atreve a pedir las cosas que él pedía, y son más respetuosas: te tranquilizan durante las escenas de sexo, y están coreografiadas, lo que desexualiza el acto”, añadía.
Kechiche pedía a sus actrices que se entregasen a todo y que cumplieran órdenes. “Es un genio, pero está torturado”, exponía Léa Seydoux. De haber contado con un coordinador de intimidad que supervisara las escenas de la película, ambas actrices habrían evitado la “manipulación” de la que fueron víctimas.