Yolanda Díaz o la nueva esperanza de la izquierda española

La vicepresidenta segunda del Gobierno, militante del PCE y vinculada a Podemos, anuncia un nuevo proyecto político y advierte de que si se imponen los egos se irá

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La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, participa en la rueda de prensa convocada tras la reunión del Consejo de Ministros. EFE/J.J. Guillén
La vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, participa en la rueda de prensa convocada tras la reunión del Consejo de Ministros. EFE/J.J. Guillén

Las elecciones del 28 de abril de 2019 dejaron a PSOE y Podemos a 11 escaños de la mayoría absoluta. Entre las dos fuerzas sumaron 165 diputados. Eran los tiempos en los que Pedro Sánchez decía sin miramientos que no podría dormir tranquilo si Pablo Iglesias entraba en su Gobierno. Pese a todo, las dos formaciones se sentaron a hablar. En un momento dado Iglesias planteó la posibilidad de dar un paso al lado para desbloquear la negociación. A cambio, Irene Montero se convertiría en la referencia de Podemos en el Ejecutivo.

Cuentan que Montero se negó en todo momento a aceptar tal opción. Cuentan que las posturas encontradas entre las diferentes familias podemitas llegaron a ser insoportables. Cuentan que fue entonces cuando Yolanda Díaz, decepcionada con el papel jugado por Izquierda Unida (IU), formación en la que militaba, decidió, indignada, regresar a sus tierras gallegas, dejar de militar en IU y rumiar lo que entendía como un error histórico de la izquierda.

Díaz se presentó por primera vez a unas elecciones en 2003. Fue elegida concejal del Ayuntamiento de Ferrol en representación de Esquerda Unida. En 2007 la formación aumentó sus ediles y logró formar Gobierno con el PSOE. En 2012 se convirtió en diputada autonómica de la Xunta de Galicia como integrantes de Alternativa Galega de Esquerdas (AGE). En 2019 llegó al Congreso. En esas elecciones de abril tras las que la izquierda jugó mal sus cartas.Siempre de la mano de Izquierda Unida. Hasta que desistió y abandonó su disciplina en el verano de 2019.

Mantuvo, sí, su carné del Partido Comunista de España (PCE). Y lo mantiene. Y lo mantendrá siempre porque, dice, de ahí no se moverá un ápice. Una decisión emocional.

Tras las elecciones generales de abril no se pudo formar Gobierno. Los comicios se repitieron el 10 de noviembre. PSOE y Podemos perdieron fuerza: ya no sumaban 165 escaños; sólo 155. A Pedro Sánchez el insomnio le empezó a dar igual. Las dos fuerzas no tuvieron más remedio que entenderse. Sobre todo porque su pésima estrategia había aupado a la extrema derecha de Vox, que pasó de 24 escaños en abril a 52 sólo seis meses y medio después.

La ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz.
La ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz.

La ministra del salario mínimo

En el primer Gobierno de coalición de la historia reciente de España, Yolanda Díaz fue nombrada ministra de Trabajo. Poco más de una semana después de asumir el cargo, protagonizó un acuerdo fundamental para la vida de muchos españoles: elevar el Salario Mínimo Interprofesional a 950 euros. [Hace un par de semanas, tras una pelea intensa y casi personal con la ministra de Economía y vicepresidenta primera del Gobierno, Nadia Calviño, el Ejecutivo lo ha subido a 965 euros]. Firmó un acuerdo con los sindicatos y la patronal. Sin ruidos, exitoso y sorprendente por su rapidez. Ese es el relato al que ella se sujeta, pero la realidad es que fue la intervención de Pedro Sánchez la que cerró la negociación.

Llegó la pandemia y acordó, acordó y volvió a acordar modelos de supervivencia para los trabajadores afectados, para protegerlos de una debacle de puestos de trabajo destruidos a velocidad supersónica. Dicen que siempre negocia con una sonrisa, con un tono calmado, con muchos datos sobre la mesa, con buenas maneras pero con una energía que termina por achantar a quien tiene delante. Incluso a la oposición. Ya son célebres sus intervenciones en el Congreso, cuando responde a la bancada conservadora con una coletilla que provoca una profunda irritación: “Permítame que les de un dato…”.

No todo son parabienes. Le llueven las críticas de muchos que se han reunido con ella. Dicen que no se prepara los encuentros, que es sorprendente ver a una ministra que se sienta en una mesa sin carpeta ni papeles y que tiene por costumbre decir de forma frecuente que hay temas que sencillamente no le competen. “Se lava muchos las manos”, apuntan dirigentes autonómicos del PP. Quienes la han conocido en profundidad reconocen que cuando no sabe de algo, calla. Sobre todo por inseguridad. Pero niegan que no se prepare los temas. Al contrario, dicen que es obsesa con lo que se trae entre manos.

Yolanda Díaz se convirtió en marzo de 2021 en vicepresidenta segunda del Gobierno. Fue tras la renuncia del líder de Podemos. Pablo Iglesias decidió inmolarse en las elecciones autonómicas de Madrid. Y cuando dejó el Gobierno, exigió más relevancia para Díaz. Peleó Iglesias, hasta entonces vicepresidente primero, para que ese cargo lo ocupara la ministra de Trabajo. Pedro Sánchez le ofrecía la vicepresidencia segunda. Iglesias insistió en la primera. Y Yolanda Díaz habló: no iba a entrar en peleas de sillas, puestos y egos. Vicepresidenta segunda era suficiente.

Un pequeño detalle que marcaba una diferencia: para ella este negocio nada tenía (o tiene) que ver con los puestos. Un pequeño detalle que iba más allá. Significaba autonomía frente a su jefe, al que mandaba callar porque ella estaba allí para otra cosa diferente a escalar. Extraño, porque en una ocasión confesó que sólo había una persona a la que se sentía incapaz de decir que “no”: Pablo Iglesias.

Pablo Iglesias, ex líder de Unidas Podemos, junto a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.
Pablo Iglesias, ex líder de Unidas Podemos, junto a la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz.

De familia sindicalista

De hecho, se resistió a entrar en el Gobierno cuando la izquierda vio zozobrar el control del país tras las elecciones de noviembre de 2019. Recoge una crónica de El País que recibió una llamada del entonces líder de Podemos para comunicarle que le acababa de proponer a Sánchez que la nombrara ministra de Trabajo. Díaz, enfurruñada por la estúpida estrategia de la izquierda, que en seis meses había perdido mucho poder en el Parlamento, dijo que no. Pero Iglesias, cuenta la misma crónica, utilizó la ironía: “¿Eres comunista? Pues entonces estás a disposición del partido”.

Ella, nacida en Fene (La Coruña, 1971), proviene del mundo del sindicalismo. De la negociación, la transacción y la huelga cuando ya no se puede más. Su padre, Suso Díaz, es un histórico de Comisiones Obreras, el sindicato vinculado al Partido Comunista. Ella nació al lado de los astilleros de Navantia, donde se mamaba movimiento obrero. Licenciada en Derecho y experta en relaciones laborales –entre otras cosas– ha ido conquistando un espacio en una izquierda huérfana, desvencijada, hastiada y paralizada por el ascenso de la derecha.

Quizá tenía razón y la vicepresidencia segunda ha sido suficiente. No necesitaba la primera para convertirse en la líder política mejor valorada de España. Lo dice la última encuesta del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), que le da 4,6 puntos sobre 10. No llega al aprobado, pero está por encima de Sánchez (4,5), de Pablo Casado (PP, 3,4), de Santiago Abascal (Vox, 2,7), de Inés Arrimadas (Ciudadanos, 3,6) y de Íñigo Errejón (Más País, 4,2). Desde que ella es, a ojos del electorado, la cara visible de Podemos, la formación ha subido en las encuestas. En la última, dada a conocer por el CIS el 16 de septiembre, la intención de voto de Podemos era del 11,3%, frente al 10,6% del sondeo anterior, de julio.

Con la salida de Iglesias de la escena política –si bien su influencia se mantiene desde los diferentes medios de comunicación en los que participa–, Ione Belarra, a la sazón ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, se hizo cargo de Podemos. Pero la líder de facto, la líder frente a los ciudadanos es Yolanda Díaz.

Sus maneras, su discurso, sus políticas, están dejando un reguero de simpatía y, sobre todo, de esperanza en un sector de la izquierda que no se identifica con el PSOE pero tampoco con la beligerancia, radicalidad e incluso “mala educación”, como explica un ex dirigente de la formación, mostrada por Podemos. No grita, sonríe y no parece continuamente malhumorada. “Quizá es aquello que estábamos esperando algunos que nos decepcionamos en su momento. El color de Podemos es el morado, no el rojo. Nosotros no fuimos morados para volver a ser rojos”, comenta este antiguo diputado autonómico de la formación fundada por Iglesias.

Yolanda Díaz en una comparecencia en La Moncloa.
Yolanda Díaz en una comparecencia en La Moncloa.

Un paso al frente

Esta semana, Yolanda Díaz ha entrado en campaña. Siempre reacia a mostrarse como una potencial candidata de Podemos a las próximas elecciones generales, ha empezado a dejarse querer. Pero los críticos dicen que lo ha hecho con una dosis de soberbia que delata su estrategia: o ella o el caos.

Con parte del electorado a la expectativa, Díaz ha lanzado un órdago: “Si hay ruido, es probable que me vaya”. No quiere puestos orgánicos, pero tampoco griterío a su alrededor. ¿A qué se refería? Al liderazgo en Podemos: “No es un proyecto de Yolanda Díaz, no va de nombres y no creo que se trate de una suma de partidos ni una suma de egos; la protagonista es la sociedad (...). Estoy rodeada de egos. Nunca me he peleado por estas razones ni lo voy a hacer... como suceda esto o existan ruidos es probable que yo me vaya”.

Ese “es probable que me vaya” ha sido interpretado en Podemos como una amenaza intolerable, como acto de soberbia y, precisamente, del ego y el ruido que la propia Díaz critica. Incluso, como un mensaje a Iglesias y a Errejón: que no se metan, que está de acuerdo en dialogar, pero sin discutir. O se acepta, o se va.

A esto se suma que su relación con la dirección de Podemos tiene puntos de fricción. No se lleva mal con Ione Belarra ni con Irene Montero, pero sí se atisban celos, apuntan personas que conocen bien el entorno. De hecho, apuntan, Díaz entiende que el partido es necesario, pero a ella le interesa el proyecto. Lo otro es un instrumento. En cualquier caso, ambos saben que se necesitan.

Ella sabe que no es la líder orgánica, pero también que es la que ha llegado a la gente. Hasta tal punto ha crecido su carisma que algunos cargos del PSOE no ven con malos ojos “abducirla” para que lidere algún proyecto del partido: en Galicia, por ejemplo. Esto pese a sus enfrentamientos abiertos con miembros del Gobierno. Tuvo peleas con José Luis Ábalos, ex ministro de Transportes, y los ha tenido con María Jesús Montero, ministra de Hacienda.

Ella, ya en campaña, repite como un mantra: “Voy a escuchar a todo el mundo y a trabajar para que en mi país no gobierne ni la derecha ni la extrema derecha”. Esto lo decía hace pocos días, el 30 de septiembre. Y lanzaba, en la línea de esas críticas que recibe Podemos por su actitud hosca, brusca, que: “El feminismo, el machismo y las formas en la negociación no tienen que ver con hombres y mujeres. Son formas que son masculinas. Yo negocio a veces con mujeres que tienen unas formas que no comparto en absoluto”.

Líneas rojas

Es aquí donde deja ver su esencia. No considera que “una negociación sea buena cuando es muy intensa y se juega en el límite”. Añade que “es un error una política masculinizada hasta el extremo de jugar siempre al límite”, rechazando las “líneas rojas” permanentes que entorpecen los diálogos. Hay quien ha vinculado esto a la negociación de Presupuesto en el seno del Gobierno. Pero hay quien lo vincula, precisamente, al liderazgo interno.

Díaz habla de aglutinar a la izquierda, de un proyecto nuevo ajeno al PSOE, pero inclusivo con muchas corrientes que en la etapa de Pablo Iglesias fueron laminadas. El caso más evidente es el de Íñigo Errejón, cuya formación se convirtió en la segunda fuerza política en la Comunidad de Madrid tras las comicios del pasado 4 de mayo. Un Errejón que de ser el número 2 de Podemos pasó a estar defenestrado. Por lo mismo que critica Díaz: las líneas rojas, las imposiciones y las purgas que durante mucho tiempo han calcinado Podemos. Pero ella quiere a la gente de Errejón y menos a él.

Anuncia un frente amplio, inclusivo y, sobre todo, “a favor de los mujeres diversas, alegres y combativas”. Lo anunció hace una semana en los actos del centenario de la fundación del PCE. Lo repitió este mismo viernes. Y eso ha hecho temblar a Podemos, pero también ha provocado que muchos se arrimen a la que se considera la nueva esperanza de la izquierda española. Una mujer con una habilidad innata para dominar la comunicación, controlar los tiempos mediáticos y entablar diálogo con los ciudadanos a través de los medios. Ha dado un paso al frente. Con condiciones: sin lucha de egos. De lo contrario, se volverá a Ferrol. Con su marido y su hija. A su casa. De donde un día la sacó Iglesias para que asumiera como ministra de Trabajo. Porque al final su no fue un sí. Porque a él es al único al que no le puede decir que no. Pero ahora él no está, y ella, sin cargos orgánicos, acapara todo el protagonismo. Las elecciones son, a priori, en 2023. Díaz ha puesto la pelota en movimiento.

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