La noche del 13 de noviembre, viernes, Isabel Díaz Ayuso estaba en una fiesta en el barrio de Prosperidad de Madrid. En mitad de la música, las copas y los bailes, llegó la noticia de un atentado en París. El foco se puso en el ataque terrorista en la discoteca Bataclán. Ella, entonces una joven que se manejaba con soltura en las redes sociales y empezaba a moverse con destreza en los escenarios secundarios del Partido Popular, comenzó a argumentar. En uno de los corrillos de aquella fiesta, Díaz Ayuso, inquieta, menuda y avispada, debatía con pasión, con firmeza, incluso con cierta intransigencia.
Su carrera política, entonces, se movía en las entretelas de un Gobierno, el de Cristina Cifuentes, donde poco protagonismo podía tener. Cuando, un año antes de las elecciones a la Comunidad de Madrid de 2019, Cifuentes dimitió, acosada por el escándalo de un máster que la sentó en el banquillo de los acusados y del que ha salido judicialmente ilesa, Díaz Ayuso era, políticamente, poca cosa. En febrero de 2019, Pablo Casado, recién elegido presidente del PP tras la caída de Mariano Rajoy, tomó la decisión de designarla candidata a la presidencia de la Comunidad provocó un estupor como pocos recuerdan en Madrid.
La decisión de Casado de colocar a una de sus mejores y más fieles amigas se interpretó en los primeros días incluso como una rendición: el PP daba por perdida la Comunidad, un Gobierno que mantenía sin interrupción desde 1995. Las descalificaciones personales a la periodista Díaz Ayuso fueron, en privado, la tónica general de los mentideros de Madrid. Por contra, en el Ayuntamiento se presentaba a un candidato, José Luis Martínez-Almeida, solvente, sólido, preparado. Un abogado del Estado frente a una aprendiz cuyo mérito principal, se exprimía al máximo para descalificarla, era haber gestionada la cuenta de Twitter de Pecas, el perro de Esperanza Aguirre, ex presidenta de la Comunidad. Lo cierto es que también fue vicenconsejera de Cifuentes y coordinadora de las redes sociales del PP de Madrid. Pero eso se obvia.
Victoria por los pelos
Su campaña fue un horror; su discurso, pobre; su dialéctica, mediocre; sus mensajes, inexistentes, básicos. El resultado, un desastre. Un PP desgastado por años de corrupción, que ya gobernaba la Comunidad con el apoyo de Ciudadanos, bajaba de 48 a 30 diputados en una Asamblea autonómica con 134 escaños. Es decir, poco más del 22,7% de representación. Pero fue suficiente. La suma de PP, Ciudadanos y Vox permitió a Ayuso encumbrarse hasta la presidencia del Gobierno de Madrid por obra y gracia de un sólo escaño de diferencia frente a las formaciones de izquierda.
En agosto de 2019 Ayuso llegó al poder. Cada día había una anécdota, una intervención desacertada, un problema menor que se le convertía en mayor y, sobre todo, una nula actividad política: ni una ley, ni una iniciativa. Mucho menos unos presupuestos propios con los que abordar, hasta 2023, una legislatura en coalición con Ciudadanos.
Ayuso tomó a comienzos de 2020 una decisión que ha sido clave en su carrera política: designó a Miguel Ángel Rodríguez jefe de gabinete. Rodríguez, conocido como MAR, fue jefe de comunicación de Aznar cuando el ex líder del PP alcanzó el Gobierno de España en 1996. Después fue su secretario de Estado de Comunicación y más tarde pasó a la tranquilidad de la vida privada. Polémico, provocador, inteligente, agudo, excesivo para lo bueno y para lo malo, Rodríguez aceptó el cargo. No por una necesidad económica, sino por un cariño real hacia Ayuso -a quien ya había asesorado en la campaña que la llevó a gobernar y a la que consideraba un diamante en bruto que él podía pulir- y por el reto personal de demostrar que seguía siendo el mejor.
MAR llegó a Sol, sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, a comienzos de 2020. Poco antes de la pandemia. Cuando España entera quedó confinada, cuando el Gobierno central se sentaba con los responsables autonómicos, cuando Sánchez recibió el apoyo casi unánime de las fuerzas políticas españolas para hacer frente a la tragedia que se avecinaba, se empezaron a atisbar las primeras señales de transformación en Díaz Ayuso.
Enfrentamiento con Sánchez
En las reuniones semanales en las que Sánchez coordinaba con los presidentes autonómicos la estrategia de lucha contra el Covid-19, ella se mostraba displicente y casi insolente. En algunas ocasiones llegó tarde o pidió intervenir la primera o la última para acudir a Barajas a recibir material sanitario: mascarillas, respiradores… Empezó a combatir en plena pandemia al presidente del Gobierno. Se convirtió en su verdadera oposición. Más importante aún es que así la fueron viendo los ciudadanos: el muro de contención al Gobierno de PSOE y Podemos.
El culmen fue una cumbre entre Ayuso y Sánchez en la Puerta del Sol el 21 de septiembre pasado. Tras el encuentro, los dos comparecieron ante los medios flanqueados por dos decenas de banderas de España y Madrid. Habló el presidente en tono conciliador. En su turno, Ayuso no ahorró ni media crítica a Sánchez, marcando otra vez el territorio o mostrando lo que unos calificaron como falta de respeto y otros como valentía.
Ahí empezó a independizarse, a convertirse en una política con identidad propia y dejar atrás la etapa de ‘amiga’ de Casado, designada a dedo y a última hora para ‘perder’ la Comunidad de Madrid. Pero la mejor jugada de Ayuso se produjo en marzo de este mismo año. PSOE y Ciudadanos protagonizaron un esperpento en Murcia. Presentaron una moción de censura contra el presidente del PP que no sólo terminó en fracaso, sino se convirtió en el inicio de la desintegración de Ciudadanos. Al hilo de este ridículo, Ayuso decidió adelantar elecciones en Madrid.
El gran triunfo
Ella gobernaba en coalición con Ciudadanos y con el argumento de que si le planteaban una moción como en Murcia perdería el poder, disolvió la Asamblea y firmó el decreto que marcaba el 4 de mayo como la fecha clave para su futuro: o triunfaba o moría en la orilla. Díaz Ayuso pasó esa anoche histórica de 30 a 65 diputados. Al borde de la mayoría absoluta, no sólo provocó la desaparición del escenario político de Ciudadanos, sino que liquidó a Pablo Iglesias, hasta dos semanas antes vicepresidente del Gobierno de España, líder de Podemos y candidato a la Comunidad. Iglesias consideró que él era el único capaz de frenar el ascenso de Ayuso y la ultraderecha de Vox. Su batacazo fue estrepitoso. Dimitió esa misma noche. Ella, que en la campaña dijo que España le debía una por sacar a Iglesias del Palacio de la Moncloa, escupió sobre el cadáver del ex líder de Podemos: “Ahora España me debe dos”. Iglesias no sólo no movilizó a sus votantes, sino que consiguió el efecto contrario: que la izquierda se queda en casa y la derecha se activara.
Y ahí, cuentan los asistentes, se produjo una de los mayores fricciones entre MAR y Génova, reconocidos enemigos íntimos. Rodríguez, cuentan algunos testigos, defendió que Ayuso saliera sola al balcón de la sede del PP donde se celebran tradicionalmente las grandes victorias electorales. El partido quiso aprovecharse de su victoria y ordenó que además de Casado, salieran con Ayuso otros cargos del PP de Madrid. La bronca fue mayúscula. Hablan de insultos gruesos. Era la escenificación de un divorcio oculto.
Ayuso llevaba meses siendo más oposición al Gobierno de Pedro Sánchez que su jefe de partido. Era más dura, más contundente, más temeraria, incluso. En el PP, el entorno de Casado dejaba hacer y, en secreto, algunos deseaban que no pudiera sumar para gobernar Madrid, al tiempo que sabían que eso arrastraba también a su jefe: Ayuso era una apuesta de él. La presidenta ganó las elecciones con una estrategia sencilla: libertad, libertad y libertad. Contrapuso este concepto al de comunismo, se negó a cerrar los locales, a controlar más que otros los horarios y a implementar medidas que ella consideraba represoras para combatir la pandemia. Madrid, cierto, era una ciudad abierta, pero con unos elevados índices de contagio. Es más, se vendió que el crecimiento económico de Madrid era incomparable con el del resto de comunidades de España. Los datos no indicaban eso tampoco, pero el mensaje, como la lluvia fina, caló profundo.
Ayuso se convirtió en un fenómeno y, tras la noche electoral, en la nueva lideresa de facto del PP en Madrid. Desde entonces, sus acciones han ido siempre por delante de las de Casado. Las intervenciones del presidente del PP siempre llegan más tarde que las de ella. Su agenda siempre marca la de él, sus intervenciones siempre tienen más presencia que la de él, los ritmos del partido, al menos en Madrid, los marca ella y a él parece estar ausente.
Todo el poder
La última gran pelea interna ha estallado esta misma semana a raíz del congreso que debe elegir al presidente del Partido Popular en la Comunidad de Madrid. Un puesto que desde la dimisión de Cifuentes ocupa de forma interina el senador Pío García Escudero. Ayuso filtró días atrás que se presentaría al cargo. Este mismo viernes lo reconoció en público con un discurso que deja claro que quiere todo el poder y, como mucho, se portará bien con Martínez Almeida, alcalde de Madrid, número 3 del PP nacional y previsible candidato al gobierno de la ciudad dentro de dos años. Dijo que “tendrá las manos libres”, que es como decir que podrá hacer sus listas electorales. O al menos un poco. Dijo al más, que cuenta con el apoyo para ser presidenta del partido. Almeida no oculta en privado su malestar con la presidenta de la Comunidad, y de ser una clara opción para presidir el PP de Madrid ha pasado a ocultarse entre bambalinas para no hacer ruido. “Ahora no toca”, responde cuando le hablan de la batalla por Madrid.
Ser presidenta del PP de Madrid es clave para su devenir político. Ayuso controla un presupuesto anual de 20.000 millones de euros y es dueña y señora de dar y quitar cargos públicos. La provincia de Madrid tiene 179 municipios. Eso significa muchos alcaldes, concejales, cargos de confianza. Cuando el PP perdió las primeras elecciones nacionales de 2019, los conservadores se quedaron con 66 diputados, la mitad de los que tenían. Hubo que colocar a muchos cargos de confianza y la Comunidad de Madrid fue uno de los espacios donde encontraron cobijo. Ayuso sabe que ser presidenta es controlar las listas electorales de cara a los comicios municipales y autonómicos de 2023 y, sobre todo, contar con muchos compromisarios en el Congreso Nacional que elige al presidente nacional del partido.
Hoy por hoy Ayuso no va a arremeter contra Casado. Pero si ella triunfa en las elecciones de mayo de 2023 -se da por hecho alegremente que bajará escaños porque tiene mucho voto prestado de electores enojados con el PSOE- y Casado fracasa en las generales que deberían ser -si no se adelantan- en otoño de ese mismo año, Ayuso activará el modo líder nacional. Eso es lo que temen en Génova -calle donde se ubica la sede central del PP- y por eso están tratando de evitar que Ayuso acapare todo el poder.
Por lo pronto, el congreso en Madrid no se ha convocado y no se espera que se convoque hasta la próxima primavera, ya en 2022. Además, se lanza por activa y por pasiva que la fórmula actual, con un equilibrio de poderes, es la adecuada: ella presidenta de la Comunidad, Almeida alcalde de la ciudad y una tercera persona, al frente del partido. Ella argumenta, con razón, que todos los presidentes autonómicos que tiene el PP controlan el partido en su región: sucede en Galicia, en Murcia, en Castilla y León, en Andalucía…
Madrid es diferente
Pero el caso de Madrid, dicen en Génova, es diferente: Madrid tiene más dinero, controla más puestos con los que comprar voluntades y presenta más compromisarios al Congreso Nacional. Dejar camino libre a Ayuso es crear un problema a Casado. La diferencia es que Ayuso tiene estrategia porque tiene un estratega, MAR, dicen en el PP. Mientras Casado no tiene estado mayor, va a golpe de titulares y mensajes prefabricados y no conecta con la gente como conecta Ayuso. Sólo se ampara en un desgaste evidente del Gobierno de Sánchez, en unas encuestas muy positivas y en un cambio de ciclo que, hoy por hoy, lo situaría en La Moncloa.
Las cosas han cambiado hasta el punto de que antes del verano el propio Casado y su lugarteniente Teodoro García Egea daban por hecho en privado que lo lógico era que Ayuso fuera presidenta del PP de Madrid. Esta misma semana, Casado ha eludido apoyar a la candidata y en un encuentro en el que estaban presente él, ella y el alcalde de Madrid, ha alabado a los dos. La búsqueda frenética de una tercera vía no va a frenar los ímpetus de Ayuso. Una Ayuso que, casualmente, estará de tour por Estados Unidos cuando su jefe de filas emprenda un recorrido triunfal por España en la próxima Convención Nacional del PP. Casado recorrerá todas las comunidades donde gobierna la derecha y presentará en valencia, los días 2 y 3, su proyecto de país. Estarán presentes los ex presidentes Aznar y Rajoy. Quizá Ayuso llegue al último día, pero, a día de hoy, su viaje a Estados Unidos es más importante que el recorrido triunfal de su jefe y ¿amigo? Un viaje que tiene aperitivo en Milán, donde el lunes le dan el Premio Llama de la Libertad. Por su gestión de la pandemia.
Ayuso ya no es aquélla candidata de 2019 que todos menospreciaban; la apuesta para perder. Paso a paso se ha ido convirtiendo en la política que domina el escenario de la derecha española por encima del hombro de Casado. Un diamante en bruto, como ya advirtió MAR. La pelea sigue.