“Los enamorados inventan proezas/ Desatan pasiones, murmuran promesas/ Adoran la vida, comparten helados/ Los enamorados. // Los enamorados se miran de frente/ Caminan despacio, se besan de lado/ Ocupan el mundo, se prestan el alma/ Los enamorados// Los enamorados son cuerpos sagrados/ Oigamos el himno que cantan callados// No me dejes nunca, no me dejes solo// No me dejes…”
La charla entre Jairo y María Julia Oliván en el Teatro Coliseo iba a dejar, sin querer, un registro histórico, una canción elegida por el cantante para el amor de su vida. La periodista le había pedido que le hablara del último tema que le cantó a la madre de sus cuatro hijos, y en vez de eso, él hizo una interpretación en vivo que la emocionó hasta las lágrimas. “No es la última que le canté, pero es una que sé que le gusta mucho, tiene cierto aire francés. Creo que por eso le gusta, porque para ella la época que vivió en Francia fue la más feliz, porque era la crianza de los chicos”, le dijo.
No podían saberlo: Teresa Sáinz de los Terreros moriría al día siguiente, tras casi una década de “una lucha desigual” contra el EPOC Gold. Como en un anticipo del destino, la conversación que hoy cierra la segunda entrega del ciclo Confesiones, fue un repaso catártico de la familia y la pasión a prueba de todo que Jairo construyó con quien fue su musa y su mujer por 50 años, y también de los miedos y el enojo por la enfermedad que se la llevó, pese a la incondicionalidad más absoluta con que se acompañaron hasta el final.
La periodista respondió a su vez con la honestidad de quien también se confiesa, en un contrapunto en el que habló de la incertidumbre, los dolores y desafíos de la maternidad deseada y desafiante que le impuso el diagnóstico de su hijo Antonio con TEA a los dos años. Y en ese ida y vuelta, dos que no se conocían más que de cruzarse en algún programa, se conmovieron, se rieron, y se encontraron con más cosas en común de las que esperaban.
Jairo: —¿Cómo estás?
María Julia: ––Hola Jairo. Bien, dentro de lo que se puede. Nos ha tocado estar un año y medio como nunca antes en la vida.
J: —Tremendo. Desde que era niño no he dejado de cantar nunca, y es la primera vez que tuve una interrupción así, tan grande.
MJL: —Pero lo sostuviste en tu casa.
J: —Mirá, un poco de todo. Porque yo pinto también, y cuando empezó la pandemia y vi que se prolongaba, me compré bastidores, pinturas, telas, cartones y tablas para pintar, y dije ¡ésta es la mía!, ese entusiasmo me duró un mes, empecé a pintar un cuadro y se me empezó a pasar... Y empecé otro, por si era el cuadro éste que no terminaba de arrancar y no, era que yo estaba empezando a desinflarme.
MJL: —Claro, como todos. ¿Cuál es el primer dolor y la primera alegría que recordás?
J: —Yo he sido un chico muy feliz. La primera impresión de tristeza que tuve fue la muerte de un tío muy entrañable. Yo era muy chiquito y la muerte no era algo que tenía presente. Ver por primera vez el dolor que conlleva la muerte, a mis primos, gente que quería mucho y veía todos los días. Y la primera gran alegría fue cuando ganamos un campeonato de fútbol con el club del barrio. Éramos muchos chicos en esa cuadra, y vivíamos en la calle, en calles de tierra donde el agua corriente y la electricidad llegaban hasta la esquina de mi casa y nada más, el resto era con lámparas a kerosene y farol de sol de noche. Campo, un barrio de obreros, de ferroviarios.
MJL: —¿Tu papá era ferroviario?
J: —Sí, mi viejo trabajaba en un depósito de locomotoras, la aspiración máxima de los tipos, de la gente, llegar a trabajar en el ferrocarril.
MJL: —Claro. Pensaba mientras hablabas, que el primer recuerdo de la muerte que tengo en mi niñez, mi papá tenía una carnicería en Monte Grande, y siempre me enseñaba a ayudar en el barrio, que también era un barrio trabajador, y yo era chiquita y había un tal Coco que vivía en la calle, y me mandaba siempre a llevarle un sándwich o un café con leche. Y un día voy, porque le dolía la pierna a Coco, y al otro día había fallecido… Y la alegría era cuando se cerraba el negocio. A mi papá le gustaba mucho el tango y se ponía a cantar fuerte. Cantábamos como escenificando un teatro, eso de la música que te lleva a otro lado. Era nuestro juego, ese rato que no trabajaban, que era muy poco, era muy alegre. ¿Vos en ese momento no querías ser ferroviario?
J: —Sí, yo pensaba que ser ferroviario era ser feliz, porque veía a mi viejo que se iba a la mañana tempranísimo, sonaba un pitido de una sirena y era entrar a los talleres. Cruz del Eje era una estación que tenía talleres donde se fabricaban vagones, la ciudad giraba alrededor de eso.
MJL: —¿Y qué día dejaste de pensar que ser ferroviario era lo mejor que te podía pasar en la vida y empezaste a pensar en algo tan loco para un niño de ese barrio como ser una estrella de la canción?
J: —Y… mi maestra, que tuvo la locura de proponerme cantar en una fiesta, y yo no sabía nada, no sabía que sabía. Se había enfermado un chiquito que tenía que cantar y vino derechito a buscarme en el patio; las maestras son las que detectan ese tipo de dones…
MJL: ––¿Cuántos años tenías?
J: —Tenía 7 años.
MJL: —¿Pero fuiste a aprender música?
J: —Guitarra, a partir de los 11. Pero no dejé de cantar más desde esa canción popular mexicana, de Tomás Méndez, que es como “Luna tucumana” nuestra del folklore, que se llama “Cucurrucucú paloma”.
MJL: —¡Pero esa es la que tenés que levantar el tono!
J: —Sí, hace como un falsete.
MJL: —Claro, y te salió perfecto.
J: —Estuve practicando un montón, no tenía idea. Mi viejo había construido una habitación nueva; mi casa la construyó mi papá con la ayuda de los hermanos, de sus vecinos, amigos, y entonces iba agregando habitaciones. Y ahí creo que descubrí el sonido de mi propia voz, porque me encerraba en esa habitación vacía, que tiene una reverberación natural que te hace escuchar tu propia voz, te la devuelve, y no es que me enamorara mi voz, sino que me fascinó el hecho de cantar. Pero también me dejó muy en evidencia que no quería cantar en público: me encerraba, cerraba la puerta con llave.
MJL: —¿Sí? ¿Frente a tu familia tampoco?
J: —No, con nadie. Me daba vergüenza.
MJL: —Lo que no entiendo es cómo después pasaste toda tu vida en los escenarios más populares del mundo, ¿cómo diste vuelta totalmente esa característica?
J: —No es que perdiera la timidez, sigo siendo tímido, es una característica personal, no lo puedo evitar. Pero fui ganando confianza y descubrí que en el escenario era muy feliz.
MJL: —Pero la gente te iba a ver. Vos tratas de no mirarlos...
J: —No, yo soy miope, no estoy operado… Además con las luces de frente no ves el público, entonces lo único que hacés es escuchar sonidos, murmullos, alguien que grita algo, sino es muy intimidante.
MJL: —¿Y tus papás aceptaron cuando les dijiste que ibas a ser cantante o dijeron “te vas a morir de hambre”?
J: —Les encantó. Mis padres tuvieron una cosa muy importante, no se involucraron nunca en mi carrera, mi papá nunca fue mi representante por ejemplo, ni aun cuando empezaba. Muchos años después, un día que pasé por Cruz del Eje, me quedé con mi mamá y cuando me despedía de ella, que estaba enferma, le dije: “¿Cómo fue que me dejaron ir así, tan chiquito?”. Yo me fui a los 14 años a Buenos Aires.
MJL: —¿Y dónde paraste?
J: —En una casa de familia, en una habitación que alquilaba. Yo venía a cantar a Buenos Aires, porque me contrató un canal de televisión.
MJL: —Así de una, a los 14 años.
J: —Sí, me escucharon y me trajeron.
MJL: —¿Y te sentías sólo ahí, en ese cuartito?
J: —Muy solo, lo pasé bastante mal, pero el momento de cantar era…
MJL: —¡La gloria!
J: —Sí, aparte el programa que hacíamos era un programón. Se llamaba La escala musical. Varios de los cantantes que debutamos ese año después hicimos carreras prolongadas en el tiempo, Sandro con los de Fuego, el Negrito Heredia con Los Gatos Salvajes; en un concurso, el Flaco Spinetta cantó Sabor a nada, de Palito Ortega, que tenía la misma edad que yo… Y vos, ¿escribías cuando eras chiquita?
MJL: —Lo primero que escribí, fue una poesía para mi mamá, tenía una maestra, la señorita Regina, que era profesora de literatura, pero era mi maestra de tercer grado, después todos votamos para tenerla en cuarto también, y ella nos enseñaba a escribir. Mi papá también, siempre me escribía cartitas, iba a trabajar, pero me dejaba algo escrito, y me encantaba lo que escribía. La carta que me quedó más grabada después de su muerte decía: “cuando te veo es fiesta en mi corazón”.
J: —Ah, muy tierno.
MJL: —Sí, siempre nos escribía cosas así a mí y a mi hermana. Y yo siempre fui muy ansiosa por resolver qué hacer, muy responsable, no me parecía ubicado estar paveando. A los 14 o 15 años me tomé en serio el hecho de elegir qué hacer, qué estudiar, incluso empecé a trabajar, tuve millones de trabajos.
J: —Antes de llegar al periodismo.
MJL: —Y llegué al periodismo a los 19. Mi papá me había regalado un grabador así grande que tenía un cassette, y yo ya ahí empecé en un canal local, franquera en TN, en el diario de Lomas de Zamora, en La Nación, empecé a buscar por todos lados y empecé en gráfica, todavía escribo. Me encantaría escribir ficción; siempre escribo relatos, y no sé si es lo que te pasa con la música, pero cuando escribo alguna cosa dura que me esté pasando, es como que lo sano. Después digo, lo está leyendo un montón de gente, porque lo escribo en Instagram, yo tengo un portal.
J: — Estás compartiendo algo tuyo.
MJL: —Claro, como que te desnudás. Me nace porque pienso que del otro lado hay alguien que está pasando también ese dolor y se siente acompañado. A mí me costó mucho ser mamá, tener un hijo, tuve tratamientos, y a los dos años me dieron un diagnóstico de que mi hijo tenía autismo. Entonces ahí, yo, que estaba todo el tiempo publicando cosas de él, porque era la felicidad –es la felicidad más grande que tuve en mi vida–, me dan éste diagnóstico que uno no sabe bien qué es ni qué le depara el destino, y empezás a tener que convivir y hablar y relacionarte con un montón de gente que tiene que darte apoyos. Y yo ahí dejé de contar un poco sobre mi hijo y después resolví hacer de eso una experiencia de comunicación, contarlo para sanarlo y decirme que estaba todo bien con lo que me pasaba. Uno va surfeando las olas con todo, trabajos, proyectos, pero hay momentos en que la vida te para, te tenés que quedar un poco en la orilla y ver qué hacés con ese dolor, cómo lo procesás. Yo dejé de trabajar en televisión para estar ahí, al lado de él. ¿A vos qué te pasó con el dolor de la enfermedad de Teresa?
J: —Es algo que se veía venir, ella era una gran fumadora, toda la familia de Teresa tiene eso, y toda la familia de ella ha tenido problemas en ese sentido.
MJL: —¿Y vos alguna vez le advertías?
J: —Sí. Llegué a pensar en decirle: “Creo que me voy a ir, nos vamos a separar para que vos dejes de fumar, si no dejás de fumar, me voy”.
MJL: —¿Y qué te dijo?
J: —Que no podía. Y lo intentó varias veces, además. Es algo muy fuerte, alguna vez estuvo bastante tiempo sin fumar, y de repente la veo fumando de nuevo y le digo: “¿Por qué fumás de nuevo?”. Me dijo que sólo quería mostrarme que podía dejarlo, o sea, una típica frase de fumador.
MJL: —Sí, que lo puede dominar, de adicción en general.
J: —De adicción en general, le pasaba a Sandro, yo le decía: “¿No estás fumando ahora, no?, y me dice: “No, mirá Jairito –me decía–, estoy fumando unos cigarrillos que venden que son chiquitos, finitos”. Le digo: “Pero es lo mismo”. Sí, sí, pero es como decir “bueno, no me va hacer nada”.
MJL: —¿Pero vos estabas dispuesto a dejar a tu mujer por el cigarrillo?
J: — No, por supuesto que no. Era como una amenaza llena de amor, digamos.
MJL: —Porque fue tu gran amor, tu gran compañera.
J: —Sí, claro. Aparte te digo una cosa, yo aprendí cuando era adolescente que no había nada más glorioso que darle un beso a una chica que fumara.
MJL: —¿Estaba de moda?
J: —Sí, para mí era una cosa tremenda.
MJL: —¿Y cuándo le diste un beso por primera vez a Teresa? Dijiste que iban al cine, que iban a comer, charlaban, jugaban a los dados.
J: —Enseguida, pero no éramos novios.
MJL: —Bueno, pero tampoco eran amigos así nomás.
J: —Éramos amigos.
MJL: —O sea, eran muy liberales…
J: —No sé si éramos liberales o inconscientes, no sabíamos muy bien cómo era el asunto, pero teníamos muchas cosas en común.
MJL: —¿Cuál fue el secreto para tantos años de amor?
J: —Tener una convivencia muy natural, muy común, compartíamos absolutamente todo.
MJL: —Vos te fuiste del país a trabajar, pero volviste, hay mucha gente que está planteándose irse, jóvenes.
J: —Sí, muchos, los entiendo. A mí se me ofreció una oportunidad en bandeja, grabar un disco en España, y me fui, ¿vos por qué te fuiste a España?
MJL: —También fui contratada para hacer un programa que estaba haciendo en Telefe y se llamaba La liga. Nos iba muy bien y había una versión española, hacíamos los distintos aspectos de la noticia, las historias de vida. También de cuando el equipo médico forense fue a buscar los restos de las personas fusiladas en los montes de Galicia en la Segunda Guerra.
J: —Para los españoles era muy fuerte eso, porque la historia de la post guerra se quedó como algo muy secreto, recién ahora ha salido a la superficie, es el único fallo que tenía el pacto de la Moncloa. Los franceses tampoco hicieron nunca su mea culpa con la guerra de Argelia, o sea que en todas partes se cuecen habas. Acá ayudó mucho, por lo menos a mí me dio la impresión, cuando vine a cantar en los prolegómenos de la democracia... en el cierre de Raúl Alfonsín, y eso me mostró que había una predisposición a aclararlo todo, a empezar de nuevo. Fue una oportunidad para la Argentina, lamentablemente desperdiciada en muchos aspectos, pero fue una oportunidad única.
MJL: —Y este año y medio de pandemia, ¿cómo fue convivir con la internación domiciliaria de Teresa? Porque vos sos un cantautor famoso, que se nutre del cariño del público y de golpe estuviste un montón de tiempo en tu casa conviviendo con eso que debe ser una de las cosas que más te duele, ¿no?
J: —Sí, pero, por un lado, estuvo bien eso de quedarme, no moverme de ahí, estar todo el tiempo. Mi casa nunca se cerró del todo, porque la internación domiciliaria no lo permitía; tenía que entrar la enfermera, el enfermero, fonoaudiólogos, distintos profesionales, médicos, tenían que traer oxígeno, tenían que entrar proveedores. No era una casa cerrada, era imposible, no podías encerrarte en un rincón y que suceda todo lo otro…
MJL: —A mí también me pasó, siempre vinieron terapeutas, porque en un momento, cuando pasan estas cosas, uno empieza a tener que rodearse de gente que nunca imaginó, un equipo, es como una Pyme que tenés ahí para los apoyos de la persona que lo necesita.
J: —En la pareja nuestra se suponía que yo era el más débil, porque ella es una persona muy fuerte, tiene un carácter fuerte, una personalidad importante, es una mujer culta, fantástica, hablar con ella es una maravilla. Está perdiendo un poco el gusto de hablar de ciertas cosas.
MJL: —¿Ella puede hablar, mantener una conversación?
J: —No, a veces, depende, ahora, por ejemplo, hace unos largos meses que no puede hablar, no tiene sonido.
MJL: —¿Y vos le hablas igual?
J: —Si, mucho, claro, ella me escribe o se hace entender. Antes se enojaba cuando yo no la entendía, se ponía nerviosa, ahora se muere de risa. De repente ella se aferra a algunas cosas del pasado, le gusta mirar series viejas.
MJL: —¿Es nostálgica?
J: — No, para nada. Cuando estaba bien, no le gustaba mirar fotografías. Teníamos una cantidad de álbumes, y no le gustaba mirarlos. Ahora quiere mirar fotos, y se acuerda de mucho más de cada cosa que yo…
MJL: —Evocar momentos felices reconforta.
J: —Sí, la comunicación es complicada, es una patología que requiere de vez en cuando traslados, internaciones. Hemos aprendido términos médicos, hemos vivido muchas situaciones con mi hijo Yaco, que es el único que vive acá y que se ocupa muchísimo, es un apoyo muy grande.
MJL: —A mí también me pasó que, cuando afronté el diagnóstico, salí a buscar a terapeutas, y después te encontrás con que, en lugar de hablar de qué título ponerle a una nota, estás hablando de un diagnóstico con un montón de gente y además que, bueno, lo mío es que me gusta mucho hablar y comunicarme, y mi hijito el problema que tiene es el retraso en el lenguaje, entonces es como aprender otro lenguaje, porque él tiene sus palabras, pero la fluidez se da con la lectura de los gestos, de la sensibilidad, de la música, de lo que esté escuchando, de lo que dibuje. Exige un trabajo mayor esa comunicación.
J: —¿Pero no descubriste en tu interior una manera distinta también de comunicación?
MJL: —Sí. A veces me encuentro profundamente feliz, como si hubiésemos estado hablando horas. Yo tenía la idea antes de ser mamá de que una de las cosas que me gustaría hacer con mi hijo era hablar, contarle las cosas que había vivido. Cuando me decían “¿por qué querés ser mamá?”, y... “porque a alguien le tengo que contar todo lo que viví”, pensaba. Y claro, yo tengo que aprender a callarme y a elegir mejor qué palabras decirle y cómo construir y lo gestual que recibe, que lo acepta, pero es un lenguaje diferente que a veces uno dice “Uy, Dios, ¡qué difícil!”. Mi vida fue de muchos obstáculos, nada me resultó así muy fácil. Pero después pasa que cuando estás adentro, logrando ese ida y vuelta de otra manera, que no era la que te habías imaginado, es una felicidad inmensa; vos también me contabas que seguís teniendo esa charla y esa complicidad.
J: —Sí, le hablo mucho de su vida, de las cosas que ella me contaba cuando nos conocimos, de su niñez, su adolescencia, sus amores familiares, sus tías, sus tíos, los lugares donde iba cuando ella era chiquita, de lo que ella guarda un recuerdo intacto.
MJL: —¿Y tus hijos le hablan por whatsapp?
J: —Sí, llaman cada vez que pueden, los últimos meses llaman menos, le escriben sobre todo, pero hablan menos porque ella no puede contestar.
MJL: —Claro, y genera más ansiedad tal vez.
J: —Sí, entonces, mi hija, que ha tenido un tercer hijo ahora, chiquitito, hace tres meses, cumple un rol clave, porque manda todos los días filmaciones, pero todos los días, y aparte habla conmigo tres veces por día.
MJL: —¿Tu hija es tu debilidad, no?
J: —Sí, sí, sí. Es historiadora de arte, pero todos los demás tienen un lado artístico, una gran pasión por el arte que también es la pasión de Teresa. Cuando fuimos a París, la primera vez, lo primero que hicimos fue dedicarle un día entero a la visita del Museo de los Impresionistas, que era nuestro estilo preferido de pintura en esa época. Y salimos y me dijo una cosa extraordinaria: “Yo creo que estas personas se dedicaron toda su vida a estudiar la luz, como la estudiaban los impresionistas, para regalarnos a nosotros este día”.
MJL: —Pensaba mientras hablabas en algunas de tus canciones y hasta dónde se las estás cantando a Teresa. Estuve escuchando en estos últimos días muchas canciones tuyas y pensaba en la que escribió María Elena Walsh.
J: —El valle y el volcán.
MJL: —Sí, en esos versos que tiene: “Somos dos para atravesar el dolor, para frenar el tiempo…”
J: — Sí, “para frenar el dolor que ya no vuelva más”. Es una letra maravillosa de María Elena.
MJL: —Y a Cortázar lo conociste en un evento en el que estaba María Elena Walsh.
J: —Claro, era el cumpleaños de María Elena. Cumplía 44 y se fue a París. Estaba pasando una temporadita en Madrid y nos veíamos con mucha frecuencia, ahí compusimos la canción. Yo vivía en España todavía, y ese día fue increíble, nos quedamos hasta tardísimo, en una reunión de 18 personas, contando historias de terror, entre otras cosas…
MJL: —¿Inventadas?
J: —No, Cortázar fue el traductor al español de Edgar Alan Poe, imaginate, manual de criptas, Cortázar las contaba muy bien y hablaba de terror, a tal punto que eran como las cuatro de la mañana y quería que nos fuéramos a un cine que daban películas de terror las 24 horas, a buscar más temblequeo, y nos moríamos de risa. Y por suerte Pepe Fernández –un todo terreno en la cultura porque era periodista, gran fotógrafo, tocaba música barroca y era un tipo encantador, de Ramos Mejía, como María Elena–, que era el dueño de casa, se enteró que estaba cerrado por refacciones, o hubiéramos ido, y a mí personalmente no me gustan las películas de terror. Y pasó una cosa extraordinaria, cuando salimos, le dice Julio a Pepe: “A ver si hacés arreglar el timbre, que tuve que tocar con los dedos la puerta porque no suena”; “Uh, ese timbre no funciona desde que vivo acá hace como 30 años”. Entonces Teresa dice “¿Qué timbre, éste?”, y apretó y sonó el timbre…
MJL: —Ah, ¡con la onda de terror!
J: —Cinco y media de la mañana y sonó el timbre muchísimo. Primero, nos tiramos todos para atrás y, segundo, nos morimos de risa. Y tercero, es lo más extraordinario, es que todos tocamos el timbre y no volvió a sonar nunca más, increíble.
MJL: —¡El ánima estaba en Teresa! ¿Y esos son los momentos en que se es feliz?
J: —Sí, no se planea eso, eso sale así. Salir de París a esa hora en que la calle huele a pan recién salido del horno. París no huele a perfume francés, es divino.
MJL: —¿Hay algo que te dé miedo ahora de toda esta situación? Porque son situaciones dolorosas que uno no maneja, no puede decir “voy a armar esta gira, voy a hacer esto”
J: —Es muy difícil de explicar. Yo tuve muchísimo miedo al principio con la enfermedad de ella, porque desconocía absolutamente todo lo que pasaba y pasó por situaciones límites. Ahora no es que me haya acostumbrado, uno nunca termina de acostumbrarse, pero estoy más seguro, igualmente tuvo muchos episodios extremos…
MJL: —De estar cerca de la muerte.
J: —Sí, en una oportunidad un médico cometió un error tremendo porque, nunca dije nada, nunca lo denuncié, pero vino a casa un médico de Emergencias y ella estaba totalmente desmayada, no había quién la despertara, y el tipo decía “está muerta”. Y nos dijo: “¿Quieren que firme el deceso aquí mismo en la casa?”, así nos dijo, y se fue. Y yo estaba con gripe, Yaco y la enfermera la llevaron a la Fundación Favaloro y ahí, no, tenía un problema de…
MJL: —Perdoname, ¿la trasladaron después de ese diagnóstico? ¿Ustedes dijeron “no”?
J: —Exacto. “No, hay que llevarla al hospital”. Y cuando me quedé solo, cuando se fue la ambulancia y se fueron todos, me quedé solo en mi casa, y para mí ella estaba… si no estaba muerta, estaba… Y yo estaba muy mal, muy confundido.
MJL: —¿Te da miedo esa sensación de cuando no la tengas más?
J: —No sé, no sé. Gracias a Dios, salió delante de esa y de otras situaciones extremas, pero en cada una, uno va dejando algo.
MJL: —Cuando te subís a un escenario, ¿cómo seguís siendo Jairo, el cantautor, con esa sonrisa brillante, cómo hacés que ese dolor pase ahí pero que vos sigas siendo este artista y que no te invada?
J: —Porque estoy muy concentrado en lo que hago, y el escenario es, como te dije al principio, un espacio único, lo vivo como una experiencia única en cada actuación. Creo que el público lo siente también. Vos sabés que a Teresa no le gusta mucho la música.
MJL: —¿En serio?
J: —No. Le gustan tres o cuatro cantantes, la música clásica, y nada más.
MJL: ––O sea que no es fan tuya, ¿o sí?
J: —Sí, yo creo que sí, que le gusta, pero qué sé yo... Ahora por supuesto que por razones obvias estamos en habitaciones separadas, entonces la de ella es como la habitación de un hospital con todos los elementos y cuando a mí se me ocurre una canción o una cosa así, agarro la guitarra, subo, voy a entrar y pienso que va a decir: “Uf, otra vez”.
MJL: —Claro, o sea que se la cantás primero a ella.
J: —Sí, viste que la gente te dice “Uy, qué canción más bonita”, y cuando se la llevo con la guitarra…
MJL: —¡La tenés podrida! Pero a ella le debe gustar alguna...
J: —Sí, muchas, le gustan muchas canciones, y la conmueven muchas, se emociona con muchas. Todo lo que hago, incluso los cuadros.
MJL: —O sea que todo lo que vos producís, se lo mostrás a ella. A mí se me hace que tu vida fue muy romántica. Esto de que te fue acompañando la música, que fuiste forjando cada cosa en letra, en tantas canciones, tanta vida bohemia...
J: —Sí, pero yo tenía un camino trazado. ¿No te pasó que cuando empezaste a escribir, en el periodismo, fuiste llegando a un lugar o a otro?
MJL: —Sí, es como que te pones un objetivo. Yo pensaba a los 17 que a los 21 quería trabajar en un medio nacional, que era un diario, y en esa época no había ni redes, ni nada, entonces había suplementos zonales en La Nación y yo empecé a llevar notas en una hojita y un diskette y volvía a Monte Grande, así que tardaba dos horas en ir y dos en volver. Y cuando iba en bicicleta a buscar el suplemento, no salían publicadas, hasta que un día salió una que no creo ni por lejos que hubiese sido la mejor, pero fue una sensación hermosa.
J: —¿Tu papá te vio periodista en programas importantes?
MJL: —Sí, cuando mi papá murió estaba en un programa que fue el más exitoso en el que trabajé, que fue Kaos en la ciudad, que medía 18, 20 puntos de rating; él tuvo cáncer todo ese tiempo, y cuando yo le decía: “¿Sabés que me empezaron a conocer un poco por la calle?”, siempre me decía: “Hijita, siempre hay que ser humilde, nunca hay que estar pendiente de si te conocen o no”. Y sí, me vio un poco, pero no tuve esa cosa de que nadie de mi familia haya sido muy fan, sino que fue como naturalizado. Fue una de las cosas que me hubiera gustado que me pase con mi familia, tal vez compartir un poco cuando me fue bien.
J: —A mí me encantaba volver a la casa, volver a la casa de mis padres.
MJL: —¿Qué te decían cuando entrabas, ya siendo Jairo?
J: —Nada, en Cruz del Eje, que es donde nací, una ciudad que tiene en este momento cerca de 50 mil habitantes, me quieren y me cuidan mucho. Cuando iba a la casa de mis padres no dejaban que nadie me molestara. La primera vez que volví a Argentina después de tener cierto éxito en España, estábamos en una comida familiar y yo los estaba poniendo al día, y todos los sábados nosotros cuando éramos chicos íbamos a jugar al fútbol en una canchita que estaba a una cuadra de mi casa. Y estábamos comiendo y yo a los chicos no los había visto todavía, pero era sábado, y abrieron la puerta, entró uno de los chicos y no me dijo “hola, ¿qué tal?¿Vas a venir o no vas a venir?”. O sea que ellos hacían una fracción del tiempo.
MJL: —Me pasó algo parecido hace tres años cuando cumplimos 25 años de egresados con mis compañeros de la secundaria que viven en Monte Grande, yo conservé esas amistades. Hablamos como si hubiésemos estado en el recreo del colegio, hay pocas personas –me imagino en tu caso con tanta fama– que te tratan como el que fuiste cuando nadie te conocía, todos te conocieron ya exitoso, y es distinta la historia.
J: —Sí, pero yo no me ubico en ese plano nunca. A mí me hacen feliz muchas cosas, soy básicamente una persona feliz.
MJL: —¿Sos optimista?
J: —Soy muy optimista. Puedo tirar la bronca, gritarme yo mismo, en la pandemia he aprendido a hablar conmigo mismo, me digo cosas terribles. Me miro al espejo y digo: “¿Qué mirás?”
MJL: —Ah, sos un loco. Un chinchudo. Yo no soy una optimista nata, debo reconocerlo, sino más tirando al tango. Muchas veces pienso más en las dificultades que en lo que proyecto, y cuando le cuento a alguien me dicen “Vos no, parece que tenés fuerza”.
J: — Sí, esa es la impresión que das.
MJL: —Pero me siento mucho más apichonada de lo que parezco, me cuesta encontrarme, me dan mucha felicidad esas situaciones que te conté con mi hijo, sola, jugando, un ida y vuelta, el amor, y sino estar con amigos y que de pronto una conversación te lleve a otra charla, conocer personas nuevas, eso me encanta.
J: —Yo, a pesar de que sufro un poco la soledad, soy una especie de ermitaño aburguesado, pero sobre todo en Argentina, que salgo muy poco, cuando salgo me divierto mucho. En Córdoba tengo un par de amigos tremendos que me hacen reír mucho. Y todos los amigos que tengo acá cuando nos juntamos nos reímos mucho, hablamos de cosas para arriba, porque en una situación como ésta, se han hecho más escasas las reuniones, pero aun así hay gente que es optimista y feliz, ¿sabes quién por ejemplo? Carlos Bianchi, el entrenador de fútbol, es un tipo feliz. El otro día me mandó un mensaje de la nada. Decía: “Jairo, querido, hay que vivir la vida, no hay que rifar nada porque es maravillosa”
MJL: —Creo que después de este tiempo de encierro y de tanto sufrimiento, vamos todos a valorar el encuentro y la charla.
J: —La única vez que salí en la pandemia fue para ir a Cruz del Eje a la casa de un amigo. Me vino a buscar en auto, y nos fuimos los dos, los cuatro, porque vino con el hijo y otro amigo, y nos fuimos a Cruz del Eje, pasé una semana ahí gloriosa, tremenda. Fue un momento en que podía irme porque Teresa estaba internada, y yo estaba completamente solo en casa, así que me fui.
MJL: —Te sirve para recargar pilas. En esta charla a mí lo que me pasó es que si bien había escuchado muchas anécdotas de tu vida tan glamorosa, no sabía bien cómo eras por dentro, y me encanta ver esto que se transmite en tus interpretaciones, esa fuerza y esa alegría que me contás, ese estar del lado más luminoso de la vida.
J: —Intento que sea así. Cuando veo que la cosa se va para otro lado, trato de dar un volantazo, qué sé yo, me doy cuenta. Lo importante es darse cuenta cuándo pasa. Ahora yo te he visto en programas de televisión y, claro, cuando hablás de temas generales o debatís de política, tenés una polenta impresionante, y veo que sos muy sensible. Ahora mirándote cuando hablas de tu chiquito, la sensibilidad es eso que tenés para vos como algo muy preciado, el momento en que se besan, se abrazan, esas cosas son extraordinarias.
MJL: —Sí, viniendo para acá te estaba escuchando a vos cantar “Ne me quitte pas”, y lloraba en el auto.
J: —Lo que contabas de tu papá que te decía “ayudá a quien puedas ayudar”, fue lo primero que me sorprendió de vos.
MJL: —Es algo que me enseñaron, para uno no sé si es tan saludable porque vas captando dolores de las personas, pero, por otro lado, transformarlos y hacer algo, es positivo.
J: —La transformación es la mayor virtud o la obligación mayor que tiene un artista. Es decir, mostrar la realidad de una manera distinta a como es. Y el arte consiste un poco en eso.
MJL: —Jairo, fue un hermoso placer escucharte.
J: —Para mí también conocerte personalmente en un lugar como éste, lleno de encanto y de magia, porque este es uno de los escenarios más importantes de Argentina, el Coliseo donde ya cuando vivía afuera canté tantas veces, y del que tengo los mejores recuerdos.
MJL: —Estaba apachuchada de conocerte porque te admiro mucho, y te agradezco esta charla tan linda, con tu humildad y tu grandeza a flor de piel.
J: —Tenemos que seguir charlando.
MJL: —Sería muy lindo.
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