Por qué Jorge Rial siente que cometió errores como padre y la despedida de José Abadi a su mujer cuando enviudó

La charla entre el periodista y el psiquiatra psicoanalista se parece a una sesión de terapia: íntima, franca, reflexiva. Pero también tendrá la fuerza de dos expertos en el hábito de indagar que terminarán por revelarse sus momentos más dramáticos y más felices, en un ida y vuelta sobre la búsqueda del amor y la felicidad y su aprendizaje común en la paternidad de hijas mujeres

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La charla entre el periodista y el psiquiatra psicoanalista se parece a una sesión de terapia: íntima, franca, reflexiva. Pero también tendrá la fuerza de dos expertos en el hábito de indagar que terminarán por revelarse sus momentos más dramáticos y más felices, en un ida y vuelta sobre la búsqueda del amor y la felicidad y su aprendizaje común en la paternidad de hijas mujeres

Los psicoanalistas y los periodistas tienen en común “el hábito de indagar”, dirá José Abadi. Pero en su charla con Jorge Rial en el Teatro Coliseo, serán muchos más los puntos de encuentro. Dos figuras que creían conocerse y que sin embargo hablarán como nunca de sus parejas, el amor, y se sincerarán sobre sus errores con sus hijas, la felicidad, la vocación y los momentos más dramáticos de sus vidas.

Jorge Rial: —Qué incógnita qué va a salir de la cruza de un psicólogo y un periodista, ¿no?

José Abadi: —De un psiquiatra psicoanalista y un periodista.

JR: —Bah, periodista más o menos.

JA: —¿Por qué más o menos?

JR: —Estoy medio retirado ya.

JA: —¿Sí?

JR: —Sí. Siempre con vos me pasó de preguntarme cómo influye eso de tener un viejo tan grande, yo vengo de un viejo más anónimo.

JA: —Mi padre no sólo influyó en la estructuración de mi carácter sino en la profesión. Vos decís “mi padre fue más anónimo”, pero para la conformación de uno como persona no hay padre anónimo. Papá me sirvió de modelo de identificación en algunas cosas, de modelo de lo que no quise en otras. Hubo mucho amor, me sentí muy apoyado y eso es lo que le permite a uno caminar por su cuenta. Esa enseñanza básica que hace uno con los hijos –yo tengo tres hijas–: que no tengan miedo a refutarnos, a pensar distinto, a cuestionar.

JR: —Totalmente de acuerdo, lo que pasa es que para refutar tiene que haber diálogo, sino no hay refutación posible. No fue mi caso. Mi viejo era un tipo notablemente ausente.

JA:Qué fuerza que tiene esa ausencia para que sea “notablemente ausente”.

JR: —Se notaba mucho más cuando no estaba, porque, cuando estaba, era una siesta permanente, él necesitaba descansar porque trabaja mucho.

JA: —¿Qué hacía?

JR: —Mi viejo cuando vino de España fue mozo, después puso un almacén, yo era muy chiquito. El almacén era mi habitación: a la noche se abría una cama y yo dormía ahí y al otro día me tenía que levantar muy temprano porque venían los proveedores. Y después volvió a ser mozo y murió laburando, metiendo carne en una cámara frigorífica a los 62 años. Entonces la siesta para él era… me acuerdo que yo no me podía mover, literalmente, mi mamá me decía “shh, cállate que está tu papá durmiendo”, y yo me quedaba donde estaba hasta que mi viejo se despertaba.

JA: —Claro, tenía una presencia de “shhh”, sabe a miedo: “Cuidado, dejalo dormir que sino le va a pasar algo”.

JR: —Claro, el miedo era perderlo, perder el sustento; pero no había gestos de cariño, ni caricias. Mi viejo me demostró cariño un par veces que me tuvo que defender, y ahí dije: “Mirá el padre que tengo, el coraje que tiene y lo fuerte que es”.

JA: —Y “cómo me quiere”, porque, si me defendió, también me quiere. A veces la ausencia nos deja la idea de que hay algo o alguien que le interesa más y ahí uno siente una cierta soledad, que duele, de pibe y de grande.

JR: —Sí, y me insufló a mi también de energía y de valentía, yo creo que ahí también yo me volví más valiente y peleador, ese día que me defendió. Porque la imagen que yo tenía de él era de debilidad en casa ante una madre muy fuerte, que ocupaba todo el espacio.

"Mi viejo era notablemente ausente. No había gestos de cariño, ni caricias. Me demostró cariño solo un par veces que me tuvo que defender, y ahí dije: 'Mirá el padre que tengo, el coraje que tiene y lo fuerte que es'”.
"Mi viejo era notablemente ausente. No había gestos de cariño, ni caricias. Me demostró cariño solo un par veces que me tuvo que defender, y ahí dije: 'Mirá el padre que tengo, el coraje que tiene y lo fuerte que es'”.

JA: —¿La directora de celda era tu mamá?

JR:La más dura y cruel y totalitaria y déspota. Con los años logré entender, perdonar la actitud de mi vieja, me di cuenta de que su manera de amarme era desde ahí.

JA: —Los aspectos conflictivos con nuestros padres e hijos son inherentes a nuestra condición de personas: vamos a tener conflicto o no tenemos vínculos, el punto es la posibilidad de comprender. No perdonás lo que no condenás, cuando perdonás tiene que ver con comprender que ciertas cosas estuvieron supeditadas a lo que le ocurrió, y el perdón evita el rencor y puedo querer más, o mejor.

JR: —Sí, logré quererla, darme cuenta de que su manera de relacionarse conmigo desde la violencia era cómo se habían relacionado con ella, lo que traía de su infancia. Mi vieja tenía tercer grado, mi viejo creo que llegó a sexto. Recuerdo que de muy chico le leía a mi vieja las cartas que le llegaban de España, porque no sabía leer, tenía grandes dificultades. Y no sólo se las leía, escribía yo las de ella a mis tías y a mis abuelos.

JA: —¿Tenés hermanos?

JR: —No, soy hijo único. Un peso grande. Me costó mucho, y sobre todo cuando me quedé huérfano, cuando se murió mi vieja, se murió primero mi papá, y ahí me di cuenta que me quedaba huérfano, de grande.

JA: —¿Qué edad tenías cuando murió? Él tenía 60, ¿pero vos?

JR: —Yo tenía veintipico. Recién arrancaba, mi viejo no llegó a conocer a mi primera esposa, no llegó a verme en esta carrera ya triunfante, no me disfrutó, lamentablemente, porque me hubiese gustado devolverle mucho. Durante años sufrí el sentir que lo había superado, sentí una carga muy fuerte.

JA: —Yo me recibí de médico, después de psiquiatra, después de psicoanalista, que fue el camino que había seguido él. Y cuando falleció, yo ya había tenido un desarrollo en mi carrera, que era también para mí regalarle lo que uno era, esa identidad que era propia, que era “mirá, gracias, me permitiste ser yo”. Cuando me hacían alguna entrevista, me decía en broma: “La verdad, querido, estuviste realmente bien, cada vez recordás mejor lo que te dije”. Así nos permitíamos rivalizar y jugar. Y mi madre fue fundamental también, fue una terapeuta espectacular de niños y adolescentes de la que aprendí mucho. Se carteaba con Anna Freud, la hija de Freud. Yo tenía 17 o 18 años y, en un viaje a Londres, mamá tenía que darle un libro y encontrarse a charlar con ella, y le dije “¿Vas a la casa de Freud, donde vivió los últimos años? ¿Me llevás?” y me dijo que sí porque yo hablaba mejor inglés. Y estuve en una de las piezas donde Freud escribía en sus últimos años. Esas cosas se resignifican con el tiempo y uno las convierte en la novela histórica de uno, “pero la puta madre, ¡estuve en ese lugar!”.

"Cuando mi padre falleció, yo ya había tenido un desarrollo en mi carrera, que era también para mí regalarle lo que uno era, esa identidad que era propia, que era 'mirá, gracias, me permitiste ser yo'”
"Cuando mi padre falleció, yo ya había tenido un desarrollo en mi carrera, que era también para mí regalarle lo que uno era, esa identidad que era propia, que era 'mirá, gracias, me permitiste ser yo'”

JR: —Más o menos a los 17, 18 yo conocí a Jorge Luis Borges, le hice una nota. Yo en ese momento tenía una revista under.

JA: —Ya te habías metido en periodismo.

JR: —Sí, empecé en la revista del Lasalle, después en la dictadura tuve una revista under que vendíamos en la calle Corrientes, y le quería hacer una nota a Borges y empecé a llamarlo, me atendía siempre su secretaria y me rebotaba. Pero un día atendió él y yo tartamudeando le digo: “Me llamo fulanito, empecé a trabajar en una revista y si no le hago la nota a usted me echan, y tengo hijos”. Yo tenía 18 años, no tenía hijos ni nada, pero él se conmovió y me dijo: “Venga mañana”. Fue en la calle Maipú, creo que era su casa”. Y estaba tan deslumbrado que no le pude hacer ni una sola pregunta. Tengo la foto, yo con un grabador así grande, absolutamente obnubilado.

JA: —¿Pero pudiste entrevistarlo?

JR: —¡No! Yo no me crié en una familia de periodistas, me hago periodista porque en esas siestas largas de mi viejo en el almacén, el único lugar fresco que había era debajo de los tanques de kerosene, que se vendía suelto, y yo me tiraba ahí, y mi viejo se dormía escuchando radio Colonia. Era la época de la guerra de Vietnam y la voz de Ariel Delgado abría todos los boletines diciendo “Saigón”, y mi viejo leía Crónica y me llamaban la atención esos títulos enormes. Con los años terminé trabajando con Héctor Ricardo García, dueño de Crónica, que fue mi gran maestro, y con Ariel Delgado también, cerré un círculo.

JA: —Y el periodista que llegaste a ser, que pregunta no sólo por curiosidad de quién es el otro sino para que sea un espectáculo para terceros, con todas las variables que tuvo tu carrera. ¿Qué te llevó en ese camino a convertir la pregunta y la intimidad del otro en espectáculo?

JR:El hambre, las ganas de laburar, la casualidad. Yo no era periodista de espectáculos, yo era periodista general, hacía algo de política, en esa época en las redacciones teníamos una mesa larga donde estábamos todos y cada uno hacía lo que se podía, faltaba uno de deportes y vos tenías que hacerlo. Yo trabajaba en La Razón y tomamos el diario porque no nos pagaban, fue una de las tomas más grandes del periodismo argentino, se había ido (Jacobo) Timerman, entró (José) Pirillo, y fue un desastre. Y en el medio me llaman del lado de Lucho Avilés, que estaba en Crónica, me dicen: “Necesitamos a alguien que haga chimentos”.

JA: —Nunca habías hecho chimentos.

JR: —En mi vida, no sabía lo que era. Pero no tenía guita, estaba en un diario tomado, que no pagaba, ¡era hambre! Digo: “¿Cuánto pagan?” Y era lo mismo que ganaba yo en el mes, pero me dicen: “Y lo hacés desde tu casa si querés”, y dije “Sí, obvio, olvidate”. Pero no sabía, y a la primera persona que llamo, un tipo queridísimo que ya no está, Juanito Belmonte, que era un genio, me empezó a dar los primeros chimentos. Y me quedé ahí, y me di cuenta de que había un lugar inexplorado, porque la relación del periodismo con la gente del espectáculo era de absoluta sumisión, desde el cariño, vamos a tratarlos bien y son inalcanzables, y yo vine a romper eso: no, no son inalcanzables, son iguales que todos, vamos a ser irónicos, a meternos, a enojarnos con ellos. Ahí surgió esta carrera.

JA: —Vos desde el espectáculo buscás meterte en la intimidad del protagonista, en mi trabajo cuando uno se mete en esa intimidad, curiosea y escucha a un paciente, busca ayudarlo a resignificar su historia. ¿Vos cuando contás la intimidad, incluso lo que nadie sabe de alguien, sin su permiso, en ese indagar sinuoso, qué te pasa?

JR: —Los que se van a sentar al diván, van por necesidad, y tal vez tardan en abrirse, acá es al revés, vienen por una necesidad de hablar rápido, necesitan exponerse, nadie entra en la vida privada del otro sin el permiso de esa persona.

JA: —¿No? Las notas que vos hacés, las supuestas primicias de “te voy a contar lo que hizo”, ¿están aceptadas por el otro previamente?

JR: —La mayoría de las veces sí, ellos mismos se encargan de llamarte, de contarte… Hay un mito enorme ahí, es todo una gran mentira, esas ofensas, esas peleas, hay mucho que es armado, inventado por necesidad.

"Tomé la decisión de renunciar a la tevé solo, en 48 horas. Fue una mezcla de muchas cosas, personales: la segunda parte de la pandemia, a mí me pegó muy mal, me metió un miedo feroz, me fui a vacunar entre gallos y medianoche afuera del miedo que tenía. Terror"
"Tomé la decisión de renunciar a la tevé solo, en 48 horas. Fue una mezcla de muchas cosas, personales: la segunda parte de la pandemia, a mí me pegó muy mal, me metió un miedo feroz, me fui a vacunar entre gallos y medianoche afuera del miedo que tenía. Terror"

JA: —Es un espectáculo.

JR: —¡Pero claro! Yo nunca me tomé en serio el ambiente artístico, ni formé parte. Se parece mucho al mundo político, pero son más serios los artistas que los políticos, no se les notan tanto los hilos, les creo más. No hay que dejar que el famoso domestique al periodista, porque lo que intenta es hacerlo partícipe de su vida, de su felicidad, de su tristeza, “venite a comer”, “vení al teatro, te doy primera fila”. Yo siempre me negué a eso, no tengo amigos en el ambiente para mantener una distancia; si te tengo que castigar, te castigo, si te tengo que elogiar, te elogio, y ninguna de las dos es por algo oculto. Mis amigos son muy poquitos y nada que ver con el ambiente. A los periodistas además nos gusta el poder, nos tienta. Siempre tenés que saber que va a haber alguien más poderoso que vos, porque el problema es que, cuando pensás que llegaste, va a venir uno que la tiene más grande. No hay que volverse loco por el poder, cuando lo sentís te infla el pecho, pero yo tomé hace poco la decisión de dejar muchos años de televisión, y se puede vivir.

JA: —Eso que dejaste de hacer en canal América. Intrusos era, ¿no?

JR: —Se llamaba TV nostra. Dejé Intrusos, primero, y después hice otro programa que duró dos meses. Me di cuenta de que me había equivocado, que no era lo que buscaba, y tomé una decisión que sorprendió a muchos porque nadie renuncia…

JA: —¿Renunciaste o te renunciaron?

JR: —No, renuncié yo. Tomé la decisión solo, en 48 horas. Fue una mezcla de muchas cosas, personales: la segunda parte de la pandemia, a mí me pegó muy mal, me metió un miedo feroz, me fui a vacunar entre gallos y medianoche afuera del miedo que tenía. Terror. Es más, me vacuné y me quedé los cinco días en el hotel, no salía. Yo pensé que lo que tenía para ofrecer era lo que la gente quería, y no es así. Los periodistas creemos que todo lo que tenemos que dar es oferta, y no escuchar la demanda, creemos que nosotros somos la góndola de lo que se necesita, y no es así.

JA: —En el registro del otro está, en parte, la clave de la vida; de eso se tratan también el amor, la amistad, los trabajos. ¿Te llevas bien con el amor?

JR: —Sí, lo necesité siempre, erré muchas veces, y finalmente ahora encontré la familia que siempre busqué. Hoy tengo una familia, una mujer, cuatro hijas, dos mías y dos de mi mujer que son mías también, y tengo un nieto que me cambió la vida, me rompió. Es hijo de mi hija mayor, tiene dos años y medio, y estoy absolutamente enamorado de él.

JA: —Yo enviudé hace 12 años, sorpresivamente, de mi primera mujer, y sentí que el mundo se quedó totalmente despoblado, pensaba: “Está bien, tengo mis tres hijas, menos mal, allí estaremos”, pero la sensación era que había una intemperie fea. Y algo que me rescataba era poder pensar: “Hubo una familia, hubo algo que forma parte de mis células que no lo pierdo más”. La idea de la familia tiene la fuerza que vos decís cuando los vínculos entran en nuestra memoria amorosa, donde tenemos la posibilidad casi divina de inmortalizar a nuestras personas amadas. Y yo te escuchaba decir “familia” como si hubieras dicho “hubo un antes y un después”.

JR: —Es que lo hubo. Cuando hablo de familia, siento que encontré el lugar en el mundo. Por eso tomo decisiones y hago cosas, porque sé que vuelvo a un lugar donde me van a contener, a querer, a criticar cuando lo necesito; es mi lugar de pertenencia, el hogar.

"Yo enviudé hace 12 años, sorpresivamente, de mi primera mujer, y sentí que el mundo se quedó totalmente despoblado, pensaba: 'Está bien, tengo mis tres hijas, menos mal, allí estaremos', pero la sensación era que había una intemperie fea"
"Yo enviudé hace 12 años, sorpresivamente, de mi primera mujer, y sentí que el mundo se quedó totalmente despoblado, pensaba: 'Está bien, tengo mis tres hijas, menos mal, allí estaremos', pero la sensación era que había una intemperie fea"

JA: —Vos no tenés una sola vocación sino varias, me pasa lo mismo, soy bígamo, porque amo el psicoanálisis y la psiquiatría, y amo y me dediqué también al teatro y al cine. ¿Estás en algún proyecto nuevo?

JR: —Volví a la radio. No lo tenía pensado, me quería tomar un tiempo largo, pero me convencieron y me pasa algo increíble. Tengo que ir a conquistar o reconquistar, llego a un lugar que ya tiene sus consagrados, sus horarios, tengo que volver a demostrar mi capacidad. El otro día estaba la foto de la radio, y yo siempre estoy acostumbrado a estar en el centro y estoy en un costado, y Romi, mi mujer, me dijo: “¿pero te molesta?”, ¡No, me encanta! A los casi 60 años tengo que volver a empezar, es un desafío enorme y maravilloso.

JA: —¿Vos te casaste dos veces, no?

JR: —Sí, y puse en riesgo esta relación, en un momento era mi familia o mi carrera, y la verdad era más importante mi familia, y mi salud en el medio. Me di cuenta de que esto siempre fue un trabajo, como si fuese a la fábrica…

JA: —¿Te llevás bien con tus hijas?

JR: —Sí, pasé por momentos, por zozobras muy grandes con la mayor, con Morena, por un montón de problemas, ella lo hizo público, la pasé muy mal. Tuvo una crisis muy grande, y tomó la decisión de pegarme donde a un padre le duele, me dijo cosas terribles. Pero es mi hija, la amo, y la voy a perdonar siempre, voy a estar con ella siempre, ahora estamos muy bien. La historia de mis hijas es dura, son adoptadas y después abandonadas. Un abandono de su madre que, cuando nos separamos, tomó la decisión de separarse absolutamente de todo: de mí y de sus hijas.

JA: —¿Y se quedaron a vivir con vos?

JR: —Sí, todavía vivían con la madre y cada vez que venían me iban dejando más cosas en mi casa, hasta que un día se pararon en la puerta y me dijeron: “Papá, no nos queremos ir más” y se quedaron conmigo, empecé a criarlas yo, todo muy loco.

JA: —Yo le digo a mis hijas, tengo tres hijas, una es filósofa, la otra es psicoanalista y la otra es actriz, que la conoces sobradamente, y siempre las cargo: pensar cuánta plata que estoy pagando al análisis que ustedes hacen para que me critiquen.

JR:Yo la etapa de mis hijas la viví atropellada, mal, creo que me equivoqué muchísimo con ellas, y tengo otra etapa ahora con las hijas de Romina, son mis hijas también, que estoy acompañando…

JA: —¿Las podés hacer tuyas las hijas de Romina? Qué lindo eso que decís.

JR: —Sí, de a poco. A veces cuando ya no puede más, Romina me dice: “Vení, ponelas en orden, porque no me dan bola”, pero es distinto, porque yo entro cuando me piden, tienen un padre. Es otro rol, y después viene lo del nieto que es lo más maravilloso del mundo, porque lo tenés dos, tres horas, lo malcriás, te tirás al piso…

JA: —Yo tengo dos nietos también, y me doy todos los gustos, ¡qué me importa si está bien!

"Como padre yo cometí errores porque estaba solo, por tiempo, porque no sabía, la verdad que hice lo que pude, cometí muchísimos errores"
"Como padre yo cometí errores porque estaba solo, por tiempo, porque no sabía, la verdad que hice lo que pude, cometí muchísimos errores"

JR: —Tengo esa primera etapa de padre que tenía que estar presente y me equivoqué, esos errores no los quiero volver a cometer, entonces ahora estoy disfrutando mucho de la paternidad, me gusta, me agarra en un buen momento.

JA: —Este es un país que nos pone ante tantas crisis y sorpresas traumáticas, y nuestro lugar de padres es tantas veces “¿cómo digo, cómo educo, dónde?”. Necesitamos una estabilidad que nos permita una relación más tranquila en términos del futuro de nuestros hijos. Cuando pienso en la Argentina también siento que me meto en el terreno de lo trágicamente absurdo. Y cuando escribo teatro –escribí “Eduardo y Marco Antonio”, “Ladridos” y “De felicidad también se muere”–, tiene que ver con el absurdo.

JR: —O sea que este ambiente a vos te gusta.

JA: —Me encanta. Contar una historia, la relación con el público, el descubrimiento del personaje y de uno a partir de lo que nunca se imaginó que podría aparecer y está cuando hace el personaje, me fascina. ¿Vos fuiste actor?

JR: —No, en realidad fue un curro, actor no soy… Iba, me paraba, hacía un pequeño monólogo y después era un ida y vuelta con la gente.

JA: —Pero ese diálogo es teatral. ¿Vos decís que no eras un personaje, sino que habías convertido en personaje a Rial?

JR: —Es lo mismo. La gente muchas veces en la casa, me grita, porque le discute a la tele, se enoja conmigo, “¿cómo vas a decir eso?” Y acá veía que yo había roto la pantalla, estaba en un escenario, cerca, entonces me gritaban y me hacían preguntas desde la familiaridad, me decían: “¿Cómo está tu hija de salud?”. Ahí me di cuenta de que yo era parte de la familia porque estaba todos los días dentro de sus casas.

JA: —Cuando mi hija menor empezó a hacer televisión y teatro, me daba miedo, pero dije: “No voy a ser el que le dice ‘primero hace una carrera convencional’”. Y se animó, y un día llega y me dice: “Me tenés que firmar un permiso para una película”. ¿Quién va a hacer una película, de qué estás hablando? La película era “Géminis”, de Albertina Carri, con Cristina Banegas, Daniel Fanego y María, y digo: “Bueno, voy a leer el guión antes”; “No, firmá y dejate de hinchar”; “Perdón, tenés 18 años”, y cuando leo tenía escenas eróticas, y le digo: “No puedo firmar esto”. Y me dice: “No estás hablando en serio, ¿no, papá?”, y la miro a mi mujer y le digo: “¿Qué hago?”, “Dejate de jorobar y firmá”. Y fue una película excelente, nos reíamos: “Cuando esté por aparecer la escena, me avisás a tiempo y yo salgo del cine y vuelvo”.

JR: —¿Y qué pasó? ¿Viste la peli? ¿Y la escena?

JA: —Sí, y pasó de todo, pero qué le voy a hacer. Conmueve verla, no solamente en esa escena, en toda la dramática del personaje que pudo inventar en esa hija que también de algún modo cumple con los sueños de uno. Cuando la escucho a Bárbara, que es psicoanalista, trabajando en lo suyo –ahora escribimos un libro que sale en noviembre–, o a la mayor, Florencia, que publicó un ensayo sobre la filosofía desde el narcisismo, me revuelve todo, me alegra. A todos les pasa, los hijos tienen esa posibilidad de que nos hagamos de nuevo las preguntas que creíamos que tenían respuestas. ¿A qué se dedican tus pibas?

JR: —Mi hija Morena, está en… son todavía adolescentes…

JA: —Ah, son más chicas.

JR: —Adolescentes no son, pero lo son, y eso es parte de los errores que yo cometí con ellas, la sobreprotección.

JA: Que no protege sino que debilita.

JR: —Es el error más grave, yo cometí errores porque estaba solo, por tiempo, porque no sabía, la verdad que hice lo que pude, cometí muchísimos errores.

"Los hijos tienen esa posibilidad de que nos hagamos de nuevo las preguntas que creíamos que tenían respuestas"
"Los hijos tienen esa posibilidad de que nos hagamos de nuevo las preguntas que creíamos que tenían respuestas"

JA: —Pero no se puede no cometer errores, ¿conoces algún tipo perfecto?

JR: —No, ninguno. Yo lo hablo sobre todo con Morena y Rocío, mis hijas que ya están más grandes. A Ema y Violeta, de nueve y de siete, les digo: chicas, no laburen para el diez, porque si llegaron al diez no hay más nada, se les van las ganas de seguir creciendo, investigando, experimentando. La madre es más exigente, porque es muy exigente con ella misma y estudia todo el día, entonces yo trato de ponerle un poco más de racionalidad.

JA: —El diez suena a que existe un último destino; como la felicidad, que no es un puerto de llegada, es un modo de vivir en el que se integra lo lindo, lo doloroso, los logros, las adversidades, saber lo que es el sufrimiento y el desconcierto de una pérdida. Yo tenía 13 años y se murió mi hermano de 4, yo creo que cuando pensé, a los 13, que un hermano chiquito que adoraba había muerto, se me empezó a dimensionar lo posible y lo imposible, lo presente y la pérdida y me acercó de otro modo, sin darme cuenta, a los afectos, a la necesidad del otro, a la fuerza enorme de la presencia del ser querido. Es un dolor que uno lleva para siempre, un recuerdo que uno ama toda la vida, y tal vez en un alimento que permite comprender un poquito mejor de qué se trata esta cosa incomprensible que es la vida.

JR: —Son hechos que te marcan. Por eso no creo en el diez, creo que existe, pero está más adelante, que todavía falta, yo nunca llegué a esa perfección, nunca sentí que lo que hice estaba completo.

JA: —¿Nunca tuviste la sensación de “no tengo nada que aprender, soy el mejor, los que vienen me imitan, el programa que sirve es el mío”?

JR: —Sí, en algún momento lo sentís, pero son arrebatos de vanidad, nada más, yo sé que me falta aprender. Pero a esta edad y a esta altura, cuando estás aprendiendo, también estás enseñando, lo veo en la cara de quienes me rodean y me doy cuenta de que estoy transmitiendo cosas, y a su vez estoy absorbiendo.

JA: —Vos formaste gente. Tenés hijos simbólicos en tu carrera.

JR: —Mucha, muchísima gente. Tengo muchos hijos simbólicos y los dejé siempre cuando se tenían que ir, nunca los retuve a mi lado por vanidad, por egoísmo o por envidia. Al contrario, salgan, para mí es lo mejor.

JA: —¿Fue difícil trabajar dentro del equipo de quién era en ese momento la figura dentro del espectáculo del chimento, como era Lucho, ser de su equipo?

JR: —Lucho, al contrario de esto que hablábamos, era muy egoísta, él cuando te veía crecer te cortaba. Conmigo lo intentó, de hecho, durante el último año en Canal 9 él veía un crecimiento mío natural, y me ponía al principio del programa, cuando nos presentaba a todos, y después no me dejaba estar hasta el final: yo me iba al patio del viejo Canal 9 a tomar sol. Al final nos ponía a todos alrededor de una mesa y a mí me ponía en una punta, entonces Caserta, que era un director que hoy ya no está, hacía un plano y a mí me sacaba del plano, yo no aparecía. ¿Y yo qué hacía? ¡Me colgaba a la cámara! Fue un año que la pasé mal, hasta que un día le dije: “Lucho, me voy”, sin laburo, sin nada. Y él ahí se da cuenta de que me perdía y que era importante para él, intentó retenerme pero ya estaba dispuesto al no. Y yo conseguí laburo a los tres meses, me llamó Carlos Montero y me llevó a América, ahí empecé a formarme.

JA: —Cuando un padre no sabe dar al hijo a la vida se queda sin la posibilidad de ser padre, se convierte en un titiritero, y al hijo lo bloquea o lo pierde.

JR: —Sí, fue lo que pasó, lamentablemente, pero siempre le voy a agradecer.

Jorge Rial y José Abadi se animaron a una charla profunda, íntima y reflexiva en el escenario del teatro Coliseo
Jorge Rial y José Abadi se animaron a una charla profunda, íntima y reflexiva en el escenario del teatro Coliseo

JA: —¿Sabes amar? Porque se aprende también.

JR:Sí, amé, amo, me cuesta, a veces soy muy egoísta y me cuesta expresarlo.

JA: Yo pude amar mejor cuando pude soltar ciertos caprichos egoístas. No amé una sola vez, te digo la verdad: el amor de pareja, lo tuve con mi primera mujer, cuando pensé que iba a ser el último; conocí unos años después a Claudia, y la amé profundamente, me constató que cuando uno guarda a la persona que quiere en la memoria amorosa, queda con la posibilidad de abrazar a alguien de nuevo. Me sentí amado también, perdí en situaciones en las que no supe dar mejor, a veces amigos. Y también nos dejaron de amar en algún momento, también sufrimos la soledad de cuando lo que creíamos que era para siempre no lo fue y tuvimos que hacer el duelo. Supongo que te habrá pasado, yo por lo menos amé, fui amado, fui dejado, dejé.

JR: —Sí, lo mismo, me ha pasado que una misma mujer pasara del amor al desamor absoluto, que es lo más fuerte que hay.

JA: —Qué fuerte decir “desamor absoluto”.

JR: —Desamor absoluto, del amor más profundo al desamor más absoluto, pelea y una cosa de enemigo. Y después a alguna la amé superficialmente, y no fue bueno, ese amor superficial es el amor que vos le haces creer que es amor y vos sabes que no es. La verdad creo que hice sufrir al pedo, y a mí también me han hecho cosas muy feas, que me pegaron muy duro. La herida sana, el tema es cuando se te transforma en una huella donde volvés a caer; a mí me han herido fuerte, sin embargo sanó la herida.

JA: —Porque le pusiste palabras y la convertiste en experiencia. Esa huella uno la llama “núcleo traumático” y tiende a la repetición, ¿vos te analizaste?

JR: —Me analizo todavía, dos veces por semana; lo que logró que no se haga huella y sí herida, fue el análisis. Voy feliz a analizarme, llego cinco minutos antes, no falto, no me escapo, en los peores momentos, era el lugar donde yo encontraba la paz, a mí se salvó el psicoanálisis, de verdad.

JA: —Qué lindo escucharte decir esto, qué nivel de compromiso, tener la decisión de hacer el esfuerzo, y disfrutarlo. Porque no es solamente curar lo que está doliendo sino que se convierte en despertar potencialidades, por eso no creo en ese análisis que la gente sale y dice: “Estoy en muy buen análisis, me hicieron pelota”, ¿para qué fuiste? Yo me analicé 30 años, y nunca lo viví como un sufrimiento, sí, uno descubre aspectos de uno, sombras que no veía, algunas transformables, otras no, pero que aprendemos a manejar.

JR: —Yo obviamente pasé por el sufrimiento, lloré… Pero me convertí en mejor persona gracias a eso, y me terminó de convertir ahora Romina, mi pareja, que se plantó de una manera muy fuerte.

JA: —Importante Romina, ¿no?

JR: —Y mirá, me despertó desde la puteada, nos peleamos, y después me di cuenta en terapia y dije: me puteó y tiene razón. La paz que logré, esta tranquilidad en medio de este creer que porque no estás en la tele no existís, cuando la verdad es que estoy en el mejor lugar del mundo. Entonces me puedo sentar con vos y abrirme y descubrir en vos, en esta charla, la clase de persona que sos…

JA: —Lindo haber podido charlar así hoy, nunca habíamos tenido este tiempo, me gustó mucho. No solamente en frío, en un almacén y un silencio porque alguien está durmiendo, sino un poquito de ruido cálido en el abrazo de quien está despierto, ¿no?

JR: —Sí, me gusta el abrazo calentito que te saca del frío de la pelea diaria. Así que me encantó reencontrarte acá, los dos tranquilos y charlando. Fue un gustazo.

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La actriz y el ex piloto son viejos amigos y compartieron sus secretos y la cotidianidad: sus hijos, sus parejas, sus padres, su vocación, su infancia, los traumas y mandatos, los momentos más duros de sus vidas y el más reciente motivo de su felicidad. Los abusos y el hambre que ella sufrió de niña, y los siete segundos que a él lo separaron de un trágico final
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El día que Eleonora Cassano se desnudó para Playboy y cuando Agustín Rada actuaba en un semáforo

La bailarina y el comediante hablaron de todo: su vocación, los comienzos, las presiones, la pareja, el amor, los hijos que creen entre bambalinas, el rigor del entrenamiento, el maltrato y la crueldad de ciertos profesores de ballet, los años en que él hizo magia en una plaza y su llegada a Netlfix, y la aversión a la comodidad que los impulsa a no quedarse nunca en el mismo lugar
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Por qué Baby Etchecopar todavía no sabe cómo está vivo y el arrepentimiento de Héctor Cavallero por haber sido infiel

Unidos por la pasión por el teatro y una amistad de años, el conductor y el productor se encuentran en el Coliseo para hablar de sus amores, sus miedos, sus grandes éxitos y fracasos, y lo inexorable de envejecer
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