Al promediar la nota, Eleonora Cassano y Agustín Rada harán un intercambio de trucos: la bailarina le enseñará un paso de danza, y el comediante le enseñará a hacer magia. Aunque los dos saben bien que la magia está en otra parte: en sus hijos y en el escenario. Tal vez por eso se sienten tan cómodos durante la charla en el Teatro Coliseo, donde hablarán con honestidad de su vocación, los comienzos, las presiones, la pareja, el amor y de la aversión a la comodidad que los impulsa a no quedarse nunca en el mismo lugar.
Agustín Rada: —¿Cómo va? Qué lindo estar acá en un escenario.
Eleonora Cassano: —A mí me trae cosas especiales éste escenario, éste teatro.
AR: —¿Bailaste muchas veces acá?
EC:—Sí, tiene un declive bastante marcado que afecta los giros, afecta en el bailar, pero te las ingenias siempre.
AR: —Pero bailás hace un ratito, así que te acomodás.
EC: —Sí, toda mi vida. A los siete empecé a estudiar y a los ocho ya entré a la escuela del Colón y de ahí no paré más.
AR: —Yo empecé a los siete con la magia, y no entré al Colón. Pero me iba a anotar en la escuela de danza clásica de Bahía Blanca, de donde soy yo, y no me animé.
EC: —Es que siempre da un poquito de cosa y vos por ser hombre la tenés más difícil.
AR: —Claro, el prejuicio era “¿cómo ir a bailar danza...?” Después hice algunos cursos donde había una base sobre la danza clásica pero eran de expresión corporal.
EC: —Nunca está demás seguir aprendiendo. Yo, bailarina súper clásica, un día dije “bueno, voy a hacer un espectáculo de music hall”, y me puse a estudiar canto y teatro, y tuve compañeros que me dijeron que si era clásica, no podía estudiar canto.
AR: —Qué fuerte el ambiente, ¿no?
EC: —Muy cerrado, y yo no, claramente.
AR: —Vos entraste y pegaste una de patadas a todo el cerradismo.
EC: —Sí, creo que rompí con todos los moldes de la bailarina clásica, salir en Playboy, hacer un espectáculo en el teatro Maipo, ir del Colón al Maipo.
AR: —Yo cuando actué en el Maipo era como que no lo podía creer, estaba actuando en el Colón para mí.
EC: —Hace veintipico de años, el Maipo se asociaba directamente con la revista. Entonces, de bailarina clásica, me transformaba en vedette. No fue así, bajé con plumas, pero con una punta en mi zapato de taco, e hice un espectáculo donde cantaba, hacía zapateo americano, actuaba, hacía de todo.
AR: —Corregime, por ahí estoy equivocado, pero creo que no, Julio (Bocca) y vos fueron los que acercaron a la gente al ballet.
EC: —Es así, no estás equivocado. Julio y Lino Patalano como su representante fueron los que se preocuparon por acercarlo a la gente. Yo me incluí en esta movida y logramos bailar en la cancha de Boca, en la de River, en el Luna Park. El sentido era ofrecerle a toda la gente, no solamente a la que tiene abono en el Colón, disfrutar de un espectáculo de danza. La diferencia tal vez entre el Maipo y el Colón es que en el Maipo tenés acá a las personas y en el Colón no los ves.
AR: —Algún día voy a estar en el Colón.
EC: —Absolutamente, no está lejos, y hoy menos. Tiene que ser así, tiene que abrirse la cabeza la gente. En un punto es re lejano lo que hacemos los dos, pero hay coincidencias en un montón de lugares, creo que esa libertad que vos buscaste siempre de querer hacer y de mostrar lo que querías.
AR: —Sí, yo tuve mi pelea también; empecé siendo mago, entonces el mundo de la magia decía: “No puede hacer comedia, ¿cómo vas a cantar arriba del escenario? ¿Estás loco? ¿Vas a bailar?”
EC: —¿Y cuándo descubriste la magia?
AR: —Yo era muy fan de los circos, me volvían loco. Cuanto circo venía, me ponía pesado con que me lleven y quería quedarme ahí. Y con mi abuelo mirábamos un programa que se llamaba “Magia y circo”, todos los domingos. Una Navidad le pedí a Papá Noel un camioncito Duravit, y Papá Noel dijo “Yo no te voy a regalar un Duravit, te voy a regalar una caja de magia”. “¡Yo quiero manejar un camión, no quiero ser mago!”, dije, pero empecé a jugar a que era mago y, de pronto, me encontré arriba de un escenario actuando y trabajando de mago, o sea que era mago antes de serlo, porque tampoco tenía formación.
EC: —¿Y cómo aprendiste?
AR: —Comprando trucos y libros de magia por correo, y cuanto mago llegaba a Bahía, yo iba. Y ahí entró el consejo de mis viejos: “Ok, no hay cómo estudiar magia en Bahía, hacé otras cosas”, y me metía en danza contemporánea, canto, teatro, malabares, con los malabares empecé a hacer semáforo, porque necesitaba estar delante del público.
EC: —¿Sentías eso?
AR: —Sí, total. A los 12 años hice mi primer show como profesional, me pagaron 20 pesos. Y me subí con un pánico tremendo, porque había tenido experiencias en el teatro tocando la batería en una banda de jazz tradicional de niños –una cosa muy rara que yo hacía de chiquito, mis viejos nos mandaban. Yo tenía un grupo, tocábamos en festivales como los niños raros que tocaban jazz, y ahí tenía que salir solo; ese día, antes de que me presentaran, yo quería que explote el teatro, porque no quería actuar, tenía mucho miedo, quería que mueran todos con tal de que se suspenda el show. Pero cuando arrancó... ¡uno no quiere que termine nunca más!
EC: —¿Cuándo sentiste los primeros aplausos o lo que se siente arriba del escenario?
AR: —¿Viste la bambalina, cuando pasás?
EC: —Sí, nosotros la llamamos la “culis”, en francés. El pánico está ahí afuera.
AR: —¡Uy, el término que me llevo hoy, la “culis”! Es la puerta mágica que pasás. Y la sensación de éxtasis y de “se para el tiempo”, está todo quieto por eso que está pasando ahí, y ya fue, nunca más voy a hacer otra cosa.
EC: —Yo siento que entro en mi mundo y no pasa nada más a mi alrededor, yo estoy ahí y recibo la energía del público. Es indescriptible y no se puede trasladar esa sensación.
AR: —Viste que dura un instante también, ¿no te pasa que por ahí arranca el acto y, no te diste cuenta, y ya está terminando?
EC: —Maso: las obras que son muy largas tenés que estar manteniéndote en forma, con los músculos calientes, y todo eso para la misma noche seguir bailando y no enfriarte, no lastimarte. Porque está todo lo artístico, pero también necesitás de la musculación, de preparación física. Antes no te preparabas físicamente, sólo la clase de ballet, como una nena que empieza a hacer clase con la barra: primera, segunda, todo eso que vos sabés.
AR: —La llevé a Bianca, mi hija, mucho tiempo. Ahora tiene 15, fui padre muy joven. Y hacía danza clásica. A los 2 iba a danza contemporánea, con pañales, me acuerdo, era una locura. En sus clases me quedaba mirando: verla en la barra toda chiquitita, es hermoso.
EC: —Yo lo he hecho con mi hija, pero para la maestra no era lo mismo que yo esté sentada mirando, por eso mi hija no estudió más clásico, pobrecita. Y toda esa preparación que necesitás, llega un punto que el cuerpo te dice, “si no hacés las cosas bien, olvidate de estar arriba del escenario”. Se sufre, pero son momentos maravillosos que todavía no encontré en mi vida normal –no como mamá, creo que soy mejor mamá que bailarina–; no encontré algo que pueda decir “me siento como en el escenario”. Me encanta dar clases, disfruto muchísimo pasando lo que fui aprendiendo. Si no amás lo que estás haciendo, es un plomo hacer clase de ballet, te tiene que encantar, se los digo a las alumnas.
AR: —¿Y te ha pasado con esto del entrenamiento físico de estar en una gran función y empezar a sentir a los músculos diciendo “che, mirá que en tres minutos no voy a dar más”?
EC: ––No. Me ha pasado de lastimarme en función, sí, o la espalda: tengo dos hernias de disco. O el tobillo, de abrir el telón haciendo “Carmen” en el Ópera, y al segundo mi pie hizo así, me lo doblé tan mal que ni siquiera me pude parar y zafar, y teníamos dos semanas de funciones con Julio, todos los días. Así que cerraron el telón, Julio vino, me agarró a upa, me sacó, y me hice un esguinzaso. Pero en menos de una semana estaba bailando, iba al kinesiólogo mañana y noche, antiinflamatorio, una locura. Depende de cada persona, vos si un día estás resfriado y tenés función ¿no la vas a hacer?
AR: —Hice función con puntos de operaciones de hacía dos días, y salí a actuar. Y esto de lo mágico que hablamos, la fiebre se va, la angustia en un momento desaparece, sigue estando, pero en ese momento de éxtasis, desaparece todo.
EC: —Te olvidás de todo en la culis, mucho nervio, mucha cosa, entrás, la música, el aire, la respiración que se siente a lo lejos del público.
AR: —El murmullo. La orquesta para ustedes. La mamá de mi hija es violinista y, cuando la iba a ver al teatro, el momento en que están los músicos afinando es como que están los soldados afilando las lanzas, como que salen a la batalla.
EC: —Para mí es mágico, el violín son las cuerdas del corazón, del alma…
AR: —¡Salvo si ensayan en tu casa! Una escala de violín es heavy… Hay mucho de comparación en el violín y con ustedes que son el pie piqui, piqui, hasta que está como tiene que estar.
EC: —No hay otra forma, por eso es tan riguroso el ballet clásico. La danza contemporánea tiene lo suyo, el jazz tiene lo suyo, pero en el clásico no se puede mentir. Hay determinada forma de hacer las cosas que si vos decís “ah, no, pero yo el sentimiento lo paso por acá”, olvidate, a mí no me engañás, y no a mí, al ballet, por eso que se tiene que hacer súper correcto. No significa que el grado de rigurosidad tenga que ser llevado a un lugar que no sea el correcto.
AR: —Hay mucho maltrato.
EC: —Que lo he vivido. Yo espero que no siga, sé que hay maestros que son duros, hirientes, y eso es un error gravísimo, porque a una chica que está en plena formación vos le decís algo que la lastima y la marcás para toda la vida, con el tema del físico, con el tema de su gordura, o su altura. Es muy difícil, hablo constantemente de esto porque es entrar en un mundo difícilisimo, la anorexia, la bulimia. Y hay maestros que siguen, que no se dan cuenta en el siglo que vivimos, y siguen con “¡cerrá la boca!”, “¡no comas!”, “¡estás gorda!”, antítesis de todo lo que hay que hacer.
AR: —¿Y tus viejos te apoyaron?
EC: —Sí, bueno, mi mamá había hecho toda la escuela en el Colón, no vengo de la nada, ¿en tu casa?
AR: —Había una mentalidad artística y un apoyo incondicional y de mucha libertad, eso fue re groso tanto para mi hermano, que se dedica a otra cosa, es músico de jazz y programador, como para mí: una cosa exacta y una cosa artística, mis viejos las apoyaron de la misma manera.
EC: —Vos pudiste armar todo, yo tuve que desarmar todo. Tuve que cambiarle la cabeza a mi vieja. Cuando le dije que iba a hacer Playboy, ¡Dios! Bueno, me tuvo que convencer a mí antes mi marido, y la revista fue toda nuestra, y Julio y yo y no es que estábamos sexys, estábamos bailando. Nos usan en cuadros, esculturas, en todos lados. Fuimos a hacer la producción a Nueva York con Jack Mitchell, uno de los mejores fotógrafos. Renata Schussheim con la imagen, no voy a decir vestuario, porque no había. Las fotos quedaron maravillosas.
AR: —¿Tu marido te convenció a vos?
EC: —Sí, es que yo me maté de risa cuando me dijeron Playboy. Ahora estoy más rellenita, pero antes era un escarbadientes, ¿qué voy a hacer yo en Playboy? Pero el concepto era absolutamente diferente, fue precioso, y mi vieja después andaba con la revista. Hay que trabajar por todos lados a la gente, a mis compañeros, a mi mamá, a quién sea, para demostrar que las cosas no siempre se hacen de una manera, ¿vos un espectáculo tuyo cómo lo describís?
AR: —El último, Serendipia, es eso, una licuadora de cosas…Tiro ahí todo lo que me gusta hacer. Cuando empecé a ganar plata, la situación en mi casa era un poco adversa económicamente, y lo que ganaba haciendo semáforo, espectáculos callejeros o fiestas infantiles, ahorraba y me venía a estudiar acá magia. Cada vez que venía, iba con un profesor diferente, porque quería tener más formas de ver lo mismo.
EC: —Qué extraño debe ser actuar en un semáforo. Porque la gente no termina de prestar atención, casi no hay tiempo para que te den la plata. Yo valoro lo que hacen, porque no es sólo para ganarse el mango, sino para ejercitarse y mostrar.
AR: —El 90% no está mirando, o está criticando. Igual el show en la plaza ese sí que tiene rock and roll, porque tenés que empezar sin nadie, nadie de los que están ahí tiene ganas de ver un show, entonces vos tenés que convencerlos a que se queden, divertirlos… Hace muchos años que no hago calle, en algún momento lo voy a volver a hacer porque lo que yo aprendí ahí no lo aprendí en otro lado. Encima, después de que los divertiste, tenés que convencerlos de que te paguen por lo que vieron. Yo lo vivía como un entrenamiento, no había una necesidad de que si no hacía eso no morfaba; hay una adrenalina. En vez de ir a jugar a la pelota, iba a hacer eso y a pelear con la policía que nos sacaba, porque no existían espectáculos callejeros y nos veían como los drogadictos de la plaza. Y tomábamos chocolatada, felices de juntar 20 mangos en total.
EC: —Es como cuando a mí me preguntan ¿trabajaste para ser famosa? No, yo trabajé para ser buena bailarina. A vos te deben preguntar: ¿y ahora que llegaste?
AR: —Yo no quiero llegar a ningún lado, porque cuando llegue me voy a quedar ahí, no quiero llegar. Siempre estoy muy atrás de dónde puedo estar, esa es mi búsqueda. Yo quiero siempre estar, crecer, aprender algo nuevo; ahora arranco tap, que lo tengo metido en la cabeza desde que soy chico. Sé que me voy a frustrar mucho, dicen que es muy difícil. ¿Vos sentiste alguna vez que llegaste?
EC: —No, porque…
AR: —Y eso que mirándote de afuera “ésta sí que llegó”.
EC: —Claro, pero no. Soy muy inconsciente con lo que hice en mi vida, bailé por todo el mundo, en los mejores escenarios, pero o me olvido o no lo considero tan… sé que es importante, no le quiero sacar valor, pero tal vez es para ayudarme a tener los pies en la tierra. Yo he viajado en limousine, he comido en castillos con reyes, cosas que jamás en la vida me imaginé que podía vivir, pero después volvía a mi barrio de Boedo o a San Antonio de Padua, donde vivo ahora, y me calzaba las zapatillas. Soy anti figura, es muy feo tener que demostrar.
AR: —Sabés lo que le debe de doler la espalda a la gente que está todo el tiempo en pose y demostrando.
EC: —Cuando sos, no tenés que demostrar nada. Con Plácido Domingo, nosotros bailamos “El día que me quieras” con coreografía de (Juan Carlos) Copes, y él iba a cantar; y nos llevaron con Julio para presentarnos, estaba en un barcito, y nos dijo: “Hola, chicos, qué honor cantar para ustedes”. Yo me quería morir, ¡Plácido Domingo! Te demuestra la grandeza de los grandes de verdad. Todo eso que viví no me lo olvido, pero no es mi realidad. No es mi realidad vivir en un hotel cinco estrellas, mi verdad es clase media baja, media alta, a mí mamá no le alcanzaba ni para comprarme unas zapatillas de punta. La casa que tengo, la tengo porque laburé como una desgraciada, nada me vino de arriba, y la gente piensa que sos millonario, o “es famosa”. Yo me iba de gira con mis dos hijos, Tomy tenía tres años y conocía 13 países…
AR: —Mi hija viajaba conmigo a los tres años, porque la mamá estaba muy al palo cuando yo estaba de gira. Perú, Colombia, España, y mi hija se venía conmigo, hermoso. ¿Tu marido qué hace?
EC: —Mi marido es director del teatro Maipo, es Sergio Albertoni, trabajó con tu mujer. Está haciendo producciones conmigo y el Ballet Argentino junto a Julio hace casi 30 años. Empezamos a hacer giras cuando estábamos recién casaditos. Yo me casé hace 35 años, en el 85. Sergio era químico y trabajaba en un hospital en Ituzaingó. De golpe, empiezo a hacer giras y él sintió la necesidad de estar un poco más cerca mío y acompañarme. Y empezó a trabajar con Lino en las producciones que hacíamos con Julio.
AR: —Y de golpe era productor.
EC: —Y viajaba de gira conmigo, solo, o con Julio, yo estaba embarazada cuando hacía “La Cassano en el Maipo” y Sergio…
AR: —¿Actuabas embarazada?
EC: —Actué hasta el quinto mes de embarazo, bailando todas las noches, de martes a domingo, sábados dos funciones. Pero tenía menos panza que ahora. Casi cinco meses de embarazo y lo único que cambié fue un acto en el que me ponía una soga, pero después bajaba la escalera con la punta y las plumas, todas las noches... ¡tenía una energía! Yo siempre dije “el día que quede embarazada me voy a quedar tranquila en mi casa”, pero no quedaba, y me puse a estudiar teatro y canto, y Lino me ofreció hacer “La Cassano en el Maipo”, íbamos primeros en venta, y quedo embarazada… y bailé hasta casi el quinto mes. Sergio estaba de gira por Japón, dio la vuelta al mundo con Julio Bocca, el Ballet Argentino, hasta que a mí me agarró una contracción y se vino para acá. Después nació Tomás.
AR: —Nació y volviste a bailar.
EC: —Al mes estaba entrenando y después hice “Dancing Cassano” que era otro espectáculo musical, music hall, y después salí de gira ya con Tomy que tenía un mes. Estaba en el teatro y lo ponía ahí mientras ensayaba, en las funciones le armé todo con sus juguetes, me maquillaba con él al lado, bebé. Se lo llevaba a la boletería el padre, en el intervalo me lo traía y le daba la teta, así se crió Tomás.
AR: —Con la mamá de Bianca nos separamos cuando ella tenía cuatro años, nunca tuvimos problemas, somos muy amigos. Bianca estaba una semana conmigo, una con ella, y cuando estaba conmigo y me tocaba laburar, tenía que venir, y me acuerdo que yo estaba en un teatro en San Telmo, “El bar mágico”, y Bianca se quedaba toda la función atrás del telón; me decía que le gustaba mirarme los pies, porque se quedaba tranquila. Entonces, dormía, pobre, en un portatraje... ¡me la va a sacar un juez! Pero Bianca dormía en un portatraje toda la función, mirándome, y a veces pasaba que no se dormía y aparecía: “Papá, ¿falta mucho?”, y estaba el público.
EC: —Es como lo del escenario: tuve muchas funciones increíbles, pero mis dos mejores funciones fueron Tomas y Julieta, es algo superior.
AR: —Es un amor que no se sintió nunca, es un miedo que no se sintió nunca, es todo al recontra mango, increíble. Bianca es mi mayor maestra también, las conversaciones que yo tengo con mi hija a la noche tomando un té y lo que me enseña… En mi vida la comedia está todo el tiempo: mi pareja, Fernanda, es comediante y actriz. Pero también el imaginario de la gente es que estamos todo el día cagándonos de la risa, y la verdad que no.
EC: —Es importante tener al lado a alguien que sepas que es “la persona”. A Sergio, que es mi hombre, lo descubrí en Santa Teresita, en la playa, le digo a mi amiga: “Mirá qué fuerte que está”. Iba con un shortcito celeste que usaban los bañeros, mide un metro noventa, es tipo alemán, estaba re fuerte, sigue lindo todavía. Y voy a un boliche y lo veo, y no me sacó a bailar… Me saca a bailar otro, y yo en el boliche y me sacaba los zapatos; siempre enana, usaba tacos, pero bailar con tacos, no. Bueno, y pasa por al lado y me dice: “Che, ridícula, ponete los zapatos”. Después nos encontramos por la calle, me invitó a tomar algo y desde ese día nunca más nos separamos.
AR: —Espectacular.
EC: —Casi dos años de novios y 35 de casados, y nunca nos separamos; nos matábamos, nos gritábamos, sí. No somos las parejas esas típicas de “sí, mi amor, ¿qué querés, mi amor?”, creo que en parte por eso aguantamos tanto. Porque la realidad de la convivencia es dura y los hijos incrementan las dificultades, pero cuando hay un amor que sabés que es el amor, fluye.
AR: —Yo con Fernanda hace siete años tuvimos en un momento un pequeño break que a mí me acomodó. Era mucho crecimiento profesional, medio que solamente estaba mirando la carrera, y vino ella, el amor de mi vida, y me dijo: “¿Sabés qué? si tenés la vida solamente acá, yo me voy”. Estuvo muy bien, hay que frenar un poco a veces.
EC: —¿Y lo de la carpintería cómo es? Porque mi marido está haciendo cosas de carpintería, ¡no sabés las cosas que hace!
AR: —Entonces que no mire “La carpintería de Radi”, porque es básico, pero es muy divertido. Es comedia con carpintería. Yo me crie con mi abuelo carpintero, de esos ebanistas que ya no hay, sigue con su carpintería abierta, 93 años tiene, un capo. Podía estar horas mirándolo fabricarme los trucos de magia, yo le llevaba un planito y le decía “abuelo, haceme esto”. Admiro a muchísima gente, pero mi familia, la gente que me rodea, fueron los que me inspiraron y me inspiran. Nunca quise ser como otro, siempre quise ser cada vez más yo.
EC: —Y lo estás logrando, ¿no lo sentís? Sos auténtico para meter lo que a vos se te canta, es maravilloso poder armar un espectáculo y poder poner todo lo que a vos se te ocurre.
AR: —¿Y cómo se es auténtico con la danza, con un esquema tan rígido?
EC: —En una coreografía o en un ballet, tu impronta la ponés interpretativamente. Eso hace la diferencia. Nosotros hemos tenido la libertad de cambiar, de jugar, nos divertíamos. No hubo una sola función que haya bailado igual que otra. Una vez bailaba “Diana y Acteón” con Julio, una mallita piel con la pollerita piel, y ¿qué hice? ¡Me rellené las lolas de algodón, con la mallita beige! Así salí, y me empiezan a aplaudir, digo “Ay, me aplauden por las tetas”, me sentía rarísima. Y cuando lo veo salir a Julio sólo con la parte de abajo, en cuero, tenía como una faldita, y se había puesto todo un bulto, se había rellenado el suspensor, y me agarró un ataque de risa porque le vi un cacho así... ¡parecía Hércules! Bailamos todo tentados, mirá que era un dúo dificilísimo, yo paradita en la punta, él me llevaba tirando con la pierna atrás, pero con una risa…
AR: —Espectacular. Es cortar con tanta solemnidad, también.
EC: —Sí, no hay que ser muy solemne. Yo sentía distinto cuando bailaba en Argentina a bailar en otros lugares, ¿sentís esa diferencia con Netflix, de tratar de hacer reír a otro público?
AR: —Yo siento que nos reímos todos de lo mismo. No hago humor coyuntural, busco que mi comedia sea universal, que la vea un venezolano, un español o inclusive ahora un gringo en Netflix, y que se ría. Mi humor tiene una impronta argenta, pero siempre estuvo pensado para el momento en que llegue a laburar afuera.
EC: —¿En serio pensabas así?
AR: —Sí, yo soñaba con eso, entonces tenía preparado todo, también porque disfruto mucho el proceso, soy un amante de los procesos y del armado.
EC: —Y te aburrís rápido.
AR: —Por eso también cambio. Fui mago profesional 20 años y un día dije no quiero más esto, y me iba bárbaro y la pasaba bien. Pero no sentía la incomodidad como siento ahora con muchas cosas.
EC: —Sí, ese cosquilleo, ese nervio, esa cosa de ¿me saldrá, no me saldrá? Eso es lo que hace crecer a un artista y esa es la diferencia del que llega y el que no llega.
AR: —Confirmé lo que pensaba.
EC: —¿Qué pensabas?
AR: —Que sos una verdadera grande, porque sos una mujer común que la rompe toda, que la rompió toda, que representó a Argentina en el mundo, pero sos eso, sos grande de verdad porque sos una persona común en el mejor sentido de la palabra. Me encantó estar acá conociéndote.
EC: —Yo admiro lo que dijiste de la planificación, es de una personalidad y una forma de ser que planta a una persona en otro lugar. A mi también me encantó.
Fotos: Franco Fafasuli
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