Son viejos amigos, de los que hablan horas todos los días. Frente a Héctor Cavallero, ese hombre verborrágico y acostumbrado al monólogo que es Baby Etchecopar dice que a veces sólo escucha, y que hace mucho caso. En el escenario del Coliseo, el actor y conductor le confesará al productor teatral su profunda admiración en medio de una charla en la que hablarán de todo ––sus amores, sus historias, sus miedos, sus éxitos y fracasos, y cómo viven el hecho de envejecer–– con tanta franqueza como sentido del humor.
Baby Etchecopar:––¡Caballero Cavallero! Dos veces porque una es por el apellido.
Héctor Cavallero:––Uno con “b larga” y el otro con “v corta”.
BE:––¿Cómo andamos?
HC:––¡Muy bien! Me encanta compartir este momento con vos.
BE:––A mí también. Y tengo mucho para preguntarte. Lo primero: ¿siempre tuviste mujeres hermosas?
HC:––Tuve mujeres. Con algunas me fue muy bien, con otras no tanto.
BE:––Pero, digo, nosotros somos petisos los dos. Y encima estamos en el medio, somos petisos para ser altos…
HC:––¡Y altos para ser petisos!
BE:––¿Sabés cuántas veces en la puerta del teatro cuando salgo las viejas dicen: “Ay, pero es una mierdita este”?
HC:––Ahora viene otra cosa peor, vos todavía no empezaste, pero te vas achicando. Yo creo que debo haber perdido un par de centímetros, y más también, ¡lo veo en los lienzos!
BE:––Me das una muy mala noticia. Porque yo no me puedo dar el gusto de perder centímetros, ¡no tengo un changüí! Porque me la doy de canchero en la tele y en la radio después...
HC:––Encima se nos cae el “lope”, ¿por qué se me tiene que caer? Me hice trasplantes y se me cayó también.
BE:––¿En serio? Yo me veo desnudo en el espejo y le digo a mi mujer: “¿Cómo podés dormir conmigo?”.
HC:––Peor yo, que me miro y digo: ¿Quién es ese viejo que está en el espejo?
BE:––Hay que decirle eso a la gente. Tenemos que hacer una obra de teatro advirtiéndole a la gente que uno se muere como 20 años antes de dejar de respirar. Este es un castigo por haber sido infiel, por haberte volteado a todas las minas que te volteaste.
HC:––Por haber hecho todas las macanas que hiciste.
BE:––Hay gente que alquila teatros, y gente que hace teatro. Yo te admiro muchísimo, porque admiro a los que hacen teatro.
HC:––Eso es lo que signó mi vida. Si me hubiera preocupado más por la boletería que por el escenario, hubiera sido mucho más beneficioso económicamente. Pero disfruté tanto en el teatro, que muchas veces me decían cuánta gente tuviste, y yo ni sabía. Me tocaron obras que veía y disfrutaba todos los días. Convivencia, con (Federico) Luppi y (Luis) Brandoni, fue la primera con la que me pasó que no podía dejar de ver, me sentaba en la platea todos los días esperando algunas situaciones, porque disfrutaba del nivel interpretativo de esos artistas impresionantes, con Betiana Blum. El otro con el que me pasó fue (Antonio) Gasalla, en un espectáculo que me maravillaba por la calidad de lo que había hecho él como director y creador.
BE:––A mí me va bien en el teatro, vos sabés. Y me da mucha nostalgia. Una vez alguien me dice: “¿Cómo no te gusta viajar? ¿Nunca fuiste a Europa? No puedo creer que no conozcas Europa”. Y le dije: “Yo no puedo creer que vos no conozcas un aplauso, que la gente que se pare, te salude y te aplauda”. Europa es un ticket.
HC:––(risas). Yo podía disfrutar los aplausos de otros, desde la platea, y sentir que era parte de la cosa. Pero vos lo vivís, te entra ese cariño directo al corazón. Yo empecé a conocer el teatro a partir de una obra en la que no sabía ni cómo era el teatro ni que pasaba, porque venía de la publicidad, de una agencia dónde la modelo más importante fue Susana (Giménez). Y esa convivencia, haber sido pareja, me llevó un día a que alguien me llamara para contratarla para una obra, y yo le digo: “Mirá, no sé, ella no lo ha hecho nunca, le pregunto”. Y ella me pide una cifra ridícula, como si ahora te dijera “dame cien mil dólares por mes”. El tipo casi se cae de cabeza al piso, me dice: “Bueno, muchas gracias”, pero pasan quince minutos y vuelve a llamar por teléfono y me dice que Carlos Petit, el representante, está de acuerdo, ¡y va a poner esa plata.
BE:––¡Qué ojo!
HC:––La miré a ella y le digo: “Te dan la guita”. Y la respuesta fue: “Me cagaron, ahora tengo que hacerlo”. Y empecé a tener una conexión mucho más directa, y a colaborar con él. Ahí conocí lo que realmente me di cuenta que era mi pasión. Vos, Baby, ¿cómo empezaste en esto de la actuación?
BE:–– Hasta los 12 años yo era bastante castrado por mi vieja: “No vas a jugar a la pelota que te agarra el tren”, decía, una locura. Iban todos con la pelota: “Baby ¿vamos?”, “No, porque hay que cruzar la vía y mi vieja no me deja”, entonces agarraba los libros de teatro que había escrito mi tío Vicent y hacía los personajes de las obras de él delante del ropero de mi abuela. Y empecé a estudiar con un viejo que me salvé de que sea un degenerado, porque alquilaba una habitación en un conventillo en San Isidro para dar clases. Le afanaba la guita a mi abuela del almacén para pagarle, pero yo sentía que era actor. Después me anoté en Sonofilm como extra; Guillermo Francella se olvidó de esto, pero una vez fui a hacer de extra y me maquillan con pancake, que era como una grasa que te ponían en la cara. Y de ahí me voy al club Beccar, a la pileta, y me empiezo a sacar con la toalla el pancake para no tener que ir al vestuario, y estaba Guille, que me pregunta por qué estaba maquillado. Le digo: “Porque vengo de trabajar de extra”. Y me dice: “Yo quiero ser actor”. Y yo: “Y bueno, Guille, dale, estudiá”. Pero Guille es mucho más capaz que yo; mirá: llegamos en verano a la pileta del club, vimos el trampolín, él se tiró, y yo no. Me pasé todo el verano llegando al borde y no tirándome. Él se tiraba, y se tiró y fue a estudiar teatro y, después, a tocar puertas, mientras yo me puse a fabricar ropa. Un sábado a la mañana voy a buscar unas telas, salgo de mi casa en Libertador, frente a Pepino, ya estaba casado...
HC:––¿Te casaste joven, no?
BE:––Sí, a los 29 años. Y ese día pongo en el auto a Arigotti, que era un periodista de la época que dice: “Vamos a empezar este sábado con el monólogo final de Pepe Sacristán en Solos en la madrugada”. Y empecé a llorar, porque dice: “Sé lo que quieras ser, no molestes a nadie; si querés una pollera, ponete la que te guste; si querés ir al cine, sacá la entrada; no jodas a nadie, pero no te frustres”. Y entonces lloré y lloré, y volví y le dije a mi mujer, que estaba con una panza así: “Dejo todo, pero quiero ser feliz”. Y ella, que fue la mejor mujer del mundo, me dijo: “Hacé lo que quieras, que yo te acompaño”. Pasamos de tener un muy buen estándar de vida a no tener ni para comer, porque tuve que indemnizar gente, vender… Y con la democracia nombran a Mauricio Salmoyraghi, que era amigo mío de la infancia, como presidente de Canal 11, y le pedí: “Abrirme la puerta, no me des nada, dejame pasar el blindex y el molinete”. No me dio nada, pero entré al canal. Nadie sabía cuánto cobraba yo, porque iba gratis: me bajaba del 4 en Constitución, y me iba caminando hasta Canal 11.
HC:––¿Y cómo mantenías a la familia?
BE:––Me ayudaba mi suegra, los amigos; pedía prestada plata que nunca devolví, me fui de Libertador a vivir a la casa de mi suegra, pero yo necesitaba cambiar.
HC:––Hacer lo que amabas.
BE:––Fue un cambio brutal, brusquísimo; pero había que hacerlo. Y un día Pancho Guerrero, que fue mi padrino de la tele, me dice: “Pibe, necesito un extra”. Y me quedé en el canal haciendo cosas, después Maestro y Vainman me dieron un bolo que se convirtió en permanente en Gente como la Gente. Querían llevarla a la temporada de invierno, en un teatro frente al Blanca Podestá. Nos dan el teatro, y no había plata, entonces lo busco al gordo Puppo, y me convierto en productor de Gente como la Gente, que fue un fracaso.
HC:––¡Como corresponde!
BE:––Como corresponde. Pero igual ya pisas más fuerte, ya venís con el nombre de los programas, produciendo y pagándole a todo el mundo –con Puppo, que ponía la plata, yo no––. Y después puse la primera radio FM de la Argentina, con un vatio…
HC:––Eso lo sabía. Pero vos sos alguien que se hizo a sí mismo en esta carrera. Porque cuando decidiste ponerte a pelear con la gente en un canal de cable chiquito, y decir lo que tenías ganas de decir, todos te mirábamos y decíamos: “¿Y este que está haciendo? ¿Es loco? Mirá cómo putea a las viejas”. Y fuiste muy honesto con tu personalidad y con tus ideas, no las vendiste nunca.
BE:––No, me voy a morir así. Eso lo heredé de papá.
HC:––En eso tengo que decir con gran orgullo que el tipo más honesto que yo conocí en mi vida fue mi viejo. Yo tengo una formación bastante difícil, sobre todo en el colegio donde fui pupilo, un colegio inglés en Lomas de Zamora. Mis papás estaban separados y en esa época los matrimonios separados eran para los chicos como una cruz; no podías reconocer que tus papás estaban separados. Yo lo tenía siempre escondido, era como un puñal que tenía grabado.
BE:––¿Duele, no?
HC:––En ese momento, sí. Hoy para los chicos es algo normal, dicen: “Uy, este tiene los padres juntos”. Pero en ese momento era durísimo, y mi papá creyó que lo mejor para mí era, como mi mamá era muy joven –me tuvo a los 17 años, mi papá tenía 30–, que yo no estuviera con ella a pesar que yo la amaba con desesperación.
BE:––¿Por qué?
HC:––Porque estaban peleados. La gente en esa época se divorciaba y se odiaba. Mi papá después de muchos años se disculpó y yo lo entendí porque era lo que él creyó que era lo mejor, y fue un padre extraordinario. Había empezado de la nada, viviendo en Remedios de Escalada, se llevaba los zapatos en la mano para no caminar por el barro hasta que llegaba a la estación: se lavaba las patas, se ponía los zapatos, y venía a la ciudad. Pero fue un triunfador tan grande…
BE:––¿Qué hacía?
HC:––Tenía una industria gráfica.
BE:––¡Como mi papá!
HC:––Tenía formularios continuos, que en ese momento era lo que se necesitaba. Pero fíjate lo que produce en un pibe: a los 7 años me dicen que yo salgo del colegio de acá de Buenos Aires, que era el San José, para ir pupilo a Lomas de Zamora, y la desesperación me produjo una meningitis. ¡Me fabriqué una meningitis y estuve 40 días en coma!
BE:––Es que era como ir a la cárcel.
HC:––Y a los 40 días de la meningitis, vienen a darme el alta, y tenía paperas. Claro, no quería ir. Después fui a vivir a la casa de unos tíos porque no podía aguantar más como pupilo.
BE:––¿Te sentiste abandonado?
HC:––Sí. Yo salía los viernes con desesperación a la casa de mi mamá. Fue muy triste. Hasta que a los 13 años me vine a Buenos Aires a vivir con papá que se casó de nuevo, y mi mamá también ya estaba acá, entonces vivía un poco con ella también.
BE:––¿Tu mamá se casó de nuevo?
HC:––No, nunca más. Tuvo varias parejas, pero no hizo una pareja. Con lo cual yo empecé a aprovechar que iba a estar un rato con uno y un rato con el otro, cuando no me gustaba una cosa me iba a la otra casa, como el hijo único de matrimonio separado que saca beneficios continuamente.
BE:––Pero eso también te ayuda a no tener hogar, a salir de noche, a tener una vida libre: te criás en la calle.
HC:––Exactamente. Y eso me creó muchos amigos, mucha noche, y me divertí muchísimo. Tuve un beneficio enorme que es que nunca nunca tomé alcohol ni drogas. Yo vivía muy cómodo, iba colegios carísimos, con auto, con toda la ropa que quería. No puedo decir que tuve que pelear nada, hasta que le dije a mi viejo: “No estudio más”. Y mi viejo me dijo: “Me parece bien, ¡andá a laburar!”. Y fui a laburar de cadete al diario El Mundo, ahí empecé a estar en Ventas, me contrató otra compañía, y después me contrató Timerman para su revista.
BE:––¿Qué te ayudó, el talento o la simpatía?
HC:–– Era bastante buen vendedor creo. La simpatía me ayudaba a trabajar bien en Ventas y con todo eso fui tomando un capital de conocimiento de la publicidad bastante importante. Me metí a estudiar en El Salvador Publicidad, monté mi propia agencita, me fue bien. Produje muchas cosas, fui bastante saltarín de una cosa a la otra. Si hubiera seguido una línea exclusiva, de repente hubiera cimentado mucho más, pero cuando me gustaba una obra de teatro, quería hacerla; me gustaba un artista internacional, y buscaba traerlo; o me gustaba representar a un artista porque creía que era bueno… Fracasé con uno solo creo, con Cacho Castaña, porque no lo pude meter en su momento. Y me alejé del medio por la relación con los actores: con algunos tuve cosas preciosas y, con otros, grandes desilusiones. Y como soy un poco sensible, a pesar de que no lo parezca, hay cosas que me hirieron mucho. Yo pagué siempre la ingenuidad.
BE:––Vos pensás que te quieren.
HC:––Sí, yo creía eso, que habíamos entablado una amistad.
BE:––No, esta no es una profesión para que te quieran, es una profesión en donde nos amamos mientras dura la temporada. Pero lo que pasa es que es mágico todo. A veces cierro los ojos y me parece un sueño, que son mentira todas las barbaridades que dije, porque hay un desdoblamiento. Ha muerto mi madre y he salido a escena, pero no porque crea que el show tiene que seguir, sino como un homenaje. Después que me pegaron los tiros, yo andaba con las muletas, y tenía diez funciones pautadas en el Piccadilly en verano. Primera función, con las muletas; me dolía la pierna, ¡vos no sabés lo que era!
HC:––Es como mágico que puedas haber salido de esa situación, que pudieras llegar hasta el arma para defenderte: Dios te marcó para que lo pudieras hacer.
BE:––Sí, fue muy raro. Fue una coreografía que me marcó Dios, porque yo no sé todavía por qué estoy vivo. Además, la locura de, en ese momento, con el tipo que me tiraba a la garganta y no le salía la bala, tener la lucidez de acordarme, tirarme… Mi hija fue muy viva y mi hijo, que estaba con un tiro del pecho, también, porque se tiraron los dos arriba mío y me dieron tiempo para abrir la mesa y sacar el arma. Era un segundo, en ese segundo me podían haber volado la cabeza.
HC:––¿Te produjo arrepentimiento alguna de esas cosas que te pasaron?
BE:––Hay una sola cosa que me echo en cara: no haber estado más tiempo con mi mujer, y no haber estado más tiempo con mis hijos. Cuando los padres se disfrazaban en el jardín de infantes de osos panda, yo decía: “Qué boludos, tipos grandes que vienen a perder tiempo al ensayo del osito”. Y hoy me hubiera encantado disfrazarme de oso panda, se los debo. Me arrepiento de no haber amado mucho más a la madre de mis hijos. Con tiempo, pero un día Leandro me dijo: “Papá, tres cumpleaños te esperé y no viniste por estar de gira. Y lo miré y le dije: “Pero Leo, ¿quién compraba la torta?”. Porque yo era el único que laburaba... pero tendría que haber cortado la gira, porque ellos son lo más importante de mi vida. ¿Y vos, de qué te arrepentís?
HC:––Me arrepiento de haber sido muy liviano de cerebro y haber cometido muchas infidelidades, que son cosas que uno las paga con el tiempo y te quedan grabadas. Decir: “Qué mal hice”, y no tiene solución. Y empecé a ser un mito que no tiene nada que ver con la realidad.
BE:––¿Cuál mito?
HC:––Esto de que era un ganador.
BE:––¡Pero es la verdad! ¡Hay que ganar! Susana es la más linda del mundo, Valeria (Lynch) divina, talentosa.
HC:––Hay que ganar, pero hay que perder también.
BE:––¿Y con quién perdiste?
HC:––Tuve buenas relaciones, hoy tengo buena relación; fui infiel, me fueron infieles; pasé momentos duros, pasé momentos lindos; hasta encontrar la paz maravillosa que encontré con mi mujer. Todo eso me dio cinco hijos lindísimos, maravillosos; los más chicos tienen 18 y 19 años, y tengo tres nietos y una vida maravillosa gracias a esta mujer. No creía nunca que iba a retomar la senda del matrimonio, del orden, a mi mujer la conocí con 56 años, y le llevo 26 a ella.
BE:––Yo le llevo 11 a la mía, la conocí a los 63 y pico. Pero el café y la alegría de la mañana de hoy no los tuve nunca.
HC:––Bueno, entonces, ¿por qué no vamos a valorarlo? Ella es solícita, es estudiante, tiene dos carreras y sigue peleando para adelante. Ella organizó mi vida económica, que yo dilapidaba porque me divertía, y creía que iba a venir el maná del cielo todos los días, y de repente me encontraba con que no tenía guita.
BE:––¡A mí también, me maneja todo! Mirá, la madre de los chicos fue lo más, pero me dio toda la libertad que yo quería. Yo era un barrilete, ella me tenía de la punta del hilo, y yo volvía. Esta no.
HC:––Esta es tu par.
BE:–-Esta me dice: “¿Cuánto gastaste?”. Y le digo: “¿Pero, no me das plata?”. “¿Y lo que te dí el otro día?” (risas). Y no digo nada porque me hace bien.
HC:––(risas) Ella me conoció a mí en un momento muy duro, porque después de haber hecho cosas muy importantes en producción, de haber ganado mucho dinero, de repente, no había más.
BE:––¿Sabés cuál es la macana, Héctor? Que uno después de tanta carrera –no sé si es buena o es mala, si triunfamos o no, pero que la pasamos, la pasamos– no quiere hacer cualquier cosa, ya no tenés ganas. Yo antes iba a pescar bagres y estaba contento, pero hoy con un dorado no me conformo. La vez pasada me decían: “¿Cuándo hacés de nuevo El ángel?” No puedo más hacerlo, yo no puedo putear a una señora hoy, no por la cultura ni por el género, ¡porque no me sale! Estoy mucho más respetuoso, lo que pasa es que en ese momento.
HC:––Estuviste muy bien en ser irrespetuoso en ese momento, porque te sirvió para crecer en tu carrera, era el momento para hacerlo.
BE:––Un gran amigo, que fue hasta el último momento de su vida Hugo Guerrero Marthineitz, quiso romper el vidrio y no pudo. Y un día le dije: “Yo lo voy a romper el vidrio. Yo voy a pelearme con la gente, porque no puede ser que lo que dice la tele sea siempre cierto, que seamos fantasmas. Yo un día me voy a ligar la puteada y voy a responder”. Hasta que un día alguien me dijo al aire: “Vos Baby, que sos amigo del intendente de San Isidro, pedile que limpie el cementerio, que hay olor a podrido; me parece que es tu hermano que se está pudriendo”. En cámara, con un plano así, fue el momento más duro de sostener la mirada cuando te dicen eso de tu hermano que murió en Malvinas. No podía creer que hubiera semejante hijo de puta del otro lado, fue durísimo, pero sabía que yo había buscado ese momento: si vos entrás a la guerra, entrás a la guerra. No importa si puteás a las viejas, lo que se acuerdan es de que hice algo en la vida, por lo menos romper el vidrio.
HC:––Te puede salir bien o te puede salir mal.
BE:––En eso somos los dos iguales, lo dos apostamos.
HC:––Pero oíme, ¿sabés los sablazos que me he comido de fracasos de trabajo? ¿Los fracasos que he tenido?
BE:––No, ¡no terminemos así! ¡No te me caigas al diablo! Pie de pantalla: “Los sablazos que me he comido”. Yo el otro día tiré el calzoncillo en el inodoro.
HC:––Debía estar sucio…
BE:––No, ¡no estaba sucio! Me fui a bañar, lo puse ahí, apreté el botón y tapé todo. Y qué te dice tu mujer: “¡Otra vez, boludo!”. Porque hay una edad en la que perdés el nombre y sos el boludo. ¡Qué vejez! Tuvimos un lindo arranque, y un aterrizaje de mierda.
HC:––Uno tiene que acostumbrarse a esto, va a ir mermando inevitablemente.
BE:––¿Hasta cuando? ¿Hasta que no te des cuenta?
HC:––Hasta que alguien te lleve, hasta que me lleven en la silla de ruedas, que me pongan una mantita.
BE:––¡No, eso no! ¿Te ves así?
HC:––¡Noo!
BE:––¿Pensaste en matarte alguna vez?
HC:––No, nunca. No le tengo miedo a la muerte tampoco.
BE:––Yo le tengo terror.
HC:––Yo nada, lo que quiero es que sea sin sufrimiento.
BE:–-Lo pasé bárbaro, Héctor.
HC:––Yo lo pasé bárbaro, porque me encanta hablar con vos. Acá, y afuera, y adentro, ¡en todos lados lo pasamos muy bien!
BE:––Te quiero mucho, gracias por ser mi amigo.
HC:––Yo también, Baby. Gracias a vos.
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