Se saludan diciéndose que se aman. La última vez, Graciela Borges y Angel de Brito estuvieron juntos en Mar del Plata y, como siempre, hablaron durante horas. “Si oyeran lo que decimos”, se ríen cómplices. Pero ni la gran diva del cine nacional, ni el conductor y periodista de espectáculos se guardan nada en esta charla que tiene la gracia y la intimidad de dos que no le temen a eso que la diva llama “declaraciones valientes”. Y que recorrerá sus comienzos, sus amores, el oficio, la amistad, sus miedos y la búsqueda de la felicidad.
Angel De Brito: ––¿Siempre tuviste esta voz tan característica? Porque tu voz es única.
Graciela Borges: —Toda la vida, sí. Dramático.
ADB: —Sos dramática.
GB: —No, dramático el tema de tenerla, cuando era chica era mortificante. Entré a un colegio de monjas irlandesas y tenía muchas dificultades con las chicas porque se reían de mi voz. Era muy flaquita, muy pálida, con el pelo oscuro, y cuando hablaba tenía una voz que las niñitas no tienen. Lo cual era dramático porque empecé a no hablar. Se morían de risa, y yo no hablaba.
ADB: —Por la voz.
GB: —Por la burla. Quizás no fuera tan grave, porque todos tenemos una parte cuando somos chicos que mortifica a otro. Pero me perturbaban más otras cosas que ellas tenían y yo no. Es absurdo, pero yo no tenía secretos. Habían hecho un juego donde tenían secretos, y a mí nunca se me ocurría ninguno. Menos mal que una amiga de mi madre que se llamaba Santa Coloma le dijo: “Mira Leo –mi madre se llamaba Leo, Leonor–. Mira Leo, la mía tampoco habla mucho. Tenemos un conflicto ahí. ¿Por qué no las mandamos a declamación? Es un curso que va a dar una profesora que se llama Clotilde Milano”. Me acordé el nombre, cómo me habrá impactado.
ADB: —Te marcó.
GB: —Bueno, parece que les da mucha soltura social a los chicos, que les hace bien. El día que me lo dijo, creí morir. Me dieron un texto de un poema y yo pensé: “Voy a tener que pasar al frente y decirlo”. Pero me aprendí el poemita, fui al colegio, y cuando me llamaron me pasaron dos cosas, me aterré, como se aterra uno siempre que debuta, y me acomodé bien, porque me resultó más fácil comunicarme con las chicas a través de palabras de otro. Era fácil decir un texto y que tuviera aceptación, a pesar de la voz, de todo. Y ahí es como después quise ir al teatro infantil Labardén.
ADB: —Ahí empezó todo. Ahora, cuando eras chica no tenías secretos. ¿Hoy sí?
GB: —No demasiados. Tengo partes secretas, como todo el mundo, a lo mejor por culpa. A lo mejor por guardarse una experiencia que para uno fue muy importante y para otro no. O por vergüenza. ¿Vos no tenés secretos, Ángel?
ADB: —Todos tenemos secretos. Pero a veces no les importan a los demás. No siempre son romances, ni historias grandiosas. Por ahí son cosas más chiquitas que uno no quiere compartir.
GB: —Pero vos que sos un gran periodista del espectáculo y hablás con mucha gente y le sacás muchas cosas, yo te veo. ¿No te resulta a veces un poco... no angustioso, no sé qué palabra usar, que alguien cuente intimidades tan terribles? Yo a veces, como tengo sinusitis, le digo al que está al lado mío: “Decime, ¿vos estás escuchando esto?” Y me dicen que sí. Yo digo, ¿cómo se animan? ¡Qué momento este!, de declaraciones valientes.
ADB: —A veces son valientes. A veces es por llamar la atención. Vos conoces mucho el medio, hay gente que quiere aparecer todo el tiempo y le gusta llamar la atención. Me parece que las historias más fuertes no las cuentan, sacando algunos casos. Me ha tocado escuchar un montón de historias que no son públicas, quedaron en el olvido, o que nunca el protagonista se anima a contar.
GB: —Así como yo hago los personajes y copio a la gente que veo, entre ellos el de La ciénaga, ¿vos no te das cuenta cuando mienten o cuando están inventando algo? Por lo que fuera, porque a lo mejor la gente cree que que se hable mucho de ella es importante por no sé qué. Rating, que los nombren. Yo no he estado nunca de acuerdo con los que dicen “no importa que hablen mal, pero hablen”. No, es muy mortificante que digan cosas que no son verdaderas.
ADB: —Sí, me doy cuenta. Cuando mienten es muy notorio, porque uno tiene también el oído, el ojo entrenado. Por ahí no es que mienten tanto, sino que hacen una realidad paralela de un hecho chiquito, lo empiezan a adornar. Como decimos a veces los periodistas, adornan la base. Y en la tele nunca sabés qué vas a terminar contando. Porque tiene mucha adrenalina. Cuando estás en un programa en vivo y te preguntan o hay algún disparador, o viene una persona que te emociona con su historia, no sabés a qué te lleva, es todo realidad, no hay guión, no hay texto, se van entrelazando las historias. Me ha pasado infinidad de veces que un invitado cuenta algo que ni estaba en los planes míos ni suyos.
GB: —¿Vos podés trabajar con alguien que no soportás?
ADB: —Toda la vida me pasó. Convivo.
GB: —Yo no puedo. Me muero, porque me imagino, como decía Alfredo –Alcón, ¿no?– que lo que necesitamos es ser amados. Entonces, si alguien de verdad no te quiere, trabajar dos meses, el término de una película, o tres, es difícil.
ADB: —¿Difícil en qué?
GB: —De carácter, de contestar. No digo de agredir, pero de cierta soberbia. Te ponés al lado y le decís un poco lo que quiere oír, sin mentiras, con mentiras pequeñitas, piadosas, como decía Beatriz Guido. Un día tenía que ir al programa de Mirtha Legrand y me avisan que va determinada persona. Y viene Juan Cruz, “¿A dónde vas vieja?”. “Al programa de Mirtha Legrand”. “¿Y qué te pasa?”, “Va Fulanita de Tal, que me hizo muchas cosas feas”. Y Juan me dijo: “Mamá, tené empatía. Mirala como si fuera un film. Y fijate qué es lo que tanto te molesta, si no hay un poquito algo tuyo también, que capaz que es un espejo”. Terminamos conversando, yo me amansé y me imagino que ella también. No es difícil. ¿Sabés qué es lo difícil? Las opiniones en el fondo tienen que ver con la personalidad de uno, entonces los juicios son un poco la historia de uno. Es difícil tener juicios pesados. Yo sé bien qué gente no quiero, los asesinos, los violadores, una caterva de cosas... Todo lo que fue el 70. Todo lo que quieras. Pero a veces, salvo dos personas o tres que te conté, hasta la gente que pone cara de traste me da cierta ternura. Pienso, ¿qué le pasará? Pero esto es ahora, Ángel, yo tampoco fui así toda la vida.
ADB: —¿Te enojabas más antes?
GB: —Voy a decir algo terrible: trato de no enojarme mucho, porque soy una persona sin límites. Primero, para enojarme a mí o pelear conmigo, hay que hacer un máster. Prefiero antes que pelear decir sí, tenés razón. Pero cuando peleo, hay una parte de mí tan horrible, como dice Norma Aleandro, tan miserable, todos tenemos una parte… Que me doy cuenta de que empiezo a hablar y no digo realmente lo que pienso, digo cosas horribles. Y me encanta decir cosas horribles. Y no paro. Un día hace muchos años, Juan era chico y trajo un amigo. Y yo estaba por teléfono hablando, se ve que enojada. Y yo oí que Juan Cruz le dijo al amigo: “¿Vos nunca viste a mi mamá enojada?” Y el chico dijo que no. “Mejor”. Yo dije: “Tiene razón”. Sí, yo me enojo feo. Pero con gente que quiero mucho. Y cuando me enojo, no soy una persona justa.
ADB: —Antes nombrabas a Alfredo Alcón que era un caballero las 24 horas del día. Vos sos igual. ¿Qué pasa que otros actores pierden el contacto con la tierra y se creen dioses porque son famosos?
GB: —Hay que trabajar mucho para soportarnos, porque muchos no son nada felices. Mira, yo ya de esta carrera... ¿viste que el otro día te dije que en la generala puse “Tacho cine”? No sé si lo voy a hacer, pero tengo que descansar porque las dos últimas películas fueron muy difíciles. Hay una forma de felicidad, y es cuando nos damos cuenta verdaderamente, pero pasan años... Es como ser joven, toma muchos años ser fresca, natural, amorosa. Que no te pongan mal las arrugas, que son lindísimas, porque dan frescura en la cara, cosa que la gente no cree, entonces se llena de…
ADB: —¡Plástico!
GB: —Claro, y es una pena porque hay gente tan linda que se llena de plástico. Pero si sentís en el corazón, que es el único lugar donde somos nosotros mismos –porque la mente es muy mentirosa–, que todos somos exactamente iguales, la vida es una maravilla. Con dolores, con muertes, con enfermedades, pero una maravilla. Cuando gozás con tus compañeros, y los admirás, y no competís con ellos, es maravilloso. Hace años conocí a una de las mujeres más lindas de Buenos Aires, refinada, familia muy paqueta, ella era divina. De esas mujeres que van entrando y dejan un halo de perfume y de charme. Y cumplía 70. Entonces, mala pregunta, yo le dije: “¿Cómo te sentís Fulana?”, y me dijo: “Ay, ¡estoy tan contenta de ya no competir más!”. Y era verdad, competía con las otras mujeres divinas como ella que había cuatro o cinco nombradas socialmente. Y pensé, qué bueno que no soy nada competitiva. A mí por ejemplo me gustaba un libro de cine, Betty Boop creo, muy bien escrito. Tenía muchas ganas de hacer la película, y llamaron a Mercedes Morán, a quien adoro. Y dije: yo podría haberla hecho bien, igual o no tan bien, pero ¡qué bueno que lo haga ella! A uno le llegan personajes maravillosos que a otros no les llegan, por eso es mentira el premio a la Mejor Actriz, al Mejor Actor.
ADB: —Pero a todos nos gusta ganar, que nos vaya bien. Es propio del ser humano también. Digo, la competencia buena es linda. Cuando no entrás en la batalla campal, en la guerra. Yo soy competitivo con mis colegas, pero nos llevamos bien.
GB: —¿Cómo se te ocurrió esto del periodismo? ¿Cómo era Angelito de chico, en la infancia?
ADB: —Chiche Gelblung dice que no tuve infancia. Que no fui niño. No sé de dónde sacó Chiche esas cosas que piensa él.
GB: —¿Eso dijo?
ADB: —Sí, pero tuve una infancia maravillosa. Tengo los mejores padres del mundo, que me criaron con mucha libertad. Eso me marcó mucho el carácter, que me dejaban hacer, elegir. La vocación vino sola, desde chico supe que quería dedicarme a la tele. Después, fue una infancia totalmente normal, como cualquier chico que juega con sus amigos, que va al colegio, que tiene hermanos, tíos, primos.
GB: —O sea, fue buena.
ADB: —Excelente. La verdad, hasta ahora que tengo 45, no me puedo quejar, la pasé siempre bien. Tengo una hermosa familia. Un millón de amigos que nada tienen que ver con este medio. Tengo muy separadas esas dos vidas que se juntan, el trabajo y la vida real, le digo yo. No se mezcla lo público con lo privado. Se toca a veces, porque también tengo amigos del medio. Pero lo tengo bien dividido. Me parece que el que eligió estar en esto soy yo, entonces no tengo por qué involucrar a todos los demás. Que es mucho más redituable, que es mucho más fácil, que te hace avanzar en la fama rápido.
GB: —Vos tenés una especie de misterio alrededor tuyo que me parece que es importante guardar.
ADB: —Sí, no fue algo intencional, tiene que ver con mi carácter, siempre fui reservado, siempre fui tranquilo. Tranquilo (risas). Pero siempre me mantuve al margen. Como nunca me pidieron muchas explicaciones, no estoy acostumbrado a darlas. Siempre fui una persona, digamos, correcta, no desbarranqué nunca.
GB: —¿Sufrís a veces con lo que hacés?
ADB: —Con el trabajo, sufro… ¡con la ineficiencia! Eso me pone loco. Soy muy exigente, autoexigente primero. Quiero dar lo mejor siempre. Por eso te decía que soy competitivo. Todos los días quiero hacer el programa mejor. Y no siempre sale, es lógico. Te frustrás con algunas cuestiones. Y le exijo a los demás lo mismo, y ahí chocas, porque no todos van a trabajar con la misma pasión.
GB: —Ahora, ¡cómo manejás a las mujeres! Yo lo veo en el programa de la mañana. Es un chimento casi éste, pero, ¿por algunas panelistas tenés más debilidad que por otras, más cariño? ¿O tratás de ser neutral?
ADB: —Con cada una tengo una relación distinta. Porque son todas distintas. Creo que el secreto de Los Ángeles de la Mañana es ese, son todas tan diferentes, que es atractivo. Una es explosiva, otra es más reservada, otra es más pensante, otra vomita lo primero que le viene a la cabeza. Y como yo me crié con muchas mujeres alrededor, tengo esa facilidad de comunicarme con todos, pero con las mujeres me sale más fácil.
GB: —¿Y qué tal con Marcelo Tinelli?
ADB: —Lo adoro. Es uno de los mejores jefes que tuve, y tuve muy buenos jefes, como Carlitos Rottemberg y Daniel Hadad. Marcelo conmigo siempre fue muy generoso. Empecé trabajando en una de sus radios hace casi 20 años, con Laurita Ubfal, que hacíamos el programa juntos. Laura fue una buena jefa también, muy generosa conmigo. Ahí lo empecé a conocer y desde entonces trabajé con él. Es un tipo muy llano, como sos vos. Que cuando se enoja, te lo dice, cuando te quiere, te adora, y cuando lo necesitas, está la verdad.
GB: —Vuelvo a Alcón que, con (Leonardo) Favio, eran mis laderos, mis personas más cercanas y queridas. Me decía Alfredo: “Está bueno, Borges, lo popular; lo populachero cae a pedazos”. Y hay momentos en que es tan difícil sostener el tema de la televisión. Este tiempo tengo la sensación de que si bajó el rating de Tinelli es porque se mezclaron cosas de política, de fútbol, de lo que fuera. Porque es muy entretenido el programa. ¿Te angustia un poco?
ADB: —Yo creo que la tele tiene momentos para todo. Momentos de una figura, de otra. Por ejemplo, ¿te acordás que en un momento era todo reality show? En otro momento, todo ficción, ¡viva la ficción, aguante la ficción! En otro momento, la actualidad manda, vienen las elecciones, o pasa algo terrible y estamos todos con eso. Hay formatos que en un momento pegan mucho y en otros no tanto. La tele es muy cambiante.
GB: —Además este tiempo es difícil. Debo reconocer que Marcelo es divino conmigo, él y Guillermina son preciosos. Y qué vivo, qué rápido, ¿no?
ADB: —Marcelo hace 32 años que hace su programa y es el número uno como conductor y como productor, y tiene un éxito que no tuvo nadie. Como le pasó a Susana con su carrera, a vos en el cine, o a un Alcón, que fue el mejor de todos. Marcelo tuvo otros malos momentos de rating. O malos momentos personales y de muy buen rating. Son rachas, pero me parece que el lugar que te ganaste no te lo quita nadie.
GB: —Susana Rinaldi dice que cuando uno es una marca, hay gente que tiene catálogo, me hace gracia eso, porque es verdad.
ADB: —Moria dice algo interesante: que una vez que el público te eligió, no tenés que defraudarlo. Tenés que darle lo que quiere, obviamente con límites, y el público no te traiciona. Creo que cuando las figuras se corren por ahí de esa relación que tienen público-figura es donde empiezan los baches.
GB: —Una vez fui con nuestra amiga Grace Cámara a Punta del Este. Y estaba Moria, yo casi no la había tratado, todavía no habíamos hecho Funes juntas. Es una compañera…
ADB: —¡Excepcional!
GB: —Eso, poco común. Yo nunca vi una persona más educada y más mansa, no tengo por qué ponderarla, digo lo que siento. Y a veces veo cuando se pone contestataria, y digo: se está perdiendo que la gente sepa realmente cómo es. Esa semana donde comí con ella, pacífica, amorosa, nos hacía reír, y me acuerdo de decirle siempre a Grace: “Ay, qué amor de persona es Moria Casán”.
ADB: —Yo creo que se esconde con ese personaje. Porque es una mujer que siempre está pendiente de los compañeros y te pone la oreja o el hombro o la billetera a veces, yo lo he visto. Es buena compañera.
GB: —Yo he tenido grandes compañeros, muchos repetidos. Por ejemplo, Lautaro Murúa, de quien me enamoré cuando yo tenía 15 años, en Fin de fiesta. Era estupendo, con aquella cabeza, un hombre extraordinario. Alfredo fue glorioso. Cuando se enojaba era terrible.
ADB: —¿Era bravo?
GB: —Cuando se enojaba, pero era difícil que se enojara. Si había algo que le parecía injusto, era caballo, ¿viste?, y salía una parte de él muy fuerte. Favio es alguien tan presente en mi vida, ¡lo extraño tanto! Vuelvo a ver sus films y me doy cuenta de que el único que ha tenido en la cámara el mismo amor para los actores fue Alejandro Doria; Favio al más despreciable de los personajes lo retrataba con amor, ese fue su éxito. Además, sus convicciones: era un peronista acérrimo, y nunca en la vida me habló de Perón, mirá que éramos íntimos. Pero un día me llama y me dice: “Borges, vení para acá, Negra”. Él era el único que me decía Negra. “Mira, tenés que hacer algo, estudiate todos los discursos de Eva en España”. ¿Por qué? “Porque se rompió una parte de la cinta y yo tengo que ponerla. Vos tenés que estudiarte la letra, porque ella tenía un tono más arriba y alguna ‘ese’ se comía, como los provincianos, pero hacemelo”. Entonces yo practicaba y practicaba. Y él: “Cortá, no lo estás haciendo bien, no estudiaste nada”. ¡Lo que nos reíamos y lo que nos amábamos! Además él tenía algo que reconozco en mí, yo jamás le pedí nada a ningún negocio, a ningún gobierno, a ninguna televisora, ni a nadie… No quiero nada de nadie. Y Favio nunca pidió nada. Él quería que lo dejaran hacer sus cosas. Conseguir plata para sus films.
ADB: —Graciela, ¿qué te gusta hacer fuera de la profesión?
GB: —Me parece que me divierto y gozo más en la vida que trabajando. Disfruto mucho con los espectáculos que hago con mi cantante divina, Adriana Barcia, porque es un show donde todo lo que contamos es lo perdido, no lo ganado: que un novio me dejó, que el otro no sé qué. Y canciones. Y poemas. Y partes de películas, muy bien editadas por Soledad Lareo, que lo hace como los dioses. Las charlas me gustan, las charlas con la gente, pero ahí, activamente, como en este show. Filmar me cansó un poco.
ADB: —¿No querés filmar más?
GB: —No es que no quiera, el cine es un amor eterno. Pero el otro día estaban haciéndole un reportaje a Brad Pitt, y le decían: “Señor Pitt, ¿cuál va a ser su próxima película?” Y él los miró y dijo: “Ay chicos, ¡estoy tan viejo!” ¿Tan viejo Brad Pitt? “Estoy tan viejo, estoy muy cansado. ¿Saben que no aguanto más?”. Las filmaciones de noche, el cansancio, ¡es verdad!: es hartante filmar 18 horas, repetir las escenas. Porque ahora los directores, queridos míos, se envician mucho, no es como antes que el material se cuidaba porque era muy caro. Ahora borran y borran.
ADB: —Se cuidaba la cinta, claro, ¡ahora te hacen trabajar el triple! A mí me gustan muchas cosas que compartimos. Esto de los amigos, de salir a comer.
GB: —Es la única cosa fascinante en el mundo. Uno hace teatro para salir a comer. Eso decían algunos actores, y es verdad. Durante tres años hice con (Rodolfo) Bebán en teatro Cartas de amor. Yo me deprimía, porque era tan fuerte el personaje que, cuando terminaba la obra, no dormía hasta las cinco de la mañana, seis. Y un día me llamó Alicia Bruzzo, que siempre fue mi actriz favorita, y me dijo: “Borges, ¿cómo te estás sintiendo?”. “No muy bien, me canso mucho”. Yo la había visto a ella hacer Cartas de amor, que lo hizo como nadie, con Solá. Me dice: “Mirá, a Bárbara Mujica le pasaron cosas dramáticas con esa obra, trata de decirle a tu ser básico que es un chiste. Vas, le comprás alguna cosita, comé chocolate, reíte, tomá vino cuando termines”. Y yo hice eso, y no olvidé nunca a Alicia. Hay momentos en que uno sale muy dañado, y no tiene que ver con el público, ni con el éxito. Vos pensá que hice una película que dicen en Europa que es una de las veinte mejores de todos los tiempos, que es El dependiente, de Favio. Nunca ganamos un centavo, porque (Leopoldo) Torre Nilsson nos pidió que la hiciéramos en cooperativa. Se estrenó y ni mi mamá la vio, duró una semana en cartel.
ADB: —¡Una de las mejores!
GB: —Gloriosa. Hay que tener cuidado con los éxitos y los fracasos.
ADB: —Sí, se tocan, van y vienen.
GB: —Son como los amores.
ADB: —De eso te quería preguntar, del amor. ¿Algún hombre te dijo que no o te dejó?
GB: —Mirá, es gracioso. Cuando fui a hacer mis películas en inglés con Torre Nilsson, yo tenía muchas ganas, porque quería trabajar con Geraldine Page, que había ganado un Oscar reciente, una de las personas más fascinantes que hubo en el cine. Y llegué a Puerto Rico, donde filmábamos, y bien agrandada subí a un ascensor. Entro y veo un hombre vestido como de texano, con unos ojos azules, y me dice: “¿Tú eres Graciela Borges?” Mexicano. “Yo soy tu director de fotografía, soy Alex Phillips”. Inmediatamente me puse de novia con él. Él no conmigo. Pero yo me enamoré. Y nada. Vivíamos en un hotel al lado de la playa, y a la noche fuimos a comer y oí que dijo: “Mañana voy a la playa”. ¡Es precioso este cuento para denigrarme! Yo me probé un bikini, el que mejor me quedaba. Bajo, con pareo, por suerte, miro, y lo veo a Alex Phillips, y al lado una mina que las piernas eran tan largas que nunca llegué a verle la mitad del pecho. Era Miss Texas, que era la novia o algo así. No importó, porque al día siguiente ella se fue, menos mal. Entonces llegó un actor americano, amigo de Rip Torn, que era el marido de Page, y me dijo cosas agradables, había visto una película mía. Y ahí este Phillips me miró. Y yo dije: “Buenas noches, me voy a dormir”. Y él me siguió, se metió en el ascensor, tocó su piso, yo toqué el mío, y me miró, y me dijo: “No sabe lo que me aburro con usted”.
ADB: —(Risas).
GB: —Fue maravilloso, ¡era insólito! (risas) Después murió de amor, me llamaba a Londres cuando hacía la película con Palito (Ortega). Siempre la vida es lo mismo. Uno se retira un poco, y el otro se acerca más.
ADB: —Pero ya estaba.
GB: —No importa, pero fue cruel. Y después hubo otro. Y Bordeu, buen marido, divino, genial Bordeu. De la Torre, ni hablar, la persona más generosa que me filmó con un amor total. Y uno que me rompió el corazón. Ni lo nombro porque nadie sabe quién es.
ADB: —¿Actor?
GB: —No, nada que ver. Me rompió el corazón. Me enamoré tanto, ¡fue la vez que más me enamoré! Y me fui con él 15 días a la Polinesia, que es tanto, tan la nada, pero tan tus patas de rana, tu snorkel, tu bicicleta; no hay tele, no hay nada. Y todo es tan bucólico. Y la pasé tan bien, y después tan mal; pero en ese momento tan bien, que me acuerdo que dije: “Dios mío, gracias por estos maravillosos quince días. Aunque no me vuelva a pasar nunca nada igual te doy las gracias”. Nunca me pasó nada igual (risas).
ADB: —Graciela, ¿qué aprendiste de cuando saliste con un jugador de fútbol? Nadie te imaginaba a vos en ese momento, y se dio.
GB: —¿Sabés una cosa? Los Gutiérrez son una familia que adoro, soy madrina de uno de sus sobrinos, la madre duerme en casa cuando viene para hacerse ver por el médico; soy más amiga de la familia que de él ahora. Pero siempre la historia es la sensualidad… y él me mandaba flores y champagne. Él fue el otro día a un programa de fútbol y contó que por once meses conversamos por teléfono. Es verdad.
ADB: —¡¿Once meses?!
GB: —Sí, porque me mandaba flores y un día yo dije: “Bueno, tengo que agradecérselo”. Entonces la madre me dijo: “No está, está entrenando. ¿Por qué no venís que te hago un locro rico?” Y conocí primero a la madre. Pero vos fijate que si en vez de un jugador de fútbol –divina persona, honestísima, súper inteligente–, hubiera sido el hijo de un polista, nadie hubiera dicho nada. O sí, es más chico, bueno.
ADB: —El amor es lo más maravilloso que te puede pasar.
GB: —Lito Cruz, a quien yo adoraba, decía: “Cuando uno se enamora, empezó el tormento”. Enamorarse es fantástico, pero hay dos cosas, el enamoramiento es una pasión, y el amor es un sentimiento. Atravesar eso…
ADB: —Te amo, Graciela. ¿Qué descubriste en esta charla?
GB: —Yo a vos. Y hoy descubrí, teniéndote frente a frente, que nunca me equivoqué con vos, sos esta linda persona que siempre fuiste conmigo. Hay una cosa en vos: estás como detrás de un vidrio empañado que hay que limpiar para poder verlo bien, y eso es fantástico. Es lo misterioso del ser.
ADB: —Yo descubrí otra cosa, que ya la sabía, pero la sigo descubriendo cada vez que te veo, cada vez que charlamos, cada vez que whatsappeamos, que por ahí la gente no te imagina mandando WhatsApp, tan cariñosa, atenta. Hoy descubrí que sos infinita. Sos un personaje y una persona que no se agota nunca. Tenés historias guardadas que brotan y anécdotas con todo el mundo, y te gusta tener eso: historias con la gente. Con los más importantes o con los menos, con todos.
GB: —Todo el mundo tiene la misma importancia, ¡de verdad!
ADB: —¡Pero vos sabés que sos un prócer del espectáculo! Sabés que la gente te ama, que sos una referente para todas las actrices de las generaciones que vinieron después. Y no te creés el bronce.
GB: —No, porque no existe, tampoco el divismo. El otro día un amigo mío dijo: “Sí, es muy buena actriz, pero es una diva”. No, yo quiero que vos digas que soy muy buena actriz, pero diva, no, porque una es diva por cómo vive, y yo no vivo como diva. No me molesta, pero no es cierto. Trato de ser mejor, de tener perdón, capacidad de no angustiarse con lo de los demás, que es un trabajo eterno. Yo no era así, trabajé mucho. Cuando dicen: “No puedo cambiar, la gente no cambia”, no es verdad.
ADB: —La gente puede cambiar.
GB: —Podría ir un día ahí a hablar con las chicas a tu programa.
ADB: —Cuando quieras. ¡Te quiero!
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