Tiene sentido que se conozcan sobre el escenario del Coliseo. Si algo tienen en común Flavio Mendoza y Sebastián Wainraich es que son hombres de teatro. Tienen historias muy diferentes: uno creció en la vida nómade del circo, el otro, en una familia tipo de Villa Crespo, como su personaje de Casi feliz (la serie que creó y protagoniza en Netflix).
El bailarín, coreógrafo, productor y director artístico y el actor, guionista, comediante y conductor se encuentran en el mismo lenguaje para hablar de todo sin inhibiciones: su infancia, sus grandes dolores, el éxito, el amor, la pareja y la convivencia, la paternidad, la búsqueda de la felicidad, los miedos y el desafío de adaptarse a un mundo sin mandatos para ellos ni para sus hijos.
Flavio Mendoza: —¿Pero cómo anda, señor?
Sebastián Wainraich: —¡Flavio! ¿Todo bien?
FM: —Muy bien, ¡primera vez que nos vemos!
SW: —Yo creo que sí, en persona, sí.
FM: —¿Y cómo estás?¿Cómo te tiene todo esto?
SW: —Desde el punto de vista egoísta, bien, porque pude seguir con la radio, el año pasado lo hicimos por Zoom, que no estuvo bueno, pero ahora lo estamos haciendo presencial; y la semana pasada terminé de grabar la segunda temporada de mi serie.
FM: —Yo no tuve tanta suerte. Estuve bastante parado, complicado. En vacaciones de invierno se reactivó un poco todo, pero la cultura está un poco golpeada… Hay que seguir remándola para que todo suba, ¿no?
SW: —Tengo amigos que fueron a verte, quedaron encantados. Así que yo voy a estar por ahí.
FM: —Nunca te vi trabajar en algo tuyo, y vos nunca me viste a mí...
SW: —Nos debemos eso. La otra vez, te vi en un programa de tele dando una nota, en cuero, y dije: “¡Cómo se mantiene este pibe!”. ¿Cómo hacés? Es la primera pregunta que tengo.
FM: —Vivo haciendo dieta, porque ya cuando los años pasan... antes no, me comía cualquier cosa y no importaba. También creo que me ayudó desde chiquitito que soy quinta generación de artistas de circo, donde, toda mi vida, en los momentos en que no hacía acrobacia o me enseñaban algo, estaba jugando colgado de los árboles, entonces eso también te ayuda a tener una vida deportiva. Pero bueno, como tengo que seguir trabajando, el abuelo tiene que mantenerse.
SW: —Contame eso, ¿quinta generación de artistas de circo?
FM: —Quinta: yo abro los ojos y lo primero que veo es a mi vieja haciendo equilibrio. Era vivir siendo nómade, viajar de un lado para el otro, muy sacrificado. En aquella época era mucho peor, porque no tenías luz, ni agua. De chico, una de las peores cosas era ir a la escuela, por los viajes.
SW: —Eso te iba a preguntar: ¿Cómo hacías? ¿Hacían giras nacionales ustedes?
FM: —Nacionales e internacionales. Yo el primer idioma que hablé de chico fue portugués, porque empecé el colegio en Brasil. Cuando vine a la Argentina hablaba una mezcla de portugués y español. Íbamos con un pase de una ciudad a otra y, cuando me gustaba una escuela, no lo entendía, ¿por qué me tenía que ir?
SW: —Pero ¿cuánto tiempo se quedaban en cada lugar?
FM: —Lo que duraba. Mirá, tenemos un monólogo con (Juan Pablo) Geretto que dice: “Él se va a quedar en la ciudad; si al circo le va bien, una semana; si le va muy bien, dos semanas; si la va muy muy bien, tres semanas”. Dependía de cómo funcionaba. Jugábamos en el predio de la carpa con mis primos, los hijos de otros artistas y de los empleados, y yo veía que la realidad nuestra, la de los chicos del circo, no era la misma. Siempre decía que Papa Noel no trataba a los chicos del circo de la misma manera que a los demás, éramos un poco discriminados: “Ay, es el chico del circo”. A la vez fue una gran escuela: todo lo que yo hago hoy es gracias al circo.
SW: —¿Y en algún momento hubo un Plan B, de decir, “me gusta otra cosa”?
FM: —El teatro, que está relacionado, pero es como que abrías la canilla y ya salía el agua caliente, en cambio en el circo, no; en el circo tenías que calentar el agua para poder bañarte. Me gustó un poco más eso, pero nunca quitaría lo rico y lo especial que fue el circo en mi vida, desde las navidades, a todo lo mágico que pasaba.
SW: —¿Cómo era la Navidad? Trabajaban también.
FM: —Sí, todos los días del año. Y en Navidad hacíamos una gran mesa en la pista o en el hall, y nos reuníamos todos. Yo no entendía cómo hacía Papá Noel para meter los regalos por la ventana de mi casilla que era tan chiquitita. Siempre mi familia tuvo eso de hacerme vivir como en un cuento. Y me acuerdo que uno de los regalos que yo siempre pedía, era una pileta pelopincho que todo el mundo tenía, pero a nosotros no nos sobraba la plata. Y llegó esa Navidad la pelopincho y yo salgo corriendo a armarla, y lloraba mientras la llenaba con agua. Y vi que mis viejos también lloraban: ahí me di cuenta del sacrificio que habían hecho para poder regalarme esa pileta. Esas cosas no te las olvidas, te van marcando… Pero contame vos de tu infancia.
SW: —Bueno, nada que ver: fija, en una familia de clase media. Crecimos en Almagro, cerca del Parque Centenario, de Villa Crespo, toda esa zona. Una vida muy porteña, colegio público… Mi viejo comerciante y viajante de vez en cuando, y mi vieja trabajó de un montón de cosas e intercalaba esos laburos con ser ama de casa. Papá, mamá y tres hermanos, yo el menor. Tres hermanos varones. Mi hermano del medio, Diego, falleció cuando yo tenía 19 y el 25, muy duro. Ya pasaron casi 30 años, 28; de un día para el otro se enfermó sin ningún antecedente, y estuvo nueve, diez meses enfermo y falleció.
FM: —¿Y cómo se vive con eso?
SW: —Es una huella y un vacío que quedan ahí para toda la vida, con los que se aprende a convivir. Antes de que suceda parece que va a ser imposible la vida, atravesar eso, superarlo y, después, me parece que los seres humanos nos adaptamos a todo y lo vamos sufriendo de la manera en que se puede. Con contención familiar, de amigos, mucha terapia… Este trabajo me dio un montón también. Antes me costaba mucho hablarlo, no es normal decir “se me murió un hermano”. La muerte es absurda siempre, pero hay algo cronológico que se supone que primero se mueren tus abuelos, después tus papás, y hay algo que se rompe ahí. Y en el último show lo metí de alguna manera, con melancolía y comedia, lo metí.
FM: —Claro, tal vez es como un homenaje que vos le hacés a tu hermano.
SW: —No lo había pensado, es lindo eso que me decís. Fue por una necesidad personal, pero también artística, porque vi que encajaba. Se ve que había algo ahí que quería decir sin querer hacer de eso un momento solemne ni un golpe bajo, que algo debe tener, pero me gustaba poder blanquearlo y llevarlo después a la comedia. Viste que en la comedia existe esta discusión sobre de qué te podés reír, de que no te podés reír de todo. ¿Y quién es la autoridad para decidir de esto sí, de esto no? Hay que ver cuál es el chiste, cuál es el paso de comedia, y yo creo que lo encontré cuando hice esta obra, y me hizo mucho bien. ¿Cómo hacés vos con los dolores de la vida?
FM: —Bueno, en un espectáculo con Geretto y Flor de la V, hablo del circo y cuento que me quedó la asignatura pendiente de hacer un número con mi vieja. Y ahí lo represento, lo bailo, hago una cosa acrobática con una bailarina, que la representa a ella, y es un poco un homenaje, porque fue una mujer muy sacrificada.
SW: —¿Por qué?
FM: —Tuvo un padre que la maltrataba; ella nos pegaba mucho a nosotros también. Mi vieja sufría de vértigo y mi abuelo, para que mi mamá hiciera acrobacia, le pegaba con una tacuara de abajo para que se tire. Y mi mamá se tiraba y se quedaba colgada, temblando, la podría haber matado, pero en aquella época te enseñaban a golpes las cosas. Mamá fue muy sufrida y muy resentida también, hay personas que no lo pueden curar. Yo le decía: “Ya está, mamá, tenés que largar eso porque, imaginate si yo me hubiera quedado resentido con vos por todo lo que me pegaste. Y nunca fui resentido, al contrario, te amo, te cuido, te protejo”.
SW: —¿Nunca te enojaste con tu mamá?
FM: —No, no sé si me enojé, por ahí sentía cosas que decía: “¿Por qué?”. Pero ella fue muy maltratada, por eso cualquier cosita era una paliza contra nosotros. Yo la entendí y la perdoné, y dije: “Nunca le voy a pegar a mi hijo”. En una discusión, en estos últimos años, cuando ella ya no estaba bien –imaginate, una persona que fue acróbata toda su vida, y casi no podía caminar–, un día dice: “¿Por qué Dios me castiga así?”, y mi hermana, ya enojada, le dice: “Porque nos cagaste a palos tantas veces”. Y estuvo bien también que mi hermana pudiera decirlo, lo necesitaba porque fuimos muy golpeados.
SW: —¿Vos a quien te querías parecer, Flavio?
FM: —A mis hermanas, Patricia, Adriana y Silvina. Yo soy el menor de los cuatro. Siempre las admiré porque, al ser mujeres de circo, las veía que manejaban camiones; se pinchaba una goma en el medio de la ruta, y mi hermana empapada la cambiaba; armaban y desarmaban el circo, cuando me decían que las mujeres eran frágiles, yo vi que mis hermanas eran grandes guerreras.
SW: —¿Y trabajan con vos ahora?
FM: -–Sí, en el circo, en las escuelas. Una de ellas no, porque vive en Tucumán, de nosotros cuatro, es la que más estudió, la que se casó con un farmacéutico.
SW: —La presentable, digamos.
FM: —La presentable de la familia, Silvina. Y nosotros tres seguimos. Para mí es muy importante estar con ellas, creo que no tendría ni mi casa sin mis hermanas, porque yo no manejo la plata, no lo sé hacer, no lo entiendo, no me gusta. Es re loco, pero soy un tipo grande, y le digo a mi hermana: “¿Me das plata?”.
SW: —En eso nos parecemos, somos niños, yo también soy un desastre con esas cosas. Hay una parte que no la podemos: yo no puedo clavar un clavo, rompo la pared, ese tipo de cosas. Lo que siempre supe fue que iba a estar cerca de todo esto, siempre, desde chico, escribía y escuchaba radio.
FM: —¿Pero tu familia nada que ver?
SW: —No. Pero yo sentía que había algo ahí. Creo que hay una historia medio cliché, la historia del chico tímido que encuentra ahí el espacio y, de hecho, todavía me sigue pasando cuando escribo o en la radio, que hablo mucho más de lo que hablo en la vida. Entonces, no elegí la vocación, me pasó, no es que dudé en un momento, y dije “Uh ¿qué voy a hacer?”, no, era esto; yo no tenía Plan B. ¿Te pasa a veces que estás ahí arriba del escenario y decís: “¿Qué estoy haciendo?”
FM: —Sí, yo digo: “¿Qué hago disfrazado?”; “¿Señor, que hace así disfrazado?” (risas).
SW: —”Señor grande” (risas).
FM: —¡Claro! A veces, hasta cuando me visto para ir a una nota, digo: “¿Quedará bien este pañuelo o ya soy un viejo choto?”, y después termino diciendo, “Bueno, soy artista, me lo permito”.
SW: — ¿Estás en pareja, Flavio?
FM: — Eh, creo que estoy en pareja. (risas)
SW: —Me gusta esa definición. ¿Cómo es eso?
FM: —Porque le tengo miedo, porque es como que… no sé si sabías que soy gay.
SW: —No sabía nada. (risas)
FM: —¿No sabías? (risas). Cuando te ven con otra persona, nunca creen, ¿viste? “Ah, está porque le está quemando la billetera, o es gato...”. Siempre me pasó, y más cuando te hacés conocido, que tu relación y tu vida están expuestas. Les he tenido que decir a mis amigos: “Ustedes no se preocupen, que no me van a sacar lo que yo no quiero que me saquen”.
SW: —Pero ¿cómo no sabés si estás en pareja ahora?
FM: —Estoy, pero lo trato de preservar y no decirlo. Él tampoco quiere, es una persona muy sana, que no tiene nada que ver con el medio.
SW: —Y ¿dónde lo conociste?, ¿te puedo preguntar?
FM: —Por las redes, porque me comentó una cosa del pelo de mi hijo. Y no sabía quién era yo porque estaba en el ejército, entró desde muy chico y es mucho más chico que yo. Y él me invitaba a tomar mate. “Yo no tomo mate”, le decía yo. ¡Mirá qué loco, ¿no?! No tomé mate nunca, y ahora estoy tomando. Y es una persona muy buena, que ama a mi hijo, que me ama, y que siento que es para toda la vida, pero lo trato de preservar porque me da miedo que lo dañen.
SW: —Me imagino lo difícil que debe ser estar en el ejército y ser gay.
FM: —Sí, es que no era gay.
SW: —Ah, se enamoró de vos.
FM: —Se enamoró de mí, de la persona, porque en realidad hasta la parte sexual fue in crescendo…
SW: —¿Empezaron como amigos?
FM: —Empezamos como amigos, y después él…
SW: —Pero pará, ¿vos sabías que te gustaba desde el primer momento, o no?
FM: —Te voy a ser sincero: cuando yo chateaba con él, era un encuentro, y ya. Porque también desde que está Dionisio es como muy importante quién entra en mi vida. Y después lo empecé a conocer, que era una persona tan buena, tan sana, tan limpia de tanta cosa, que se fue dando de a poco. ¿Y vos?
SW: —Yo estoy hace dieciocho años.
FM: —Muy bien, sos de las personas que duran.
SW: —Sí, no sé si muy bien, está bueno que me pase a mí, pero no significa que todas las relaciones tienen que durar eso. Estamos hace cinco mundiales de fútbol. Nos conocimos en una radio, ella (Dalia Gutmann) estaba ocupada en ese momento. Hice un trabajo ahí… empezamos como amigos, supuestamente. Pero yo no quería ser amigo.
FM: —Ella ya te gustaba de entrada.
SW: —Sí, a mí me gustaba. Y ella me ofrecía una amistad. Hasta que en un momento yo dije, no, ya está, no la puedo caretear más. Y un martes, Flavio, le dije: “Mirá, yo no te voy a llamar más. Si querés ser mi amiga, no me llames más. Si querés otra cosa espero tu llamado”. Se lo dije un martes, el jueves la llamé, a los dos días la llamé. (risas)
FM: —Mentiroso.
SW: —Mentiroso, sí. Y bueno, en un momento se dio, y empezamos, y ahora tenemos dos hijos, convivimos, es lindo y es muy difícil también. Tenemos, para mí, una buena convivencia, con todos los problemas que puede tener una convivencia. Ella hace teatro, escribe, hace sus shows. Que está buenísimo, porque los dos entendemos el trabajo y los horarios del otro, nosotros nos bancamos mucho al otro en los proyectos…
FM: —¿Dormís hace catorce años con ella, en la misma cama?
SW: —Sí, más o menos, sí.
FM: —Porque a mi me pasa que digo: “Vos tenés que tener tu baño y yo mi baño, y distintas habitaciones”.
SW: —Bueno, esa la empezamos a pensar, a tener cada uno sus espacios. Lo más difícil es todo lo burocrático, toda la logística de la familia, el colegio de los chicos, firmar los cuadernos. Ahí decís: “Bueno, somos niños a la hora de actuar, de este trabajo tan hermoso y tan lúdico, pero hay que ser responsable también, estamos criando dos personas”. Entonces todo eso es lo lindo, y lo complejo. En una persona yo tengo a mi mujer, a mi amiga, a mi compañera, a la madre de mis hijos, o sea, es un familiar también.
FM: —Yo de chico idealizaba mucho. A mí de adolescente, cuando estaba despertando a la sexualidad, me hicieron debutar, no sé si a vos también, era la típica que te llevaran a debutar con mujeres.
SW: —No lo puedo creer.
FM: —Claro, en el circo te llevaban a debutar, que es horrible. Creo que es una de las peores cosas que me pasaron, pero lo hacés porque tenés un miedo terrible.
SW: —¿Y vos no le decías a nadie que te gustaban los hombres?
FM: —No, es que no me gustaban. No me gustaba nada a mí, era como asexuado. Sí me daba cuenta de que me gustaba la persona. Cuando un amigo me gustaba, porque lo idealizaba, no lo veía por la parte sexual, para para mí era como: “No, ¿qué es eso?”, ni siquiera era de mirarle el bulto. Era muy niño yo. Y de grande, dije: “No, me gusta más esto”, pero también luchaba con la sociedad, con eso de “lo que tengo que ser”. Mis viejos me mandaban a la psicóloga, que me dijo: “No, los que tienen que venir son tus papás”.
SW: —Claro, qué bueno que te tocó esa psicóloga.
FM: —Sí, más que nada por mamá, que era la más dura con todo eso. Mirá, yo empecé a hacer transformismo, pero no le dije nada a mi papá; él era de campo, un santo, y me acuerdo que un día estábamos comiendo, y yo no levantaba ni una pesa, porque no tenía que tener músculos por el look que yo quería dar de transformista, para vestirme de mujer, entonces mi viejo me dice: “Ay hijo, ¿por qué no haces un poco de pesas que estas muy flaco?”, y salta mi mamá, que era más bruta, “¿Y qué querés, después como se viste de mujer?”, y yo pateándola por debajo de la mesa. Y un día yo quería pegar un aro muy pesado, con una traba con un plástico, y le digo a mi viejo: “El metal con esto, ¿qué es lo que pega, papá?”, “Dame”, dice, porque mi papá siempre quería hacer todo. Y yo no quería, para que no viera. Y me acuerdo que le doy el aro, “Bueno, es un aro, qué sé yo”, lo pega, todo, me lo trae y me dice: “Dejalo que seque bien, todavía no lo uses”. Cuando me dijo “todavía no lo uses”, dije: mi viejo entendió todo, un genio.
SW: —Sabés que yo trabajé con Fernando Peña tres años, y el mundo gay lo conocí con él. Y ahí me di cuenta lo machista, lo homofóbico, que es todo, y cómo sufría él, ¿vos cómo lo llevabas?
FM: —Creo que también hay un poco de machismo y homofobia en la misma comunidad gay, entonces, tiene que ver con la naturaleza humana. Pero lo sufrí mucho de chico. Soy de otra época también. Hoy si un chico dice que es gay, es más tranquilo, yo no lo podía decir, porque era bullying en la escuela, era “sos puto y de circo”, que es una palabra que ojalá toda la gente que la usa de esa forma, tenga la integridad y el amor por lo que hace que tiene la gente de circo.
SW: —¿Vos producís también tus obras?
FM: —Claro, a la fuerza me hice productor, nunca hubiera querido ser productor. Tuve que arriesgar muchísimo, hasta mi casa, y eso me hizo perder cosas que había ganado, pero soy de los honestos que pago hasta el último centavo. Me hice a la fuerza porque no se hacía lo que yo quería ver en el país, era decir: “Quiero hacer este espectáculo”, y que me dijeran: “No, es una locura, no se puede invertir tanto”. Todos iban a ganar lo que se hacía en la temporada y yo siempre veía lo que hay más allá. Eso fue lo que pasó con Stravaganza, sentir que tenía que hacer algo en lo que nadie creía, pero que yo estaba seguro de que iba a funcionar.
SW: —Claro, nadie mejor que vos para producirlo, pero me imagino el lío, y que conviva el productor y el artista en el mismo cuerpo.
FM: —Terrible. En la primera temporada de Stravaganza, encima tenía la crítica en contra, y me dolió, porque mucha gente conocida decía: “Flavio es bailarín, no te vende tres entradas”, esa cosa de subestimar. Y mi miedo era que había productores que habían puesto mucha plata, entonces yo rogaba a Dios que por lo menos cubran lo que habían invertido. Y cuando debutamos, a los tres días no había entradas, fue el suceso teatral más grande. Pasa ahora con el Circo del Ánima. No quiero hacer productos olvidables. Me imagino que te debe pasar a vos también.
SW: —Sí, me gusta mucho la comedia melancólica y la nostalgia, andar por ahí, y a medida que van pasando los años, eso aparece mucho más.
FM: — Claro, te noto como un tipo sensible dentro de esa coraza.
SW: —Creo que sí, un poco te hacés el duro o encontrás el atajo con el chiste para salir con la ocurrencia, pero obviamente atrás del chiste hay algo, una profundidad. ¿Y como padre cómo sos, Flavio?
FM: —Uy, ¿vos sabés que hasta hace unos años no me veía como padre? Creo que fue un portal en mi vida, primero, acomodar a mi familia, que tengan todos un techo, que no lo teníamos, por eso de ser nómade y de que no teníamos plata. Mi vieja, que ya no está, en el último tiempo tenía Alzheimer, entonces yo la cuidé mucho a ella y a mis hermanas. Cuando vi que ella y mis hermanas ya tenían su techo, sus trabajos, es como que ahí pensé en mí, en decidir, “soy papá”. Quise ir por el lado de la adopción, pero en nuestro país es muy difícil, muy burocrática. Eso fue lo que me hizo ir a lo del vientre subrogado. Y me cambió la vida, porque yo tenía ese concepto de “hombre, mujer, hijo”, que nos enseñaron; a nosotros nos enseñaban a sobrevivir.
SW: —Muchos mandatos teníamos.
FM: —Claro, mi propósito con él es que sea feliz, que la pase bien, que tenga sus responsabilidades, obvio, pero soy un padre que por ahí sigo dejando que se meta en la cama porque me mata de amor. ¿Vos cómo sos como papá?
SW: —Yo tengo un hijo de 9, y una hija que está por cumplir 14. Al venir de una familia de varones, con ella me abrí a un mundo espectacular, muy sensible, muy ruidoso también, en todo sentido, y muy desconocido para mí, de cierta sensibilidad, ciertos temas de conversación, una cosa de compañerismo, de tener lindas conversaciones, y tratar de entenderla. Y, obviamente ya te está pasando y te va a pasar, la paternidad es un camino que todo el tiempo cambia. Pasa tan rápido, todo el tiempo vas aprendiendo, te vas equivocando, acertando también, y sobre todo, me parece que el gran desafío, por lo menos para nuestra generación, es sacarnos esos mandatos.
FM: —Bueno, cuando decidí ser papá, fue también un poco apurado porque quería que mi mamá lo pudiera ver. Y no llegué. Siempre tengo esas cosas en mi vida, estoy ahí, en el límite. Voy logrando algo, pero pum, pierdo esto. Lo traté en terapia, no hice mucha, pero la culpa es algo que no me puedo sacar jamás.
SW: —¡Bienvenido, Flavio! (risas) ¿Y te dió culpa que te vaya bien alguna vez?
FM: —Lo sufrí un poco, desde los que por ahí siguen subestimándome. Creo que si sos un tipo que actúa bien y da trabajo, cuando te hacen cosas para que tu éxito no sea el que es, digo: “Pucha, ¿pero por qué?”. Eso sí lo sufrí y lo sigo sufriendo porque la sigo remando, porque la gente por ahí piensa que el que está en la tele ya está hecho. ¿Viste esa fantasía de que uno toma champagne y come caviar? ¡Nada que ver! Por lo menos, yo soy un remador eterno y trato de hacer las cosas bien aunque no gane un peso.
SW: —Sí, porque, además, no nos vamos a hacer los súper románticos, pero una vez que estás en el escenario, o actuando o escribiendo, no estás pensando “¿cuánto voy a ganar con esto?”. Yo estaba terminando la serie en estos días, y me agarró una especie de miedo al final, a qué viene ahora, después me doy cuenta de que por suerte en gran parte depende de lo que genere yo. ¿Vos tenés miedos?
FM: —Sí, últimamente me asusta eso de ¿cómo lo protejo a mi hijo? Tuve Covid y en esos 15 días, cada día me sentía peor, y si llegaba a seguir peor tenía que pasar a una intubación, y no sabés qué puede pasar, esa cosa de decir: “Yo lo traje a este mundo, yo tengo que estar bien hasta que él pueda arreglarse solo”.
SW: —Esa es la gracia de ser padre también.
FM: —Bueno, cagazo, de qué onda, me voy de mi casa y llamo a la Chaco, que es Marcela, la niñera de Dionisio, y le digo “Chaco, ¿está abierta la pileta?”, “No, está cerrada”; o la escalera, ponele, aunque le haya puesto las puertas, todo, no, baja la escalera igual, ese tipo de cosas porque...
SW: —¡Sos un padre judío, Flavio! (risas)
FM: —Sí. (risas)
SW: —Bueno, yo también soy un poco así. Pero hay que tratar de no trasladarlo a los hijos, ¿viste? Los miedos cotidianos están todo el tiempo y hay que convivir con eso. Perdón por lo cursi, pero es un riesgo vivir, y me parece que sos una persona que toma riesgos todo el tiempo.
FM: —Sí, pero con cagazo, mirá que yo hago acrobacia, estoy colgado ahora en el circo a 15 metros de altura casi, y cada vez que voy subiendo digo: “¿Quién me manda a hacer esto?”
SW: —¡Llevame al circo!
FM: —Sí, vamos a tener que trabajar en algún momento juntos.
SW: —Y dale, a mí me vendrían bien unas clases, por lo menos para aflojar el cuerpo. Puedo ir a tus escuelas.
FM: —Sí, ¿por qué no? También quiero volver a hacer Stravaganza, así que podés meterte al agua conmigo. ¿Te ves en sunga?
SW: —Quiero que te siga yendo bien, que la gente vaya a verte, y si voy en sunga me parece... bueno, tal vez quieren ir a ver eso. (risas)
FM: —Capaz van a ir a ver eso, ojo. (risas) Yo le quiero decir algo a la gente, tenés unos faroles terribles: un color, transparente son tus ojos, que nunca te había visto así de cerca.
SW: —Guarda Flavio, eh, si nos separamos.
FM: —Guarda, ¡podemos ser un dúo!
SW: —Nos vamos a hacer amigos, ¡gracias, Flavio!
FM: —Gracias a vos, ¡nos vemos en el circo!
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