Las dudas de Cormillot a días de ser padre y el miedo de Soledad Silveyra a volver a enamorarse

Los une el cariño de toda una vida. En esta charla repasan su intimidad, sus comienzos, el pasado de actor del nutricionista, la dura infancia de la actriz y la depresión de su madre, sus grandes dolores, el amor en la madurez, su familia, y la fuerza que los impulsa a salir siempre adelante.

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Confesiones - Segunda temporada: Alberto Cormillot en una charla íntima con Soledad Silveyra

A Soledad Silveyra y Alberto Cormillot los une el cariño de toda una vida y también el agradecimiento más sincero. El nutricionista estuvo cerca de la actriz en uno de sus momentos más difíciles, durante una de las recurrentes crisis depresivas de su madre hace cincuenta años.

La charla, a días del nacimiento de Emilio (el hijo que el médico tendrá a los 82 junto a Estefanía Pasquini), será especial para ellos, y servirá como un repaso por sus zonas más íntimas: la vocación, la pareja, la familia, el amor en la madurez, y la fuerza que los impulsa desde siempre a levantarse y salir adelante, incluso contra una de las formas más solapadas de la discriminación: el “viejismo”.

Soledad Silveyra: —¡Qué placer enorme, doc! De alguna manera lo vengo convocando porque dejé de fumar y es difícil parar de comer, y dije: “Tengo que ir a verlo a Cormillot porque me acuerdo que me decía: ‘Lo importante es ir despacito’”.

Alberto Cormillot: —Así es, sigo pensando lo mismo, Solita querida.

SS: —Bueno, qué lindo esto de confesar cómo hemos vivido, ¿vos cuánto hace que no te confesás?

AC: —En una Iglesia hace 60 y pico de años.

SS: —Yo también: dejé de confesarme creo que a los ocho. Me pasaron algunas cosas y tomé distancia de la Iglesia. Era rebelde y a los 13, 14 años, me iba a fumar detrás del altar y me comía las hostias, el vino generalmente no lo podía abrir… pero ese recuerdo de la infancia es fuerte.

AC: —¿Ahí fue cuando tuviste el tema de tu mamá?

SS: —Lo de mi mamá fue desde que nací. Desgraciadamente nunca estuvo bien. Una mujer bellísima, que tenía posibilidades de todo y no se daba cuenta, nada la completaba. Tenía un gran trauma: fue hija natural, porque mi abuela se casa con un señor casado, entonces le anulan el matrimonio, y eso en esa época a mamá le hizo mucho daño. Y ella se enamora de mi viejo, se casa jovencita, duran un año, se va de San Isidro, y ahí empezó toda una cosa que evidentemente ya venía: empieza a ser adicta a pastillas, no a ninguna droga de estas que conocemos ahora, sino pastillas. Yo la seguía a los 8 años, me peleaba con los farmacéuticos de todo Tribunales; ella robaba recetas, las hacía ella, los farmacéuticos se daban cuenta, pero le vendían igual, y yo me peleaba. Muchos intentos de suicidio, fue una vida complicada. Me di cuenta de que era yo solita la que podía salir, que no iba recibir ahí ni una educación ni nada, no me cuidaban ni los dientes...

Solita y Cormillot ya se
Solita y Cormillot ya se conocían mucho, y Solita aprovechó el encuentro para agradecerle por viejos (e importanes) favores

AC: —Ella se llevaba mal con tu hermano.

SS: —No, pobrecita, ella se llevaba mal con ella. Cuando mezclaba alcohol con todas esas drogas era realmente lo más parecido al infierno, era romper todo, patear todo, desastre, la destrucción. Era capaz de entrar a un teatro y decir: “Saquen a esa mocosa del escenario”, a los gritos, tambaleando.

AC: —¿Y así fue hasta cuándo?

SS: —Y así fue siempre, hasta que consigue suicidarse después de 80 intentos de suicidio. Es fuerte, no me gusta decirlo, pero ella le dispara al hijo, pensó que lo había matado y da vuelta el revólver y se mata ella. O sea, trágico. Yo tenía 32, y ya no vivía conmigo; me fui de casa a los 18, creo que el oficio fue lo que más me ayudó, hice mucho psicoanálisis y la seguí luchando siempre… Pero, cuando tuve el llamado, se había ido a La Rioja con mi hermano y mi abuela. Y me dicen “murió Cuqui” –María Teresa se llamaba mi mamá–, y me acuerdo que estaba con José, y tenía una mesa de luz que era como un reclinatorio, como que te podías arrodillar, y caí de rodillas y dije: “Por fin”. Porque lo que ha sufrido esa mujer y lo que nos hizo sufrir a todos fue muy duro. Hace ya muchos años que conseguí perdonar y comprender que no pudo, no pudo...

AC: —Uno perdona por uno, no por el otro, porque el otro jamás se enteró.

SS: —Y ya perdoné. Pero empecé a trabajar a los 12 años por necesidad, no por vocación. Yo era una niña de clase media alta. Con el segundo marido de mamá, Carlos Hoff, habíamos accedido a ciertos privilegios, y se muere Carlos, quedamos en la ruina, y llegó un momento donde dije: “Acá hay que hacer algo”; y Zelmar Gueñol, gran actor y amigo de la familia, me preguntó si no quería ser actriz, y yo le dije: “¿Actriz? Ay, no”. Yo venía de San Isidro, me parecía “cache”, pero tenía que trabajar. Zelmar me llevó a una prueba a los 12, me tomaron, y no paré. Vos, ¿cómo empezaste?

AC: —Yo empecé Medicina por casualidad, porque estaba en el Liceo Naval y me echaron en cuarto año; entonces, di quinto libre, iba a estudiar Ingeniería, pero un compañero me dijo: “¿Por qué no venís conmigo a estudiar Medicina? Y dije: “Bueno, voy”. Entré a la facultad a los 16. Pero había una cosa atrás, yo nací y me crié en una farmacia, mi madre era enfermera, así que lo que vi toda mi vida es a mi madre dando servicios.

SS: —¿Y la nutrición cómo vino?

AC: —Antes de recibirme conocí a un médico uruguayo que hacía obesidad y me introdujo en la medicina psicosomática. Cuando yo estudié medicina, estaban los sanos y los locos, ese era el rango, no había gente triste, deprimida, estresada, ansiosa. O estabas bien o estabas en el Borda o en el Moyano, y yo empecé a leer en ese libro que la mayoría de la gente no estaba ni bien ni loca, estábamos en el medio. Y fui a estudiar Nutrición, pero era una cosa muy química, y quería un enfoque más humanista. No existía el campo de la obesidad, entonces tuve la suerte de encontrar Alcohólicos Anónimos. Yo trabajaba en “Buenas Tardes, mucho gusto”, le hice una entrevista a una alcohólica recuperada, me invitaron a una reunión abierta y pude descubrir qué es una enfermedad crónica, y la diferencia entre curarse y recuperarse. Vos de una enfermedad aguda, una apendicitis, te curás; de una enfermedad crónica, no: te recuperás. Y pude asociar eso con la obesidad, te estoy hablando del año 60 y pico...

La dura historia de la
La dura historia de la madre de Solita fue uno de los primeros temas de conversación. Cormillot la conoció y conocía algunos de los difíciles momentos que confesó la actriz durante la conversación

SS: —Muy visionario.

AC: —Trabajaba mucho. Y todo lo que iba ganando me lo iba tirando encima de la cabeza, viajaba a hacer pasantías, cursos afuera. Dediqué toda mi vida al tema de la recuperación. Yo digo que no soy nutricionista, me dedico a la obesidad; la nutrición es una parte, pero para el manejo de la obesidad están las otras partes, que son el concepto de recuperación, de los tiempos, la relación con el paciente, escucharlo.

SS: —Si yo tengo un gordo en la familia y todos le insistimos, ¿cuál es la mejor forma de ayudar?

AC: —No insistir. Cada tanto, decirle: “Mirá, estamos preocupados por tu sobrepeso, ¿te podemos ayudar, podemos charlar sobre el tema?”. Si no, lo único que haces es agregarle al tema una barrera. Yo lo viví con mi hija, que empezó a engordar a los 15, y yo hasta los 20 la quise hacer adelgazar, y lo único que hice fue levantar una barrera fenomenal entre ella y yo. Cuando di marcha atrás, ella decidió bajar y se mantuvo mucho tiempo. Un día empezó a engordar, pero yo ya había aprendido y no le dije nada. Estuvo cinco años con bastante sobrepeso, hasta que dijo: “Papá, ¿me podés ayudar?” Y ahí se operó, se mantuvo, después subió, y ahora hay unos medicamentos, unas inyecciones con las que está en su peso. Cuando ella lo decide sabe que yo estoy para ayudarla y el hermano también, pero respetamos su decisión.

SS: —¿Y a bailar cuándo empezaste?

AC: —Empecé a los 69 años. Dejé de bailar a los 19, y nunca más bailé hasta los 69. No es que me guste bailar socialmente.

SS: —No, te gusta hacer zapateo americano, el ejercicio.

AC: —Ahora hago danza aérea también, con arnés. Pero si voy a un casamiento, bailo el vals con la novia después del padrino y ya está.

SS: —¿A qué edad te casaste, Alberto?

AC: —En el 63, así que tenía 26 años.

SS: —Ah, ¡como Jaramillo! 26, él y 18, yo. Tuvimos a Baltazar y Facundo; Balta cumplió 50 años, ¡no lo puedo creer!

AC: —Mi hija también cumple 50 y pico, y mi hijo, 40 y pico.

SS: —¡Y qué maravilla que vas a ser padre ahora!

AC: —Está bueno, lleno de incertidumbre y aprendiendo. Recién tuve una clase de carrito, mesita, imaginate que no tengo amigos con quienes charlar del tema; cuando me regalaron la practi-cuna, a la media hora estaba sobrepasado, ¿cómo voy a tomar una decisión de tener un chico si no puedo manejar una practi-cuna? ¡Jamás la hubiera podido armar si no la armaba mi esposa!

SS: —Ay, moriría si fuera periodista por tener la primera foto con tu bebé en brazos, ¿ya saben qué va a ser?

AC: —Sí, varón, se va a llamar Emilio. Estamos preparando la mochila ya, porque en cualquier momento hay que salir.

“Ahora hago danza aérea también,
“Ahora hago danza aérea también, con arnés. Pero si voy a un casamiento, bailo el vals con la novia después del padrino y ya está”, dice Cormillot. Tiene ganas de hacer todas las cosas que le divierten en la vida

SS: —Yo te quiero agradecer algo que nunca te lo agradecí personalmente porque siempre me dio pudor, y ahora cuando me enteré que ibas a ser padre, dije: le tengo que decir a Cormillot que me ayudó en un momento de mi vida donde yo estaba desesperada, porque yo la tenía muy mal a mamá, y te fui a ver y te consulté qué podía hacer. Venía de pasar un episodio violento en el teatro donde ya sentía que yo no podía, y con mi abuela pobrecita no la podíamos controlar. Y vos te ofreciste a tenérmela, digo tenérmela porque no te pagué un peso, porque no estaba en condiciones, y la tuviste a mamá como un mes y medio, y ese gesto siempre me acompañó. Yo tenía una historia de que ella se había enamorado de vos, y bueno, ¿quién no se enamoraba de vos? ¡Hasta yo creo que me enamoré del doc!

AC: —Éramos muy jóvenes.

SS: —Sí, espléndido además, y siempre con esa actitud para el otro que es lo que a mí más me apasiona de los oficios, el servicio al otro, y vos de eso sabés un montón.

AC: —Lo aprendí de mi vieja, Solita. Ella le daba inyecciones a la gente, pero iba muchas veces a domicilio, y te daba siempre un confite o un consejo. Así que me alegra que tengas ese recuerdo, hace más de 40 años, ¿no?

SS: —Más de 50, te diría. Siempre te tengo muy presente, tenés algo como persona, sos un ser humano muy dedicado.

AC: —Eso soy: dedicado. Creo que es la principal característica que tengo, soy un laburante. Atender salud es dar un servicio, y ser actor, de alguna manera, también.

SS: —Claro, sos un laburante, como yo. Mirá, ahora nosotras con Vero Llinás estamos viviendo algo maravilloso en “Dos locas de remate”, que es sentir esa alegría enorme de que por un rato te digan: me olvidé de todo. Contame algo, ¿este nuevo amor cómo fue?

AC: —Mirá, Estefi trabajaba conmigo y los dos nos sentíamos... En realidad, llegó un momento en que yo estaba en pareja, me estaba separando, terminé de separarme…

SS: —O sea que sentiste la atracción mientras estabas en pareja.

AC: —Ya estábamos mal hacía tiempo, pero se respetaba el tema y, cuando nos separamos, falleció la madre de mis hijos. Estando ella yo no sé si me hubiera casado, porque seguimos trabajando juntos toda la vida.

SS: —Yo tampoco me separé nunca hasta que murió José. Soy viuda, esa cosa de demostrarle a los hijos; sobre todo, la confianza: yo sabía que José no me iba pelear nada y nunca quise hacer el juicio. No nos quisimos divorciar y ninguno de los dos tuvo hijos.

AC: —Bueno, nosotros tampoco, y no solamente no nos separamos, sino que ella siguió manejando todo, la organización y la caja, lo más importante para la crianza de los chicos, los pagos.

SS: —Lo nuestro era “no divorcio” hasta que el otro se quisiera casar, porque nos separamos siendo jóvenes y teníamos toda una vida por delante. Y no pasó, yo quería una exclusividad de mis hijos, que sintieran que íbamos a seguir siendo una familia.

AC: —¿Se veían en las reuniones, los cumpleaños?

SS: —Sí, siempre, sobre todo los últimos años. Fue un caballero, que además me insertó en el mundo de la política, me cultivó: yo venía sin educación, cosa que siempre admiré de la China Zorrilla, que es mi referente, mi madre, mi hermana mayor, mi todo, y yo ahí valoraba lo que es ser educada por un padre, una madre, por una familia, la posibilidad de ir a estudiar afuera. Yo no tuve educación, me eduqué sola.

AC: —¿Y qué te dejó China Zorrilla?

SS: —China me dejó de todo, me dejó una cosa que valoro fundamentalmente en el teatro que es el timing. Para un actor, los silencios son palabras, hay como un sentir a la gente, yo siento mucho al público. Eso lo tenía China, una directora que además me hizo hacer uno de los trabajos más maravillosos de mi vida que fue “Perdidos en Yonkers”. Está siempre conmigo en la mesa de luz con mamá y mi Tata; mis nietos me dicen “Tatita” porque el único hombre presente en mi infancia fue mi Tata, mi abuelo, que se me fue rápido. Decime, Alberto, ¿cómo enfrentas cada crisis en tu vida?

Conmovida por la historia de
Conmovida por la historia de amor del nutricionista, Solita le pidió a Alberto que le cuente detalles de su matrimonnio e inminente nueva paternidad

AC: —Mirá, en dos o tres crisis que tuve, fui anotando cosas que me decía la gente, o guías que me servían. Una es “esto también pasará”, la otra es que “no tenés manera de acelerar la crisis”, lo único que tenés es que…

SS: —Atravesarla. ¿Pero cómo la atravesás, qué te da la fuerza?

AC: —Saber que voy a salir. Cuando tenía 40 años, a raíz de una situación de pareja, tuve una depresión…

SS: —Sufriste por amor.

AC: —Sí, estaba muy deprimido, y veía a un psicoanalista que era un terapeuta con una cabeza muy generosa, García Badaracco, y cuando terminábamos la sesión, él me decía: “Quédese tranquilo que ya se le va a pasar”. Y eso era fuertísimo para mí, yo me agarraba de eso, se me iba a pasar. Lo peor de la depresión era que me despertaba a la mañana y no tenía ganas de levantarme. Es terrible cuando decís ¿por qué abrí los ojos?

SS: —Ay, sí, lo conozco.

AC: —Hasta que un día me desperté y tenía ganas de levantarme, se me pasó. ¿Y sabés que a partir de ese momento me cambió la definición de felicidad? Porque felicidad es tener ganas de levantarme a la mañana y enfrentar el día, con lo bueno y lo malo, por lo tanto ahora soy feliz todo el tiempo.

SS: —Yo cuando tengo momentos así, es acordarme de aquella niña que fui, que la amo, y esa niña me hace volar. Porque estaba solita, me puse “Solita” yo porque me ponían el disco de “déjenla sola, Solita y sola, que la quiero ver bailar, saltar y brincar, andar por los aires y moverse con mucho donaire”. Eso se ha convertido en mi mantra, yo no hice otra cosa en mi vida.

AC: —Vos sos una maestra…

SS: —¿Sobreviviente?

AC: —Una maestra de sobrevivir, porque te pasaron cosas fuertes. Estaba recordando, porque me enteré, como todos, que tuviste un ACV.

SS: —Sí, pero tengo una enorme intuición, y había tenido cuatro episodios, como un temblequeo. El primero, en agosto del año pasado, duró no sé, 10 segundos, entrando en LaFlia, la productora de Marcelo Tinelli. Estábamos por salir con un programa nuevo y tuve ese mareo, me agarró el productor porque casi me caigo, y le digo “No, ya pasó”. Después, en octubre, tuve otro cortito, “Bueno, ya pasó”. En noviembre, uno mucho más cortito y, en diciembre, voy con mis nietas a comprar los regalos de Navidad, y ahí se me cae la billetera y veo la mirada de susto de mi nieta. Y digo: “Urgente, esto es neurológico”. Y el neurólogo me manda a hacer una resonancia, y cuando salgo, me dicen: “Usted tuvo un ACV”. “¿Cómo un ACV? ¿Asintomático?”. Cuestión que se me estudió íntegra y tengo mi carótida izquierda tapada, o sea que estoy medicada. Obviamente tuve que dejar de fumar, tengo que caminar, hacer vida sana. Dejar de fumar me costó horrores, lo pude hacer gracias a los parches.

AC: —Lograste dejar, que es importante.

Cuando hablan sobre ser felices,
Cuando hablan sobre ser felices, Cormillot dice que hoy es feliz todo el tiempo y define: felicidad es tener ganas de levantarme a la mañana y enfrentar el día, con lo bueno y lo malo”

SS: —Sí, lo hice porque cuando ves la vida en riesgo, decís: tengo ganas de quedarme más tiempo. Me encantaría poder enamorarme, que me pase lo que te pasa a vos, de golpe llegar a los 80 y encontrar el amor. ¿Uno ama distinto a los 20 que a los 70 o a los 80?

AC: —No es mi caso.

SS: —O sea, esa pasión que sentías a los 20, la seguís sintiendo.

AC: —Sí, viste que dicen que el amor tiene tres componentes: la pasión, la intimidad, y el compromiso. Yo más que nada me manejé con pasión y con intimidad, y ahora de más grande fui agregando el compromiso. Pero después no encontré muchas diferencias…

SS: —Claro, a mí lo que me pasa es que vos sos un hombre de 80 años, ¿o me fui de mambo?

AC: —82.

SS: —¡Me quedé corta! Que un hombre de 82 se enamore de una mujer treinta años menor…

AC: —50.

SS: —¿50? ¡Batió el récord, doc! Ahora, si me llega a pasar a mí, creo que mis nietas mujeres me matan. Si mañana caigo a lo de mis hijos con uno 50 años menor que yo, es demasiado; pero, ponele, 30 años menor, sigue pasando como imperdonable en la mujer y valorable en el hombre, ¿compartís eso?

AC: —Absolutamente. Es injusto, y forma parte del “viejismo”. El viejismo es como el machismo, el racismo, o cualquier otro ismo. La diferencia que tiene es que la persona discriminada está de acuerdo con que la discriminen, es una de las pocas discriminaciones en que el otro se discrimina solo. La sociedad los trata como descartables, y la persona se siente descartable.

SS: —Sí, a mí el abuelazgo me cambió, pero a veces digo: “Ay, cómo me gustaría ser abrazada por un hombre”.

AC: —Solita, ese es un discurso que yo desterré de mi cabeza. ¡Si empecé a bailar a los 69 años y me empecé a colgar a los casi 80 de un arnés!

SS: —Sí, creo que la falta de hombres en mi vida en este momento tiene que ver con algo que me estoy prohibiendo yo, porque digo, “bueno, ahora están mis nietos, ¿qué voy a meter un hombre?” Como que uno se autocensura.

AC: —Cuando yo conocí a mis suegros, yo ya sabía lo que ellos pensaban.

SS: —¡Te querían matar!

AC: —Les dije: “Yo hubiera reaccionado de la misma manera que ustedes. Si tengo una hija que se pone en pareja con un señor que le lleva 48 años, le hubiera dicho: vos estás mal de la cabeza, pero bueno, pasó”; y mi suegro me decía: “¿Y vos qué le ves a mi hija?”. Qué sé yo qué le veo, es muy difícil explicar.

“Creo que la falta de
“Creo que la falta de hombres en mi vida en este momento tiene que ver con algo que me estoy prohibiendo yo”, confiesa Solita

SS: —Yo vi un reportaje que me emocionó mucho porque los sentí muy amados el uno por el otro, eso se transmite.

AC: —Traté de no dar muchas notas, porque decidimos no hacer un show. Pero el día del casamiento había 80 invitados, así que alguien abrió la boca. Entonces por una semana hablamos solamente de eso, por lo cual se hartaron todos y se acabó. Me quedé pensando: a vos te cambió la vida el ACV.

SS: —Sí, me cambió. Tuve que tomar conciencia de que me podía ir, yo nunca le tuve miedo a la muerte, no le tengo miedo, pero sí quiero ver crecer a los más chicos de la familia.

AC: —Yo tuve cáncer dos veces, y en las dos oportunidades, después de haberme recuperado, el colega me preguntó si después del cáncer yo sentía que tenía que cambiar en algo mi vida. Y las dos veces le dije “la verdad que no”, porque hago lo que me gusta. Pero hoy, con Emilio, no sé si diría lo mismo. Ayer le dije a mi esposa: “Estoy pensando si cuando nazca Emilio voy a tener ganas… de trabajar. ‘Yo creía que ibas a decir de estar con Emilio’” Me parece que le voy a dedicar más tiempo que a mis hijos mayores, porque en esa época uno estaba construyendo.

SS: —Un psicoanalista me decía: “Solita, cada vez que te pones triste pensá en la construcción que hiciste, eso es lo que te tiene que ayudar a salir adelante”. Y es verdad, porque en el fondo uno se ha pasado la vida tratando de construir, eso es lo que nos permite ser quienes somos, y también, esto de “preferiría no trabajar y disfrutar de Emilio”.

AC: —Para mí el trabajo es muy importante, es lo que me mantiene bien. Pero con un chico voy a tener más ganas de estar con él, no tuve la oportunidad con mis otros hijos.

SS: —Bueno, siendo más joven que vos, a mí me pasa con los nietos, así que capaz que a los 80 me enamoro, Alberto.

AC: —Estoy seguro de que te vas a enamorar, creo que te tenés que dar la autorización.

SS: —Lo voy a hacer, me debo otra conversación con vos porque además te quiero ir a ver por mis kilitos demás, y te voy a tomar como gurú y voy a hacer también zapateo americano, mira vos, a los 69.

“Yo tuve cáncer dos veces,
“Yo tuve cáncer dos veces, y en las dos oportunidades, después de haberme recuperado, el colega me preguntó si después del cáncer yo sentía que tenía que cambiar en algo mi vida. Y las dos veces le dije ‘la verdad que no’, porque hago lo que me gusta”, dice Cormillot

AC: —Yo empecé a esa edad hablando de cómo uno en la vida posterga cosas que no son indispensables, como adelgazar. A modo de ejemplo, dije: “Toda la vida pensé en hacer zapateo americano, pero no lo hago porque para mí no es esencial”. Podría haber elegido cualquier otro ejemplo, pero elegí ese, y una chica y me dijo: “Ya que habla tanto de las postergaciones, ¿por qué no resuelve la suya y empieza a hacer zapateo?”

SS: —Gracias por darme esperanzas, ojalá que empiece a hacer zapateo americano, ojalá que me pueda enamorar, y ojalá que siempre le ponga ganas, creo que en eso nos parecemos…

AC: —Yo te quiero agradecer a vos porque, te lo debo haber dicho mil veces, que sos un ejemplo de resiliencia, vos dijiste la palabra, sos una sobreviviente, y lo has hecho con éxito, has sobrevivido con éxito. Y mirá, si un día no tenés ganas, lo único que tenés que hacer es ponerte los zapatos, una vez que los tenés puestos, los zapatos te llevan.

SS: —Como Dorotea, los zapatos mágicos de El Mago de Oz. Mi recuerdo de cuando la tuviste a mamá siempre lo tendré en mi corazón. En cualquier momento te llamo, gracias, doc.

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