Las luces del escenario del Coliseo no les son ajenas a ninguno de los dos. El ex arquero de la Selección y emblema del Mundial 90 Sergio Goycochea acaba de debutar con Bendito tú eres en el Broadway dirigido por Flavio Mendoza. “La gente cree que el teatro es mentira. Y no hay manera de actuar sin trabajar profundamente con la verdad”, le dirá Cristina Pérez, que entró en las casas de los argentinos gracias a sus dos décadas al frente del noticiero de Telefe, pero a quien además muchos reconocen por su pasión por la literatura inglesa, que la llevó a interpretar obras de Shakespeare durante cinco temporadas.
Algo de la magia del teatro ocurre durante esta charla que será profundamente verdadera y que recorrerá sus orígenes, los momentos y las decisiones claves en sus vidas, sus visiones sobre la pareja, el fútbol, el sexo, y la felicidad. Y es que en una cosa coinciden más allá de las diferencias en sus elecciones y modos de vida –él casado hace 31 años con la misma mujer (Ana Laura, con quien tiene tres hijos: Juan Cruz, 30, Paloma, 27, y Bautista, 22), ella convencida de que el amor a veces “son ciclos”, y sin arrepentirse de estar “casada hace 31 años con la tele”, fuera del mandato del matrimonio y la maternidad: para ambos, el desafío de no quedarse en la gloria es parte de su naturaleza.
Sergio Goycochea: ––Bueno, ¿cómo nos decimos? Sergio Javier Goycochea,17 de octubre de 1963.
Cristina Pérez: ––¡Qué formalidad! Yo, Cris para los amigos.
SG: ––Yo Goyco para todos a partir del 90, porque hasta mi nieto me dice Goyco. Así que ya se comió a mi nombre.
CP: —Vos sabés que yo siempre digo que la vida es patear al arco, y para vos es atajar.
SG: —Para mí sí. Pasa que entre atajar y no atajar, cambia todo. Porque el arquero nunca termina de aceptar los goles. Y eso también se traslada a la vida, hay situaciones que nunca terminás de aceptar.
CP: —Yo descubrí que la vida pasa por aprender a aceptar.
SG: —Totalmente. Pero eso va en cómo uno va evolucionando. Vamos a arrancar desde el principio, ¿cómo eras vos de chiquita?
CP: —Yo jugaba ante un espejo con un cepillo de hacer el brushing a que hacía un noticiero, 8 años. Y te entiendo cuando decís “nunca termino de aceptar un gol”. Porque de esa fuerza del pecho de tener la revancha es donde te sale por ahí la mejor atajada en la vida.
SG: —Claro. Yo también me paraba frente al espejo como vos con el secador, y me imaginaba que había sido figura en un partido y me hacía una entrevista. Hasta que un día entró mi mamá, me vio, y me dio tanta vergüenza que se terminaron los reportajes.
CP: —¿Qué te decías?
SG: —”Qué buen partido tuviste”, “¿Cómo fue esa pelota que sacaste del ángulo?” Todas cosas así, siempre me imaginaba que había tenido un gran partido.
CP: —O sea que vos ya te imaginabas arquero de chico.
SG: —Siempre. Yo estaba en la primaria y dibujaba canchitas, hacía los arcos con redes. Desde chiquito empecé a correr atrás de una pelota. Nunca me vi trabajando de lo que estudiaba. Yo soy técnico tornero... pero me pasó todo muy rápido, la facilidad. Y realmente uno no está preparado.
CP: —Es que, Goyco, la vida no es estar preparado. ¡Y vos llegaste a un momento del abrazo de todo un país!
SG: —Ah sí, eso… Yo me fui de acá el 22 de abril de 1990 con un bolsito, estaba agradecido de formar parte de la Selección. Y vine 50 días después y había gente en el Obelisco con mi foto gritando mi nombre. Y pasaron 31 años de Italia y la gente hoy te lo sigue reconociendo.
Coinciden: El secreto está en volver a empezar cada día con esa misma fuerza que tenían cuando soñaban. Pérez llegó de Tucumán a Buenos Aires –”una distancia más grande que la de Buenos Aires a Nueva York”– después de hacerle una entrevista al entonces zar de la televisión Alejandro Romay. Cuando Goyco se fue de su pueblo, Lima, tenía 7.000 habitantes. Debutó en Primera en 1983: “Iba camino a La Plata y me llamó Mostaza Merlo al fondo del micro, y me dice: ‘¿Estás nervioso? Quedate tranquilo, yo tengo 400 partidos y todavía siento esta cosa. El día que la pierda me retiro”.
CP: —Vos te tuviste que reinventar también. Debe ser un duelo grande.
SG:—Te bajan una persiana. Es durísimo.
CP: —¿Cuándo te sacaste los botines por última vez, los guantes?
SG: —Los guantes y los botines. En el 98, pero como era una decisión pesada, que no tiene vuelta atrás porque no te podés tomar dos años para decir “a ver qué hago”, me tomé seis meses para pensarlo. Empecé a ver que las cosas que antes me motivaban, me pesaban. No el entrenamiento, las presiones, como el insulto de la tribuna, que en un momento había sido mi vitamina.
CP: —O sea que fue un proceso emocional. Yo tenía entendido que lo físico te ponía un límite.
SG: —No, yo tenía 35 años y estaba físicamente para seguir jugando tres, cuatro años más tranquilamente.
CP: —¿Y cómo encontraste tu nueva vocación?
SG: —A mí me apasionaba ser jugador, no dirigir. Y ya había tenido alguna cosa con los medios, y dije: quiero aprender y hacer las cosas con respeto. A los 36, me volví a sentar en un pupitre con chicos de 18, por tres años. ¿Vos en algún momento pensaste en dar un paso al costado de esta profesión?
CP: —No, nunca. Yo voy a ser periodista hasta el final. Lo que pasa es que en mí conviven la periodista y la escritora (N de la R: Escribió El jardín de los delatores y Cuentos inesperados). Soy una gran lectora y mi vida siempre va a estar conectada con las palabras, en alguna de sus formas.
SG: —Mi vida era una pelota, no las palabras. El fútbol era mi pasión como tu pasión es ésta, pero fijate la diferencia, vos podés convivir hasta el resto de tus días con esto. Yo tuve que convivir con saber que había un fin. Entonces me pongo paranoico y no disfruto el mientras tanto, o te lo tomás diciendo: “No te aferres a esto, porque hay un fin”.
CP: —Yo sé que voy a ser periodista toda mi vida, pero hay pequeños duelos. No sé cuánto va a durar la televisión en mi vida.
SG: —Pero podés tomarte un tiempo para pensarlo. En el deporte no existe eso. No puedo decir: “Me voy a tomar un año y me voy a dedicar a escribir”.
CP: —En un punto sí y, en otro, no. Porque yo estoy en lo más competitivo de la tele. No me puedo ir un año: en un año no existís más. Te lo digo de corazón. Es brutal, pero la tele de aire tiene una competencia… y el minuto a minuto. No podés pararte a descansar, eh.
SG: —Vos porque estás en la Selección Nacional. Cuando uno se acostumbra a esa adrenalina del vivo, de un programa éxito…
CP: —Querés más. A vos también te debe pasar, más allá del deporte, son todas elecciones que tienen consecuencias. Cuando una elige también está eligiendo qué es lo que pierde.
SG: —César Luis Menotti decía: “Elegir es eliminar”.
CP: —Bueno, algo sabía. Uno está eligiendo todo el tiempo. Y lo que hacemos, lo que hacías y lo que hacés, son grandes amores. Que le quitan espacio a veces a otras cosas. Vos tenés una gran historia de amor, pero cuando uno tiene grandes amores profesionales tampoco es fácil el amor.
SG: —No, no es fácil. De hecho mi esposa se desarrolló profesionalmente después de que yo terminé de jugar. Porque en el amor por acompañarme, por priorizar mi carrera, ella se pudo realizar una vez que nosotros nos volvimos a instalar en el país. Yo soy ultra defensor de las individualidades en una pareja, porque si no, no pueden coexistir, ni perdurar en el tiempo.
CP: —Es que amar a alguien también es hacer coincidir la sincronía de las vidas de esas dos personas. Y si no están dispuestos a eso, algo se rompe.
SG: —O lo rompés vos con demasiado amor a la profesión. Porque a veces uno se enfrasca en lo que hace, y en el camino se lleva puesto todo. Un amor tan fuerte por la profesión, te pone en fragilidad en todo tu entorno.
CP: —En este sentido, mi historia es muy distinta a la tuya, yo no tengo un gran amor que atravesó mi vida. Tengo amores que han tenido un ciclo, y creo que en el amor nadie es culpable por amar o por no amar, Sergio. A veces es difícil hacer coincidir el camino. Vos tuviste en tu vida la situación maravillosa de que había alguien capaz de acompañarte sin dejar de ser ella misma. Pero a veces no pasa. Yo he amado mucho y he sido amada, pero mis elecciones fueron difíciles de compatibilizar con las de los hombres que me acompañaron. Un par de separaciones mías fueron porque mi pareja quería tener un hijo y yo no quería ser madre. Y obviamente esto dividía el camino.
SG: —Esta decisión tuya pública de decir que no querías ser madre te expuso a nivel nacional. ¿Cómo lo atravesaste?
CP: —Esto es una decisión que… en realidad es un sentimiento que yo tuve desde muy jovencita, que no tenía vocación por ser mamá. En cambio, tenía vocación por todo esto que hago, que no es fácil y que no me da miedo. Entonces, como mujer no creo que tenga que salir a explicarme. Soy una persona libre como vos y no tengo que ir a explicar por qué soy libre, simplemente lo soy. Desde chica tuve que decirle a mi familia: “No, yo no quiero esto, quiero esto”. Y la verdad es que hasta hace muy poco, cinco, diez años, que una mujer dijera “no quiero ser madre”, para algunos era monstruoso. Hoy trato de pasar este mensaje. Tenemos derecho a ser quienes somos y no la obligación de ser lo que los demás quieren que seamos. Hay muchas personas que tienen elecciones que no son las de la mayoría, ya sea su orientación sexual, o su plan de vida. Siento que ayudo a otros a romper las cadenas.
SG: —Si vos no te sentís preparada, para mí es mucho más válido que digas que esta es tu elección que entrar en la automatización de estas cuestiones: “Soy mujer, tengo que ser madre porque el mandato así lo dice…”
CP: —Es una elección de vida más que preparación. Tampoco creo que tenga que seguir una relación para que dure. Yo no creo que en la durabilidad de las cosas haya un valor, el valor está en lo genuino. Para durar están los museos. Yo no quiero vivir en un museo.
SG: —Bueno, yo sí, ¡pero dentro de 50 años! (risas)
CP: —¿Tenías ídolos vos de chico?
SG: —¡El Pato Fillol era mi ídolo! Para mí fue el mejor arquero de la historia del fútbol argentino… Tuve la suerte de llegar a River en el 82, cuando tenía 17, 18 años. Y un día el Pato me dice: “Mirá, yo juego entrenamientos, amistosos, partidos oficiales, internacionales, porque prefiero que me insulten a mí y no que aplaudan al suplente”. O sea, lo ves y decís, qué egoísta era la forma de la pasión, de defender su lugar con armas legales.
CP: —Sí, pero a vos te tocó ser el suplente que aplaudían.
SG: —Sí, un ratito, yo era muy pibito. Pero me enseñó. Cuando después me tocó estar arriba y tener un lugar dije: “Si no es por algo extremo, no dejo mi lugar”.
CP: —¿Y es fácil acostumbrarse a las puteadas?
SG: —Sí, la puteada es fácil, te acostumbrás. Es más difícil acostumbrarse al no aplauso (risas). El no aplauso es terrible. Superar la adrenalina del ego que te despierta que un estadio te aplauda o que te insulte, que también te alimenta el ego. Y el psicólogo dio en la tecla cuando quise encontrar el camino para hacer otra cosa, y me dijo: “Mirá, el fútbol es como si se te muere un pariente. Si vos lo llevás al cementerio y cada tanto vas con una flor y le dedicas alguna rezada, está bárbaro. Ahora, si lo seguís velando en el living de tu casa, vas a estar en problemas”. Fue lo que me hizo reaccionar.
CP: —A mí lo que me pasó en la vida es que rompí el mapa de mis sueños. Cuando yo jugaba a ser periodista, había un solo noticiero en Tucumán, en Canal 10, no había cable. Y empecé a laburar a los 14 en radio, de oficio. No había carrera de periodismo.
SG: —¿Y tu familia qué te decía?
CP: —Imaginate, a los 14 ya trabajaba, ganaba un sueldo. Es como que siempre estuvieron esperando qué más iba a hacer. Y no dejé de ver las caras de asombro, de orgullo y de amor. Siempre tomé decisiones, yo nunca pedí permiso para mis cosas profesionales. Me fui sin pedir permiso. Llegué acá, primero hice una prueba, y me iba a volver a Tucumán. Ya está, dije, bueno, hice una prueba en Buenos Aires, qué genial...
SG: —Y hace 30 años llegar acá, era llegar a la gran ciudad. Me pasó a mí. De 100 kilómetros venía, y era toda una incógnita.
CP: —Olvidate, por eso te digo. Me había vuelto a Tucumán cuando me llamaron. “¿Puede venir mañana?” Le digo: “No”, porque no tenía plata para un pasaje de avión. “Pasado”, dije. Y firmé un contrato por tres meses. De eso pasaron 30 años. Me vine con una mudita de ropa para dos días, no tenía ni dónde vivir. Mi papá me dice: “Llevate un colchoncito”. “No, papá, voy a ir a algún hotel”, le digo. Era todo así, una locura. Pero yo me siento como esa chica todavía, el mismo fuego.
SG: —El Cholo Simeone dice que la actitud no se negocia. La traes o no la traes. La pasión la tenés o no la tenés. Yo digo que la pasión o esa actitud a veces es como un termómetro. O sea, los obstáculos que aparecen son como termómetros para saber realmente a dónde querés ir. Porque el que no lo siente, tropieza una vez y dice: “No, lo dejo, voy para otro lado’'.
CP: —Y en eso la adrenalina o el miedo incluso son aliados, porque uno no está para estar cómodo.
SG: —Lo que pasa es que en el deporte recién ahora se habla de la presión. Sobre todo en el fútbol que es muy machista, y es como que el jugador no puede tener miedo. Pero la presión está, porque uno no es que tiene miedo a jugar, porque el juego es igual, la pelota viene acá, viene allá. Pero no se te ocurra hablar de la presión, porque la hinchada te va a decir que tenés miedo de jugar un partido.
CP: —A mí me preguntan sobre el miedo cuando entrevisto a alguien. “¿Pero no te dio miedo decirle tal cosa al presidente?”, me dicen siempre. Y a mí no me da miedo en ese momento. Tengo miedo a otras cosas en la vida, pero no de eso. No sé lo que es el miedo, te lo juro. No en la profesión.
SG: —Yo sí he sentido presión, no miedo de jugar como te decía, presión porque a veces el deporte tiene esa línea delgada entre que estás a un pasito para este lado de conseguir todo, o a un pasito de la nada misma. O sea, cuatro penales atajados o ninguno. Que te reconozca todo un país, o volver sin pena ni gloria. Eso es lo que te presiona. No jugar el partido.
CP: —Pensaba mientras hablábamos de la pasión profesional que en un punto depende de uno. No es lo mismo que la pasión en el amor, ese sí es un tremendo desafío.
SG: —Yo tengo 31 años de casado. Un año y medio de novio, casi nada.
CP: —No lo puedo creer. Me lo decís y no lo puedo imaginar. Yo tengo 31 años de televisión (risas). Casada con la tele.
SG: —Pasamos por un montón de etapas. Y después de tantos años sos pareja, tenés pasión, sos compañero. A veces te preguntas la fórmula, y lo sentís o no lo sentís. Amás o no amás. Cuando di el sí el 16 de diciembre de 1989…
CP: —¿Y cómo hacías, casado y con ocho millones de mujeres que te buscan porque sos un héroe nacional atajando pelotas?
SG: —¡Me casé seis meses antes del Mundial! O sea, llegué, me bajé en Ezeiza…
CP: —Jodeme. ¿Cómo hiciste?
SG: —Me empecé a golpear. Salí al escenario de la vida cuando vine como persona famosa.
CP: —¿Qué es golpearte? ¿Le fuiste infiel alguna vez y pediste perdón?
SG: —No. Nunca.
CP: —Yo tampoco, yo no fui infiel.
SG: —Aprendí a ser marido, Cristina, porque había situaciones en que se te acercaban las chicas y te decían esto, lo otro, y yo estaba... Mi señora tenía 21 años cuando nos casamos. Imaginate que llegó también de Italia conmigo y se encontró que tenía al marido que lo conocía todo el país.
CP: —¿Y el sexo?
SG: —El sexo, espectacular.
CP: —¿En serio, a los 31 años de casados?
SG: —Sí. Te lo juro. Si no agarrá mi celular y llamala a mi esposa.
CP: —(Risas) Esperá, ojo que no es fácil contestar eso sin titubear, porque te estuve mirando a ver si pestañeabas.
SG: —No, te juro. Por eso digo: el sexo y la pasión. Es una cuestión de piel. Yo no lo esquivo, porque lo digo abiertamente. Si sos una persona sexual, por más que tengas 57 años, 31 de matrimonio, si en alguno de los dos lados uno está insatisfecho, son las pequeñas pesitas que vas poniendo en la balanza. Sí, existe todo lo otro, ¿qué te voy a decir? ¿que jamás hemos discutido con mi esposa? ¿que no hemos tenido un punto de vista diferente? No, nos hemos agarrado, hemos estado un día sin hablar.
CP: —Pero los dos son sexuales, sos sexual.
SG: —Sí, le doy mucha importancia. No sé, dentro de diez años haremos otro encuentro y te cuento, pero soy sexual por naturaleza.
CP: —Sí, yo también. Cuando uno tiene profesiones competitivas es muy sexual también. Es como una vía de canalización de muchas cosas que uno siente. Lo físico y… también la relación con el cuerpo. Yo entreno mucho. No a nivel de alto rendimiento, pero fuerte. Y la relación con el cuerpo pega con la sexualidad, porque es otra manera de expresarse. Es parte de la esencia y de lo más incontrolable que uno deja salir.
SG: —Me pasa lo mismo. Mi herramienta es el entrenamiento. Entreno por encima de la media de un tipo de 57, tampoco entreno como un pibe de 30.
CP: —¿Y cómo hacés para aceptar eso luego de haber sentido que lo podías todo físicamente?
SG: —No lo acepté. Por eso no juego más al fútbol, porque tengo una referencia profesional. Porque los jugadores de campo se juntan y están todos en 50, 50 y pico, y la exigencia es entre ellos. Pero en el puesto mío, ¿cuál es la exigencia? La pelota…
CP: —¡La pelota sigue teniendo 20 años!
SG: —Entonces empecé a jugar al squash, porque si vos me ves hoy decís: “Che, este con 57, qué bien juega, mirá cómo se aguanta un partido”. El que me ve en el arco, me relaciona con el de la corrida del Mundial 90, entonces todo lo que haga es por debajo, ¿entendés?
CP: —¿Qué se siente en la mano cuando te llega una pelota fuerte?
SG: —Nada, en la mano nada, lo que es maravilloso es cuando sabés que la pelota va a venir a tus manos. Es una sensación como de una primavera en que ves venir una chica hermosa y que vuela el vestidito, así.
CP: —¿Y qué son tus manos para vos?
SG: —Mis manos son tan gráficas, no tengo manos grandes para ser arquero. Decí la verdad, no tengo manos grandes.
CP: —¿A ver? ¡Le toqué las manos a Goyco! (risas) Para vos son las manos, para mí es la voz. A mí me conocen por la voz.
SG: —Bueno, ahora para mí es la voz. Cuido más la voz que las manos.
CP: —¿Existe la soledad del arquero?
SG: —Sí. Porque los reglamentos cambian, la pelota cambia, la indumentaria cambia. Todo cambia. Pero el fútbol se sigue decidiendo por goles.
CP: —Uno se construye en la soledad. A vos te pasa en el arco. A mí a veces en el micrófono. Es tu voz y la posibilidad de tener algo para decir. En ningún lugar sentís más soledad que en un plano 4x4.
SG: —Es así. Pero la soledad es linda. El tema es no sentirse solo.
CP: —Perfecto, firmo eso. ¿Te resultó fácil algo a vos?
SG: —No, fácil no hay nada en la vida.
CP: —No, por eso. Uno no espera lo fácil. ¿Vos sabés cuántos goles te hicieron?
SG: —Uf, como 400 más o menos.
CP: —¿Y cuántos atajaste?
SG: —¡Un montón! Atajé más, habré atajado más de los que me hicieron. ¿Pero cómo analizamos cuál es el grado de dificultad para uno o para otro…? Yo a los 13 años tuve una infección que casi me cortan una pierna y un brazo. Estuve casi dos meses postrado en una cama, y gracias a mi familia pude volver a recuperar los movimientos. Entonces, si me comparás con esa dificultad, porque ¿era para ser futbolista? ¿O era vivir o morir? ¿Qué significaba para mí, para ese chico de 13 años, ser futbolista? ¿Desde dónde analizás la dificultad? ¿Cuánto vale perder la libertad a nivel mundial como le pasó a Diego? Sí, es banal frente a un montón de situaciones, pero hay que ver el daño que le hizo a él. La media del fútbol es éxito-fracaso. Sacá a los Messi, el resto de los jugadores juega 80, 90 torneos en su carrera y gana tres o cuatro.
CP: —A vos, ¿qué te pasó con el éxito?
SG: —Mira cómo son las psicologías, o los momentos de la sociedad. 1990, final de la Copa del Mundo, Argentina 0, Alemania 1. 2014, final de Copa del Mundo, Argentina 0, Alemania 1. Mismos rivales, mismo resultado deportivo los dos, mismo resultado de juego y mismo resultado desde el campeonato, Subcampeones del Mundo. En el 2014, fue tomado casi como un fracaso y, en el 90, fue tomado como si fuéramos héroes. De seis campeonatos que jugué con la Selección, ganamos cinco y perdimos uno, pero ¿sabés por cuál me reconoce la gente? Por la que perdimos, la de Italia 90.
CP: —Hay gente que vive ese Mundial como si lo hubiéramos ganado, Goyco.
SG: —Es más, hay gente que me dice: “Te felicito, gracias a vos fuimos Campeones del Mundo”. Y yo le digo: “No, no, no fuimos campeones”.
CP: —¡Es tremendo! Entonces, ¿qué es el éxito?
SG: —La emoción de la gente es el éxito. Italia 90 le entró al corazón a la gente. A vos, ¿te pasaron cosas que decís para qué soy conocida o famosa?
CP: —Por ahí en la vida privada, cuando se meten por la ventana. Después lo aprendí a manejar. Pasa que lo que yo hago es de otro tipo de relación que la de un deportista, que es ídolo. Pero vos tuviste una brava desmintiendo una enfermedad que no tenías.
SG: —Sí, me tocó en la previa de Italia 90, tener una situación confusa porque tenía que pasar de River a San Lorenzo, me lesioné el último partido y se empezaron a tejer un montón de cosas hasta que terminó derivando como que tenía cáncer, leucemia o SIDA. Y me sobrepasó…
CP: —Y llegó a creerse que eso era verdad, ¿no?
SG: —Claro. No había ni la difusión que hay ahora. Imaginate lo que sería una situación así hoy. Me quebré cuando mi mamá me llamó: “Por favor, decime a mí la verdad”. Ahí me volví a mi pueblo. Fue la única vez que temblé, en el sentido de decir, sigo jugando o no.
CP: —Y estabas en las puertas de la gloria.
SG: —Sí… porque la sociedad tiene esas cosas también, en ese momento, la apertura que había con respecto al HIV, te relacionaban con un drogadicto o un homosexual. Y repito, volvamos treinta y pico de años atrás, no teníamos la apertura… Y encima tener que correr con lo falso de la enfermedad, que me hizo dudar hasta de apartarme de mi pasión que era jugar. Me quebró.
CP: —Y el VIH era como el tabú de la época, como decís vos.
SG: —Por eso digo, fue todo muy duro. Y por eso algunas de las lágrimas del Mundial 90 tienen que ver con toda esa situación.
CP: —A mí más que alguna foto, me molesta que midan –ya no tanto, pero mucho tiempo sí– porque soy una mujer muy libre. Yo pagué todas mis decisiones sintiendo el ojo público acá. Acá. Cuando una mujer dice “no me voy a casar”, y sí, tuve varias parejas, tengo otra pareja ahora, te miden por con quién estás. O porque no decidiste ser Susanita. Y yo soy Mafalda. Pero ahora no, ahora está de moda. La tenías clara, me dicen. Yo caminé cuando era la peor de todas.
SG: —Gracias a Dios que hoy es distinto. Yo soy de otra generación donde el padre ocultaba a su hijo homosexual porque era una vergüenza. Con lo del teatro (N de la R: donde interpreta al único amigo heterosexual en una reunión de egresados), hablo mucho con mis hijos. A veces pido que entiendan cuál era la película que miraba yo, quiero tener la posibilidad de un aprendizaje, de seguir abriendo la cabeza.
CP: —Yo fui muy feliz en el teatro. Y me pasa algo que vos decías, soy una mujer de acción. Sé que siempre va a haber algo más por hacer. Escribir más libros, seguir en la radio, en la tele y seguir, y seguir. Cuando algo se presenta, voy por eso.
SG: —Me gusta. Brindemos por eso. La verdad que nunca nos habíamos cruzado. Ni siquiera una nota. Y me alegra porque me voy con certificaciones que tienen que ver con la pasión, con no entregarse nunca.
CP: —Me llega al corazón que me digas esto, porque también me identifico con muchas cosas que dijiste. Lo que veo en vos es a alguien que no se queda con lo que consiguió, que se desafía a sí mismo, y que pone mucha garra y corazón, sin caer en algo trillado, porque hay que haber tocado la gloria para empezar otro partido aunque sea más chiquito, pero no dejar de buscar. Para mí fue un placer enorme, Goyco.
SG: —Para mí también, Cris.
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