Diego Golombek: el científico que se dedicó a entender el tiempo, los experimentos para “mejorar el levante” y su regreso “fatídico” al país

El investigador del CONICET, científico en la Universidad de Quilmes y divulgador cuenta cómo llegó a enamorarse de la biología a pesar de “no entender nada” durante el primer año de la facultad. Recuerda sus comienzos en el periodismo -pasión previa a la ciencia-, y explica cómo logró unir sus dos pasiones. Su paso por el extranjero y por qué decidió volver

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El video completo de Diego Golombek en Como llegué hasta aquí.

“Soy Diego Golombek. Soy biólogo. Vengo a contarles cómo llegué hasta acá”.

Tono de voz medido, cierto resabio de timidez. Cuando Diego Golombek habla, al principio parece que le da nervios, pero muy pronto se nota que en realidad hay cierto sistema de comunicación entrando en calor. Como buen hombre de ciencia, parece tener calculada cada reacción: sabe cómo sorprender con algún relato de experimento científico, sabe explicar teoremas que parecen imposibles, y sabe buscar dentro su historia para encontrar las claves de aquello que lo convirtieron en quien es.

Investigador del CONICET, científico en la Universidad de Quilmes, y divulgador, Golombek es uno de los más reconocidos biólogos del país. A lo largo de sus años combinó su afición con la comunicación con su amor por la ciencia, y aunque a priori no sabe de dónde vino, a lo largo de una hora, siempre en primera persona, fue encontrando la respuesta. Aquí compartimos su relato.

“Está bueno pensar cómo uno llegó hasta acá y hay que pensarlo muchas veces, en los muchos ‘acá’ que uno va teniendo. En principio, lo más básico es cómo llegué a ser científico, cómo llegué a ser el tipo de científico que soy, que es un tipo particular, como hay muchos otros. Y me lo pregunté muchas veces y la respuesta es muy sencilla: ni idea”, comienza.

“¿Por qué ni idea? Porque yo no andaba persiguiendo mariposas ni haciendo números ni lo que fuera, por lo cual muchas veces me pregunté cómo fue, cómo fueron las casualidades que me llevaron a estudiar ciencia y no las sé del todo, pero me las sigo preguntando”, añade.

Mi casa favorecía cuestiones de conocimiento. Mi viejo era químico, y un químico muy particular: no terminó la carrera, se puso a laburar y bueno, se dedicó toda la vida a la química. Químico pintor también, así que medio raro porque hacía sus propios pigmentos y esas cosas, y obviamente eso favorecía un tipo de pensamiento. De hecho, mis hermanos también van por ese lado, mi hermano mayor es astrónomo, astrofísico y otro hermano es médico.

¿Por qué es científico? "Ni
¿Por qué es científico? "Ni idea", dice. "Yo no andaba persiguiendo mariposas ni haciendo números ni lo que fuera".

Pero yo venía totalmente por otro lado, yo empecé a trabajar a los 15 años de periodista, respondí un aviso en el diario (en un diario que ya no existe más que era el Buenos Aires Herald, que era extraordinario). De los periodistas que pasaron por ahí uno podía aprender, eran fantásticos, y en la época más tenebrosa de Argentina era un lugar bastante interesante porque era un refugio de cierta intelectualidad, de ciertas denuncias”.

Yo respondí un aviso para periodistas deportivos, y no venía para nada por el lado del deporte, eso está clarísimo, pero bueno. Apareció ese aviso, mis viejos no estaban -no sé, mi papá estaba de viaje de laburo o lo que fuera- y fui y los muy insensatos me tomaron. Y empecé a ser periodista deportivo en el Herald, en inglés, y me mandaron a cubrir cricket. No es el croquet, no es el que jugas ahí en el patio. Cricket es una cosa muy extraña, tiene algo que ver con el béisbol, duran tres días los partidos y paran para tomar el té, por supuesto en homenaje a la Reina, paran a la noche porque siguen al día siguiente, las reglas son extrañísimas y además era en el conurbano. Yo tenía que tomarme trenes largos, lo más cerca por ahí era Lomas, Hurlingham”.

Fui aprendiendo un poco de qué se trataba ese deporte, pero lo más lindo era volver a la redacción. Lo más lindo era de pronto un sábado a la noche, un domingo a la noche, un pibe de 15-16 años que volvía a la redacción y había bestias. Yo no tenía idea de a quiénes tenía al lado, tenía a James Nilsson, a Robert Cox, a Uki Goñi, gente realmente muy grosa que muchos años más tarde realmente supe quiénes eran en periodismo. Y ahí iba a la máquina de escribir, era posta máquina de escribir, Lettera, tic, tic, tic, y allá lejos sonaban los cables, sí, eso existía. Y escribía cualquier verdura sobre el cricket y ponía alguna metáfora o algo de eso, y me la borraban siempre, por supuesto”.

Después volvía a mi casa agotado, pero estaba chocho, había hecho una nota y al día siguiente la leía en el diario, eso no podía creerlo. Después fui un poco mutando hacia cuestiones más culturales, de lo deportivo hacia lo cultural. Nada de ciencia, nada, cero. Siempre me gustó escribir, me gustó el teatro, la música, hice el conservatorio, estudiaba teatro, o sea... venía totalmente por otro lado”.

Su primer trabajo fue como
Su primer trabajo fue como periodista deportivo en el Buenos Aires Herald. Tenía apenas 15 años.

Qué estudiar: la decisión que le marcó el camino

“De pronto terminé el secundario y no tenía idea de para dónde ir, porque podría haberme metido en Comunicación, podría haberme metido en Letras, en Música soy medio queso, en Teatro soy más queso todavía, así que no venía por ahí lo profesional, eso era seguro. Por algún motivo estrafalario y extrañísimo, me encontré anotándome en la Facultad de Ciencias con un compañero del secundario que también iba a anotarse. Y bueno, vamos, qué sé yo. Me anoté. Al principio no entendía nada, no entendía qué estaba haciendo ahí, no me iba bien. El principio de Biología, vale aclararlo, es muy clásico, era muy clásico al menos en ese entonces, era la Biología más o menos que uno recuerda del secundario, Zoología, Botánica, lo que se llama sistemática en la Biología: entender los bichos y las plantas, dibujar… o sea, cosas que realmente no tenían mucho que ver conmigo y yo veía a mis compañeros y los admiraba, los envidiaba porque estaban fascinados.

Mis compañeros sí habían estado entusiasmados con levantar rocas y ver qué bichos había, entonces me empezaron a deslumbrar. Yo entré a la facultad en 1983, cuando asumió Alfonsín a fin de año, en el ’84 fue la Primavera Alfonsinista, volvieron un montón de profesores y profesoras, una época extraordinaria para la Universidad. Volvían personas que eran guau, algunos se quedaron muy poco porque las condiciones no fueron lo mejor que podían haber sido y muy de a poquito algo empezó a cambiar, algo empezó a hacer click.

Yo estudié en la Facultad de Ciencias de la UBA, que es un lugar extraordinario, tenés que vivir ahí porque los horarios son una porquería, es muy difícil trabajar, es muy difícil hacer otras cosas. Tenés un curso a la mañana, una práctica a la tarde, una teórica a la noche, es muy difícil hacer otra cosa. Entonces te la pasás en la biblioteca, en el comedor, afuera en el parque y algo va cambiando, tu forma de mirar el mundo va cambiando. No sé cómo hacen pero logran que empieces a ver el mundo con ojos de científico, que a priori parece un plomo, es arruinar la vida ¿no? Es quitarle belleza al mundo. Es como dice Fito Páez en una canción de hace muchos discos: ‘pareces una flaca de Exactas explicando lo que no hay que explicar’. Traducción: pareces una estudiante de Ciencias que viene a romper las bolas, que viene a quitarte la belleza o lo fantástico de una experiencia. Es como si vos quisieras tirarte en el pasto a mirar las estrellas y viene el plomo de un astrónomo y dice bueno porque las elipses que… No, dejame disfrutar. Como si entender algo hiciera que no lo pudieras disfrutar…

Creo que una carrera científica bien pensada, bien encuadrada, te permite aceptar que entender es profundamente bello, es profundamente mágico. Yo tardé mucho en llegar a eso y habrá sido en segundo, tercer año cuando se acabaron esas materias que para mí eran un plomo, para otros no, y aparecieron las más funcionales: entender al cerebro, entender al cuerpo humano y no solo eso. En un momento, me acuerdo bastante bien, un profe empezó a hablar del tiempo del lado de adentro, lo dijo más o menos en esos términos, los físicos estudian el tiempo del lado de afuera, los sociólogos, las antropólogas, estudian cómo la gente maneja el tiempo, bueno, los biólogos también podemos estudiar el tiempo pero el tiempo con el cual venimos de fábrica. Resulta que tenemos un reloj en el cerebro que mide el tiempo y le dice al cuerpo qué hora es. Se llama reloj biológico. Y ahí guau, algo hizo click, definitivamente algo hizo click porque a mí el concepto del tiempo siempre me fascinó”.

"Creo que una carrera científica
"Creo que una carrera científica bien pensada, bien encuadrada, te permite aceptar que entender es profundamente bello, es profundamente mágico", dice.

El otro camino: la comunicación

“Simultáneamente al camino en la ciencia, el de contar también se fue como emparejando, porque empecé a contar ciencia. Había un curso de periodismo científico, el primero que se hizo en Argentina en la entonces Fundación Campomar (ahora se llama Instituto Leloir). Entonces pude enmarcar todas esas ganas de contar, de contar música, contar teatro, contar literatura, deportes en su momento, y llegué a contar la ciencia. Primero como periodista en el sentido de contar noticias de la ciencia, que es lo que hace un periodista, y después con lo que se suele llamar divulgador, que es contar historias de la ciencia. Es bastante distinto a contar noticias, y ahí pasé por todos los medios, varias revistas, después estuve mucho tiempo de colaborador en Página 12, en el suplemento Futuro de Página 12, que lo dirigía Leonardo Moledo, personaje muy estrafalario, muy polémico pero muy importante también para contar la ciencia en Argentina.

Tiempo de colaboración en Clarín, tiempo de colaboración en La Nación, en las revistas, tiempo de periodista en la primera época de Perfil, y después apareció la tele simultáneamente a seguir haciendo ciencia de verdad. Hacía un camino científico totalmente canónico y simultáneamente mantenía estas ganas de contar.

El camino canónico fue tal cual, hice lo que está en el libro: me recibí, al toque empecé el Doctorado, después me fui a afuera y estudié afuera. En el medio pasaron cosas, al día siguiente de recibirme me fui cuatro meses a la Antártida a entender el tiempo de los pingüinos.

En fin, decía que fue un tiempo corto y canónico, Doctorado, cuatro años de Doctorado, estudiando ritmos biológicos, su ruta. Al mismo tiempo, empezaba a hacer cosas en tele, seguía escribiendo, escribía también ficción, algunas cosas fueron dejándose más de lado, teatro había seguido, había estado dirigiendo teatro amateur, y después estuve muchos años afuera. Como parte de una carrera científica es fundamental irte, porque cuando vos estás afuera en un país del Primer Mundo al menos, estás limitado por tus ideas. ¿Sí? Si vos tenés una idea, se supone que la podés hacer, a ver, quiero hacer tal experimento, necesito tal cosa, levantás el teléfono, pedís que la compren y en general te la compran. Acá estás limitado por tus ideas y también por los recursos: tenés que pensar cómo adaptar las ideas a los recursos que hay. A veces es bueno, muchas veces no. Irse a afuera es extraordinario, además de vivir otra cultura, además de vivir otra ciencia, es otra cosa y estuve unos cinco, seis años afuera, y ahí vino otro momento clave.

Luego de realizar su Doctorado
Luego de realizar su Doctorado en el país, Golombek se fue del país para tener la experiencia de hacer ciencia en el extranjero.

El primero fue ese de estar inscribiéndome en la Facultad de Ciencias sin saber qué estaba haciendo y el segundo fue después de esos cinco años afuera, ¿ahora qué onda? Tenía la posibilidad de quedarme, no es que sea un genio, es que no es difícil si vos hacés una carrera canónica encontrar un lugar para quedarte en Estados Unidos, en Canadá, en Inglaterra, en Brasil. Tenía una oferta en Brasil que estaba buenísima, muy interesante. Y ahí mi razonamiento fue: si no vuelvo ahora, no vuelvo más. Si no pruebo hacer una carrera científica en Argentina, ya está, me quedo afuera y todos contentos. Y a mí me formó la Universidad Pública, la Escuela Pública, mis viejos vivían acá y entonces dije bueno, pruebo. Todavía era razonablemente joven, con lo cual, podía pifiarla, podía volver, ver qué onda y todavía estaba como para seguir probando afuera”.

El regreso “fatídico” a la Argentina

“Volví y entré a la carrera científica del CONICET. Volví a Argentina en un año un tanto fatídico, volví en 1999, 2000, y se pudrió todo. Fue espantosa esa vuelta. Volver es morir un poco, en esos términos, volví primero a lo que había sido mi laboratorio donde hice el Doctorado, error, no hay que volver al laboratorio original, no hay que volver a la casita de los viejos, básicamente. Y después fui a otra Universidad donde todavía sigo, la Universidad Nacional de Quilmes, muy cuesta arriba, muy cuesta arriba por lo que era el país en ese momento, fue muy raro.

Pero de a poco, lo mismo me pasó en la carrera, de a poco algo empezó a hacer click de nuevo. Hay una cosa muy rara de trabajar de científico o de científica en Argentina, que es que en algún lado sentís que sos útil, aunque sea muy chiquitito lo que hagas, porque lo que hacemos es chiquitito finalmente. Sentís que si no estás, algo se cae. Si vos no estás afuera, hay miles de personas que toman tu lugar y mucho mejor seguro. Seguramente miles de chinos que laburan como bestias y siempre nos ganan. Acá si vos no estás, hay algo que no se hace, hay algo que no se hace al menos de la manera que vos lo hacés, hay chicos y chicas que se quedan sin un camino determinado, las clases no se dan de una manera y se dan de otra y es fuerte ese sentimiento, es una especie de arraigo, sentir si yo no estoy acá es diferente, es otro mundo.

"Hay una cosa muy rara
"Hay una cosa muy rara de trabajar de científico o de científica en Argentina, que es que en algún lado sentís que sos útil, aunque sea muy chiquitito lo que hagas", explica.

Hay una película muy vieja, de las de Frank Capra en blanco y negro, que se llama Qué bello es vivir, es un clásico que todo estudiante de cine la estudia, en la cual un tipo está para atrás, está deprimido y decide suicidarse. Entonces le aparece un ángel, un ángel que es un linyera, es un tipo de la calle y dice sí, sí, vos suicidate, no hay problema, pero antes te voy a mostrar lo que es la vida sin vos. Entonces lo lleva como un observador de lo que es su familia sin él, su trabajo sin él, sus amigos sin él, y el tipo dice no, no, yo necesito estar acá. Bueno hay algo parecido con hacer ciencia en Argentina.

Simultáneamente con esa vuelta me afloró de nuevo muchísimo el tema de la comunicación, pero totalmente desde otro lado. Yo ya no quería hacer periodismo porque no era lo que más me llamaba. Contar historias de la ciencia desde la vida cotidiana me parece que es una herramienta poderosísima para contar la ciencia. Vos le decís a la gente que laburás en ciencia o les vas a hablar de algo de ciencia y la gente levanta una pared, te pone anticuerpos, o se acuerda de la profe de química de tercer año y un pizarrón lleno de fórmulas. Bueno, hay que meter la ciencia desde otro lado, meterla de contrabando, hablar de la ciencia en la música, en el deporte, en la cocina, en la danza. Y esa fue la vertiente que a mí me interesó para contar ciencia, simultáneamente con empezar un laboratorio, con tener estudiantes, con dar clase y lo que fuera.

De nuevo, volvió la tele desde otro lado, apareció un Adrián Paenza, nada menos, otro de los maestros, que es un antes y un después, porque el estilo que le dio Adrián a contar la ciencia en la tele para Argentina era muy nuevo. Y laburar en eso fue fantástico. Apareció Canal Encuentro, apareció TecTV, aparecieron otros espacios que antes no había, formas de contar la ciencia en los libros, una colección como Ciencia que ladra…, que de pronto empezó a pegar y la gente quería leer ciencia.

En el camino, siguió la biología, sigo siendo biólogo, sigo teniendo un laboratorio, sigo estudiando el tiempo, eso que me hizo click hace tantos años. Y la verdad que es un camino raro el de cómo llegué hoy a estar en la ciencia, a hacer ciencia y contarla, por otro lado, pero hay muchos caminos raros. Este es uno y creo que con cualquier científico o científica que hablen van a ver que va a estar lleno de curvas, y es bueno pararse a ver cómo llegó uno a este lugar del camino.

Hubo muchos sinsabores. Esto de volver en 2000 a Argentina yo no sé si fue la mejor decisión del mundo, pero está buenísimo. La verdad que si me despierto en medio de la noche y me pregunto qué estoy haciendo acá, no sé qué estoy haciendo, pero está bueno”.

Golombek considera que el trabajo
Golombek considera que el trabajo de Adrián Paenza, el Canal Encuentro y la colección de libros "Ciencia que ladra" fueron claves para permitirle desarrollar su oficio de divulgador.

Preguntas para Diego

Como en cada encuentro del ciclo, al final se abrió un espacio para preguntas. Los jóvenes presentes se mostraron muy interesados en conversar con Golombek y le hicieron varias preguntas. Algunas de ellas las compartimos aquí.

—Cuando empezaste a estudiar la ciencia no era una carrera popular como tal vez lo es hoy. ¿Fue un problema? ¿Te sentías identificado con la imagen del nerd del laboratorio? ¿Eras tímido a la hora de conocer a alguien?

—Convengamos que hay un hecho de la realidad irrefutable: la mayoría de los científicos o científicas salen con científicos o científicas. Saquen sus conclusiones. Hay mucha endogamia en la Facultad de Ciencias, por un lado por una cuestión de horario, estás todo el día ahí. ¿Qué vas a hacer? ¿Dónde vas a ir de levante? Y, ahí. Por otro lado, obviamente por intereses comunes. En ese momento, estudiar ciencias todavía era relativamente raro, éramos muy pocos todavía. Ahora se volvió masivo, ahora es mucho más común tener amigos o amigas que vienen del palo de la ciencias naturales. Uno podría pensar: ‘si venís de la ciencia, particularmente de la neurociencia, seguro tenés la posta para irte de levante’. Tengo malas noticias, no pasa por ahí. Pero sí hay algunos curros, algunos experimentos que están buenos. Hay un experimento que está buenísimo sobre el levante. Se llama el experimento de Tom y Jerry. Es un experimento de neurociencia cognitiva en el cual se le presenta a la gente dos caras generadas por computadora y se le pide que elija a una. Se las nombra Tom y Jerry. Y están hechas de tal manera que la mitad de la gente elige a Tom y la mitad de la gente elige a Jerry. Primera parte del experimento, Tom o Jerry, mitad de las personas cada uno. Después agregás una tercera cara, agregás a un Tom un poquito deformado o a un Jerry un poquito deformado, y de nuevo pedís que elijan una de esas caras. Cuando agregás a Tom un poquito deformado, todo el mundo elige al Tom normal. ¿Se acuerdan? Antes la mitad elegía al Tom y la mitad elegía a Jerry, ahora hiciste que todo el mundo eligiera al Tom normal. Si agregás al Jerry un poquito deformado, todo el mundo elige al Jerry normal, ya nadie elige a Tom. O sea, manipulaste las opciones de la gente por agregar una tercera opción. ¿Cómo se lleva eso a la vida real? Si vos te querés ir de levante a un boliche tenés que ir con un amigo o una amiga que sea muy parecido a vos, pero un poquito más feo, lo cagás al amigo o a la amiga por supuesto, pero manipulás las opciones de la gente, porque ¿qué van a hacer? No te van a mirar a vos, te va a mirar a vos comparativamente con tu amigo o tu amiga.

—¿Qué es lo que más te gusta de la vida cotidiana en el laboratorio?

—Hay dos cosas, lo primero es que todos los días descubrimos algo, aunque sea muy chiquito y no le importe a nadie. Todos los días estás viendo algo. Cuando podemos hacer ciencia con estudiantes, con colegas, estás viendo algo en el microscopio, viendo números, viendo una figura que no vio nadie. Es un experimento que no hizo nadie y esa sensación es extraordinaria, el saber que le estás robando un secreto a la naturaleza, que estás sacudiendo la naturaleza a preguntazos y te está contestando algo que, insisto, no es un Premio Nobel, es algo que no le importa a nadie más que a vos, a tu estudiante y por ahí a algún competidor, un colaborador. Y está buenísimo, pero para llegar a eso, hay decepciones todo el tiempo, todo el tiempo. Hacer ciencias naturales es un camino lleno de decepciones con algunos éxitos. Siempre hay que tener un champagne en la heladera por las dudas, nunca sabés cuándo el experimento te da bien o cuándo te aceptan un paper, pero en el medio te dan mal los experimentos, los bichos hacen lo que se les canta y no lo que uno predijo en el momento, se te corta la luz, se te rompe un freezer, pasa todo el tiempo. En Argentina pasa un poco más, tal vez, por lo que son las condiciones, pero pasa en todos lados, no es que pasa acá que te rechazan papers, a los premios nobel también les rechazan papers. Bueno, hay que agarrarse un poco más de esos momentitos, de ese momentito en el cual descubrís algo y sos Gardel.

"Hacer ciencias naturales es un
"Hacer ciencias naturales es un camino lleno de decepciones con algunos éxitos", define.

—Antes comparabas el estudiar ciencias afuera con hacerlo en Argentina. ¿Cuáles son los aspectos positivos que encontraste de hacer ciencia en el país?

—Hay cierta libertad para hacer ciencia en la Argentina, justamente por la falta de recursos. Afuera me da la sensación de que vos te embarcás en una línea de investigación y tenés muchos recursos para hacerlo y vas casi con anteojeras en ese sentido, es raro el personaje científico que puede abrirse, que es más renacentista y puede tomar varias cosas. No sé si eso es bueno necesariamente, pero acá tenés esa cierta libertad de mirar un mundo un poco más amplio. En mi caso, no solamente en la ciencia, yo no sé si afuera podría hacer estos dos mundos, hacer la ciencia y contarla, posiblemente no. No tendría tiempo, estaría tan enfocado en algo que no me lo permitiría. Después el recurso humano en Argentina realmente es muy bueno, algo estamos haciendo bien en la Universidad Pública en la formación de científicos y científicas que la verdad que son unos capos, es muy interesante esa formación. Afuera es tan masivo que obviamente vas a tener gente extraordinaria, pero acá el promedio es muy bueno realmente. Ha cambiado mucho la ciencia en Argentina, cuando yo estudiaba, el mirar hacia afuera era un poco mala palabra. Aquellos compañeros o compañeras que se pasaban a la industria eran los traidores. Se pasó a la industria, tachalo, tachame la doble. En este momento creo que hemos cambiado para bien, creo que hemos aprendido a mirar a la sociedad que por un lado es la que nos paga, pero además es para la que terminamos laburando. Por más que vos hagas una pregunta recontra básica, por más que vos estudies el color de las alas de un pájaro y lo que fuera. En el camino de esa pregunta tan recontra básica, seguramente vas a encontrar algo que redunda en una aplicación, en algo que es interesante para la sociedad. Un ejemplo: yo trabajaba siempre en laboratorios en ritmos biológicos. En el camino encontramos un montón de cosas que son necesarias para la sociedad, encontramos cosas que tienen que ver con el sueño, cosas que tienen que ver con las empresas que trabajan en turnos rotativos o con turnos nocturnos, cosas que tienen que ver con el horario escolar de los adolescentes, cosas que tienen que ver con a qué hora hay que hacer un tratamiento. No es lo mismo darte un remedio a la mañana que a la tarde que a la noche, y eso aparece en el camino de tener una pregunta científica. También ocurre afuera, pero en Argentina estamos teniendo cada vez más conciencia de la necesidad de ese camino.

Por: Joaquín Sánchez Mariño. Fotos: Gustavo Gavotti

Agradecimiento: Usina del Arte y Susana Mitchell, Coordinadora Laboratorio de Comunicación y Medios-FCS-UCA y Fontenla (Furniture Design)

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