“Soy más de los que preguntan que de los que responden”, dice. Todos en la sala ya lo saben. Gerardo Rozín es, en esencia, un tipo que pregunta. Lo hizo durante más de una década en el periodismo gráfico hasta que pasó a la pantalla en Sábado Bus, junto a Nicolás Repetto, y fue otra vez eso mismo lo que lo caracterizó: “la pregunta animal”.
A lo largo de su vida preguntó sobre libros, sobre música, sobre fama, sobre amor, sobre desamor, sobre la infancia, sobre los padres, sobre el arte, sobre la política, sobre la desaparición. Por eso nadie se sorprende cuando comienza su charla en el ciclo Cómo Llegué Hasta Aquí diciendo que siempre fue más de preguntar. Pero ahora va a contar y muy pronto en su relato llegan todos los otros ingredientes que lo componen: Rosario, la gracia, la escritura, la producción, la astucia, la vocación de cambio.
Durante una hora hará reír, contará historias, inspirará -aunque descree de la palabra- y confesará que su paso a la TV, ese que muchos identifican como su primer gran momento, fue en verdad uno de los más duros de su vida.
“Yo soy rosarino, soy judío, soy de Central, soy periodista y productor. Y me gusta la música, también. Así que soy eso, que es un montón. Y cuando digo ‘soy rosarino’, digo nací en el lugar que más me gusta de todo el mundo, y viajo inevitablemente a la calle 9 de Julio 1669, séptimo piso, a la casa de mi infancia”, comienza.
“Nací en el Hospital Británico de Rosario, a pocas cuadras de donde me crie, un departamento de clase media muy justita, muy justita, que no era clase baja y que no era clase media. Fui a un colegio estatal, soy hijo de la educación pública, hijo de padres separados de la época en la que eso todavía era nota. De hecho, creo que descubrí que era productor de televisión cuando logré un efecto con el hecho de ser hijo de padres separados: ‘¿Por qué no estudió Rozín? No, porque soy hijo de padres separados’. Medio que los conmoví y zafé. Soy además del Mariano Moreno. Cada cosa que nombro, soy un montón de eso: no fui al colegio Mariano Moreno, soy del Mariano Moreno, y aquel grupo de primaria todavía hoy es mi familia”, dice.
A su madre la identifica con “la típica idishe mame”, y dice que todos los chistes que conoce sobre eso no le parecen exagerados ni le causan gracia: reconoce en ellos a su madre. “Mi papá también fue un padre presente, pero yo me crie muy pegado a mi vieja, y participaba más de ese mundo. La vi a mi vieja trabajar en guardias en inmobiliarias, agencia de publicidad, llevando avisos al diario La Capital. La vi hacer tortas y venderlas, la vi en una heladería, la vi al frente de una empresa familiar, la vi hacer guita al frente de una empresa familiar, la vi empresaria, la vi laboralmente de muchas maneras”, describe.
Habla bajito, medio para adentro, como maniatado por la neurosis, guionándose para entretener y ser honesto. En esa palabra pone un punto: “El tema de la honestidad en mi casa era exagerado, no porque esté mal ser honesto sino que a la tercera o cuarta vez que te lo repiten por día lo vas entendiendo... Pero soy hijo de eso también, soy hijo de un mito familiar según el cual mi abuelo había hecho mucho dinero con el ganado y una vez exportó vacas a Chile y hubo una tormenta de nieve que mató a las vacas, y mi abuelo aunque perdió el capital puso en una fila a la gente a la que le debía guita y les pagó a todos. No así su socio. El mito familiar se pone más divertido cuando desde entonces el socio, que siguió siendo muy rico, iba a comer todos los días al mismo lugar al que íbamos nosotros mensualmente con mi abuelo. Con lo cual el peso que tenía la honestidad como valor en mi familia era necesario”, dice.
“Siempre fui muy lector, exageradamente lector. De chico leía muchísimo más que ahora, y las maestras decían que escribía bien. A mí no se me ocurría un premio mayor. Era tiempo en que la educación era otra cosa. Tengo recuerdos importantes de esa época. Yo estaba muy politizado, o muy informado más bien. A los 12 años yo ya era fanático de la revista Humor, leía política, tenía una mirada sobre la dictadura. Cambié muchísimas cosas, pero eso no, es una mirada parecida a la que tengo hoy”, dice.
Cuando comenzó el secundario en la Escuela Superior de Comercio, en primer año junto a dos compañeros hizo una lista de desaparecidos. “Hacer esa lista no era entrar a Google, hacer esa lista era hacer una investigación. Y fue la mejor que hice. Es rarísimo, convivía en mí ya la búsqueda de la gracia y eso, que implicaba ir a un kiosco donde había un tipo que había sido preso político y él te contaba quién había sido su compañera... y así. O sea, la construimos de puño y letra. Y esa lista se aportó a la comisión que luego escribió el Nunca Más, pero es anterior al Nunca Más. Con 13 años y de canuto, porque yo creo que si mi mamá se enteraba, no sé…”, cuenta.
Su camino profesional
“Si tuviera que mirar con perspectiva, diría que me acompañó siempre un don que valoro mucho y que digo sin ninguna modestia: soy buenísimo aprendiendo, soy una esponja”, dice Gerardo antes de comenzar a hablar de su vida profesional.
“Yo aprendí mucho de Gustavo Yankelevich. Es muy impresionante ver a alguien que sabe tanto de algo, tanto más que todos, tanto más que gente de otros lados incluso. Aprendí mucho también de Nicolás Repetto. Desde mi perspectiva, nunca vi producir a alguien así. Yo lo miro de afuera pero me doy cuenta de que es un genio. Mientras digo esto no estoy nombrando a Raúl Becerra, a quien admiro de corazón, aprendí mucho viendo tele, aprendí mucho viendo La Noticia Rebelde. Aprendí mucho siendo fanático como fui de Juan Carlos Mareco, a quien no conocí nunca personalmente. El de él era el mismo trabajo que hago yo, pero bien hecho, lo mismo pero con talento. Y me da un poco de cosa decirlo acá, pero yo aprendí mucho de Daniel Hadad, muchísimo, fui muy malcriado también ahí, muy malcriado, pero aprendí a no pensar de una sola manera las cosas. Aprendí muchísimo porque me gusta aprender”, dice.
“Mi primera guita ganada fue haciendo textos de publicidad, porque me enseñó Osvaldo Bazán, mi amigo. Fui bendecido también (en mis términos no religiosos) por el talento, el cariño, el amor, la amistad y la mirada de Roberto Fontanarrosa. Tuve esa suerte, compartí esos ámbitos, yo trabajaba en el diario y me iba al bar El Cairo. Era mi vida cotidiana. Aprendí mucho en la facultad también… Bueno, yo creo que si el título es ¿Cómo llegué hasta aquí?, la respuesta es aprendiendo, como loco, pícaro, atento a la jugada”, explica mientras mira al auditorio, donde hay mayoría de estudiantes de comunicación.
El hito de Sábado Bus y la llegada a la TV
“Al comienzo no era una aspiración para mí estar en cámara. No fue así ese viaje. Porque uno tiene sus propios temitas, digamos. Yo salí al aire en televisión por primera vez a los 30 años, y en una circunstancia personal muy, muy, muy abrumadora. Yo salí al aire por primera vez a menos de seis meses de haberme quedado sordo de un oído, que es algo para nada grave pero muy perturbador, y con más de 20 kilos, bastante más, casi 30 kilos encima de lo que yo había pesado toda mi vida, producto del tratamiento con corticoides que hice a partir de la pérdida de este oído y con la intención de no perder el otro (cosa que se logró). Es decir, ese plan valió la pena. Y salir al aire en esas circunstancias era menor, tenía muchos otros problemas antes de pensar qué iba a hacer yo al aire”, explica.
Conducido por Nicolás Repetto, Sábado Bus fue uno de los programas más vistos de la televisión, líder absoluto entre 1999 y el 2001, los años en que se emitió. Allí Gerardo hacía de compañero de Nico, haciendo preguntas a los muchos invitados que había cada sábado, todos sentados alrededor de una mesa en forma de U.
“Si lo recuerdan, yo no estaba sentado al lado de Nico, secundándolo, no. Yo estaba en un extremo de la U, porque era el lugar desde el cual yo podía escuchar. Hoy estoy más canchero, llevo 20 años de sordo. En ese momento el tema era cómo resolver que yo estuviera en un lugar donde pudiera escuchar… Además tenía también mis propios prejuicios”, dice.
“Para mucha gente salir en el programa de más rating de la televisión argentina es una oportunidad extraordinaria. Pero si estás trabajando profesionalmente en la gráfica hace 12 años, y ya trabajaste en dos diarios, en una revista, y tenés tu firma… Bueno, es diferente. Yo agarré ese laburo en la tele por muchos motivos, pero el primero es que cerró el diario donde trabajaba. Si Perfil no hubiera cerrado, donde yo era editor, muy probablemente no hubiera tomado ese trabajo. Entiendo que desde afuera dicen: ‘¿Cómo viviste esa primera oportunidad?’. Bueno, primero con agradecimiento por siempre a Nico y a Pablo Codevilla. Dicho esto, para el que yo era dos años antes... entre ser editor en un diario nuevo o estar sentado en un set de televisión haciendo La pregunta animal (a la que hoy le agradezco todo y la disfruto)... Yo no sé si para mí era ‘wow, mirá lo que logré’. No. Yo era un tipo que de muy joven había logrado ser editor de un diario y estaba en el lugar que siempre había soñado estar. Con el tiempo le di el valor que tuvo y puedo agradecer todas las veces que haga falta, porque lo siento. Pero yo en ese momento no lo veía así”.
La Peña de Morfi
“Hoy conduzco un programa que se llama La peña de morfi que, sin que suene soberbio, es un referente de los programas musicales del continente. Pasa Carlos Vives, viene Serrat, Soledad... Son artistas que queremos y valoramos. Y me da la sensación de que eso que estoy haciendo hoy, hace 10 años era imposible pensar que yo lo hiciera. Yo no me veía poniendo un programa de música, pero hice uno de ídolos y me gustó, entonces después hicimos uno con comida y se llamó Morfi y los viernes había un fogón y aprendí que en esa mezcla estaba pasando algo. Pero no es que dije: ‘Acá vamos a juntar músicos’. Propuse hacer un fogón, sí, no era común hacer fogones en un programa de la mañana en Telefe, y de ese fogón salió La peña, y casi todo podría explicarse medio así”.
No solo es y fue conductor de sus programas, sino que también suele ser productor general de todos ellos. La lista incluye: Esta noche libros, Gracias por venir, Morfi y La peña de morfi. “Yo tengo mucho que ver con los contenidos que ahí se expresan, porque son los contenidos que hace un rosarino educado por esa madre, que fue a esa escuela y que es judío todos los días y que le gusta la música, y que de chico hacía su gracia para hacerse amigos pero no tiraba tizas, es más o menos eso transformado en trabajo”, resume.
Preguntas para Gerardo
Después de su charla, de su homenaje a la ciudad de Rosario, de su recuerdo a los maestros, de su recuerdo de su madre, de su padre, de su abuelo, después de recordar cómo los libros le cambiaron la vida y cómo se la seguirán cambiando, los estudiantes presentes en la Usina del Arte pudieron hacer preguntas. Algunas de ellas las compartimos a continuación.
-¿Qué consejo nos podés dar para enfrentar la carrera laboral?
-Me parece que hay que ir al laburo con pasión, con ganas de aprender y con menos prejuicios, ni esto es tan genial ni lo otro es tan malo. La cosa es hacer bien lo tuyo. Vos hacelo bien. Que tu nota esté bien escrita. Y después bueno, la vida ¿no?
-Empezaste definiéndote como rosarino. Debe haber habido un momento en que dijiste: “Soy muy Rosario pero me voy de Rosario para poder ser más periodista”. ¿Cómo fue ese proceso?
-Bueno, la primera circunstancia, la primera razón debería ser la que uno no sabe explicar, la que tiene que ver con lo familiar. A lo mejor querés estar diez metros más allá de la señora que te hace cinco platos por domingo y vos no te das cuenta hasta 20 años después, porque seguís extrañando los cinco platos todos los días de tu vida. Seguro hay circunstancias personales que ni siquiera uno termina de entender. Haberme ido tiene razones personales, razones laborales... los medios en el interior generan muy poco laburo y tuve la posibilidad de escribir en Buenos Aires. Nunca me fui creyendo que no volvía. Yo no me fui de la ciudad, yo tomé otro trabajo. Me fui a laburar, no fui para irme de Rosario. Pero no volví. Y amo esta ciudad, la amo y soy agradecido y mi hija y mi hijo nacieron en Buenos Aires y soy muy respetuoso. Y quiero mucho el lugar donde vivo y agradezco un montón. Pero yo vivo en el exilio. No es mi ciudad. No es mi ciudad. Agradecido, eh. Mi novia es de acá. Mis hijos son de acá. Yo laburo acá. Me gano la plata acá. Soy un tipo agradecido, soy un tipo de trabajo, valoro el laburo. Pero yo vivo en el exilio. Es así. Las razones por las cuales alguien persiste en el exilio deben ser muy diversas. No entiendo cómo no volví. No lo sé. Te vas quedando, un laburo, el otro laburo. Cuando me gustó la televisión no me quedó más remedio, porque lamentablemente este país tiene una concentración extraordinaria de medios en términos federales, en muchos términos. Pero no había ninguna posibilidad de querer ser guionista, que es para lo que yo me vine, estudié guion, de querer ser productor de televisión, cosa que sí he logrado, ninguna posibilidad de ejercer esos trabajos quedándome allá. Y no volví. No volví.
-¿Qué fue lo que descubriste con la famosa pregunta animal que hacías en Sábado Bus y que después continuaste usando?
-Fue hermoso, pero decir que supe que iba a funcionar sería arrogarme una virtud que no tuve. Porque no, no la vi. Sinceramente no la vi. Soy productor de tele, tengo como cierta habilidad para ponderar mucho los géneros. Disfruto de los géneros en el cine. Y como productor también. El género entrevista me di cuenta de que no lo estaban trabajando. Tenía a mi favor una marca que era La pregunta animal, que estaba instalada porque la usamos durante tres años en el programa más visto de la tele de su momento, y tenía ganas de hacer entrevistas. Daniel Hadad confió. Lo hice en Canal 9 y tuve mi primer programa. Sobre las anécdotas y las idas y vueltas que tuve no me voy a explayar, pero todas me causan gracia y algo de orgullo. Fui y vine. Fui y vine. Pero no busqué. O sea: che, entrevistas. Tenía la marca. Se llamaba La pregunta animal, hacía preguntas. Probablemente si en Sábado Bus yo hubiera presentado gauchos y gauchas como hago hoy, mi primer programa propio hubiera sido La peña de Morfi. O sea, voy con la herramienta que tengo.
-¿Hay alguna técnica que uses para defender o desarrollar esas herramientas?
-Mucha seguridad. Pero no seguridad de la que hablan en la mayoría de las charlas aspiracionales, que inspiran y todos esos verbos que se usan ahora. No, otra seguridad, la seguridad de que hay que laburar. Nunca fui con la seguridad de decir “bueno, ahora sí, es una entrevista”... Jamás. Sé que tengo que estudiar. Sandra Mihanovich es la madrina de La peña de Morfi, por muchos motivos. Yo escucho sus canciones desde los 12, 13 años. No podría decir que es mi amiga porque no me animaría, pero la quiero como familia. Y si el domingo que viene nos visita Sandra Mihanovich en La peña de Morfi, cosa que hizo como quince veces, yo me paso toda la semana escuchando a Sandra Mihanovich, todo el día. Y llego como un jugador concentrado. Y a lo mejor me emociona una canción que no lo había hecho antes, y por ahí se me ocurre un chiste. Que un chiste te dure desde el viaje en auto el martes hasta el aire el domingo es poco frecuente. Es más fácil que llegue la vacuna. Pero la verdad es que de eso estoy seguro, que yo sé que si estudio puede ser mejor. Pero no lo digo acá porque queda divertido, te subís a mi auto y está eso. Y vos decís ¿cuántas veces podés escuchar a Luciano Pereyra? Todas las que venga. Que además es un placer. Y entonces así voy. Nunca fue tan premeditado, nunca “ay, mi sueño es hacer entrevistas, mi sueño es hacer un programa de música”. Mi sueño es trabajar de lo que me gusta, ponerle pasión, y tratar de que salga bien. Ese es el sueño.
Por: Joaquín Sánchez Mariño. Fotos: Gustavo Gavotti
Agradecimiento: Usina del Arte y Susana Mitchell, Coordinadora Laboratorio de Comunicación y Medios-FCS-UCA y Fontenla (Furniture Design)
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