“Me toca hacer una cosa espantosa que es decir quién soy, presentarme. Me ayudaría saber si hay algún rosarino en la sala, ¿puede levantar la mano si hay algún rosarino en la sala?”. Un joven levanta la mano. Luis Novaresio lo ve. “Menos mal”, dice. Entonces sí, comienza su relato en el ciclo Cómo Llegué Hasta Aquí.
“Yo soy Luis Novaresio. Según la partida de nacimiento, soy Luis Esteban Novaresio. El Luis es en honor a mi abuelo Novaresio. El Esteban a mi tío el cura. Castagna de parte materna. Debí haber sido Marina; por obvias razones -empezando por la barba-, no soy Marina. Es que esperaban que fuese una niña. Cuando fui varón pensaron que iba a ser Livio, pero el Registro Civil no lo autorizó y eso me permite contarles que tengo una cierta edad: había un listado en el Registro Nacional de las Personas que te decía cuáles nombres se permitían y cuáles no”, cuenta.
“Estoy hablando del 17 de abril de 1964. Nací en la ciudad de Rosario, por eso pregunto si hay alguien de Rosario, porque cada vez que tengo que intentar hacer una descripción de quién soy digo soy un rosarino. Mi lugar de pertenencia es la ciudad de Rosario, y estoy convencido de que la patria es la infancia. Nací a las 8 de la mañana, a los que les guste la astrología (no es mi caso), soy ariano con ascendente en Tauro. Y nací producto de un matrimonio entre Luciano Ricardo Alba Novaresio, un señor nacido en 1931, el 21 de julio, en Torino, en Italia, y de María Olimpia Castagna, una mujer nacida el 18 de abril de 1936”, relata.
“Bueno, nací allí en la ciudad de Rosario de una familia muy clase media, con lo que en 1964 era la clase media. Esto es una clase que pensaba en lo que el peronismo define como la movilidad social ascendente. Esto es saber que vos vivías en una familia que te podía dar la posibilidad del estudio en la escuela pública, si tenías suerte en la escuela privada. Yo, bueno, claro, soy hijo de italianos, fui a la Dante Alighieri, iba al Hospital Italiano, jugaba en el Club Italiano, las garrafas de gas venían de Italgas. O sea hice todo lo que corresponde. Pero no importa, vos ibas a la escuela pública y tenías la chance de desarrollarte y aspirar a lo que pasó conmigo, que soy el primer integrante de una familia pequeña que tiene un título universitario”.
“Perdí a mi papá a los 30 años y a mi vieja hace tres. Me acuerdo que cuando era casi definitivo que mi madre iba a fallecer una médica muy joven, que estaba en la terapia, me dijo: ‘¿Sabés por qué estás tan mal, no?’ Y dije: ’Sí, porque se va a morir mi vieja’. ‘No, no es solo eso, es que te vas a quedar huérfano’. Y la orfandad de un hijo único es la pérdida primero de no tener nadie hacia arriba, que aunque no sea el responsable tuyo, supone la fantasía de tener a alguien encima a quien poder consultar o con quien poder justificar un error”.
“Desde que tengo uso de razón tuve claro que quería ser periodista y tuve claro que quería ser periodista de radio. Todo lo otro vino por añadidura. En mi casa se heredó gracias a mi padre y a mi abuelo don Luis Novaresio la tradición de leer el diario”.
“Cuando me preguntan cómo nació tu vocación, yo contesto rápidamente: ‘¿cómo nació el amor que tenés por tu pareja?’. Y uno más o menos encuentra una mirada, un boliche, el primer chape, qué sé yo, pero en realidad no tenés claro cómo nace el amor por tu pareja. Es un fenómeno afortunadamente indescriptible. No hay modo de explicar por qué tenés vocación, la tenés o no. La vocación es algo parecido, describo, creo, a una pasión irremediable, irrefrenable, que te conecta con algo que esto sí, sí definitivamente sí me llevó a ser quien soy, que es el deseo”.
“Yo no me canso de decir cada vez que trabajo, cada mañana cuando abro la radio, cada mañana cuando cierro la radio, cada vez que hago un programa no periodístico como Debo Decir, no me canso de decir una frase que me parece que la dijo otra rosarina en una obra de teatro, María Fiorentino, y es una frase que dice que el deseo es el mejor arquitecto de la vida. Y estoy seguro que es así. No el deseo bobo, el de ‘ah, me quiero ganar el Quini’. Eso no es un deseo, es cualquier cosa. El deseo es ‘yo quiero ser periodista’. El deseo es ‘yo quiero construir algo parecido a lo que me hace feliz’. Y yo tengo totalmente claro que mi deseo de ser periodista apareció de muy pibe vinculado a la radio”, dice.
“En casa se escuchaba la radio. Yo conservo la radio Spika forrada en cuero marrón con el dial con el cosito rojo que funcionaba mucho en mi casa. Y a mí me fascinaba la posibilidad de los tipos que estaban ahí de contar historias. La comunicación como género, el periodismo como especie, no es ninguna otra cosa que contar una historia. Y saber que del otro lado hay un tipo a quien vos tenés que seducir para que esa historia le resulte interesante. Es un acto casi sexual, con un cariz sexual. Yo quiero seducirte para que vos estés del otro lado leyéndome, escuchándome o viéndome. Si yo no tengo claro esto, si yo creo que la historia soy yo, pasás a tener el problema que tenemos hoy día los que trabajamos de esto: ese narcisismo insoportable, ese egocentrismo intolerable que tenemos la mayoría de los periodistas, que creemos que nosotros somos más interesantes que la historia que hay que contar”.
“No me fue fácil llegar a hacer esto. ¿Por qué? Porque mi papá había venido acá a Adrogué primero y a Rosario después, que era una ciudad prometedora de la industria argentina. Y montó un taller metalúrgico con su padre y su hermano, de rectificaciones y tratamientos térmicos. Yo lo digo ahora acá y sigo sin saber qué hacía mi padre. Creo que fue una gran desilusión para él que su hijo no se interesara por eso. Y creo que hay ahí un atisbo también de preocupación por mi homosexualidad. Porque entonces el estereotipo estaba muy a la mano. Nada de juzgamiento por mi viejo, pero si tenía un hijo gay (no existía la palabra gay, eras homosexual, puto, maricón, manfloro, qué sé yo cuántas cosas más), nunca se iba a meter en los fierros. A ver, los tipos gays iban a ser peluqueros, bailarines, actores. Las mujeres jamás iban a estar en los talleres. Si supiera mi viejo…”, dice, con una mezcla de emoción y risa en la voz.
“Es decir, yo no tenía ningún vínculo cercano a la posibilidad de ser periodista. Nada. Y yo tenía claro qué quería. Y cuando terminé la escuela secundaria, 1981, en pleno Proceso de Reorganización Nacional del gobierno militar, en Rosario se habían cerrado dos Facultades por parte de los militares, porque eran peligrosas. Eran las Facultades de Música y Periodismo. Claro, para los milicos los músicos y los periodistas eran peligrosos. Y no había como hay hoy tantos lugares, la UBA no tenía carrera de periodismo como tal. La única que la tenía era la mítica Universidad de La Plata y a mí no me daba el cuero económico para que mis viejos me mandaran a La Plata. Por lo cual, frente a la posibilidad de que mis viejos me bancaran el estudio, pensé ‘serás lo que debas ser o serás abogado’. Era lo que menos me disgustaba en este cuento. Estudié la carrera de Derecho, estoy feliz de haber transitado, de haberme recibido de abogado, porque es una carrera que al día de hoy me ayuda un montón. Yo la recomiendo muchísimo siempre. Y encima el Derecho te da un bonus track tremendo de cultura y de algo que yo defenderé siempre: el concepto de la argumentación. De poder argumentar una idea. Incluso una idea que no sostenés. Decís bueno, tengo que hacer el esfuerzo y ponerme en los zapatos del tipo que piensa distinto y argumentar para ver qué me pasa”.
“Cuando yo terminé la Facultad de Derecho, ejercí muchísimo en Rosario como abogado. Feliz, me encantaba, me divertía mucho, pero siempre quería ser periodista de radio. Toqué todas las puertas del caso. Hablé con todas las directivas: buenas, soy Luis Novaresio, quiero trabajar en la radio. Me acuerdo que la directora de la radio nacional de Rosario, una mujer divina, me dijo: ‘Lo único que tengo es un micro de básquet’. Sí, le digo, sé un montón de básquet. Yo no pude jugar nunca ningún deporte, primero soy pésimo, y aparte no veo, literal. Desde muy chico soy muy astigmático, miope y ahora también tengo presbicia. Entonces no podía jugar, soy muy malo, lo único que hacía era nadar. Nadé mucho y bastante bien. Pero básquet nada. Y me reconocí muy valiente por decir ‘sé un montón de básquet’. Y salí de ahí y le digo a mi viejo: ‘Voy a hacer un micro de básquet en Radio Nacional’. Me dice: ‘Pero si no sabés nada’”.
“Igual seguí mandando currículums y un día apareció un aviso en el diario que decía ‘Canal de televisión busca jóvenes universitarios con vocación periodística’. Me presenté, era Canal 3 de Rosario. No me seleccionaron. Quedé, siempre digo, como primera princesa. Vieron que en los concursos está Miss Simpatía, Miss Televisión, Primera Princesa. Y tuve la suerte de que Jorgelina Rinaldi, a quien después conocí, tuvo la gentileza de embarazarse. Entonces se retiró y llamaron a la primera princesa, aquí presente, y empecé a trabajar a mis 21, 22 años, haciendo de che pibe en un canal de televisión. Yo le abría la puerta a los invitados que entraban al programa”.
“De ahí en adelante hice todos y cada uno de los puestos de los que iban faltando: atender el teléfono, buscar una nota, producir, grafista, editor de video, asistente de producción, estar en el control. Me dio un conocimiento fenomenal entender cómo se pone un canal de televisión al aire. Cuando ya después conduje un programa me decían: ‘No llega el chico de tape, no llega a editar’, yo sabía cuánto tiempo tardaba, no llegaba porque no llegaba o no llegaba porque era un jodido que no quería llegar”, cuenta.
La importancia del deseo
“Yo quería hacer radio y empecé haciendo tele. Hasta que un día el canal tiene una radio, me ofrecen la oportunidad de hacer radio y me senté por primera vez en serio con un sueldo remunerado a contar una historia. Y la historia que conté era la aparición de un fenómeno que era raro: los cartoneros. Sentí que el deseo de cuando era muy pibe empezaba a cristalizarse. Entonces si me preguntan cuál es el modo: es perseguir el deseo. Pero perseguirlo en serio”.
“Es altamente probable que nueve de cada diez veces te digan que no. Ahora, si vos tenés claro que esto es un deseo, que es una pasión, que se parece a estar enamorado, que es una cosa que te hace acercar a lo que vos creés que es la felicidad, no lo abandonás nunca. Y yo creo que ese es el motor por el cual estoy acá sentado. Nunca abandoné el deseo. Nunca. Nunca. Incluso cuando tuve tentaciones grandes como el dinero. A mí me iba fabulosamente bien como abogado, ganaba mucha plata”.
“Yo no doy consejos, pero Sartre es de lectura obligatoria para todo el mundo. El que no sale de acá y va a leer La Náusea de Sartre que no me hable nunca más en la vida. A mí me lo hicieron leer a los 18 años. Les cuento la historia. Levante callejero aquí en Buenos Aires. La avenida Santa Fe era antes la del levante gay callejero. Yo vine muy culposo. Hace no tanto hice pública mi elección sexual, antes los que me conocían sabían y me querían como era, pero a los 18 vine acá y no era así. Y me levantó un chico que se llamaba Eduardo Carballido, de quien no sé nada más, se fue a vivir a Francia. Y vivía arriba de la Galería Bond Street, Rodríguez Peña y Santa Fe. Me acuerdo que subí y era un monoambiente y tenía colgada una sábana con una frase escrita en francés. ‘¿Y esto qué es?’, le pregunté. ‘Es una frase de Sartre’, me dice. ‘Habrás leído Sartre...’. Sí, dije yo. ¿Qué? Mucho. ¿Qué libro? No, le digo, le había mentido hasta mi nombre. Y me dijo: ‘Si no leés esto no me ves nunca más’. Y me dio La náusea, de Sartre, en la edición de Losada. Me costó mucho, no lo entendí, era muy difícil para mis 18 años. Yo quería despertar sexualmente y este tipo me daba un libro. Yo esa noche quería algo más que leer. Después pasó el tiempo y leí un montón”.
“Si les doy una experiencia que a mí me ha servido y que capaz que a ustedes les sirva es nunca perder el deseo y esencialmente nunca perder la curiosidad que genera ese deseo. La curiosidad es casi excitante. A mí me resulta excitante terminar de hacer esto que estoy haciendo ahora, irme al trabajo y me dicen tenés a Juan Pérez para entrevistar, ya lo entrevisté treinta veces, pero a mí me da curiosidad a ver si le encuentro otra vuelta, si sale otro título, si el tipo se quiebra y dice algo”.
“La comodidad es la enemiga del deseo. Dice una amiga mía: ‘La comodidad es comodísima’. Entonces a veces me costó, dudé, no pude. El psicoanálisis me ayudó un montón. El psicoanálisis es hijo de Buenos Aires, yo nunca me había psicoanalizado. Y un día ante la angustia, di con un gran analista, y descubrí que el psicoanálisis es un gran acompañamiento para perseguir el deseo”.
“También debo decir que yo estoy acá porque soy fruto del esfuerzo compartido con mi familia, del esfuerzo. ¿Qué talento te dieron a vos? A Lanata le dieron miles de talentos, la creatividad que le desborda, la impronta. A mí me dieron un solo talento: los remos. Yo soy un gran remador. Remador tenaz. El esfuerzo, la tenacidad y la persecución del deseo. Yo no esperaba tanto de mí, no esperaba ser tan feliz con lo que hago, tiene que ver mucho con la lectura. Mucho con la literatura. Mucho con la curiosidad y mucho con el esfuerzo. Todo eso se resume en algo que dije al comienzo: el deseo es el mejor arquitecto de la vida. Se los puedo asegurar. Se los puedo probar. Y para perseguir el deseo hay que ponerle garra, esfuerzo, polenta, tenacidad y saber qué te hace muy feliz. Eso es un poco anárquicamente mi camino”, concluye.
Preguntas para Luis Novaresio
Como en cada charla del ciclo, al final de la exposición los presentes pudieron hacerle preguntas a Luis. No lo desperdiciaron, se levantaron muchas manos a la vez y Novaresio fue respondiendo una por una. Algunas de ellas son las siguientes.
-A mí me gustaría saber si de joven tuviste algún referente dentro del periodismo que te ayudó a formarte, que te dio una línea, una estructura, una inspiración.
-Sí, muchísimos. Muchísimos. Primero la gente a la que escuchaba. Como yo conté soy de Rosario y había tipos que escuchaba que eran míticos. Evaristo Monti era un tipo que tenía tres horas a la mañana y tres horas a la tarde de radio, seis horas diarias, no ponía un solo disco, no ponía un solo tema musical, hablaba. Seis horas eh. Es odiado y amado en Rosario, creo que más odiado, pero para mí era un referente. Después otro tipo con el que yo llegué a laburar era el que hacía la mítica primera mañana de la ciudad de Rosario, que era Nacho Suriani. Tuve un gran maestro, mi mayor maestro de la tele, que es un señor que se llama Carlos Fechenbach, que nunca en su vida pasó por la facultad o instituto, pero tenía un olfato, y me decía: ‘Lo importante es importante, pero si no es interesante no sirve’. Hay que hacer interesante lo importante. Y también escuchaba a una mujer que denunciaba los Falcon verde, denunciaba la desaparición de Elena Holmberg, una mujer llamada Magdalena (Ruiz Guiñazú). Y que para mí ha sido mi maestra de la repregunta. Muchos periodistas preguntaban, pero la repregunta es esencial. Yo tengo una admiración especial por Magdalena. Estaba también Eduardo Aliverti. Después Larrea, escuchar a Larrea. Sí, la verdad montones. He copiado, he afanado mucho de muchos periodistas. Les he robado muchas cosas.
-Le hago una pregunta muy abierta, y se la hago al Luis fanático de contar historias. Me gustaría que nos cuente alguna historia que le guste por algún motivo.
-La primera que me viene a la cabeza está muy vinculada con Infobae. Yo hace dos años me puse de novio con Braulio, que es mi pareja, y empezaron a jorobarnos bastante en algunos portales sacando fotos, afanando fotos. El chongo de Novaresio, una cosa espantosa. Braulio es un tipo, nada, somos dos cincuentones bien plantados, papá de una niña... entonces él estaba muy molesto con esta historia. Entonces un jueves fuimos a comer y me dice ‘che, esto no me lo banco, está muy mal’. Elijo esta historia por varias cosas, primero porque tiene que ver con la cuestión gay. Yo estoy muy especialmente enganchado con colaborar, con aportar contra la discriminación. Entonces le digo: ‘Mirá, a fin de año blanqueémoslo, digámoslo’. Ese jueves volvimos a la casa de él (somos vecinos con Braulio, 9 años sin conocernos en el mismo edificio). Él tenía una foto mía con un cartelito que decía “Love”, amor en inglés. Me dice: ¿puedo subir esta foto a Instagram? Le digo ‘no, no la subas, mañana tenemos dos cámaras en la calle’. Entonces me dijo una frase que me enamoró, me dijo: ‘Pará, tampoco sos tan famoso, no sos Tinelli’. Le digo ‘no la subas’. Aparte vos le decís a Braulio no, es un niño, la subió. Al día siguiente teníamos dos cámaras en la puerta, estaban De Brito y Roccasalvo. Bueno, entonces decidimos contarlo, no había nada que hacer. Fue una catarata de buenas cosas lo que nos pasó. De mensajes de afecto. Aparte, digo, de gente inesperada: Lorenzetti por ejemplo... Un día quiere hablar con vos Ricardo Lorenzetti, el ex presidente de la Corte. Sí doctor. ‘Quiero felicitarlo porque esto, que alegría, mi esposa está contenta’, me dijo. Aníbal Fernández, no debe haber persona con la que me haya peleado más. ‘Che qué bueno, finalmente’. De estos, miles, miles de mensajes. Yo tengo 56, una compañera mía de la escuela llorando: ‘Cómo no me lo dijiste, yo sabía pero no me animaba’. Y pasa el hijo, le dice mamá qué te pasa, por teléfono, es que Luis contó… ¿Y? Nada, la diferencia: ¿a un pibe de 16 años qué le importaba? La nada misma. Y me llegó un mensaje hermoso que dice: ‘Soy la mamá de tal, hace siete años que mi esposo no le habla a mi hijo porque descubrió que es gay. Hoy llegó con tu nota de Infobae en el teléfono, la tiró sobre la mesa y le dijo a mi hijo ‘vamos a tomar un café'. Te agradezco porque mi esposo volvió a hablar con mi hijo gracias a ustedes’. No es gracias a nosotros, claro, pero bueno, ya está. Esta historia justifica cualquier insulto que pueda venir.
Por: Joaquín Sánchez Mariño. Fotos: Gustavo Gavotti
Agradecimiento: Usina del Arte y Susana Mitchell, Coordinadora Laboratorio de Comunicación y Medios-FCS-UCA y Fontenla (Furniture Design)
SEGUÍ LEYENDO: