“Soy judoca”. Su presentación parece simple. Así comienza Paula Pareto frente a los jóvenes que la escuchan atentos en la sala. Paula parece nerviosa: se anima a subir a un tatami para dar pelea por la medalla de oro de los Juegos Olímpicos (la ganó en Rio 2016), pero tener que hablar de ella le da otro vértigo. Pero lo enfrenta, y a los pocos minutos está ya contando su historia e inspirando mucho más de lo que ella misma se da cuenta.
Es una de las grandes protagonistas del ciclo Cómo Llegué Hasta Aquí, de Infobae, y en la Usina del Arte -frente a tantos estudiantes como permitió el protocolo- contó no solo cómo llegó a ser una de las deportistas más destacadas de la historia argentina, sino también cómo logró hacerlo mientras se recibía de médica.
“Algunos me conocerán, otros no. Tal vez en el ámbito deportivo sí he tenido algunos logros que me hicieron más conocida, pero les voy a contar un poco de mi historia”, comienza.
“Soy hija de Mirta y de Aldo. Mi mamá es médica, mi papá es abogado. Tengo un hermano un año más chico (por el cual empecé a hacer judo a los 9 años), y una hermana un año más grande, que no me llevó a hacer judo pero me enseñó un montón de cosas. Esa es mi familia más cercana”.
“La cosa es así: mi hermano había empezado a hacer judo porque mi papá decía que un hombre tiene que aprender a defenderse sin agresión. El judo tiene eso, es una forma de defensa sin agredir al otro. Y a los 9 años yo lo acompañé al club San Fernando y ahí empezó todo. Me acuerdo que el profe era muy didáctico en las clases y muy divertido. Siempre invitaba a todos los hermanitos a la clase y yo caí como hermanita y me gustó. Así arranqué y eso es lo que hoy me trae acá, y por lo que alguna gente me reconoce”, dice.
Judoca (¡y médica!)
“Siempre me gustó la medicina y hoy soy médica. Estoy terminando la residencia en traumatología. La gente me suele preguntar cómo hice para ser una deportista de alto rendimiento y además haber seguido una carrera que requiere bastantes horas de sentarse y estudiar. Y bueno, creo que la clave es saber que se puede e intentarlo. Cuando tenía 17 años y terminé el colegio me acuerdo que decía que iba a estudiar medicina y me decían: ‘No, es re difícil’. En ese momento yo ya competía a nivel internacional, entonces muchos decían que no me convenía estudiar porque iba a perder mi tiempo de entrenamiento y no iba a poder. Y me lo decían con la mejor de las intenciones, no me lo decían tirándome abajo sino para que yo no sufriera en un futuro”, cuenta.
“Yo siempre pensé, apoyada obviamente por mi mamá y mi papá, que primero había que intentarlo. Siempre es muy importante el apoyo familiar porque si uno no tiene un sustento desde lo emocional y también desde lo económico, es difícil. Por eso siempre agradezco a la familia que me ayudó a estar donde estoy”.
Y entonces, aclara: “Yo no soy ni una superdotada en el estudio ni una superdotada en el deporte, ninguna de las dos, le pueden consultar a cualquiera de todos mis amigos en judo o en la facultad o en el colegio”.
Los presentes se ríen: parece un chiste que una de las mejores judocas del mundo (la mejor de la historia argentina, sin dudas), no se considere a sí misma una dotada. Pero el porqué lo explica ella misma.
“No era superdotada pero sí me sentaba horas a estudiar, y sí me puse horas a entrenar. Horas extras de entrenamiento y horas extras de estudio. Mis hermanos no estudiaban casi nada y les iba bien, y a mí me iba bien pero porque me la pasaba sentada estudiando. Así que creo que el mensaje que yo puedo dar es simplemente intentarlo, no hace falta ser superdotado, simplemente te tiene que gustar lo que haces. Creo que la clave es esa, encontrar lo que a uno le gusta”.
“Obviamente todo tiene un esfuerzo de por medio. A nadie le gusta levantarse a las seis de la mañana, pero cuando me preguntan ¿y cómo hacés? no lo pienso, me levanto. Después, cuando llegan las diez de la noche me acuerdo y digo: ‘Bueno, tengo el día cumplido, hice todo lo que tenía que hacer’. Y así después también cuando llega el momento de una competencia y me va bien sé que fue porque hice las cosas bien. Y cuando llega un examen y me va bien o cuando pienso que soy médica y estoy a punto también de recibirme en la especialidad de traumatología, es porque hice ese esfuerzo, y me gusta”, explica.
“Creo que el orden es la base de todo para mí. Siempre un año antes, o sea el mes previo a arrancar, en noviembre o diciembre, yo ya me organizaba: cuántos exámenes tenía, qué materias tenía, cuánto tiempo duraban y qué torneos tenía, en qué fechas. Entonces ahí ya organizaba todo lo que era el año”.
“Yo siempre digo que hay que dar el 100% de cada uno en el momento que es su 100%. Por ejemplo cuando estaba residente de primer año la verdad es que llegaba a entrenar a las nueve o diez de la noche después de hacer una guardia y parecía una babosa. Mis amigos me decían ‘por qué no te vas a tu casa a dormir’. Porque no, porque ese era mi 100% del día. Si me iba a mi casa a dormir sentía que no había rendido. Y después, a la hora de competir también ese esfuerzo lo ponía sobre la mesa y decía ‘hice este esfuerzo, ahora tengo que salir a matar o morir, a hacer valer ese esfuerzo’. Y creo que a mí me sirvió hacer las dos cosas porque cuando tenía tres horas para estudiar eran tres horas para estudiar. Y después tenía que ir a entrenar, y las horas para entrenar también eran al 100% de eso”, dice Paula.
“El año de los Juegos Olímpicos de Río, Río 2016, logré la medalla de oro. Lo que hice fue eso mismo, organizarme. Dije: ‘Este año no voy a tener ningún examen, no voy a cursar ninguna materia y no voy a meterme en lo que es el primer año de la residencia’. Y no lo hice hasta el día en que volví”, cuenta.
“Los primeros seis meses de ese año los liberé para entrenar e intentar dar mi 100% en la competencia, y cuando volví sí fue el primer año mío de la residencia. De hecho, volví de Río y a las dos semanas arranqué a hacer la residencia. Fue como un boom porque en ese momento la gente me reconocía muchísimo porque había sido la primera medalla de oro en el Juego Olímpico, que era la competencia del año. Fue muy gracioso porque atendíamos a los pacientes y cada uno se llevaba una receta y una foto, una receta y una foto. Y se ponían contentos, y era algo copado porque se iban con una fractura y un yeso pero contentos con la foto”.
Las mujeres y el judo
“Cuando yo empecé no había muchas nenas haciendo judo. Una o dos compañeritas tenía, pero no más que eso, el 90% eran nenes. Y en algún momento también he pasado meses sola. Después cuando entré a la selección sí había más nenas, pero siempre en menor número. Y hoy quiero que sepan es al revés: hay muchos dojos donde se practica judo que hay más nenas que nenes. A mí es algo que me impresiona porque jamás lo vi, pero está bueno que todos sepan que el deporte es deporte, no hay ni nenes ni nenas, hay niños queriendo hacer un deporte y pueden practicarlo”, cuenta, emocionada.
“Igual a mí me encantaba ser la única porque era como la princesita del dojo, del profesor para abajo todos me respetaban, luchaban, todo, pero me tenían un respeto aparte. Y alguna vez obviamente también me ha tocado, ya de más grande, que algún judoca me ha echado del dojo porque decía que era un deporte de hombres. Pero tuve la suerte que mis mismos compañeros lo ubicaron en tiempo y forma y no hizo falta mucho más”.
“Yo no tenía la menor idea de que el judo se hacía a nivel internacional, de que podías representar a tu club por ejemplo. Cuando empecé nos presentaban a los chicos que eran representantes del club en los torneos y para mí era como: ‘Uy, yo quiero representar a mi club’. Era lo más para mí. Y después ahí en los torneos nacionales te contaban que estaban los chicos que representaban a la selección argentina. ‘Uh, viste, hay una selección argentina de judo’. Yo pensaba que eso era solo en el fútbol. No tenía la más remota idea de que en el resto de los deportes existían selecciones. Claro, hoy en día en todos los medios tenés más difusión de todos los deportes, pero en ese momento no había mucho”.
Para la Peque, la selección
“Un día me enteré de que había una selección nacional y ahí pensé: ‘Qué bueno sería representar a la selección nacional’. Pero no con la esperanza de llegar en algún momento, pensaba que era imposible. Pero igual siempre seguí entrenando de la mejor manera y un día me fue bien en alguna competencia nacional y vino un profe y me dijo que era profe de la selección nacional y me preguntó si me gustaría ir al CENARD a entrenar, que es donde entrena la selección. Y yo, feliz de la vida, fui corriendo a mamá y papá a decirles, a ver si me llevaban porque yo tendría 12 o 13 años, era muy chiquita y dependía más de ellos que de mí. Y me dijeron que sí, que no había problema, y fui a un campo de entrenamiento, y ahí es cuando me conocieron otros profes”, cuenta.
“En ese primer campo que fui me acuerdo que me lesioné el primer día y no hice nada más: fui, entré y salí. Y después por muchos años, no sé si por miedo de mis papás o de mis profes (que tenían bastante miedo a que me vuelva a lesionar), no volví a ir por mucho tiempo. Recién a los 17 volví a ir. Yo ya tenía contacto con los profes de la selección, hubo un torneo que se hizo en Argentina y pude participar. Quedé primera de Sudamérica. Entonces ahí ya entré en el circuito”.
A pesar de que todo indicaba que ella podía ser una deportista de alto rendimiento, no se tuvo fe hasta que de pronto clasificó a los Juegos Olímpicos de Beijing. Ella había participado de torneos sudamericanos, pero nunca de mundiales. En el 2007 fue al Mundial de Judo que se realizó en Río de Janeiro (viajó porque era cerca y pudo juntar el dinero), y en esa competencia quedó entre los cinco mejores. Los cinco mejores clasificaban directo para Beijing 2008. Así comenzó su carrera al mundo.
“Todo el mundo me decía que yo era deportista de alto rendimiento y yo decía que no. Y cuando clasifiqué al Juego Olímpico no me quedó otra que reconocer que sí lo era. Y ahí me cambió un poco el chip, ahí en ese torneo”, recuerda.
Dolores, frustración y la vez que estuvo fracturada sin saberlo
“En el judo no duele lo físico pero duele muchas veces lo mental, que creo que en cualquier deporte debe suceder. Somos muy duros los judocas, muy duros en cuanto a nuestro umbral de dolor, que está bastante elevado. Yo de hecho me he fracturado tres veces y nunca me di cuenta. Me di cuenta más tarde porque tal vez me hice una radiografía o me hice algún estudio por otra cosa y el médico me decía ‘pero vos te fracturaste’, que sí, que no, que sí. Y después haciendo memoria sí, bueno, en algún momento se ve que la fractura estaba. Así que puedo decir que no es doloroso porque nos acostumbramos”, cuenta.
“Muchos nos ven caer y dicen uy, eso debe doler un montón. Eso no duele nada porque uno está acostumbrado y acostumbra al cuerpo. Sí a veces duele la impotencia, por decirlo de alguna forma, o la bronca. Pero en lo físico no. Mi papá y mi mamá en particular se ponen muy nerviosos cuando compito. A mi papá le cuesta diferenciar cuando duele mucho o poco. Siempre se asusta un poco de más. De hecho mi papá no ve las competencias porque se pone muy nervioso. Ha visto los Juegos Olímpicos sentado, obligado por mis hermanos. Mi hermana es psicóloga entonces le dice: ‘Tenés que superar tus miedos’ y lo sienta”, dice.
“Tuve la suerte de que mis padres hayan podido ir a Río, que era lo más cercano que tenían, y los dos lo disfrutaron pero recién una vez que terminó la competencia y supieron que estaba entera. Es el día de hoy que yo me río porque después de una competencia si te va bien muchos te felicitan, si te va mal muchos otros te alientan, y el mensaje de mi papá por ejemplo siempre es puntual. No me pregunta, ni me dice felicitaciones... Me dice: ‘¿Cómo estás? ¿Te golpearon?’ Es lo único que le importa. Y está bueno. Yo me río, pero es muy de padre, lo único que le importa es que vos estés entera, si estás entera el resto es un extra”.
“Recuerdo momentos de mucha frustración, de hecho antes de lo que fue Beijing 2008 tuve mi primer torneo a nivel mundial y en 2008 hicimos una especie de gira europea, que fueron dos semanas. Ahí tuve mi primera competencia a nivel europeo y después de eso, a los dos meses, era la competencia en Beijing. Y me acuerdo que en ese torneo me fue mal, muy mal. Bah, gané dos luchas, perdí dos, pero para mí me había ido mal, no me había sentido bien con cómo había luchado. Empecé a decir que no servía para esto. Me frustré, lloré mucho, no sentía que había hecho bien las cosas, y eso fue lo que más me dolió creo”, relata.
“Yo estaba convencida que después de Beijing no luchaba más. Y después en Beijing llegué a la medalla de bronce, que fue una gran sorpresa para mí, creo que para todos mis compañeros, y siento que eso también me incitó a decir: ‘Bueno, hay que saber diferenciar entre cuando te va bien y cuando te va mal’. Es un juego, está todo permitido. Por lo cual sí, puedo decir que tenemos muchas frustraciones pero que si no tenés esas frustraciones tampoco vas a tener las victorias que son las más difíciles, las que definen un mundial, un Juego Olímpico”.
El entrenamiento y la vida social
“El entrenamiento en cualquier persona joven es difícil. Yo tengo la suerte de que no me gusta el alcohol, así que en ese sentido estoy bien. Como deportista de alto rendimiento te cansás un poco más de lo normal. Generas muchos más metabolitos, que es como mugre en el cuerpo porque el entrenamiento de alto rendimiento genera eso. Y si vos encima el fin de semana tomás mucho alcohol, el hígado no da abasto entre tus metabolitos de la semana y los metabolitos del alcoho,l entonces te regenerás mucho más lento. Eso lo sé hoy desde el punto de vista fisiológico por médica ¿no?”.
“También me pasaba que tenía que dar de baja salidas. Llegaba hasta el comer, iba a la previa, charlaba un rato, y a la una, dos como muy tarde, me volvía a casa. Fuera viernes, sábado. Tal vez el domingo no entrenaba pero si yo ese día me acostaba a las tres, cuatro de la mañana porque iba a bailar... la semana entera que le seguía era un ente, no funcionaba ni para estudiar ni para entrenar”, explica.
“Muchas veces me he perdido reuniones familiares de cumpleaños y me dolió. Decía: ‘Bueno, me perdí esto, me perdí esto, me perdí esto... ahora tengo que meter todo, matar o morir porque si no me lo perdí sin una causa justa’. Se puede ganar o se puede perder, pero si siento que di todo siento que eso a lo que renuncié o que me perdí lo hice valer la pena por lo menos”.
Preguntas para Paula
Como en cada encuentro del ciclo, al final de la charla los jóvenes pudieron hacerle preguntas a Paula, que respondió encantada. Apenas terminó, tuvo que irse rápido de la Usina del Arte rumbo al CENARD, donde debía completar su rutina de entrenamiento del día.
-¿Qué pasó de diferente en los juegos de Río en el 2016 para que llegaras a la medalla de oro? ¿Qué pensás que tuviste de distinto?
-Yo creo que en Río fue una combinación de un montón de factores. Obviamente el entrenamiento de por medio, el grupo... desde el grupo técnico hasta el grupo médico hasta mis familiares, mis amigos, todo el mundo, todos colaboraron y aportaron su granito de arena para que se dé ese momento. Creo que lo más importante fue que estaban todos. Creer o reventar, pero hubo una cuestión energética, yo estaba convencida de que podía pasar algo increíble. Y pasó. Porque después la gente con la que uno compite es más o menos la misma, los torneos son iguales: hay dos tatami, tenés un rival y luchás. No hay mucha más ciencia. Pero en ese torneo era el único en el que estaba todo mi gran equipo de trabajo, desde mi mamá y mi papá hasta el camionero que me gritó un día en la calle: ‘Vamos Argentina, vamos Peque’. Para mí todos sumaron y todos hicieron al equipo, y esa buena energía creo que es la que llevó lograr la medalla dorada.
-En la pandemia, en plena cuarentena, te vimos entrenar en tu lavadero para no perder el estado ¿Cómo focalizás para no desconcentrarte nunca?
-Se trata de querer ser mejor que uno mismo el día de ayer. O sea, yo hoy intento ser mejor que ayer, mañana intentaré ser mejor que hoy. En plena pandemia es verdad que mucho no podía hacer, rompí la mitad de mi casa intentando hacer cosas diferentes. Pero porque quería superarme en el día a día. Yo no podía hacer judo, muchos tal vez tenían hermanos o parientes que hacían judo en la casa, yo sabía que tenía un Juego Olímpico de por medio y que no podía dejar de entrenar. Entonces era esto que comentaba antes: mi 100% ese día era hacer un circuito en casa. Tal vez no podía hacer judo pero no me iba a bajonear porque estaba fuera de mi alcance eso. Y sabía que en el resto de Europa siguieron entrenando, encapsulados pero siguieron, y dije uh, me van a pasar por arriba. No, yo voy a hacer mi 100%, y cuando salga de acá voy a seguir haciendo mi 100%, y el día de la competencia voy a poner este esfuerzo que hago levantándome a las seis de la mañana sola en casa para entrenar y hacer mi doble turno de entrenamiento. Yo creo que la clave es superarme en el día a día, eso. No se trata de demostrar nada a nadie. Así que si tengo que darles un mensaje es eso: uno tiene que superarse a uno mismo y no depender tanto del entorno o de lo que hablan, sino saber que puede mejorar siempre.
-¿Hubo lugar en algún momento para el amor? Una pareja es algo que demanda tanta energía como un buen entrenamiento.
-Y en algún momento hubo, pero todas las parejas que tuve siempre el problema fue que no tenía tiempo. Y es real, o sea yo lo acepto y hoy por eso tampoco estoy con nadie, porque es una realidad. No había tanto tiempo o no había el tiempo que requería la otra persona. Así que por ahora, nada, me llevo siempre bien con las personas con las que estuve pero ya saben. O sea mi familia, mis amigos y las parejas que tuve saben cómo es mi vida y a veces es más difícil de aceptarlo.
-¿Creés en algo, en algún dios, o en alguna cosa que es sobrenatural digamos?
-Yo creo en todos y en ninguno a la vez. Creo que sí hay un dios, un buda, un lo que quieras llamarle. Hay una energía extra que siempre tenés que saber que está presente. Saber que la energía positiva existe y creo que sí, a mí me da un plus, sé que hay un dios, un algo. No sé cómo llamarlo, ya te digo: Dios, Buda, Alá, como quieras. Pero hay un extra que siempre está y que hace ese golpecito de suerte que necesitamos más allá de todo lo que hagamos.
Por: Joaquín Sánchez Mariño. Fotos: Gustavo Gavotti
Agradecimiento: Usina del Arte y Susana Mitchell, Coordinadora Laboratorio de Comunicación y Medios-FCS-UCA y Fontenla (Furniture Design)
SEGUÍ LEYENDO: