“Soy Liliana Parodi. Nací en la provincia de Buenos Aires. Hoy soy la directora de contenidos del canal América, pero empecemos desde el principio, que es más divertido”.
Liliana Parodi se sienta frente a los y las estudiantes y comienza a relatar su vida: una infancia difícil, una adolescencia trabajando, y una carrera hecha a fuerza de “no rechazar ninguna oportunidad” que se le presentó. Su participación en el ciclo Cómo Llegué Hasta Aquí genera interés en los jóvenes que se acercaron a la Usina del Arte porque muchos conocen su profesión, su nombre, su lugar en la industria, pero muchos no conocen su dura historia de vida. La relatará ella misma mejor que nadie.
“Nací en General Villegas, de una mamá soltera de 19 años. Yo viví en casa de mis abuelos, tenía tres tíos, y era la nena de la casa, la única nieta. Mi mamá y mi abuela trabajaban de empleadas domésticas en las estancias de la zona. Entonces mis primeros recuerdos son esos lugares, esas estancias. A mí me llevaban porque se admitía que una de las empleadas tuviera una hija y pudiera estar ahí. Ellas trabajaban y yo jugaba con los perros, de ahí mi gran afición por ellos, porque eran mis primeros compañeros”, comienza.
“A esas personas que me rodearon las recuerdo con mucho cariño, esos dueños de estancia eran gente afectuosa conmigo. Mi mamá me enseñó a leer y a escribir desde muy chiquitita, y esa gente también sumaba. Dicen los psicólogos que esos primeros cinco años te marcan algunas cuestiones. Y a veces pienso que de ahí me vienen ciertos gustos, cierta pretensión estética. No solo sobre mí, también lo aplico sobre el trabajo, sobre mis gustos de decoración, sobre viajar. Creo que es de ahí. Porque mi familia era absolutamente humilde”, dice.
La llegada del “señor Parodi”
“Un poquito antes de que yo cumpliera 6 años mi mamá se casa, y el señor con el que se casa me reconoce como hija, por lo tanto yo tengo el apellido de ese señor. Primero tuve el apellido de mi madre y luego este otro, que es el que me identifica. Y es extraño porque tengo un nombre y apellido conocido en el medio pero fue una adopción”, relata.
“Vivíamos en un lugar pobre, pobre, pobre. Era una casa con piso de tierra, sin baño, con cocina rudimentaria”, dice. Era una casa en un pueblo llamado Villa Saboya, de 400 habitantes. Ahí instalados, la madre de Liliana tuvo dos hijos más.
“Éramos tres hermanos y una familia sin posibilidades económicas, y creímos que el futuro de la familia estaba en la Ciudad de Buenos Aires. Y de allá vinimos, de dejar los afectos, los abuelos que habían quedado, algunos tíos, y llegamos a la Capital. Antes empezamos a peregrinar por el Gran Buenos Aires. Vivimos en Glew, vivimos en San Martín, y finalmente recalamos en José C. Paz. Pobreza extrema, Gran Buenos Aires extremo. No cloacas, no agua potable, no calles, no veredas, barro. O sea todo, todo, todo”, cuenta.
“Hoy, cuando lo cuento de grande y lo razono, digo: eso no era una vida para una familia, ni para unos chicos. Pero no me pasaba mientras vivía ahí. Yo tenía mis amiguitos, jugaba, quería ser maestra, era la maestra de todos. Tenía 9 años y tenía a los chicos sentados ahí para que me escucharan hablar”, dice, y todos en la sala ríen atrás de sus barbijos.
“A mí me daba gracia mojarme, a mí me daba gracia andar en patas en el agua. Me parecía que la vida era así, no es que yo sufría. Hoy me veo y pienso: mirá la casa cómo era, fijate lo que comíamos... A veces no había nada más que para mate con azúcar impalpable, porque era el último tarro que había quedado ahí”.
“En un momento mejora la situación laboral del señor Parodi y nos mudamos como veinte cuadras más adelante de ese lugar tan extremo. Imaginen que era un lugar tan pobre, tan pobre que enfrente de los terrenos había una quema. O sea, el olor a basura quemada nunca me lo voy a olvidar”, dice.
“Nos mudamos para una zona un poquito mejor. El trabajo mejoró y me mandaron a hacer séptimo grado al colegio parroquial de José C. Paz. Y luego empecé el secundario también en ese colegio Cristo Rey de José C. Paz. Y ahí ya la situación familiar era muy tremenda”.
Una infancia violenta
“La relación de mi madre con Parodi siempre fue con violencia de género incluida. Varias veces hubo separaciones. Varias veces terminamos en la comisaría. La cosa fue in crescendo. Mi mamá trabajaba en casa de familia porque había temporadas en que Parodi no tenía trabajo. A mis 15 años mi mamá se enfermó y la fui a reemplazar. Trabajé limpiando casas de familia en Bella Vista y en José C. Paz”.
“En esa circunstancia hubo un hecho de violencia de género extremo. Estábamos en plena dictadura. Cuando volví a casa de lo de una amiga mi mamá estaba en la casa de un vecino toda lastimada, amenazada de muerte. Fuimos a la comisaría. Nos atendió un señor, un policía que fue amable con ella y entendió lo que pasaba. Mandó a buscar a quien la había agredido. Cuando nosotras estábamos sentadas ahí, entra Parodi. El policía, que era enorme, lo agarró y le dijo: ‘¿Vos le hiciste esto a esta mujer?’. Igual que ahora, no podías detener a una persona si el juez no lo decía, pero ese policía lo dejó detenido una semana para que nosotros pudiéramos irnos de casa. Y eso pasó: levantamos las pocas cosas que había y ahí empezamos a peregrinar con mi madre y mis hermanos. Inclusive estuvimos en hogares de tránsito en la Ciudad de Buenos Aires”.
Con el tiempo, volvieron a acomodarse en otra casa en José C. Paz. Liliana y s madre trabajaban a la par. En el colegio le dieron una beca para terminar el secundario. “Era medio traga yo, no me llevé nunca ninguna materia. Así que me dieron la beca. Hoy me sigo encontrando con mis compañeros de secundario. A mí en su momento me daba vergüenza que ellos fueran a mi casa porque era demasiado pobre. Entonces me daba como mucha vergüenza. Y yo veía que sus casas eran diferentes. Yo no me podía comprar la ropa que se podían comprar ellos… Eran de clase media baja, pero en ese momento me parecía que ellos tenían unas casas divinas y qué sé yo. Se usaban los pantalones Lee, todo el mundo quería tener el jean Lee. Yo no”, dice.
“El día que se armó el escándalo final con Parodi fue porque mi mamá me había dejado comprar -con el dinero de mi trabajo- un jean Kansas, que era para lo que me alcanzaba. El tipo se enojó muy mal porque yo me había gastado la plata en un jean…”, cuenta.
“Lo que son las vueltas de la vida: hoy me da pudor que mis amigos de aquella época me vean en la situación en la que vivo. Porque parece que yo viví toda la vida en Palermo, que viajé toda la vida y que siempre tuve lo que tengo hoy... Pero no”.
Con el tiempo se fueron a vivir a la Ciudad de Buenos Aires con su madre y sus hermanos. Liliana dejó de trabajar en casas y comenzó como camarera en Harrods, una gran tienda muy elegante de ese entonces. Allí conoció a quienes le dieron su primera oportunidad en medios.
La llegada de la verdadera vocación
“A Harrods venía gente que tenían canjes, como ahora. Por ejemplo venía gente del diario El Cronista, de Radio Rivadavia. Venían los directivos, a veces con su familia Ningún mozo quería atender a esa gente porque al tener canje no daban propina, pero yo los atendía igual”, recuerda.
“En esas mesas atiendo a la familia Talamoni, que eran los dueños de Radio Rivadavia, y les digo mi intención de estudiar periodismo. En realidad estaba por la locución primero. Entonces ellos me sugieren el Círculo de la Prensa y me contactan. Finalmente estudié tres años en el Círculo de la Prensa, porque en esa época no había Comunicación en la UBA”, cuenta.
Cuando se recibió llamó a la familia Talamoni y se lo contó, para pedirle un trabajo en la radio. Le dijeron que no tenían nada, que estaba todo completo. A la semana la llamaron y le dijeron que había un programa que hacían desde Buenos Aires para Radio Mar del Plata. Le ofrecieron trabajo como meritoria, es decir, ad honorem. “Yo no tenía el teléfono ni de mi tía y era la encargada de hacer los llamados para poner gente al aire. Era la productora, era la periodista, era todo, pero nunca había ejercido nunca, entonces no tenía experiencia”, cuenta.
Durante un tiempo trabajó en el restaurante y en la radio. Un día le ofrecieron una suplencia del productor de Cacho Fontana. Después una del de Héctor Larrea, después de Antonio Carrizo. Liliana se acababa de mudar sola, y trató de sostener los dos trabajos, pero no le daba el tiempo. “Así que dejé la gastronomía y me decidí por Radio Rivadavia, donde ya tenía un sueldito para vivir”.
“Yo era fuerte, fui fuerte siempre, pude hacer la carrera y la vida que tengo a nivel económico y a nivel laboral porque la necesidad siempre me empujó para adelante. Yo digo que la necesidad es fundamental en mi vida. Voy para adelante porque necesito, necesito. Yo no quería ser una persona grande que dependiera económicamente de nadie. No quería ser una mujer que dependiera económicamente de nadie. Lo digo siempre: la dependencia más importante en la vida es la económica, no depender ni de un hombre, ni de un tío, ni de mi mamá, ni de nadie. Si tengo independencia económica me paro de otra manera. Pero tenía igualmente muchísimas dolencias afectivas y faltas”, dice.
La aparición de su padre
“Yo había tenido la ilusión en algún momento de saber quién era mi papá. Esas cosas cuando uno es chico no se hablan, nadie habla. Y yo no quise nunca preguntar para no importunar a mi mamá. Pero a los 17 años le pregunté quién era. Todavía vivíamos en José C. Paz. Me dijo: ‘Te voy a explicar’. Y empezó: ‘¿Te acordás de Fulano, que iba a la casa del abuelo cuando vos eras chiquitita? Bueno, él era tu papá'. ‘Ah, el que me regaló la pulserita.’ Sí. ¿Y qué pasó? Bueno… Al parecer mi papá era un señor que cuando mi mamá quedó embarazada, tenía otra familia en otro pueblo. Ella entendió que eso era para terminar la situación y la terminó, y se quedó siendo una madre soltera”, cuenta Liliana.
“Tiempo después él reapareció pero mi madre ya estaba casada con Parodi. Nunca más tuvieron contacto entre ellos. Bueno, me contó eso, fin del tema. Me sentí que era una mujer superada, que ya estaba. Pero a los 28 años empecé terapia con la doctora Marta Williams (mi terapeuta desde hace 30 años), y en algún momento apareció el tema”, dice.
Liliana tenía una dirección de dónde vivía su padre, se la había hecho llegar un pariente que sabía quién era su progenitor. A los 29 años, ella le escribió una carta y se la mandó. “Le dije que yo quería conocer mi otra mitad, que no quería importunar en la vida de nadie, pero que era importante a esa altura saber cómo había sido mi otra mitad. Y a la semana sonó el teléfono, de línea, no había celulares. Yo digo: ‘Sí, quién es’. Y me dicen: ‘Soy Fulano de tal, yo soy amigo de tal persona’, que era mi papá. ‘Él está enfermo pero recibió la carta, me dijo que te llame y que vos nos llames el sábado a tal hora porque él está en cama y la familia de él no tienen que enterarse de esto’... Acepté y lo llamé. Y hablamos por teléfono. Él estaba enfermo de cáncer en la garganta. Nos presentamos por teléfono: qué había sido de mi vida, qué era de la de él, me cuenta los hijos que tenía. Había tenido varias mujeres, la primera, mi mamá, otra, otra. A veces estaban encimados los casos, pero bueno…”.
Luego de esa charla Liliana comienza a pensar en viajar a Venado Tuerto a conocerlo. Debía ser todo con discreción para no importunar a la otra familia de su padre. Sin embargo, a los pocos días la llamó una mujer que se presentó como Rafaela. Le dijo que era una de sus hermanas, y que su padre siempre les había dicho que ella existía. “Como que volvés a nacer. Porque de que te ignoraban y no existías a que una de tus hermanas de todas esas madres te diga que existías…”, dice Liliana, visiblemente emocionada.
Quedaron en encontrarse, pero al tiempo la salud de su padre empeoró. “Yo ya estaba trabajando en Radio América, mi familia no sabía nada de mi búsqueda. Le pedí a una amiga que me acompañe y nos tomamos un micro. Allá nos esperaba Rafaela, que tampoco la había visto en mi vida. Eran las cinco de la mañana de un 6 de agosto, hacía frío en Venado Tuerto”, cuenta.
“Me preparé y fui al hospital a verlo. Había cuatro camas con enfermos terminales. Él era uno. Casi no podía hablar, porque tenía un cáncer en la garganta. Así que nos conocimos y en un momento me dijo una frase que no me olvidé nunca en mi vida: ‘Ahora que te vi ya me puedo morir’”.
Su padre murió menos de 48 horas después de haberla conocido. “Yo no lo tomé dramáticamente, lo tomé como que la vida me regaló ver antes de que muera a una persona que era mi otra mitad”, dice.
Liliana hoy, la directora
“Toda esa persona que les quise resumir es hoy la directora de contenidos de América. Hace 32 años que estoy en el Grupo. El Grupo fue de distintos accionistas que me dieron posibilidades de crecer. Después me mandaron al rincón. Después me dejaron crecer otra vez. Después me pusieron en el rincón. O sea, la pasé fea muchas veces. Porque cada vez que había cambios de accionistas o de directivos y la cosa cambiaba, estaba a punto de que te echaran, y así. Yo siempre hago la cuenta, digo cuánto me toca, cuánto me toca, voy al abogado, hago la cuenta. Otra vez. Y dicen continúa”, dice.
“No sé qué hubiese sido de mi vida si hubiese cambiado de trabajo, como es lo habitual que hagan las personas. La que yo puedo contar es una buena experiencia aún habiéndome quedado siempre en el mismo lugar, en el mismo Grupo. Me dieron posibilidades, de gerencia de noticias, productora, realizadora de programas, lo único que no produje son los pastores, pero tampoco tendría problema porque quien sabe… Yo le pongo la misma pasión al súper programa, al súper cargo, o al más chiquitito que me toque. A mí me llevó la necesidad hasta acá, me llevó el estar siempre disponible. Si tenía que ser la camarera del sábado, era la del sábado. Si hay que hacer un programa a las tres de la tarde del domingo, voy. Si hay que ir en año nuevo, voy. O sea, yo no sé si tengo más disponibilidad que talento”, cuenta.
“Y la otra clave es que no dejé pasar ninguna oportunidad. Las únicas oportunidades que dejé pasar son de lindos novios, pero los trabajos me los agarré todos. La necesidad, la disponibilidad y la oportunidad creo que han hecho esto que soy yo hoy”, concluye.
Preguntas para Liliana
Como en cada charla del ciclo, sobre el final de la entrevista los y las estudiantes pueden hacer preguntas. Conmovidos por su historia, muchos quisieron preguntar. Liliana respondió todo durante un largo rato. Algunas de esas preguntas fueron las siguientes.
-¿Volvió a ver al señor Parodi?
-El señor Parodi murió en el 2002 muy solo, en esa casa pobre que tenía. Era una persona alcohólica también. Nunca pudo hacer su vida. Mis hermanos tampoco tuvieron buena relación con él. Es más, cuando yo encuentro a mi papá ellos ya sabían, porque Parodi les había contado una vez que yo no era hermana de esa rama. Y entonces ellos se enojaron con Parodi y no querían hablarle porque él les había roto la ilusión. Y cuando él muere, sentado en una silla en la puerta de la casa, me llamaron. Yo lo único que hice fue solucionar los problemas económicos del tema.
-Usted es la única mujer que maneja un canal de noticias en el país. ¿Qué se necesita para tener su éxito?
-Lo que conté antes: la disponibilidad es importante. Pero yo trato de que el periodismo, la programación, la parte artística, lo que me toque, sea lo mejor que se pueda. Lo mejor en términos de producto televisivo, producto radial, lo que sea. En términos estéticos, contenido, producción, las personas, la formación de las personas. O sea, trato minuciosamente cada detalle de eso. Como no todo depende de una sola persona, a veces tenés que ver con qué equipos contás. Lo más importante también en este rubro es el presupuesto con el que contás. Entonces vos decís bueno, yo cuento con un presupuesto enorme y puedo hacer una porquería. O puedo contar con un presupuesto chiquito y adaptarme y tener una linda sensación.
-Estás en un lugar donde se manejan egos, poder, donde las relaciones son complejas. En un mundo manejado siempre por hombres. ¿Cuál es el camino que esa Liliana aprendió?
-Debería volver para atrás y pensar. Te digo que me encanta el juego del poder, porque también lo practico conmigo, con mi trabajo, con los que me rodean, con los del directorio, con los conductores, con los políticos. Eso me encanta. O sea es como mi hobby. Me divierte. Cuando ves a la chica de Gambito de dama que juega al ajedrez... bueno, yo en mi cabeza hago eso con lo que me toca. Y a veces lo hablo con mis afectos, con mi marido, eso, y dice: “¿Pero vos viste lo que le contestaste en ese momento?”. Entonces eso te va haciendo y también te va abriendo la cabeza. Hace tres o cuatro años tuve un encuentro importante con Daniel Vila, para poner cosas en su lugar y escuchar cosas que él me quería transmitir. Y me dijo: “Vos podés ver tu trabajo o lo que hagas desde la planta baja o mirarlo desde el piso 12. Es distinta la visión”. Nosotros estábamos en el piso 12.
-¿En algún momento de tu carrera te pasó de pensar que no estabas preparada para la tarea que ibas a afrontar?
-Hasta hoy me sigue pasando. Sí, me sigue pasando. Me pasa, la soledad del poder, aunque sea un poder de una programación o el poder de un programa, es complicada porque vos podés decir, discutir con un equipo, pero al final tenés que tomar una decisión y ahí vos decís ¿es la correcta? ¿Estoy suficientemente preparada? Pero eso tiene que ver con mi personalidad. Igual después hago como que sí lo estoy y vamos para adelante. Pero siempre me veo en mi casa pensando ¿estará bien?
Por: Joaquín Sánchez Mariño. Fotos: Gustavo Gavotti
Agradecimiento: Usina del Arte y Susana Mitchell, Coordinadora Laboratorio de Comunicación y Medios-FCS-UCA y Fontenla (Furniture Design)
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