“Te quería preguntar...”, la estudiante hace una pausa, está nerviosa y baja el micrófono hasta su panza. Evelina tiene lágrimas en los ojos pero la mira como si eso no significara nada para ella, ninguna vergüenza, ningún pudor por estar absolutamente desarmada frente al auditorio después de contar su historia de vida. La mira profundo, con esos ojos oscuros como diciéndole “preguntame… preguntame que lo peor ya pasó”. Y entonces la estudiante se anima:
-¿Qué le dirías hoy a la Evelina que estaba tirada en la calle porque la acaban de golpear?
-Yo le diría que el camino va a ser difícil. Que va a tener muchos “no”, y que la van a querer encasillar siempre en algún lugar, pero que siga sus convicciones y su intuición. Que no le van a fallar. Pero que tiene que aguantar. Que va a ser difícil pero vale la pena. Eso le diría a esa Evelina, a la negra esa. Le diría que aguante.
Es la segunda charla del ciclo Cómo llegué hasta aquí, que realizó Infobae en la Usina del Arte, donde figuras destacadas revelaron el camino hasta convertirse en lo que siempre habían soñado. Y Evelina Cabrera tiene a todo el auditorio conmovido.
Durante más de una hora contó su historia con un nivel de verdad que dejó flotando en la sala una sensación poderosa. Los estudiantes -unos pocos, como en todo el ciclo, por protocolo contra el coronavirus- quieren seguir preguntando. Evelina Cabrera responde. Es la Presidenta de la Asociación Femenina de Fútbol Argentina (AFFA), es entrenadora, mentora del área de Desarrollo Humano del club Pachuca de Méjico (donde trabaja con los equipos femeninos y masculinos), y es también dirigenta, con la “a” final por decisión consciente -que luego explicará-. Es, sobre todo y según ella misma, “una busca”. Y acá, para quien la conozca o quien no, presentamos la maravillosa historia de cómo llegó a ser quién es hoy.
“Mi nombre es Evelina Cabrera. Soy presidenta de la Asociación Femenina de Fútbol Argentino, entrenadora y dirigente. Y una busca también. Tengo 34 años. Nací en San Fernando, en Virreyes precisamente. En mi casa había muchas carencias, no teníamos para comer, apenas llegaba a fin de mes mi viejo, que tenía como tres trabajos... “, comienza.
“Cuando tenía 12 años, mis papás se pusieron a discutir, era normal eso, hasta que mi mamá le dice: ‘Bueno, me voy’ y se separan. Nunca pensé que mi mamá se iba a ir de casa. Y ahí empezó algo nuevo para mí porque empezó una guerra entre ellos que nos dejaba en último lugar a nosotros. Y bueno, empecé de rebelde a faltar en casa, nadie me decía nada. Mi mamá se había ido a Tigre y me llevó con ella. Y empecé a darme cuenta de que nadie me decía: ‘Eve, ¿dónde estás?’. Y dije: bueno, tengo que trabajar de algo. Entonces fui al Puerto de Frutos, donde estaba un chico al que le decían el Polaco, y le dije que quería cuidar autos. Obviamente me insultó, me dijo de todo, y yo no sé si fue que le di ternura, lástima, o qué, pero hizo dos, tres pasos, y me dijo: ‘Negra, la otra cuadra es tuya’. Y bueno, así estuve cuidando autos en el Puerto de Frutos mientras iba y venía de lo de mi papá a lo de mi mamá”, dice.
“Después vino la crisis del 2001 y ahí fue todo peor porque yo sabía que si volvía a casa había un plato de comida que comía yo, es decir, era un plato de comida menos en mi casa, y entonces ahí me instalé completamente en la calle, de los 15 a los 17, en la calle. Yo siempre digo que era como un combo de las comidas rápidas viste, tenía todo lo malo junto, y encima me puse de novia con uno que me pegaba... La verdad que la pasé muy mal, pero yo no tenía un parámetro de lo que era el amor. A veces no tenemos inculcado bien qué es lo que está bien, qué es lo que está mal. Y llegó un momento que toqué fondo. Me dije: mi novio no me quiere, mi familia tampoco”.
Entonces, Evelina se puso a buscar otro trabajo. Instalada en la calle, pasó por la vieja estación de Carupá y se encontró con una realidad que conocía desde chica pero que no entendía del todo: allí paraban mujeres que trabajaban en la noche. Sintió curiosidad y quiso estar ahí con ellas.
“Yo sabía qué hacían esas mujeres, sabía que eran prostitutas, y tenía una necesidad de conectarme con ellas. Entonces un día pasé y me quedé ahí. Yo pesaba 42 kilos, usaba ropa holgada para que ningún tipo se quisiera pasar conmigo, estaba mal alimentada, dormitaba... O sea, era otro contexto. Y me quedé ahí parada y vino una de estas mujeres y me dijo: ‘Vos quién sos’. No sabían si era buchona de la policía, si les quería robar, o qué. Yo traté de explicar que estaba ahí parada de curiosidad. Y entonces me dijo: ‘¿Querés trabajar?’. Yo le dije que sí, y pregunté qué tenía que hacer. ‘Cuidanos’, me dijo. Yo me quedé confundida: ¿cómo cuidanos? Yo mido 1.58, soy mujer. Pero no lo dudé, dije sí, obvio. Me iban a pagar 20 pesos y un paquete de cigarrillos”, cuenta.
“Yo me tenía que quedar en la parada de colectivo de Carupá. Y así lo empecé a hacer. Nunca pasaba nada hasta que un día pasó. Bajó uno, hizo un lío, piñas, todo. Yo tenía que trabajar, ese era mi activo. Y bueno, me acerqué, vino el tipo y pum, me la re puso.... No me olvido más de esa imagen: me caí y cuando abrí los ojos tenía a todas las mujeres alrededor mío. Entonces vino la que me había contratado y me dijo ‘no nos cuides más’. Yo me sentí tan mal… había conseguido un trabajo y lo había hecho mal, y confiaban en mí, aunque era obvio que me podía pasar eso. Ahí aprendí a no juzgar, porque esas mujeres se iban antes de que saliera el sol para llevar a sus pibes a la escuela. Y en realidad, que yo estuviera ahí parada era una excusa de ellas para cuidarme. Y me costó darme cuenta de eso, tomar conciencia de que estar ahí significaba ‘la piba está ahí, la estamos cuidando’. Y después de lo que pasó ya no me podían cuidar más”.
A partir de ese evento, Evelina tuvo algo que ella define como “un ataque”. Sintió que nadie la quería y que era una inútil en su trabajo, y entonces tuvo el impulso de lastimarse. “Dije: ‘Me voy a matar’. Y me fui a la casa de mi mamá con la decisión de tomarme todo y morir. Una estupidez, porque habré tomado aspirinas, no sé qué habré tomado, mezclé un montón de cosas. Eso fue un viernes. Me levanté el domingo y la vi a mi mamá. Yo estaba en el peor estado, y mi mamá me dijo: ‘Ah, estabas acá’. Y yo dije: ‘Ah bueno, me iba a pudrir ahí y nadie se iba a dar cuenta’. Y pensé: ‘Soy tan mala que no me puedo ni matar’. Yo siempre castigándome”.
Se fue de la casa de la madre directo al Puerto de Frutos, donde en general encontraba alguien que le diera de comer. Y ahí, acongojada, vio una imagen en la televisión que le cambió la vida. “Había una nena que pedía un respirador porque estaba en silla de ruedas. Y yo no sé si fue producto de todo lo que tomé o qué, nunca lo sabremos, pero dije: ‘Yo puedo caminar, puedo respirar, puedo hacer esto, y esa nena está pidiendo un respirador...’. Y bueno, me acuerdo que fui a la casa de mi papá y empezamos una relación de amistad. Porque mi papá me tuvo a los 19, es una persona muy joven. Y aprendí a mirarlo desde otro lado. A veces nos dicen que nuestros padres deben ser de cierta manera, como impolutos, que tienen que ser perfectos, que la familia es con todos comiendo en la misma mesa. Y es una mentira, porque a veces no llegamos a fin de mes, porque nuestros papás están cansados, porque tenemos otro tipo de demandas. Y hoy lo veo de esa manera. Y cuando lo aprendí, entendí que mi papá, más allá de ser mi papá, era una persona igual que yo y que tenía los mismos líos y problemas que yo. Ahí empezamos una relación de amistad y yo empecé a alimentarme mejor”.
Los mil trabajos de Evelina
A partir de entonces comenzó su camino profesional. No sabía dónde empezar ni mucho menos dónde iba a terminar, pero sabía que quería trabajar y progresar. Dejó la calle, salió de la relación violenta en la que estaba, y comenzó a buscar.
“Tuve mil trabajos. Tuve un puesto en La Salada en el que vendía alpargatitas de bebé que yo misma fabricaba. Después fui camarera. Trabajé en un astillero vendiendo motores fuera de borda. Estuve en una fábrica de sillones. En un almacén. Cualquier cosa que me digan, yo lo sé hacer. Porque me gusta, porque soy curiosa, y porque no sé si es bueno o malo pero siempre que llego a un lugar empiezo y quiero llegar a lo máximo. Y una vez que llego a lo máximo, me aburro y me voy”, cuenta.
Por ese entonces descubrió el amor por el deporte, algo que no había hecho nunca. Comenzó viendo unos videos de Tae Bo y ejercitando así. Miraba el mismo video todos los días, tanto que comenzó a bajar de peso. Era la primera vez en su vida que sentía la sensación del cuerpo ejercitándose, las endorfinas, la transpiración.
“Entonces pensé: le tengo que enseñar al mundo lo que es el deporte. Una tarada, porque todo el mundo sabía lo que era el deporte menos yo. Y ahí me puse a estudiar para ser preparadora física. Y le dije a mi jefa en la fábrica de sillones: ‘Cuando tenga un alumno, renuncio.’ ‘Sí, sí’, me dijo. ‘Sí -le dije-, cuando tenga un alumno renuncio’. Cuestión, me recibí de preparadora física y fue con mi jefa y le dije: ‘Tengo un alumno, renuncio’”.
Su jefa era de algún modo su amiga. La entendió, pero la desalentó. “¿Qué vas a hacer con una colchonetita?”, le dijo. Evelina le respondió casi automáticamente: “Voy a intentar pagarme mis vacaciones, y no las tuyas”. Cerró la puerta de la fábrica -en donde era encargada- y se lanzó como preparadora física.
Volvió a vivir con su padre porque ya no podía pagar el alquiler que había conseguido en ese tiempo. Trabajaba de cajera de jueves a domingo en un bar/boliche, y en la semana era personal trainer por las mañanas. “Era genial porque yo a veces cerraba a las 7 de la mañana la caja, me tiraba perfume porque no llegaba ni a bañarme, y me hacía la que había re desayunado apenas llegaba al entrenamiento…”, recuerda.
“Y en esa época sucede algo que me marcó, y es que fallece mi tía. Para mí fue un quiebre en mi vida porque hasta ese momento mi cabeza estaba metida en ganar plata, ganar plata, ganar plata, ganar plata. Mi tía me decía: ‘Che, vamos a tomar mate’, ‘vamos a comer un bizcochito, esto, lo otro. Y yo siempre lo pateaba. ‘No, después’, le decía. Y el después era que de repente tenía que elegir el cajón para enterrarla... Ese fue un golpe de realidad. Uno piensa que todo es eterno y de repente en un segundo ya no lo tenés más. Así que hay que aprender en la vida a qué darle prioridad”.
La llegada del fútbol
Siguió dando clases y trabajando en el bar durante un tiempo. Un día, una compañera le dijo que jugaba al fútbol, y Evelina le dijo que quería jugar con ella. “Me acuerdo que estábamos jugando y yo pensé: estas pibas no tienen sangre. Tipo, llevaban la pelota a dos por hora. Yo decía: corré. O sea, dale. Y bueno, entonces le propuse a la capitana de entrenar, y me dijo que no, que ellas no entrenaban y que si quería entrenar me armara mi equipo porque con ellas no podía ir más…”, cuenta.
“Yo le agradezco de por vida lo que hizo esa mujer, porque encendió en mí algo que no sabía que estaba adentro… Y ahí me di cuenta que yo siempre fui motivada por el no. Que el sistema me decía vos no podés hacer esto, vos no perteneces, vos no, vos no... y de alguna manera con el ‘no’ yo debía hacer un ‘sí’. Y armé mi equipo, me anoté en el mismo torneo y jugamos en contra. El mío ya tenía sponsor, todo. Y ganamos”.
Desde entonces, nunca quiso alejarse del fútbol. No siempre jugaba, muchas veces se mandaba a sí misma de suplente porque no era muy virtuosa. Un día, viendo a su equipo correr, se largó a llorar. Un amigo le preguntó qué pasaba. “Miralas, le dije. Ese día descubrí el amor: me enamoré de lo que estaba viendo. Estaba viendo chicas que estaban intentando algo. Que más allá del resultado, más allá del fútbol, estaban intentando algo. Nadie intenta cosas que piensa que no va a poder, y yo estaba viendo mujeres que intentaban ganar todas unidas. A muchas de nosotras, a las mujeres, no nos enseñan a estar unidas, nos enseñan a estar separadas. Y ahí tenía toda una lección en vivo y en directo de lo que era estar unidas. Y me enamoré del fútbol y ahí dije: de acá no me sacan más”
Al tiempo una de sus compañeras se quiso ir a probar a un club, a Platense, pero le daba vergüenza ir sola. Evelina la acompañó. Su amiga quedó, era una futbolista talentosa. Evelina, más rústica, también fue elegida. “Después entendí que no había jugadoras, que pasaba un cono y también la fichaban. Pero lejos de tomarlo como un bajón, lo tomé como una oportunidad, mi oportunidad de jugar en un equipo de primera. Y así empecé”, cuenta.
El fútbol y la salud
Al poco tiempo de comenzar su carrera como futbolista le descubrieron un tumor benigno y un problema hormonal. El médico le dijo que era producto de no haber hecho deporte en toda su vida, y empezar tan bruscamente, y le recomendó dejar de jugar.
“Fue muy doloroso para mí. Pasé días sin ir a ver un partido, nada, hasta que dije: yo quiero seguir acá, yo me enamoré de esto. O sea, nadie me iba a separar de ese amor. Entonces agarré y dije ‘voy a ser entrenadora’. Total preparadora física ya era... Y me acuerdo que me iba a Tigre, porque en el club Tigre no había fútbol femenino, y me puse atrás del playón y usé a mi ahijada de actriz, para que simulara que estaba aprendiendo a jugar al fútbol. Yo le decía: ‘Vos quedate acá, si viene alguien yo te digo y corré, vos corré'. Yo decía: si viene alguien que me vea con una jugadora por lo menos. Y un día empezaron a venir chicas, muchas de la cuales no tenían para pagar el entrenamiento, y yo no iba a hacer con ellas lo que hizo el sistema conmigo. Entonces yo las entrenaba igual”, cuenta.
“La gente me decía ‘para qué gastás tiempo, te estás muriendo de frío ahí a la noche, podés estar en tu casa calentita...‘. Y yo les decía que en un trabajo no me iban a aceptar por la cantidad de series que vi. No, la gente no te dice eso en el currículum, la gente va a ver lo que vos hiciste. Nadie me iba a pagar por ver la televisión, entonces dediqué mi tiempo a tratar de hacer mi carrera”.
Con el tiempo empezó a trabajar en diferentes clubes, luego entrenó a un equipo de street soccer en Constitución y llegaron a ir al Mundial, en México. Conforme fue ganando experiencia, fue descubriendo las desigualdades del ambiente.
“Todo el mundo se quejaba: que el fútbol femenino tal cosa, que la AFA tal otra. Era todo un problema. Y un día, un Día del Padre, fallece el papá de una jugadora. Era cartonero. Y el municipio dijo que no había fiscal para firmar la muerte del padre un día así... Porque era cartonero, a otro no le pasa eso. Y la chica llama a su club, club en el que yo jugué también, para pedir si podían pagarle una cochería porque ella no tenía. El club le dijo que era un problema personal. 14 años jugó ella en ese club. Entonces después de seis horas con su papá en esa condición me llama y me dice ‘tengo este problema’. Fuimos tres chicas, pagamos la cochería y ese día dije ‘bueno, si no van a hacer nada ustedes lo voy a hacer yo’. Y todas me dijeron ‘te seguimos’. Yo quería que otra fuera la presidenta, porque tenía más experiencia, pero me dijeron la caradura sos vos, vos vas a ser la presidenta. Y bueno, ese día se fundó la Asociación Femenina de Fútbol Argentino”, cuenta.
Por ese entonces, año 2013, el fútbol femenino todavía no era profesional ni se transmitía por televisión ni era demasiado visible. El rol de la AFFA no se contraponía al de la AFA. “Nuestro estatuto está formalizado de tal manera que nosotras ayudamos a las jugadoras a que puedan desarrollarse libremente sin ningún impedimento. No sé, ayudarlas con el tema de la violencia de género, con la educación sexual. Darles contención. Cosas que el sistema no se las da, entonces de alguna manera podemos colaborar para que la jugadora dentro de la cancha piense en dar un pase y no en otra cosa que le está pasando afuera”.
Y entonces el nombre de Evelina Cabrera comenzó a hacerse conocido. “Un día me proponen ir a la Asamblea de Juventud en Nueva York, un evento de la ONU. Imagínense, yo no podía creer. A veces me dicen que yo soy una inconsciente ¿no? Pero en realidad es que mi inconsciencia me hace seguir haciendo cosas. Por otro lado a mí me decían que iba a cerrar ese evento super importante en Estados Unidos, pero por otro lado tenía una piba que me decía: ‘Eve, no tenemos pelota’. Entonces yo tenía que pensar en lo inmediato, y dije: ‘Si vamos a ir a Nueva York, vamos a buscarle pelota a las pibas’. Y eso de alguna manera hace que siempre esté con los pies en el piso”, dice.
Finalmente, fue a participar de la Asamblea de la Juventud de la ONU, pero no fue una expositora más sino que la eligieron para cerrar el evento. Ella no sabía qué significaba eso y le explicaron: cuando todo termine, van a estar sentados en la sala principal (la misma sala en la que años después Greta Thunberg desafió a los dirigentes globales al respecto de la crisis ambiental), y vas a tener que hablarles a todos a modo de cierre.
“Yo me llevé un papel con algo escrito, pero mi amiga me dijo que no leyera. Le digo: ‘Pero si vos me dijiste que leyera’. Me dice: ‘No leas, porque si vos lees no sos vos. Sé vos’. Y me quedó eso. Sin embargo, pasé y empecé a leer: ta, ta, ta... Y levanté la cabeza, miré todo el círculo ese que te están mirando, están todos así con el traductor, y dije ‘yo llegué hasta acá siendo yo, no por un papel’. Y dejé el coso y me puse ahí a hablar… Fue muy loco porque de alguna manera el mundo estaba viendo el trabajo que habíamos hecho a pesar de que todos nos decían que estábamos locas ¿no? Que quién iba a hacer eso... Y yo creo que es muy importante hacer, aunque parezca poquito. Yo soy una inconformista, y por un lado es malo pero por otro lado es una virtud. Es malo porque siempre estoy esperando hacer más y no disfruto, pero es una virtud porque me ayuda a hacer siempre cosas nuevas”.
Los prejucios
“La gente a veces escucha mi historia y se queda con cómo salí de un contexto de vulnerabilidad. Entiendo que a muchos les llame la atención. Pero tampoco toman conciencia de lo difícil que es mantenerse y estar en un lugar como el que estoy yo hoy. Porque yo me juego que hay un montón de mujeres y hombres que estudiaron en la universidad más cara del mundo y no llegaron a cerrar una asamblea, no llegaron a cerrar un grupo del G-20, que lo hice unos años después acá en Buenos Aires. La BBC me eligió como una de las personas más influyentes del mundo. Y eso también es difícil. O sea, porque a veces se quedan con el relato de: ‘Ay, qué sé yo, la calle, la violencia’... Pero estar en los dos contextos es difícil. Creo que lo más difícil es sentir vergüenza o que la sociedad te haga sentir vergüenza de venir de ciertos lugares ¿entendés? De cómo te vestís, de qué te pones, de qué no te pones, de decir de qué trabajas, de qué no trabajas. O si tenés laburo, si no tenés laburo. De alguna manera la vergüenza es lo peor de venir de un sector vulnerable. Yo recién a los 30 años pude entrar a un restaurante. Porque me daba vergüenza. Porque sentía que la gente me miraba como diciendo ‘no sos de acá'. Y en realidad era algo mío, una creencia mía, pero fue instalada por un montón de personas que con su mirada me hacían sentir que no pertenecía a ciertos lugares. Creo que si a mí algo me hizo salir adelante fue ponerme el ‘no’ como un motivador y demostrarle a la gente que si a alguien se le da una oportunidad, esa persona puede salir adelante”, dice después de repasar gran parte de su historia, emocionada.
“Es como que vas por un camino y vas contento y de repente chocás con una pared. Y bueno, la pared se rompe, te rompiste un poco vos, estás todo ensangrentado, pero tenés tres opciones: o te quedás duro del miedo porque no sabés si va a venir otra pared, o te vas para atrás porque decís hacia atrás ya conozco el camino, o avanzas. En cualquiera de las tres opciones ya estás todo lastimado. Y creo que mi opción en la vida fue siempre ir para adelante y decir ‘bueno, ya está, no importa si me va bien o mal’. Ese es el tema ¿me entendés? Porque de alguna manera es como que algunos se agarran de su ‘destino’ o qué sé yo. Porque muchas veces la sociedad te hace creer eso: que vas a fracasar, a pasar papelones, que no es para vos, para qué vas a gastar tiempo, eso es para otros. Eso es para otros. ¿Qué es para otros? Yo por dentro cada vez que hice algo estaba muerta de miedo. Y muerta de inseguridades. Siempre. No es que yo iba re valiente diciendo: ‘me las sé todas, acá estoy’. No, yo me pongo el traje y salgo así como acá estoy y adentro tengo esos miedos. Pero me motiva mostrarles que sí a esos que me dijeron que no”.
Preguntas para Evelina
Después de una hora de charla, nadie en el auditorio estaba a salvo de las lágrimas. El clima que generó Evelina en la Usina del Arte fue ideal para el momento de las preguntas. “Disparen, disparen”, decía ella, entusiasmada por tener un momento de diálogo. Y así, llegaron las preguntas de los y las estudiantes presentes.
-En tu descripción de Twitter ponés “dirigenta” y alguna vez dijiste que es a propósito. ¿Por qué esa elección?
-Yo me suelo decir dirigenta y no dirigente porque me doy cuenta de que la mayoría de la gente cuando decís dirigente imagina un hombre. No hay manera de que imaginen una mujer, imaginan hombres. Porque encima en el fútbol tenemos ese tema: si estás parada y sos mujer sos la mujer de, sos la hija de... nunca vos hiciste tal cosa. Entonces agarré y dije: “Voy a decir dirigenta”. Y cuando decís dirigenta, aunque a mí una letra no me cambie, en la visual le cambia a la gente, imaginan una mujer. Por eso.
-Nos contaste una historia de vida muy dura y me pregunto si hoy tenés algún tipo de ayuda o contención.
-Yo ahora tengo una gran psicóloga que se llama María, que está un poco más loca que yo, y que es la que me ayuda a mantenerme. Porque la gente a veces te ve en el Instagram con una foto linda, o te ve con una marca toda así como lookeada, y dice ‘ah, pero si vos la pasás re bien’. Y adentro vos estás destrozada. La gente no toma conciencia del dolor que conlleva demostrar o que te acepten. No toma conciencia de lo difícil que es que te miren con amor, con aceptación, con cariño, con respeto, de igual a igual, que no te miren con lástima. Y tengo que hacer mucha terapia porque la verdad hay días que me agarra el bajón. Yo creo que es necesaria la ayuda psicológica para todos.
-Hablaste mucho de los sueños, de luchar por los sueños. ¿Qué sueños te quedan por cumplir?
-A mí me cuesta soñar, pero sí planifico. Me gustaría por ejemplo que no me duelan ciertas cosas. Me encantaría. Pero sé que eso es muy difícil. Me encantaría ver igualdad en muchos espacios donde siento que a la mujer se nos enseñó a ser sumisa o combativa pero no a negociar. Y me gustaría que muchas mujeres aprendan a negociar, más en el ámbito que yo me manejo. Que la igualdad no sea una foto. Eso me encantaría. Porque hoy es una foto, un posteo que dice apoyamos esto, y después queda en el aire todo. Entonces me parece que el día que no sea una foto y sea una realidad, ahí voy a estar un poco en paz. No sé si lo voy a ver algún día, porque esto es como una utopía…
-¿Y a nivel personal?
-Bueno, esto no tiene nada que ver pero me encantaría conocer la aurora boreal. Eso puede ser un sueño. Me encantaría, amo los cielos. Tipo, yo antes de dormir voy y miro el cielo como una desquiciada. En la calle me gustaba ver el cielo de Tigre. Y hoy antes de dormir voy y miro el cielo. Mis amigos me regalaron para el cumpleaños una pelota que parece que da luz de aurora boreal. Y escucho tango, me gusta el tango, entonces escucho tango con la aurora. Eso es un sueño.
Por: Joaquín Sánchez Mariño. Fotos: Gustavo Gavotti
Agradecimiento: Usina del Arte y Susana Mitchell, Coordinadora Laboratorio de Comunicación y Medios-FCS-UCA y Fontenla (Furniture Design)
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