“Lo que puedo decirte es te imaginaba más fría, y me encuentro con una persona que es totalmente lo contrario, mucho más humana, quizás con muchos más puntos en común de los que yo pensaba. Esos chispazos que te pasaron con alguien que te acercan”. La frase se la dirá Nito Mestre a Nacha Guevara al promediar una conversación en la que repasarán sus vidas, sus inicios en el arte y la música, sus momentos más oscuros, las adicciones, el exilio, la soledad y los miedos.
Nacha Guevara: —Nuestra generación ha visto pasar tantas cosas, tantos cambios, tantas transformaciones, que yo lo único que espero es ver aparecer enanos verdes en el jardín.
Nito Mestre: —Es totalmente sorpresivo que nos pase esto en la vida, la pandemia es una guerra que me dejó descolocado. Primero dije: “Me quitaron dos, tres meses de mi vida”; después, un año... pero un año a esta edad, ¿por qué no me agarró a los 20?
NG: —Es cierto, no es lo mismo un año a los 60, a los 70, a los 80, que a los 20. Yo cuando empezó, lo que hice fue decir “¿Cuándo yo he dispuesto de meses por delante para mí?”. Nunca. Y empecé a estudiar las cosas que yo estudio, mi camino espiritual, a meditar mucho más tiempo, de modo que para mí fue un periodo de mucho aprendizaje. Y un día sonó el teléfono y me llamaron para un trabajo y ahí me consideré bendecida. Porque ¿quién está trabajando hoy de nuestra profesión?
NM: —Casi nadie. Cuando arrancó esto me enojé mucho, porque se me levantaron 17 shows de golpe y una gira por Europa, lugares donde nunca había ido, entonces vos te empezás a imaginar, el teatro en Berlín, el teatro en Londres, qué lindo va a ser esto y de repente se te cae. Digo ¿qué hago? ¿voy a vivir enojado? ¿qué hago conmigo? ¿alguna vez te tomaste un mes sin hacer nada? No. Ok, ahora. Yo soy muy impaciente, muy ansioso, entonces empecé trabajar con mi ansiedad, porque la ansiedad el año pasado casi me mata el corazón: me tuvieron que meter unos stent. Y empecé a pensar que para mí ser paciente es un éxito enorme. A esta edad lo aprendí. ¿Vos con la soledad cómo te llevás?
NG: —Desde chica he sido una niña solitaria. A mí la soledad me la transmitió mi abuelo siciliano, porque él era muy hosco, muy cerrado, y estaba mucho en silencio pero era un silencio rico. Recuerdo que todos los atardeceres él se fumaba su cigarro y ponía en una mesita que tenía un gramófono los discos de pasta y yo me sentaba al lado de él, era chiquita, 4 o 5 años, jugando, y él ponía música. Escuchaba Gardel y Puccini, los dos en silencio, nunca nos dijimos nada, pero la conexión era tan profunda. Él me enseñó que la música es para expresar emociones.
NM: —Me hiciste acordar dos cosas: mi viejo era médico, pero era violinista, se recibió de profesor de violín a los 15 años. Estudió medicina, operaba, llegaba a casa, se cambiaba, hacía dos o tres chistes porque tenía un humor divino, yo tenía 6, 7 años. Agarraba el violín, ponía el tocadiscos y se ponía a tocar, era entre él y yo... me hiciste acordar. Y con otro que escuchábamos en silencio la música era con Charly. Nos poníamos auriculares los dos, poníamos el tocadiscos, decíamos: “Vamos a escuchar la línea del bajo solamente, vamos a escuchar las voces”, pero no nos lo decíamos, escuchábamos. ¿Y cuándo descubriste lo de cantar?
NG: —Cantar, digamos que no es lo mío, me costó muchísimo. Lo que yo primero quería hacer en la vida era bailar. Escuchaba música y el cuerpo tenía una necesidad de moverse. Hice ballet desde los 8 hasta los 20 años y tengo una fractura con mi familia que no me permitían que bailara, una situación bastante traumática de alguien que dedicó casi toda su vida a eso y de repente no lo puede hacer y entonces viene un período difícil, como depresivo, que no sabía para dónde arrancar.
NM: —¿Qué edad tenías?
NG: —Tenía 18 años, no sabía para dónde disparar. Tuve una madre…
NM: — Complicada.
NG: —Un poco más que complicada, tuve una madre maltratadora. Y en ese momento no tuve la fortaleza de enfrentarme a esa mujer, que era muy poderosa, y seguir mi camino. Y me sometí, lo que trajo como consecuencia un periodo muy difícil. La mejor manera que encontré para huir de la casa fue con una pareja, con todas las dificultades que eso implica, que tuve un hijo muy joven, todo eso. Pero ahí empecé a diseñar hacia dónde quería ir, de una manera nada clara, muy confusa, a los tumbos.
NM: —¿Esto a los 18, por ahí?
NG: —Entre los 18 y los 21. Después para vivir empecé a trabajar como modelo, empecé a ahondar más en la canción francesa, a escuchar con atención sus textos. Yo entré a la música más por el contenido que por la música misma, porque hablaba de cosas que a mí me interesaban: era gente genial que tenía sentido del humor, que rompía barreras todo el tiempo con lo que hacía.
NM: —Eso de romper barreras te ayudaba a tener la rebeldía que no habías tenido vos a los 18.
NG: —Exactamente, yo fui una joven muy rebelde.
NM: —Pero no te pudiste rebelar contra tu madre.
NG: —Tuve mis actos de rebeldía. Uno en especial: yo soy vegetariana desde que nací. Pero era un hogar carnívoro, ignorante, atrasado y en la Argentina en los años 40. Entonces la hora de comer siempre fue un tormento para mí, porque recibía mucho castigo, muchas palizas. Hasta que, un día, mi madre camuflaba la comida, y entonces ella me camufló unos zapallitos rellenos que les puso carne. En el momento en que yo los probé, tenía 5 años, me di cuenta que eso no era vegetal y decidí no comerlo. Lo que sigue de ahí en adelante son cinco horas de tortura, de palizas, de golpes, de insultos, de ponerme el plato en la cara, hasta que apareció un tío salvador y me sacó de los brazos de ella que me dejó marcada por la paliza. Pero yo no comí los zapallitos, ese es mi primer acto de rebeldía. ¿Y te cuento el final de la historia para que conozcas a mi mamá? Pasó la vida, me fui al exilio, volví del exilio, y voy a comer a lo de mi mamá el primer domingo ¿y qué me sirvió mi mamá?
NM: —¡Zapallitos!
NG: —Rellenos con carne. Esa es mi mamá. Y mi papá es un desconocido: lo conocí a los 46 años. Tuve un padrastro que era un hombre bueno, pero muy sometido a mi madre. Por eso tengo algo que no es que no respeto la autoridad, no la reconozco.
NM: —Yo le tengo respeto a la autoridad que me respeta, desde chico. Mi padre falleció cuando yo tenía 11, pero no era un tipo autoritario, mi madre tampoco, eran seres amables y cariñosos. Y cuando perdí a mi padre me tocó Julio Ricardo, el comentarista de fútbol, como maestro de colegio. Mi viejo murió en el 64 y mi maestro era Julio y él era amoroso conmigo, era un tipo que nos mostraba la vida, el fútbol, otras cosas, y había una autoridad innata. Un maestro que suplió la orfandad de mi padre justo en el exacto momento y me llevó a ver la película de Los Beatles con 11 años, ¿te imaginas para mí? Sí, perdí a mi padre, pero ¡qué suerte que tuve un maestro!
NG: —Yo vi con mi hijo menor, Juan Pablo, como un buen maestro puede cambiar el curso de la vida de un niño, cuando estábamos exiliados él iba a una escuela…
NM: —¿En qué año fue eso?
NG: —Desde el 74 al 84. México, España, Estados Unidos, mucho, mucho movimiento, y Juan Pablo que es el más chico que le tocó el exilio, cuando salimos tenía dos años, aprendió a hablar afuera, le tocó vivir muchas cosas inexplicables para él.
NM: —Yo tengo la suerte de que Julio sigue vivo y nos seguimos viendo. Y él vio en el momento para dónde quería ir y me dejó hacerlo. Esas cosas uno las va viendo después de que pasa la vida. La madurez llega en el momento que tiene que llegar, porque si hubiese llegado a los 25, ¿qué hacemos?
NG: —Hay cosas de los 25 que uno lleva completamente inconsciente, yo me tiraba con una inconsciencia total. Ahora pienso más y no me gusta. Cuando pensaba menos, sí, me metía en unos berenjenales terribles, pero ese impulso de no pensar, de ir a la acción, de hacer.
NM: —¿Y vos pensás que no te tirás a la pileta ahora?
NG: —La verdad que no tanto. Por ejemplo, la década del 60, vivir eso fue la gloria, en el Di Tella, la canción de protesta, que éramos minoría, porque ahora se dice de los 60 como si todos hubieran sido...
NM: —¿Y tenías miedo en ese momento de algo?
NG: —No, y vivíamos en un entorno que era el de Onganía...
NM: —En ese momento, no sé cómo lo recordás vos, pero en la época de Onganía parecía que te avisaban “Che, esto no se puede hacer”, después se puso más pesado todo. Era: yo no te aviso nada.
NG: —Sí, claro. Exacto, afuera.
NM: —Afuera. ¿Eso fue cuando te pasó a vos que te fuiste?
NG: —Eso fue más tarde, en la época esa todavía nosotros tocábamos, estaba el Di Tella y estaban los sótanos, porque yo en el Di Tella hacía algunas cosas y después hacía canciones en el reino de los Café Concert, los sótanos. Fui la primera que pasó del Di Tella al Maipo, que era ya mainstream. Ahí yo hacía canciones de Boris Vian, “Un par de patadas en el culo”, “La canción de los boludos”, todo eso, y era un éxito extraordinario. Pero un día recibí un llamado de la oficina de censura, me llamó el Coronel Tavanera, y tuve que ir. Me recibió muy educado, siéntese. Me dice: “Mire, nosotros conocemos muy bien lo que usted hace y está todo muy bien, pero lo que le queremos decir es que entendemos que toda ciudad necesita una cloaca”, textual, ¡Yo era parte de la cloaca! “Pero nosotros lo que no vamos a permitir es que esto llegue al gran público ni a la televisión, ni a los grandes teatros, esto tiene que quedarse ahí”. Por eso lo que vos decís es cierto, ahí te avisaban todavía…
NM: —Con Charly García nos criamos en un colegio donde nos tenían cortitos porque eran dependientes militares, nosotros no teníamos nada que ver con los militares, vivíamos cerca, cada uno a cinco cuadras del colegio, y ahí nos encontramos y ahí armamos Sui. En el colegio nos empezaron a enseñar a perseguir comunistas, había una materia que se llama “Defensa Nacional” donde decían “si ven gente con barba hay que tener cuidado porque pueden ser comunistas”. Entonces cuando nos preguntás a nosotros: “¿De dónde salieron rebeldes?”... Y mirá, si nos enseñaban eso… En el 74 estábamos grabando “Instituciones”, pibes de veintipico de años diciendo de los militares, de la colimba, de la censura en el cine. Y dijeron: “Hay que cambiar acá, hay que cambiar acá”. ¿Pero quién lo dice? Teníamos graves problemas con conocer quién era el que te censuraba.
NG: —Yo tuve la suerte de conocer al Coronel Tavanera. Esa fue la advertencia, digamos, y después ya fue la escalada que todos conocen. Yo me fui en el 74.
EL MIEDO Y LAS ZONAS OSCURAS
“Yo soy dragón de los chinos, ¿viste? Todo tiene que ser espléndido”, dirá Nacha, y abrirá el juego de las coincidencias. “¡Yo soy dragón también!”, responderá Nito. “¿Vos sos dragón? Entonces no te tengo que explicar nada”. Se encontrarán también en un temor muy particular: el de perder el instrumento que los hizo grandes: su voz.
NM: —Cuando me agarró abril sin cantar, dije, me lo tomo, hace 30, 40 años que siempre tengo shows, y fue el primer mes que no canté. Y en mayo, cuando empecé a cantar dije: “¡Guau! Esto es como el atletismo”.
NG: —(Alberto) Favero me decía: es como el acero, viste que hay que templarlo al frío y al calor, esa exigencia extraordinaria hace que salgan cosas que no creías jamás que podías hacer. Cuando me puse a cantar ahora me asusté mucho, porque la voz está completamente descendida, como endurecida. Y dije: “Acá me voy a dejar bien de joder”, y empecé a hacer clases todos los días.
NM: —Yo también me asusté. Empecé clases con una coach. Un día de esos me apareció la imagen tipo “Mañana tenés que subirte a un teatro porque tenés la oportunidad, qué suerte... ¿y cómo lo hago?”
NG: —Exacto. Me agarró un cagazo, para decirlo en español básico, dije: “Yo no estoy en condiciones en este momento de subir a un escenario, yo no estoy en condiciones de hacer un recital de una hora y media, no puedo”, y no pensé que me iba a pasar eso, pensé que era algo adquirido.
NM: —¿Y cómo te trató la vida hasta ahora? ¿Nunca tuviste bajones?
NG: —Me ha tratado muy bien. Pero he tocado fondo muchas, muchas veces, lo que pasa que yo soy una persona muy privada, como debés ser vos, porque el dragón se mete en la cueva.
NM: —Sí, yo también la he pasado mal con el alcohol. Tuve problemas con el alcohol, fue sabido, porque me internaron y salía en los diarios hace casi 30 años.
NG: —Pero en general creo que somos personas muy privadas. Yo creo en la luz y en la sombra, en la luz del escenario y en la sombra cuando te bajás del escenario. Entonces, esas partes más oscuras de uno, o más tristes, no las expongo, pero sí he pasado crisis muy grandes, enormes crisis.
NM: —Cuando terminás, ¿te gusta ser una persona común?
NG: —Sí, por eso a mí me gusta viajar a lugares donde nadie me conoce. Con los que estamos más expuestos siempre hay una idea de quién uno es, un prejuicio. Entonces se acercan de otra manera y la relación es irregular, porque vos al otro no lo conoces, no sabés nada de él, pero el otro se acerca a vos creyendo que sabe mucho de uno y entonces cuando estás en lugares así, que no te conoce nadie, es como una vacación.
NM: —Yo soy como el primo de todos, cosa que por un lado viene bien. Eso de entrar a un lugar y que te digan “¿Qué querés, Nito?”
NG: —Eso es lindo porque el amor que se recibe es enorme. Hay gestos que yo me los llevaré al otro plano de la vida del amor que he recibido, pero también es lindo que te vean cómo sos en este momento, sin la historia.
NM: —¿Qué te resulta más importante de una persona: lo que ha hecho en su vida o cómo es como persona? Me pasó con un músico extranjero divino, pero cuando vino a tocar a la Argentina tuve que abrir el show de él, dos días. Estaba en un momento difícil, dejando de tomar alcohol, que yo sé porque me pasó... estaba muy complicado el tipo, en un hilo. Cuando estás cambiando de frecuencia estás en un hilo, sos un bebé, te tocan y sos extremadamente sensible. Y estaba muy molesto, y yo tenía un camarín por el que tenía que pasar él, y pasó corriendo, no quería que lo vieran. Y digo: “Qué tipo tan pedante, y dejé de escucharlo”.
NG: —¿Y uno no habrá hecho alguna vez algo así?
NM: —Seguramente. Yo tuve problemas con el alcohol, la cantidad de macanas que habré hecho.
NG: — Pidamos disculpas por eso.
NM: — Sí, hay todo un libro de pasos a seguir para pedir disculpas.
NG: —Yo no me quejo, si me fuera hoy, yo me voy bien, mi vida está cumplida. No quiere decir que no tenga sueños ni cosas que no he realizado, pero mi vida está completa, es una vida cumplida.
NM: —A mí me gustaría como músico y persona que digan “Qué buen tipo”. Creo que pasaría al otro plano más tranquilo. ¿A vos cómo te gustaría que te recuerden?
NG: —No tengo una imagen de eso, soy muy desprendida, soy una persona desapegada en general. Así que ya está porque todo son cenizas en el viento, mi amor, no importa.
NM: —Seamos polvo de estrellas.
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