Este 25 de diciembre llegó a los cines de Estados Unidos una nueva iteración de Nosferatu, el primer vampiro que apareció en pantalla.
Esta versión, dirigida por Robert Eggers, ha sido muy aplaudida por la crítica y el público en general, sumándole a Eggers otro éxito en su carrera después de lo logrado con La Bruja y El Faro.
La interpretación de Bill Skarsgård como el Conde Orlok/Nosferatu, también ha tenido una gran recepción. No obstante, está lejos de generar el terror que hace ya más de un siglo creó el actor Max Schreck, el Nosferatu original.
El misterio y las leyendas que rodean a Max Schreck en la película muda Nosferatu (1922), han alimentado su estatus como figura icónica del cine de terror. Durante la producción del filme, comenzaron a circular rumores que sugerían que Schreck podría ser un vampiro real, una idea potenciada por su inquietante actuación y la apariencia grotesca del personaje. Su nombre, que en alemán significa “temor”, también contribuyó a las especulaciones, llevando a algunos a creer que se trataba de un seudónimo o una broma interna del equipo de producción.
Según los relatos de la época, era un actor reservado que mantenía un perfil bajo en el set. A menudo se mantenía en maquillaje completo incluso fuera de las tomas, causando miedo entre sus compañeros de set. Incluso llegó a brindar un par de entrevistas completamente caracterizado.
Rolf Giesen, autor de La historia de Nosferatu, donde se cuentan todos los pormenores de la cinta, narró que esto fue lo que la prensa encontró al conversar con Schreck:
“Los periodistas vieron muchas ratas arrastrándose y también entrevistaron a Schreck. Él les dijo que se alegraba de que el papel estuviera ‘jugado’, es decir, que estaba casi acabado”.
Del fracaso al reconocimiento mundial
Incluso con toda esta inesperada publicidad, Nosferatu enfrentó numerosos obstáculos desde su estreno. Todo comenzó con las demandas legales por plagiar la novela Drácula de Bram Stoker por parte de la familia que le sobrevivía al legendario escritor. Esto retrasó el estreno de la cinta en Estados Unidos, llegando casi 10 años más tarde al continente americano.
Al llegar a Hollywood, las críticas no fueron muy amables con el proyecto de Murnau (quien por cierto, había ganado un Oscar en 1927 por su cinta Amanecer), pero siempre se destacó la extraordinaria interpretación de Schreck.
Con el paso de las décadas, y gracias a las leyendas que surgieron en torno a la figura de Max Schreck, la película fue percibida de una manera completamente diferente.
Las historias que aseguraban que Schreck era un vampiro real encontraron eco en países de habla inglesa, donde incluso se planteó que Schreck no existía y que el rol había sido interpretado por otro actor más reconocido. El crítico Ado Kyrou perpetuó esta idea en su libro Le Surréalisme au Cinéma (1953), sugiriendo que el vampiro en pantalla podría ser una criatura sobrenatural.
Esto fue lo que Kyrou escribió en su obra:
“Nosferatu no es una simple película de terror. Su misterio va más allá de los fotogramas de la pantalla, emana de la producción y de los actores. En los títulos de crédito se nombra al actor de music-hall Max Schreck como intérprete del vampiro, pero es bien sabido que esta información es deliberadamente falsa. Nadie ha podido revelar nunca la identidad de este extraordinario actor cuyo rostro brillante le hizo irreconocible para siempre. Hicimos varias conjeturas, hablamos del propio Murnau.... ¿Qué se esconde detrás del personaje de Nosferatu? ¿Podría ser el propio Nosferatu?”
Las teorías sirvieron de inspiración para la película Shadow of the Vampire (2000), donde Willem Dafoe interpretó a un Schreck vampírico que devoraba al equipo de filmación, haciendo aún más grande el legado de la cinta original.
La verdad detrás de Max Schreck
Max Schreck era un actor discreto y reservado, conocido por su pasión por la naturaleza y su vida tranquila. Nacido en Berlín en 1879, inició su carrera en el teatro antes de incursionar en el cine. Durante la filmación de Nosferatu, Schreck se destacó por su profesionalismo y su disposición para sumergirse completamente en el personaje del Conde Orlok.
Su participación en Nosferatu, donde apenas aparece en pantalla por diez minutos, destacó por su capacidad de desaparecer tras el maquillaje y crear un personaje inolvidable. Aunque su nombre y figura se diluyeron con el tiempo, su actuación alimentó un legado de misterio.
Tras la película, Schreck continuó actuando en roles menores tanto en teatro como en cine. Falleció en 1936, dejando un legado que se redescubrió con el tiempo. Su tumba, ubicada en el cementerio Wilmersdorfer Waldfriedhof, fue olvidada durante décadas hasta que historiadores localizaron su sitio de descanso en 2011 y colocaron un marcador que lo identifica simplemente como “actor”. Aún hoy, el enigma de Max Schreck sigue atrayendo a admiradores del cine clásico, consolidándolo como un mito que trasciende las sombras.