“¡Haz más! ¡Sigue filmando! ¡Mata a más gente! No te preocupes, tu mensaje se transmitirá”, comunicaba desde Italia un productor al cineasta Ruggero Deodato, quien se encontraba filmando Holocausto caníbal (Cannibal Holocaust) en la ciudad colombiana Leticia, ubicada en la Amazonía. A comienzos de la década de los 80, este escenario se prestaba para una historia cargada de exotismo por su dosis de, como el mismo nombre adelanta, canibalismo en su máxima expresión ejercido por tribus indígenas en el lugar.
Los metrajes que Deodato iba enviando a su natal Italia llamaban la atención en el mercado europeo y la gente quería ver mucho más. “Primero sacas el hígado, luego abres la caja torácica y extraes las vísceras. Después lo rellenas con piedras calientes y hierbas aromáticas...”, explicaba el ya fallecido director en una pasada entrevista con The Guardian. A pesar de que podía explicar a detalle cómo desmembrar un ser humano para devorar su carne, no es algo que él realmente haya hecho en la vida real.
Su visión, tan grotesca y arriesgada para su tiempo, se tradujo en un largometraje que expuso fuertes escenas de asesinatos, torturas, violación sexual, castración e, incluso, crueldad animal. De esto último justamente es algo de lo que no se enorgullece, pese a que su crianza en el campo lo adaptó a este tipo de situaciones.
“La muerte de los animales, aunque insoportable —especialmente en una mentalidad urbana actual— siempre ocurría para alimentar a los personajes de la película o al equipo, tanto en la historia como en la realidad”, explicó en la misma entrevista. La necesidad de exponer era tal que ciertas tomas quedaron en la versión final para proyección, siendo seis en total (de los siete animales ejecutados en el set): un coatí sudamericano acuchillado en la zona toráxica, una tortuga arrau decapitada, un cerdo al que se le disparó en la cabeza y, finalmente, una tarántula, una boa constrictora y un mono ardilla cortados a machetazos.
En cuanto a los actores antagónicos, retratados como los “salvajes” criminales, según Ruggero Deodato, tenían conocimiento que estaban siendo “retratados como caníbales”. Por esto mismo es que al realizador se la ha señalado con críticas por racismo y explotación en su rodaje, sin embargo, él insistía en su defensa, de acuerdo a lo que pudo conocer de los indígenas en la frontera entre Colombia y Brasil. “Es parte de su tradición. Es algo ancestral. Cuando tenían una batalla, el líder de la tribu perdedora era asesinado y comido por los ganadores. Es parte de su pasado. No lo niegan”, sostuvo.
Una cruda historia sobre exploradores perdidos
De alguna forma, Deodato apunta con un espejo a sí mismo en los personajes ficticios de Harold Monroe, el antropólogo interpretado por Robert Kerman, y el grupo de cineastas que se pierden en la espesa selva al que Kerman les siguió el rastro tras reportarse su desaparición. La intención de los exploradores blancos no era simplemente acercarse de forma simpática a los “incivilizados” para conocer y comprender su cultura, sino apuntarles con una cámara para captar imágenes grotescas y sensacionalistas. El plan no sale bien, y así lo descubre Monroe cuando recupera las cintas de video al caer en cuenta que fueron asesinados y comidos por la tribu Yanomamo.
El resultado sería un documental escandaloso que realza solo lo exótico, que no es más que una parodia de un trabajo etnográfico. Brindar una respuesta y un cierre al brutal asesinato del equipo podría transformarse en una mina de oro para la cadena de televisión a la que acude el Dr. Monroe en Nueva York. Pero, los ejecutivos terminaron por descartar su lanzamiento y pedir la quema de todo registro al observar el metraje completo con sus peores imágenes de inhumanización y crueldad como parte de un oscuro ritual sexual.
Pese a todo, las imágenes salen a la luz cuando el proyeccionista roba la película y la distribuye de manera ilegal. Finalmente, Monroe, en una lastimera posición, cae en cuenta de que tal vez los caníbales no eran esos otros. La moraleja provocaría hoy cierto desdén y comicidad, como una especie de palmada en la espalda para el científico occidental racista.
Lo cierto es que, para lástima de sus protagonistas ficticios, nunca pudieron ver este proyecto hecho realidad, ya que Holocausto caníbal es la primera película en el cine en capturar la técnica de metraje encontrado (found footage). Años más tarde, este género narrativo se consolidó en el terror y la ciencia ficción de Hollywood con producciones como El proyecto de la bruja de Blair (1999) y Cloverfield: monstruo (2008).
Sin embargo, en 1980, dicho estilo cinematográfico era tan nuevo que Deodato fue a juicio en Italia al especularse sobre el presunto asesinato de sus actores contratados. No obstante, la acusación terminó por desestimarse cuando el cineasta acudió a la corte con los actores vivos y solo fue multado por crueldad animal junto a sus patrocinadores. Además, su obra fue prohibida por los siguientes tres años en el país. Mientras que, en el Reino Unido fue ilegal su proyección hasta dos décadas después.
“Hay una reacción a la violencia en mis películas, pero no hay reacción a la terrible violencia que ocurre ahí afuera todos los días”, recordó por el año 2011 un muy poco arrepentido Ruggero Deodato durante una conversación con la revista StarBurst. Cabe resaltar que, su inspiración vino más que todo de la época de azote por parte las Brigadas Rojas, la organización terrorista italiana de extrema izquierda que se fundó en 1970.
“Cada noche en la televisión había imágenes muy fuertes de personas siendo asesinadas o mutiladas”, evocó con pesar para The Guardian. “No solo asesinatos sino también algunas fabricaciones. Estaban aumentando el sensacionalismo de las noticias solo para impactar a la gente”. Curiosamente, el efecto que buscaba generar en su película fue similar al intercalar momentos de muertes reales con tomas completamente ficticias para la cámara.
Pero, no cabe duda alguna que el director italiano lanzó un dardo apropiado antes de su muerte en 2022 a los 83 años: el cine y la televisión, posterior al estreno de Holocausto caníbal y su prohibición en más de 40 países, se ha convertido en la palestra de la violencia y la crueldad. Sin este antecedente, el cine gore de Quentin Tarantino tan aclamado por la crítica, la feroz burla de Ari Aster hacia el festival Midsommar en Suecia, o series tan posmodernas como The Boys no habrían tenido la carta abierta para arriesgarse con esos excesos.