¿Un megalómano sádico o un héroe visionario? Conocido como “el rey del caucho”, Carlos Fermín Fitzcarrald fue un hombre pobre y solitario que, en 1891, se introdujo en lo hondo de la Amazonía peruana. Diez años después, se había convertido en un mercader millonario tras descubrir un istmo que unía dos ríos, facilitando el comercio del caucho en su país y otros destinos como Bolivia, Brasil, Europa y Estados Unidos.
Este descubrimiento es recordado como uno de los hallazgos más importantes del siglo XIX, e implicó además la construcción de caminos y otras infraestructuras necesarias para transportar los productos. Sin embargo, el éxito de Fitzcarrald se produjo a costa de la explotación y muerte de indígenas, a quienes coaccionaba y violentaba para someterlos a trabajos extremadamente duros. Su método fue replicado por otros empresarios, en un periodo ampliamente recordado como “la fiebre del caucho”.
Maravillado por esta historia, el director alemán Werner Herzog quiso llevar la vida del explorador al cine. En aquel entonces, el cineasta era famoso por grabar en locaciones remotas, ya que consideraba que los estudios “mataban la espontaneidad”. Su obsesión con lo “auténtico” lo había llevado a contraer malaria en varias ocasiones, además de hacer pasar por un verdadero infierno a sus actores. Aún así, junto a su equipo, viajó hasta el Amazonas y se internó durante tres años para estrenar en 1982, Fitzcarraldo.
La trama, contada bajo un lente heroico, sigue a Brian Sweeney Fitzgerald, un excéntrico amante de la música clásica que vive en la ciudad de Iquitos. Su peculiar meta es construir una gran ópera en mitad de la selva amazónica y traer a su tenor favorito, Enrico Caruso, para que cante allí.
Aunque la idea no tenía coherencia alguna en términos monetarios, él decide financiar su sueño ingresando al lucrativo negocio del caucho. Es así como se entera que existe una reserva muy prometedora, pero inaccesible debido a su ubicación, al otro lado de una montaña. Comprometido con hacer real lo imposible, Fitzcarraldo elabora un plan audaz: arrastrar un gran barco de vapor sobre la montaña para acceder a los árboles de caucho con la ayuda de un grupo de indígenas locales.
Tras su debut en el Festival de Cine de Cannes, Werner Herzog fue galardonado con el premio al Mejor director. La película lograría el estatus de culto, siendo reconocida por su impresionante cinematografía libre de efectos especiales. Poco se habló de que la producción resultó barbárica. En nombre del arte, algunos indígenas y pobladores locales terminaron muertos o heridos, se provocaron disturbios en las comunidades nativas, y se realizaron hazañas que bordearon la locura.
Más tarde, el antropólogo peruano que formó parte del proyecto, reveló que Herzog se había convertido en Fitzcarraldo. “En medio de la Amazonía terminó actuando igual que él”, aseguró Cesar Vivanco.
La locura de filmar “Fitzcarraldo”
Durante el inicio del rodaje, Jason Robards (Magnolia, Érase una vez en el Oeste) fue elegido para protagonizar el filme al lado de Mick Jagger, el famoso líder de los Rolling Stones, que interpretaba el asistente de Fitzcarraldo, Wilbur. La dupla causó curiosidad sobre la producción, hasta que Robards se enfermó de disentería, y voló de regreso a Estados Unidos para tratar la infección bacteriana. Cuando intentó volver a Perú, su médico le prohibió el viaje, por lo que todo su trabajo, incluido el de la estrella de rock, fue descartado.
El revés llevó a Herzog a reconfigurar el elenco, esta vez con Klaus Kinski en el rol principal. El director y actor ya habían trabajado juntos en la selva peruana en el filme Aguirre, la ira de Dios. La relación entre ambos era terrible. Según un sinfín de testimonios, Kinski tendía a enfadarse ante la mínima situación, gritaba al equipo, los amenazaba con armas e incluso los agredía sin miramientos.
Las peleas con el director llegaron al extremo cuando Herzog lo apuntó con un rifle y prometió que le dispararía y luego se suicidaría si Kinski insistía en abandonar el rodaje. El propio cineasta confesó que el líder de una comunidad nativa se ofreció a asesinar el actor, a lo que él se negó debido a que aún faltaban grabar algunas escenas.
“Teníamos un gran amor, un gran vínculo, pero ambos planeábamos matarnos. Klaus fue uno de los mejores actores del siglo, pero también fue un monstruo y una gran pestilencia. Cada día tenía que pensar en nuevas formas de domesticar a la bestia”, dijo Kinski tras el estreno en Cannes.
El motín de los indígenas
Eso fue solo la punta del iceberg. La hazaña principal del guion implicaba mover con poleas un barco de vapor de 320 toneladas sobre una colina. En la vida real, Carlos Fermín Fitzcarrald llevó a cabo un proyecto similar, pero el bote pesaba solo 30 toneladas y fue trasportado en partes para ser embalsado al final del destino.
El ingeniero brasileño que debía asegurarse que esta demencial idea sea realizada, advirtió que había un 70% de posibilidades de que el plan fracasara y el peso del barco acabara con la vida del equipo y los extras. Él renunció luego de que Herzog lo ignorara por completo, y contratara 400 nativos aguaruna y del Gran Pajonal, para que actuaran como los jornaleros de Fitzcarraldo.
Pero tal como se advirtió, durante el primer intento, uno de los cables se rompió y el barco cayó hacia atrás, matando en el acto a uno de los indígenas. La comunidad lloró la pérdida de su compañero y el proyecto se detuvo porque ellos se rehusaron a seguir trabajando.
Para aquel momento, el número exacto de extras que habían fallecido ya se contaban por docenas, pero las causas principales habían sido enfermedades, como la malaria y la hepatitis. También se mencionaron otras razones como la violencia ejercida por el equipo y los conflictos con tribus vecinas, pero por el contexto social y temporal no existen pruebas que lo respalden.
En 1982, el antropólogo Michael F. Brown escribió en la revista The Progressive que los aguaruna le dispararon una flecha en el cuello a un actor e incendiaron el plató después de que Herzog construyera una aldea en sus tierras, obligándolos a reconstruir la locación principal.
En el documental Burden of Dreams, que mostró el detrás de cámaras de la película, se escucha al director intentando convencer a los nativos a volver al set, prometiéndole tierras y hasta armas. “Él les ofreció escopetas para que se quedaran. ¿Sabes lo que significa en la Amazonía introducir solamente diez escopetas? Pues les regaló como cuarenta a los jefes con los que negoció. Yo quise evitar todo eso, no pude y me fui”, aseguró el citado antropólogo en una entrevista con El malpensante.
El documental también mostró a un miembro del equipo que fue mordido por una serpiente venenosa y cuya vida fue salvada al amputarle el pie con una motosierra. Además, el director de fotografía terminó con una mano amputada y cosida sin anestesia tras accidentarse en el barco de vapor.
Durante el estreno de Fitzcarraldo, todas estas experiencias fueron contadas con orgullo, y la obsesión de Herzog fue vista como un ejemplo de pasión y genio artístico. Los premios del cine alemán la consideraron la mejor película del año, y el crítico Roger Ebert aseguró que tenía una de las “mejores visiones del cine”.
Herzog estaba seguro que nadie volvería a repetir su hazaña por lo absurda y descabellada que resultó, autodenominándose el “Conquistador de los Inútiles”. Y aunque hasta ahora nadie lo ha intentado, series como Narcos y películas como La ciudad perdida de Z, El Padrino III y más recientemente, Paddington en Perú homenajearon y referenciaron este polémico y épico largometraje.