Solo bastaron USD 12 mil dólares para crear la película más “repulsiva”, “enfermiza“ y “asquerosa” de la historia, tal como fue descrita por la prensa estadounidense y el escandalizado público que asistió al estreno de Pink Flamingos en 1972. Casi 50 años más tarde, a estas críticas se le sumaron otros tres adjetivos imprescindibles: “cultural, histórica y estéticamente significativa”, según escribió el Registro Nacional de Cine de Estados Unidos cuando incluyó el título en la Biblioteca del Congreso para su preservación.
Adorada por gays, motociclistas, campesinos sureños, “y básicamente personas enojadas con buen sentido del humor”, tal como explicó su perverso director, John Waters, la comedia negra se proyectó una larga temporada en cines underground y de medianoche, donde se ganó su estatus de culto entre los cinéfilos y asistentes que memorizaban el guion y las recitaban vehementemente en las funciones.
Pero el fenómeno estaba muy alejado de los cines tradicionales y el VHS. No era para menos, las transgresiones mostradas en pantalla incluían violación, asesinato, incesto, canibalismo, coprofagia y necrofilia. Y aunque buscaron cortar las escenas hasta el punto de obtener un mísero cortometraje, no fue posible obtener una clasificación R18+ hasta una década después.
En el centro de la trama encontramos a Divine, una exuberante drag queen de 130 kilos apodada por un medio amarillista como “la persona viva más inmunda del mundo”. Ella vive en un remolque escondido de la ciudad, donde puede dar rienda suelta a su depravado estilo de vida junto a su hijo Crackers, su madre Edie y su perro Cotton.
Su “pacífica” existencia es irrumpida por sus rivales, Connie y Raymond Marble, un matrimonio dedicado al secuestro de mujeres, a quienes recluyen en un “sótano de embarazo” para luego vender a sus bebés y usar a las madres en perversos videos. Basado en su historial criminal, la pareja se cree merecedora del título obtenido por Divine, por lo que inician una extravagante y repugnante competencia para arrebatárselo.
Una filmación de horror
“Ciertamente escribí Pink Flamingos bajo la influencia de la marihuana”, confesó Waters en una pasada entrevista con Vogue. El resultado final incluyó una llamativa escena sin cortes en la que la excéntrica protagonista ingiere el excremento de su perro con una plácida mueca.
“John se me acercó y me dijo, ‘¿harías esto?’, y yo le dije que claro. Bueno, pensé que estaba bromeando”, reveló el intérprete de la icónica Divine en una entrevista rescatada por el documental I am Divine.
Él entendió que la propuesta era totalmente seria un año después, cuando Waters le increpó con un “¿quieres ser famoso o no?”. “Y bueno, ¿qué me importa? Ya sabes, yo era muy joven. Realmente no pensé en ello hasta que tuve que seguir a ese perro durante tres horas”, agregó.
Es imposible olvidar además el polémico fragmento en el que dos personajes utilizan a un pollo vivo como juguete sexual. La crueldad con la que los actores tratan al animal terminó por matarlo, convirtiéndose en la escena más perturbadora del largometraje. En numerosas entrevistas se recriminó al director por este rodaje, pero Waters siempre respondía irónico: “Creo que mejoramos la vida del pollo: salió en una película, se lo follaron, y justo después de rodar la siguiente toma, el reparto se lo comió”.
Fue solo hasta 2021 que, en una entrevista con Vogue, dijo que se arrepentía de “hacerle pasar eso” al animal. Aunque poco después añadió: “Lo compramos en un mercado que anunciaba ‘pollos recién sacrificados’, así que estuvieron a punto de cortarle el cuello. ¡En cambio, tuvo que simular sexo en una película y hacerse famoso!”
Pero incluso la inmundicia tiene límites. Según contó en la misma entrevista, entre las partes que no pudo rodar fue una escena donde le encendía el cabello de Mink Stole. El problema fue que, cuando la actriz preguntó cómo se iba a trucar ese fragmento, él respondió: “Bueno, te prendemos fuego y te tiramos un balde de agua cuando diga corte”. Afortunadamente ella se negó, y Waters se defendió diciendo que “¡no estaba tratando de ser malvado, solo estaba drogado!”.
John Waters, ¿un genio o un perverso?
¿Qué lograba John Waters con toda esta perversión escenificada? Transgresión. Al cineasta le encantaba la respuesta escandalizada de la audiencia común, quizá por encima de los elogios recibidos en el circuito underground. Sus proyectos independientes como Eat Your Makeup, Desperate Living o Female Trouble, buscaban barrer por debajo del sueño americano para encontrar la “basura” que el país escondía en aquella época: los barrios marginales, las disidencias sexuales reprimidas y la segregación racial.
Para representar la contracultura, recurría a una estética kitsch, camp y trash, una combinación que resultó en un estilo muy alejado del “buen gusto” y sofisticación, optando por lo grotesco y exagerado como representación del ideal de belleza. Es así que construye a Divine, un personaje recurrente en su cinematografía a quien describía entre risas: “Ella no quiere ser una mujer, ¡quiere ser Godzilla!”.
Su visión no coincidía con la de Harris Glenn Milsteam, el hombre detrás de la célebre drag queen. Como un actor que amaba genuinamente las artes escénicas, decir una palabra soez tras otra y actuar con vulgaridad para acumular fama era solo parte de su performance. Incluso llegó a decir que la mejor parte de su trabajo era cuando terminaba y le pagaban.
“Nunca me propuse al principio interpretar solo papeles femeninos, pero eran los únicos que se me presentaban. Estaban escritos especialmente para mí y eran los protagonistas de las películas. Como joven aspirante a actor no rechazas el papel principal. Luego eso me convirtió en una especie de estrella de culto, pero no basta”, se le oye decir en I am Divine.
Con Hairspray logró su sueño de ser un actor respetado por la crítica, ya que fue elogiado por su actuación como madre de Edna Turnblad, una joven apasionada por la danza que luego de ganar un show televisivo, enfrenta a unos abusivos productores que excluyen a los bailarines negros del programa.
Su muerte ocurre un mes después del lanzamiento, el 7 marzo de 1988. Milsteam tenía solo 42 años, pero su salud deteriorada por las drogas y su condición física —pesaba 130 kilos—, derivaron en un paro cardíaco por agrandamiento del corazón.
Su cuerpo fue encontrado en el hotel Regency Plaza Suites en Los Ángeles, California, la mañana que debía grabar un episodio en la sitcom Matrimonio con hijos, donde actuaría por primera vez como hombre. Su manager, Bernard Jay, juró entonces que Divine “murió de felicidad”.
La inmundicia en expansión
A 52 años de su estreno, el audaz desafío de Pink Flamingos a las normas de decencia y los límites de la censura continúan horrorizando y haciendo reír a jóvenes que descubren esta joya por primera vez. La contracultura, como es natural, ha pasado a convertirse en cultura, y un pilar del cine en general; pero esto ya no es algo que preocupe a Waters, hoy de 78 años. “¡Soy tan respetable ahora que podría vomitar!”, bromeó para Vogue.
Celebrado por su genio artístico, el cineasta admite que se siente “honrado” de que la película se considere actualmente de culto, a tal grado que el gobierno de su país la considere una obra que hay que preservar. “Y probablemente es más asquerosa ahora que en los 70. Sorprende, escandaliza, pero sobre todo hace reír. Sigue funcionando porque aún no lo hemos visto todo”, reflexionó en conversación con Esquire
Pero más allá del reconocimiento cinematográfico, la expansión de su legado solo significa una cosa, que finalmente ganó: ¡Es la persona más inmunda del mundo!