De hacer una película sobre la vida de Jesús que la propia Iglesia Católica denominó “la más importante jamás hecha” a dirigir una de las más depravadas de la historia. Pier Paolo Pasolini, el creador de Saló o los 120 días de Sodoma (1975), fue un intelectual italiano autoproclamado ateo, homosexual y marxista. Su obra más controvertida fue expresión más radical y aberrante que buscó denunciar los rezagos del régimen fascista y la alienación cultural del capitalismo. El resultado fue un filme cargado de perversiones sexuales, coprofilia, necrofilia, tortura y sadomasoquismo.
Durante su producción, el largometraje se vendía como un “proyecto artístico”. No había cómo dudar de su supuesto éxito, el historial fílmico de Pasolini incluía premios en los más prestigiosos festivales de cine como Berlín, Cannes y Venecia. Es más, su elogiada “trilogía de la vida”, compuesta por las adaptaciones literarias El Decamerón, Los cuentos de Canterbury y Las mil y una noches, habían dado vida a un nuevo subgénero, el neorrealismo picaresco.
La popularidad de sus películas entre el público radicaba en su crítica a la hipocresía social y religiosa, de las cuales se burlaba a través de la sátira y la sexualidad. Pasolini no tardó en arrepentirse cuando percibió que cineastas entusiastas replicaron su fórmula, aunque la redujeron a la mera comedia física y bromas eróticas que gozaron de un éxito similar.
Su inquietante respuesta fue Saló o los 120 días de Sodoma, el primer proyecto de su anunciada “trilogía de la muerte”. Irónicamente, murió antes de siquiera estrenarla.
Una película inquietante delante y detrás de cámara
El guion se basó en el libro de 1944, Los 120 días de Sodoma, una incendiaria novela del siglo XVIII escrita por el marqués de Sade —quien inspiró el término “sadismo”—. El texto sigue a cuatro miembros de la nobleza francesa que se alojan en un palacio aislado de la ciudad con el propósito de dedicarse a cuatro meses de orgías, sometiendo a un grupo de adolescentes a los más viles actos de depravación y crueldad. En sus explícitos pasajes, el cinismo es una herramienta clave utilizada para desmantelar las instituciones sociales y morales de la época.
La adaptación cinematográfica de Pasolini traslada la acción al norte de Italia durante el régimen fascista de Mussolini. El director utiliza este marco para extender la crítica a la explotación y corrupción, creando paralelos entre los actos deshumanizantes descritos por Sade y los horrores de los regímenes totalitarios y la sociedad de consumo.
Toda su crítica se resume en la pornografía del poder, donde la violencia y horrores mostrados son meramente simbólicos. Claro, en teoría se lee fascinante, mas no lo fue para las decenas de jóvenes actores —mujeres y hombres en su mayoría menores de edad— que estuvieron frente a cámaras desnudos durante el rodaje, sin ninguna idea de cómo se desarrollaría la historia, y retenidos por el pago y en favor “al arte”.
“Vamos, estate quieto que estamos haciendo cine, deja que te azoten”, fue lo que le dijo un asistente de producción a uno de los inexpertos actores que harto de ser “golpeado”, quiso reaccionar y agredir a Uberto Paolo Quintavalle, el Magistrado en la ficción. No se trataba de dolor físico, ya que el aparente látigo de cuero estaba compuesto de hilos livianos, la razón fue el sentimiento de humillación.
Así lo recordó el intérprete Ezio Manni, quien en 2007 conversó con el diario Il Riformista, donde agregó que no fue el único caso de rebeldía entre el elenco de adolescentes. “Recuerdo que las cuatro chicas que tenían que sumergirse en el barril lleno de ‘heces’ [era en realidad mermelada y chocolate] se rebelaron. Habían captado muy bien el sentido de la escena y no querían hacerla. Una de ellas, Tatiana Mogilansky, tuvo una crisis, yo la consolé”, mencionó. Franco Merli, otro de los menores que según Manni fue elegido por poseer “el trasero más bonito”, sufrió un arrebato de pánico en la escena donde debía ser apuntado con un arma.
“Uno no puede mirar las imágenes de personas a las que les arrancan el cuero cabelludo, los azotan, los cortan, los cubren con excrementos y, a veces, los comen, y reaccionar de “forma abstracta” [como ideó Pasolini], a menos que compartan las obsesiones del director”, fue lo que escribió Vincent Canby para su reseña de The New York Times tras la primera proyección del filme.
¿Pero a qué obsesiones se refería el crítico? ¿Intelectuales o carnales? No es secreto que Pasolini era un hombre homosexual, que para la fecha aún era considerado una perversión para la sociedad y una “enfermedad mental” por la OMS —de hecho lo fue hasta 1990—. Pero no se puede pasar por alto que en 1963, a sus 41 años, mantuvo un “romance” con Ninetto Davoli, un menor de 15 años a quien consideró “el gran amor de su vida”. El propio Ezio Manni confesó en la mencionada entrevista que también mantuvo una “relación afectiva” cuando él apenas tenía 17 años y el cineasta lo superaba por 33 años.
¿Por qué se dice que la película mató al director?
Con su historial, no sería sorpresa revelar que una considerable parte de la sociedad italiana se alegró con la noticia de su muerte, tres semanas antes del estreno de Saló. El cuerpo de Pier Paolo Pasolini fue encontrado la madrugada del 2 de noviembre de 1975, en un terreno baldío cercano a la playa de Ostia, a las afueras de Roma.
El crimen fue brutal: la autopsia reveló que sufrió quemaduras causadas por cigarrillos, y otros órganos, como sus testículos, fueron aplastados con una barra de metal. Además, fue atropellado varias veces con su propio automóvil, e incendiado tras su muerte, lo que le generó traumatismo múltiple e inevitablemente la muerte.
En 1976, Giuseppe Pelosi, un joven de 17 años, fue sorprendido conduciendo el coche de Pasolini, y poco después admitió haber cometido el crimen, argumentando que el asesinato fue el resultado de una relación que terminó en violencia. En sus declaraciones frente al juzgado, describió que previamente, ambos tuvieron una cena en un restaurante que culminó en un altercado debido a una propuesta sexual rechazada.
Pelosi fue condenado en 1976, pero años después, en 2005, se retractó de su confesión, alegando que había sido coaccionado bajo amenaza de violencia contra su familia. Según el adolescente, tres individuos con “acento sureño” fueron los verdaderos autores del homicidio, atacando a Pasolini con insultos como “comunista sucio” y “queer”.
Sergio Citti, amigo cercano del fallecido director, también alimentó las teorías sugiriendo que su muerte estaba relacionado con el robo de rollos de la película Saló. Él afirmó que Pasolini tenía previsto encontrarse con los ladrones para negociar la devolución aquel fatídico día. En apoyo a esta versión, familiares y personas cercanas, entre los que se incluye el propio Ezio Manni, alimentaron la teoría y sumaron la posible implicación de la Banda della Magliana, un grupo criminal conocido por sus vínculos con el terrorismo de extrema derecha.
Pese a algunas investigaciones legales, el crimen fue declarado sin resolver tras la retractación de Pelosi. En 2023, se presentó una solicitud para reabrir el caso, con la esperanza de que los análisis de ADN puedan ofrecer nuevas evidencias y finalmente esclarecer la verdad detrás del asesinato.
Por lo controvertido del caso, Saló o los 120 días de Sodoma resultó ser la obra más controversial y conocida de Pasolini. Entre los defensores de la película se encuentran Martin Scorsese, Alec Baldwin, Gaspar Noé y John Waters, quienes han elogiado su trabajo visual e intelectual. El segundo filme de “la trilogía de la muerte” que Pasolini proyectaba realizar era de relacionado a los crímenes del asesino serial Gilles de Rais. Esta jamás pudo ser realizada, y el mundo se quedó con la duda de si fue una pérdida para la cinematografía o si estamos mejor sin ella.