Cuando José López Portillo entró al poder y asumió la presidencia de México en el año de 1976 llevó a cabo numerosos cambios que buscaban alejarse lo suficiente de la administración de Luis Echeverría Álvarez, quien fuera presidente de la nación del año 1970 a 1976.
La opinión pública entorno a Echeverría no era precisamente favorable para el Partido Revolucionario Institucional (PRI), por ello, el nuevo presidente buscó a toda costa lavar la cara del partido y mejorar la percepción que tenía el pueblo de México sobre el gobierno.
La principal contienda de López Portillo fue mejorar la situación económica de México, y en el proceso, reformó muchas instituciones en aras de hacer un borrón y cuenta nueva. El cine fue parte de esos cambios. Por eso, un año después de haber asumido el poder, José López Portillo creó la Dirección General de Radio, Televisión y Cinematografía (RTC), órgano supervisor de películas, programas de TV y de radio que sobrevive hasta nuestros días.
Dicho organismo estuvo al mando de la hermana del presidente, Margarita López Portillo, quien también fue guionista y novelista. Entre sus trabajos relacionados con el mundo del séptimo arte y la TV se encuentra Maximiliano y Carlota, una serie producida por Ernesto Alonso y las adaptaciones de dos de sus novelas: Estampas de Sor Juana y Toña machetes.
Margarita se puso a mando del cine en México y su principal objetivo fue diferenciarse de las políticas cinematográficas de Echeverría, moldeando las situación para que los filmes que consumiera el pueblo mexicano estuvieran más enfocados en lo popular, lo ligero y por tanto lo más consumible. Bajo su punto de vista, se trataba de volver a la era dorada de los años 40 del cine mexicano.
Las acciones de Margarita López Portillo ocasionó que importantes instancias que apoyaban el cine colapsaran y por tanto, la iniciativa privada se enfrascara más en producir películas que les permitiera recuperar su dinero y multiplicarlo. Ir al cine por aquellas épocas significaba enfrentarse a una cartelera atiborrada de películas de ficheras.
Sin embargo, estas reformas no dieron el resultado esperado, al menos no en la idea de recuperar los filmes de calidad desde las iniciativas privadas, sino todo lo contrario, sirvió como caldo de cultivo para que el cine de ficheras se reforzara inaugurando así una de sus épocas más fuertes en la historia de la cinematografía mexicana.
Los títulos más recordados de las comedias eróticas mexicanas desfilaron por los complejos cinematográficos del país como si de ficheras se trataran. Algunas de estas películas fueron: ¡Oye, Salomé!, Noches de Cabaret, La vida difícil de una mujer fácil, Muñecas de media noche, Las cariñosas, Las tentadoras y Las muñecas del King Kong. El sexenio de López Portillo fue aquél donde el cine de ficheras logró encontrar una de sus épocas más fructíferas.
A pesar de esto, algunas películas financiadas por el Estado lograron aparecer, y aunque no gozaron de las facilidades en cuestión de salas y exhibición que tenían otro tipo de producciones, sí se convirtieron en clásicos valorados hasta hoy en día por los cinéfilos mexicanos. Claro que, en su momento, fueron películas de culto cuyo espectro de espectadores era muy pequeño.
Algunos de estos títulos fueron El lugar sin límites, la obra maestra del cineasta Arturo Ripstein; Naufragio de Jaime Humberto Hermosillo; El infierno de todos tan temido, de Sergio Olhovich; y El Complot mongol, película de cine negro de Antonio Eceiza, basada en la novela del mismo nombre del autor Rafael Bernal (que sufrió un reciente remake con Barbara Mori como actriz principal).
Curiosamente, una de las actrices más emblemáticas del cine de ficheras, Sasha Montenegro, estuvo casada con el expresidente José López Portillo.