Con casi un centenar y medio de publicaciones, Denise Vaillant es una referente en el diseño de políticas educativas en el Uruguay. Decana del Instituto de Educación de la Universidad ORT —donde se cursan maestrías, doctorados y diplomaturas— y líder en equipos de investigación tanto a nivel nacional como internacional, desde hace un año integra el consejo directivo de la Fundación Ceibal, lo que le permite discutir qué temáticas deben impulsarse en términos de investigación —y, sobre todo, de investigación aplicada— en ámbitos educativos. No es casual, entonces, que la palabra que más diga en esta entrevista sea “evidencia”.
Su principal preocupación pasa por devolverle a la docencia la consideración y relevancia que le corresponde. Empezando por la necesidad de que los investigadores comprendan la importancia de incluir maestros y profesores en sus grupos, ya que la docencia tiene una especificidad que no comparte con otras profesiones. “A veces falta entrarle al corazón de la pedagogía”, dice Vaillant en el espacio de diálogos que la experiencia educativa Ticmas tiene en Infobae, “que es lo que explica el fracaso de muchas reformas: escuchan la racionalidad del economista, del politólogo o el sociólogo, pero no toman en cuenta el punto de vista de los docentes”.
—¿Cómo caracteriza esa especificidad?
—No hay otra profesión donde aquello que viviste como estudiante tiene tanta incidencia en la profesión. Hay muchos estudios que lo demuestran. Un ejemplo: cuando un maestro gestiona la disciplina en el aula tiende a replicar el modelo que vivió como alumno. Por eso importa tanto la reflexión que pueda hacer en términos de lo que es su práctica, y eso tiene que estar dirigido por políticas que contemplen el desarrollo profesional del docente.
—Pero en el ejemplo que da, la gestión de la disciplina no forma parte de la formación docente. Se aprende de pedagogía y didáctica, pero la disciplina, como tema, no existe.
—Yo creo que es el problema de no tener una visión integral de las políticas docentes. Hay problemas a nivel de la formación —no digo que no haya facultades o institutos de formación con muy buenas propuestas; el tema es la escala—, y, después, no hay una política de acompañamiento y apoyo al novel docente. Además, en general, quienes forman a los docentes no tienen nada que ver con quienes los contratan. En muchos casos, los modos de evaluación a lo largo de la carrera no están centrados en la mejora del desempeño, sino que tienen un corte equiparable a lo que es la sanción. Insisto en que tiene que haber una mirada integral. Ya lo dijo Michael Fulham: los docentes son al mismo tiempo el principal problema y la mejor solución que tienen los sistemas educativos.
—¿Se pueden plantear criterios comunes para la formación docente?
—Yo no puedo darte una receta única, pero sí puedo darte los ingredientes de una buena receta. Desde la investigación, tenemos suficiente evidencia como para indicar qué funciona y qué no. En términos de políticas educativa funciona aquello que repetimos hasta el hartazgo: que haya mayores niveles de consenso, que haya continuidad y articulación en las políticas. La profesión docente tiene que ver grandes componentes: valoración social, formación, condiciones laborales, desarrollo profesional.
—¿Podríamos profundizar en cada uno? Empecemos por valoración social.
—Hay que mejorar la valoración social para que lleguen los mejores, para que no suceda que la docencia sea una profesión por descarte. Eso se evita con campañas que muestren que el docente es una pieza clave, algo que quedó evidenciado durante los últimos años. La formación docente tiene que ver con incorporar competencias y capacidades clave. Un docente no puede entender todo en este mundo, pero sí puede saber cuáles son los conocimientos generadores de conocimiento. Eso es algo que hay que identificar y trabajar en la formación. Los docentes tienen que llegar al corazón de su disciplina, pero tienen que saber cómo transmitir. Un maestro no es un matemático, no es un biólogo, no es un lingüista. Un docente enseña la matemática, la biología, y, por lo tanto, el componente de la didáctica es importante. Y también el emocional y socioafectivo. Sólo un docente convencido de que sus alumnos pueden aprender va a lograr buenos aprendizajes.
—¿Las condiciones laborales son en términos de salario?
—Si, pero no es algo que se debe pensar sólo en ese término. Sin dudas, tiene que haber salarios dignos. Hay países de la región en que un docente gana igual que una canasta básica; eso es indigno. Pero tiene que haber buenas condiciones laborales para que puedas competir con otras profesiones. En Uruguay, hay cargos de formación docente que ganan más que un docente universitario. No quiere decir que estén bien pagos, pero han mejorado.
—En cuanto al desarrollo profesional, Agustín Porres, de Fundación Varkey, siempre dice que hay que empoderar al docente.
—Un docente tiene que ser un profesional. Y qué es lo que define a un profesional: la titulación, el conocimiento, y también la autonomía. Un aula es un pequeño mundo donde hay muchos imprevistos y donde hay que tener la autonomía para tomar decisiones validas e informadas. El desarrollo profesional no debe ser entendido como esos cursos masivos que se dan, sino como un acompañamiento y la posibilidad de tener talleres y de reflexionar sobre la práctica con otros docentes y con mentores. Tener comunidades de práctica donde el docente pueda dialogar con sus pares. “Se me planteó tal problema en tal situación, cómo lo resolvés tú”. Termino con un ejemplo: hoy, quizá porque hay más diagnósticos, tenemos cada vez más niños y jóvenes con dificultad de aprendizaje. Tenemos niños con niveles iniciales de autismo. Ahí el docente tiene que saber cómo reaccionar. Eso necesitás tener conocimiento informado y dialogarlo con otros.
—Entendiendo el contexto y la cantidad de habitantes de Uruguay, ¿se puede “exportar” el modelo educativo a otros países como la Argentina?
—En Uruguay somos tres millones y medio de habitantes. Brasil crece a un Uruguay por año. Nosotros no tenemos escala, pero sí tenemos la posibilidad inspirar, de ser un laboratorio de ideas. Muchos colegas han tenido la posibilidad de experimentar e innovar. En eso, Ceibal es un buen ejemplo. No quiero decir que sea la panacea, pero tuvimos la posibilidad de implementar innovaciones que están siendo retomadas y adaptadas por otros. De eso se trata: de imitar lo que sale bien y de contextualizar al máximo las ideas inspiradoras que se brindan desde la investigación.
LEER MÁS