Desde el año pasado, a partir de la discusión por la legalización del aborto, que se escucha hablar en lenguaje inclusivo. Cada vez son más comunes palabras como "alumnes", "chiques", "diputades" entre los jóvenes. Las aguas se dividen entre la aceptación y el profundo rechazo. En el medio, la universidad pública es uno de los ámbitos formales de mayor absorción. Desde un cambio que propone eliminar los sexismos en el estatuto hasta permitirlo en exámenes y trabajos prácticos, avanza sin miramientos.
La Universidad Nacional de Río Negro (UNRN), en 2017, marcó el puntapié inicial. Todavía no se hablaba de lenguaje inclusivo, pero sí ya estaba planteada la inquietud en torno al sexismo en la palabra. Tan es así que la UNRN fue la primera en "incorporar perspectiva de género y erradicación de violencias directas e indirectas de género" en su estatuto.
El texto introduce un lenguaje no sexista. Plantea incluso una selección equilibrada de mujeres y varones en el plantel docente, una representación paritaria pareja y la no proyección de imágenes que "reproduzcan los estereotipos de género".
En lo formal no tienen reglamentación sobre el uso de lenguaje inclusivo, pero está permitido "de hecho", cuentan desde la universidad. Sí hubo algunos cambios en el día a día. Las comunicaciones institucionales se escriben en femenino y masculino; nunca se menciona solo el género masculino. Y, a la vez, se renombraron áreas de estructuras académicas. Por ejemplo, las direcciones de "alumnos" ahora son de "estudiantes". Cuando se refieren a ellos, les dicen "el estudiantado".
Más cerca en el tiempo, La Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, en Chubut, decidió ir más allá. Hace dos meses aprobó el lenguaje inclusivo en exámenes, trabajos prácticos, tesis de grado, monografías y cualquier actividad académica que involucre la escritura.
La iniciativa surgió de los propios alumnos y fue escuchada por los directivos de la facultad. Los estudiantes reclamaban que algunos profesores les desaprobaban aquellos trabajos que escribían con lenguaje inclusivo, que ya era extendido en su habla cotidiano. La resolución, creen, les permite tener un respaldo ante ese disidencia de criterios.
El caso traspasó los medios chubutenses y se instaló en los portales nacionales. Era la primera vez que una universidad oficializaba el uso del lenguaje inclusivo para trabajos académicos. Las reacciones llegaron al instante: casi todos mensajes de incredulidad e indignación. La resistencia, en general, viene de generaciones mayores a los jóvenes que lo utilizan.
Silvia Ramírez Gelbes, lingüista y profesora de la Universidad de San Andrés. A ella no le sorprende. "Que el lenguaje inclusivo sea adoptado por los ámbitos académicos no me parece extraño, porque suelen ser esos los ámbitos donde se dan muchas novedades del lenguaje. Sobre los límites, yo no soy quién para prohibirlo. Lo que sí pediría es consistencia en su uso y no un uso errático. A mí la lectura de un texto completo en lenguaje inclusivo con "e" no me resulta del todo cómoda, quizás por la falta de costumbre", le dijo a Infobae.
El caso más resonante, por la dimensión de la UBA, fue el de su Facultad de Sociales. La resolución fue similar: autorizar el lenguaje inclusivo para cualquier producción de los estudiantes tanto en carreras de grado como posgrado. "El lenguaje con el cual nos comunicamos y relacionamos comporta sentidos que reflejan desigualdades entre los géneros, naturalizando la segregación, discriminación o exclusión", dice la resolución.
Para Ramírez Gelbes, tiene que ver con "una posición ideológica -pero no partidaria- que se asocia a una ambigüedad en el lenguaje". La ambigüedad es la del masculino, que puede ser tanto masculino como genérico. "Es una respuesta a esta condición del lenguaje que hemos empezado a advertir hace solo poco tiempo: que los otros géneros pueden sentirse excluidos en este uso del masculino para referirse a la generalidad. La aparición de este lenguaje visibiliza una lucha que va por fuera del lenguaje: la lucha por la igualdad de derechos", sostuvo.
El último avance del lenguaje inclusivo en la educación superior fue en la Universidad de Rosario, otra de las "grandes", hace pocos días. En su Facultad de Psicología, además de permitirlo para trabajos académicos, se exhortó a usarlo en la comunicación institucional. Para la casa de estudios, tanto la "e" como la "x" representan, de igual modo, formas de incluir.
Si bien la universidad se empieza a mostrar permeable, todavía es un fenómeno incipiente. La especialista consideró: "Su aprobación no significa que esta forma haya llegado para quedarse: puede ser simplemente un atisbo de cambio y perderse con el tiempo o puede ser el comienzo de un cambio que resultará exitoso". Discusiones aparte, el tiempo dirá cómo evoluciona: si se diluye o se consolida.
45 universidades con protocolo contra la violencia de género
Donde sí parece haber unanimidad es en la importancia de los protocolos de género en las universidades. Las estadísticas son elocuentes. De acuerdo al último informe del Observatorio de Femicidios de la Defensoría del Pueblo de la Nación, publicado en 2018, el el 30,9% de las víctimas de violencia de género tiene entre 19 y 30 años; la misma franja etaria que comprende a gran parte de las estudiantes del sistema superior.
A partir de una convocatoria del ministerio de Educación, se pidió a las universidades que desarrollaran protocolos institucionales para la prevención y la intervención ante situaciones de discriminación y violencia de género en el ámbito académico. La semana pasada aprobaron 14 nuevos proyectos. Por lo cual, el número, que antes estaba en 31 universidades con instructivo contra la violencia, ahora pasó a 45.
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