Conforme pasan los años, el sueño se diluye. Da lugar a objetivos más terrenales. Durante la infancia es habitual: los chicos se imaginan con el traje blanco y el casco, a cientos de miles de kilómetros de la Tierra, sumidos en misiones espaciales. Sueñan con ser astronautas. Pero ¿cuán factible es convertirse en uno? Más bien, ¿qué perfiles buscan las agencias?
Pablo de León es ingeniero aeroespacial. Es uno de los pocos argentinos en la NASA. Allí se desempeña como director del Laboratorio de Vuelos Espaciales, un grupo de investigadores que mira a Marte, y tiene especial injerencia en el diseño de los trajes que usan los astronautas.
De León conoce de primera mano los procesos de selección de astronautas y creyó oportuna hacer una aclaración. "Sin ánimo de desilusionar a los chicos argentinos o latinoamericanos, lo primero que hay que decir es un poco crudo. Para vuelos tripulados, las agencias solo toman ciudadanos de su país. Antes que cualquier calificación o estudio se necesita ser ciudadano norteamericano. Lo mismo pasa en Rusia y lo mismo pasa en la Unión Europea. Los programas espaciales dependen de los impuestos. Por ende, no toman gente de otros países", le dijo a Infobae.
Los astronautas acaparan la mayoría de los flashes, simbolizan el sueño de muchas infancias, pero representan una minoría absoluta en las agencias espaciales. Es un cuerpo "extremadamente exclusivo" porque son pocas las misiones tripuladas que se llevan adelante.
En la última convocatoria, la proporción fue incluso menor que mil a uno: de 15.000 candidatos, solo eligieron a 12. Primero hay pruebas físicas, luego psicológicas y, por último, de conocimientos técnicos. Recién entonces, esos pocos postulantes que aún quedan en camino, pasan a la etapa de entrevistas personales.
Pero no termina ahí. Hay un filtro más y es el del entrenamiento. Durante dos años siguen siendo considerados ASCANS -por las siglas de "candidatos a astronautas"-. Los preparan para adaptarse la gravedad cero, para pilotear una nave, para solucionar imprevistos técnicos.
Las posibilidades, está claro, son remotas. Sin embargo, en los próximos años, reconocen que necesitarán sumar personal. En el horizonte se avizoran dos gestas enormes: el desarrollo de una base permanente en la Luna y la exploración de Marte.
Para lograr integrar ese grupo selecto, hay una condición inicial: mostrar, desde chicos, un fuerte interés por la ciencia, la tecnología y la ingeniería. "Y una vez que termine la escuela, estudiar una carrera que, por un lado, lo apasione y, por otro lado, tenga aplicación en el campo espacial. Prácticamente todas las ingenierías tienen aplicación. Ingeniería mecánica o eléctrica, por ejemplo", agregó de León.
La mayoría son ingenieros, pero no todos. Hay médicos y biólogos dentro del cuerpo. También la experiencia en aviación es importante. A la hora de reclutar, todavía se pide una experiencia, aunque sea mínima, como pilotos. "No hace falta que sea muy experimentado, a no ser que quiera comandar una misión espacial. En ese caso te piden al menos mil horas de vuelos en jets de alta performance", puntualizó el investigador.
El título de grado es solo la base y, aunque no es excluyente hacer una especialización, la alta competencia lo vuelve indispensable. Como requisito, la NASA pide al menos tres años de experiencia en el área profesional. En ese punto, una maestría equivale a un año y un doctorado cuenta como tres.
La formación académica por sí sola tampoco es suficiente. Exigen buen estado físico y mental, que la presión arterial no supere los 14 y la visión sea de 20/20, sin falencias. Aparte de eso, buscan distintas habilidades interpersonales, ya más difíciles de certificar: saber trabajar en equipo, ser creativo para resolver problemas, poder aprender de los compañeros.
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