De mucho a casi nada: cuánto tiempo dedicamos por día a aprender en cada edad

Se calcula que a los 18 años dedicamos 30 veces más horas al aprendizaje que a los 40. Por qué ese modelo no sirve más y cómo se lo modifica

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El tiempo dedicado al aprendizaje varía de acuerdo a la edad
El tiempo dedicado al aprendizaje varía de acuerdo a la edad

El esquema tradicional dice: estudiar y aprender mucho en la juventud para estudiar y aprender poco -o nada- ya bien entrada la adultez. El esquema tradicional, al parecer, continúa vigente hoy. Sucede que, en el medio, el mundo cambió y lo va a seguir haciendo a un ritmo frenético.

La última encuesta del Departamento de Trabajo de Estados Unidos, que preguntó a personas mayores de 15 a qué dedican su tiempo, volvió a revelar que, a medida que pasan los años, cada vez se destinan menos horas al aprendizaje. Drásticamente menos.

En concreto, los jóvenes de entre 15 y 19 años dedican 3,55 horas por día a actividades educativas. Ya entre los 20 y los 24 esa marca cae 1,32 horas diarias. Entre los 25 y los 34 se profundiza la tendencia hasta 0,35 horas diarias. En el rango etario 35-44, la cifra vuelve a caer a 0,11 horas. Después de los 45 años, la carga horaria asignada a aprender pasa a ser casi inexistente.

Esos registros, vale la aclaración, son los momentos en los que la actividad principal es aprender y varía de acuerdo a la percepción de cada encuestado. Por caso, aprender puede ser asistir a un curso formal o bien leer un libro, pero la lectura -según cuáles sean el título y las circunstancias- podría ser categorizado como ocio. Aprender se aprende también en el trabajo o navegando por Internet, incluso sin reconocerlo. Lo que cuenta es qué actividad central cree que desarrolla cada uno.

Santiago Bilinkis, emprendedor y tecnólogo, analiza la problemática en su próximo libro, una continuidad de Pasaje al futuro. "Entre los 15 y los 19 años, momento en que estamos cursando la secundaria, destinamos casi 1300 horas anuales a actividades educativas, unas 5 horas promedio en cada día hábil. Entre la deserción y la menor carga horaria de la universidad, entre los 20 y los 24 este número ya cae a bastante menos de la mitad: 475 horas. La siguiente década, hasta los 34, el foco en el trabajo reduce este valor a 126. Y en el momento de mayor desarrollo profesional de la vida el número se desploma: entre los 35 y los 54, ¡destinamos a aprender 27 horas al año!", escribe.

En diálogo con Infobae, explicó: "Vivimos en un mundo donde el conocimiento se desactualiza cada vez más rápido. En un mundo que cambiaba muy lentamente estaba perfecto el esquema de dedicar una gran parte del tiempo a aprender durante las etapas tempranas de la vida y después prácticamente nada. Pero en este contexto, en el que a diez años de haberte recibido ya está todo obsoleto, ese modelo histórico no sirve más".

Parece obvio. Mientras uno crece, menos tiempo dedica a la educación formal, a ir a la escuela o a la universidad, y se enfoca en el trabajo y las responsabilidades de la adultez. Es decir, dedica menos tiempo a aprender. Sin embargo, llama la atención la diferencia sideral. A los 18 años se le dedica más de 30 veces más horas al aprendizaje que a los 40.

Alejandro Melamed, experto en recursos humanos y autor de El futuro del trabajo y el trabajo del futuro, planteó: "Lo que era estudiar y tener un título una sola vez en la vida cada vez tiene menor impacto. Es muy veloz la actualización de las necesidades y muy poca capacidad de las carreras de preparar a los estudiantes para nuevos desafíos. Esto se da en cualquier tipo de profesión, desde las más técnicas hasta las más blandas. Todas van generando nuevos conocimientos".

La apuesta por la actualización permanente
La apuesta por la actualización permanente

El título universitario, antes un objetivo de máxima, se convirtió en un ticket to play, según Melamed. "Es la posibilidad de empezar a jugar el juego. Es una condición de mínima. La única manera de no quedar desactualizado es estar entrenando permanentemente a nuestra mente, abierto a nuevas experiencias, curiosos a todo lo que va sucediendo. La curiosidad es una de las competencias clave en esta época", afirmó.

Para Melina Furman, doctora en educación y profesora de la Universidad de San Andrés, también está "más claro que nunca" que la formación no termina cuando se sale de la universidad. En ese contexto, ya es una tendencia internacional el life long learning que en español pasó a llamarse "aprendizaje para toda la vida". En pocas palabras, implica mantenerse actualizado, continuar con la formación mucho más allá de la experiencia universitaria.

"Si pensamos en cuáles son las certezas respecto a la educación del futuro, la gran llave para el éxito -como sea que lo queramos definir- es la capacidad de aprender a aprender. Las industrias y los modos de vincularnos cambian tan rápido que se requiere flexibilidad cognitiva, capacidad de adaptarse a nuevos desafíos", consideró.

El concepto de aprendizaje para toda la vida va en contra de otra idea muy arraigada, que dice que el momento para aprender es de chicos y no de grandes. "Si bien es cierto que hay funciones cognitivas que declinan con la edad, hay mucha evidencia de que nuestro cerebro es plástico y que podemos aprender hasta el último día de nuestras vidas. Sucede que en la adultez lo que más nos cuesta es dedicarle tiempo y foco concreto a aprender algo nuevo", remarcó Furman.

Los expertos coinciden en que las organizaciones, las empresas o lugares de trabajo, deberían asumir un rol mucho más activo en la actualización de sus profesionales. Incluso Bilinkis se aventura a replantear el esquema tradicional. "En vez de dedicar el 100% del tiempo a aprender durante el 20% de la vida -entre los 5 y los 20 años-, tenemos que dedicar el 20% del tiempo a aprender el 100% de la vida. Tenemos que seguir dedicando un día por semana para mantenernos vigentes".

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