Si en lugar de haber nacido en Argentina —un país periférico—, Diego Golombek hubiera nacido en Estados Unidos, probablemente hoy estaríamos hablando de él como una figura comparable con Carl Sagan, Stephen Jay Gould y Oliver Sacks. ¿Por qué? Por sus conocimientos, por supuesto, pero también por la manera en que transmite esa pasión absoluta por el hecho científico. Y por su capacidad para reflexionar, pensar e intervenir en las diferentes disciplinas científicas, tanto en la Argentina como en el resto de América latina. La ciencia argentina, sin dudas, le debe mucho a Golombek.
El fin de semana pasado, el autor de Las neuronas de dios y La ciencia es eso que nos pasa mientras estamos ocupados haciendo otras cosas, entre otros títulos, visitó el auditorio de TICMAS en la Feria del Libro, en una actividad coorganizada con el Centro Cultural de la Ciencia (C3), que depende del Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de la Nación.
Presentamos aquí los pasajes más salientes del encuentro.
—¿Por qué es importante saber que la ciencia forma parte de la vida cotidiana?
—En realidad forma parte de todo, tanto de la vida cotidiana como de la vida un poco menos cotidiana. Una estrategia para contar la ciencia es relacionarla con lo que nos pasa. El gran educador Paulo Freire decía que uno de los problemas de la educación es que le damos a los pibes respuestas a preguntas que no se han hecho. Con la ciencia pasa lo mismo: agarramos a la gente y le contamos una noticia que siempre comienza con "Un grupo de científicos" y no tiene nada que ver con nosotros. Pero, en realidad, la ciencia tiene que ver con todo lo que hacemos. Una mirada científica está presente en la vida cotidiana, en la cocina, en el baño, en el trabajo, en la escuela. El otro mito es que la ciencia es un plomo y le quita belleza al mundo. Por el contrario, se la agrega: entender algo es muy bello y muy mágico.
—¿La ciencia que se cuenta tiene que atrapar desde el relato?
—Sí, pero no solamente desde la forma de contar la ciencia: también la forma de hacer ciencia. Uno piensa que el laboratorio es un lugar pulcro, que hay un silencio monacal, que la gente no come ni hace chistes. ¡Todo lo contrario! Estar en un laboratorio es apasionante. Pero, si cuando contamos la ciencia, le sacamos la pasión no vamos a enganchar a nadie. Si no lo contás de esa manera, seguro que fallás. Si lo contás de esa manera, tal vez enganchás a alguien que no se había dado cuenta de que esto estaba bueno.
—¿Cómo se adapta el relato de la ciencia para hacerlo apasionado pero sin bajar la profundidad?
—Ese es el gran desafío. Suelo decir que seguimos una forma guevarista de contar la ciencia. Endurecerse pero sin perder la ternura: contarlo con rigor científico pero sin perder la pasión. ¿Qué pasa cuando te ponés a contar ciencia siendo científico? Lo contás con rigor. Pero una vez que el rigor está asegurado, hay que proponerse hacer literatura. Lo mismo pasa en la tele. No es fácil y nos sale pocas veces, pero cuando nos sale somos Gardel.
—Si cuando se lee un libro de divulgación de la ciencia parece que todas las respuestas están dadas: ¿cómo se hace para transmitir que la ciencia es un proceso?
—No solamente en divulgación científica, sino también en la enseñanza de las ciencias, es fundamental centrarse en el cómo más que en el qué. Sí: si no sabés la tabla del 7, no te va a ir bien. Y, aunque la memoria que tenga mala prensa es necesaria para estudiar. Pero más que esos relativamente pocos datos que tenemos que saber, lo que más nos importa es el cómo. ¿Cómo se llegó a un determinado dato científico? ¿Cómo se pensó y cómo las cosas que fueron pasando? Fallamos al contar la ciencia como un producto terminado. La ciencia no es un producto terminado y eso, antes que ser una falla o una deficiencia, es su gran victoria. No hay verdades absolutas en ciencias —salvo un teorema matemático que se demuestra. Tenemos que contarlo así, porque si lo contamos con hechos inamovibles, no sé qué estamos contando, pero seguro que no es ciencia.
—¿Así como hay un paradigma científico, hay un paradigma para divulgación de la ciencia?
—Sí, hay varios paradigmas, no existe uno solo. Me gusta mucho la escuela británica, porque es rigurosa pero mantiene el humor, usa analogías y metáforas. Hay una escuela francesa, una escuela alemana, y no sé si es una escuela pero hay también una forma norteamericana. Y hay un paradigma latinoamericano de contar la ciencia, que estamos construyendo todavía. Es un poco más reciente, que tiene que ver con contar la ciencia aprovechando nuestras bases culturales. ¿Por qué a mí, hoy, en Argentina, me interesa saber qué es lo que está pasando con la ciencia? ¿Qué es lo que me atraviesa de esa ciencia? Tenemos que adaptar temas como la energía, la salud, la alimentación, y dar ejemplos y héroes y heroínas más locales. Porque eso te ancla a la tierra.
—El año pasado, también aquí en la Feria del Libro, nos hiciste hacer un experimento: "Piensen en mujeres científicas… que no sean Marie Curie". En los últimos el rol de las mujeres ha ido ganando más lugar y relevancia. ¿En este año, como se dieron esos roles en la ciencia?
—No hablaría de este año, pero sí de un proceso. Argentina tiene una particularidad: si analizamos globalmente el número de científicos y científicas es muy parecido. Casi un 50 y 50. En algunas áreas más y en otras menos. Pero si hilás un poquito más fino y te vas a las posiciones más superiores —una jefa de laboratorio, una jefa de cátedra, una investigadora superior, una directora de instituto— ahí hay muy pocas mujeres. Venimos arrastrando una disparidad muy grande. Ahí hay que hacer una discriminación positiva. Hay que darle oportunidades específicamente para mujeres después de tanto tiempo que esas oportunidades claramente eran más difíciles.
—¿Cómo es el estado de la ciencia en Argentina?
—Está muy mal. Hago hincapié en el muy. Por dos motivos. Uno es que no hay un mango. Lo que cobran los becarios es increíble y son profesionales; el sueldo no alcanza. Si te vas un poco más arriba, la disparidad es menor, pero en las categorías más bajas, los salarios son muy malos. Los que hacemos ciencias naturales en general dependemos de insumos importados, así que la devaluación nos mató. El problema presupuestario es crucial. Pero está el otro problema, el problema cultural. Esta semana hubo varias cosas que estuvieron en los medios, pero el hecho más grave fue lo que sucedió con el ministro del Interior, el ministro Frigerio, en una entrevista radial. No lo dijo con estas palabras, pero claramente lo dio a entender: la ciencia no es una prioridad para el Estado. Eso me parece más grave que la falta presupuestaria. Porque si con ciencia y tecnología no vamos a ir camino al desarrollo, ¿con qué vamos a ir camino al desarrollo?
—¿Es responsabilidad del Estado o nosotros, como sociedad, podemos hacer algo para cambiar la dinámica de la ciencia en la Argentina?
—La responsabilidad primaria es del Estado, no me cabe duda. El Estado debe ordenar la política científica. El actor privado en la Argentina suele estar ausente de la política científica. Un empresario va a pensar muchísimo antes de invertir en un nuevo desarrollo, que por ahí tarda diez años. Con los vaivenes económicos que ha tenido el país, lo va a pensar varias veces. Y las multinacionales no vienen a hacer sus desarrollos; seguramente los hacen en su casa matriz. Después está el actor social: ha habido un gran cambio en la percepción que ha tenido la sociedad con respecto a su ciencia, sus científicos y sus científicas. El testigo más fiel de esto es el taxista. Cuando te subías al taxi y decías que eras científico, históricamente la reacción era hacia el mártir. Eso cambió hace unos años; "Qué bueno es tener científicos en el país". Ahora estamos volviendo lastimosamente al científico mártir.
—¿De qué forma se puede enseñar ciencia en la escuela, sabiendo que los chicos hoy están mucho más estimulados y reciben más información que cuando nosotros éramos chicos?
—Vos podés tener más tecnología, más medios para llegar a distintas respuestas, pero las preguntas no han cambiado. Tenemos que centrarnos mucho en las preguntas. Algunos problemas son más estructurales. En la escuela primaria casi no hay ciencias naturales, el tiempo que se le dedica es muy poquito, es poco lo que se puede lograr. Yo aumentaría el tiempo dedicado a la mirada de la ciencia en la escuela primaria. En la secundaria se compartimentaliza: tenés química, física, matemática y una no tiene nada que ver con la otra. No estaría mal una mirada más integradora. En la universidad pública me parece que las cosas funcionan; los chicos salen bien formados y después, si quieren hacer investigación, tienen una formación sólida para seguir. Creo que también tenemos que repensar permanentemente la formación de docentes. Hay que lograr que cambie la formación de los profesores de ciencias, apuntando más a preguntas, al cómo. Eso es difícil porque te pone en una situación de ignorancia permanente. Frente a la pregunta de un alumno cuesta mucho decir "No sé". Pero ahí está el quid: "No sé, pero vamos a buscarlo juntos". En ese buscar juntos se cuece la magia, ahí es donde está la ciencia.
—¿Por qué hoy hay un rebrote precientífico con los terraplanistas y los antivacunas?
—Yo no creo que sea un rebrote. Siempre a la gente le gustó creer en cosas falsas y absurdas, lo que pasa que ahora hay medios de transmitir la información tremendamente más rápidos que hace treinta, cuarenta, cincuenta años o más. La gran pregunta es por qué. Una posibilidad es que venimos así de fábrica. Si nos dan una respuesta "cierta", algo en nuestro cerebro se alivia. Pero la ciencia no da certezas, genera interrogantes y eso no le gusta mucho al cerebro. Entonces, claramente la razón, en estos casos, no funciona. Si a una persona que no está de acuerdo con las vacunas, le mostrás datos de por qué sí funcionan, no los va a ver. Porque estás oponiendo razón a la emoción y la emoción que convence a una persona, por más que sea disparatado. Hay que cambiar la estrategia. Hay que escuchar de otra manera, hay que argumentar de otra manera. Nadie quiere ser evangelizado por la ciencia. Hay que cambiar la estrategia, porque si no, con esta profusión y velocidad de noticias falsas, vamos a quedar en falso. Las teorías disparatadas son contagiosas, son epidémicas.
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