Hay una profecía educativa que en Argentina se cumple: los alumnos más vulnerables aprenden menos que los chicos de hogares más acomodados. En muchas ocasiones, además, repiten de curso y en otras tantas incluso abandonan. Cuando ese determinismo de origen se rompe, la escuela pública logra con creces su cometido. Se las suele llamar "escuelas resilientes".
En general, la eficacia escolar se mide a partir de dos factores que inciden en el desempeño de los estudiantes: el nivel socioeconómico por un lado; la educación que alcanzaron los padres, sobre todo, la madre, por otro. En la ciudad de Buenos Aires, son pocas las escuelas que pueden atravesar esa pared. Un nuevo estudio del área de Educación de la Universidad Torcuato Di Tella, al que accedió Infobae, analizó cuatro de ellas e intentó responder: ¿qué hacen para lograrlo?
La investigación se basó en el último Índice de Equidad y Calidad de la Educación Porteña (IECEP), que se dejó de producir en 2013. Allí de 300 escuelas evaluadas, solo 18 de condiciones adversas pudieron superar la media jurisdiccional. El IECEP se pondera del 0 al 10 y se compone de tres dimensiones: eficiencia interna (tasa de promoción), desempeño académico (resultados de pruebas medio y alto) y equidad de los aprendizajes (diferencia entre los resultados de una escuela y el promedio del total de la ciudad).
El estudio tomó cuatro secundarias -tres de ellas cercanas a villas- que no se nombran por la prohibición de difundir resultados por escuela que rige en el país. Sus autores entrevistaron a los directivos, encuestaron a los profesores, armaron grupos de discusión con alumnos, observaron clases e identificaron patrones comunes a los distintos establecimientos.
En todos los casos, las escuelas proyectan una imagen seria de organización y un sentimiento fuerte de comunidad y pertenencia. Son escuelas "con carácter" y se manejan con cierto nivel de autonomía. Hay respeto por las normas y todos los docentes conocen los objetivos trazados desde arriba. Incluso los alumnos reconocen el valor agregado que les aporta la institución: consideran que aprenden más que en otras.
El informe remarca como otro punto clave las altas expectativas que imperan en todas las vías: de los docentes a los alumnos, de los directores a los docentes, de los docentes a los directores. De hecho, entre el 77 y 93 por ciento de los docentes considera que sus alumnos terminarán la secundaria, lo cual, en contextos adversos, no es poca cosa.
Las escuelas -dos secundarias técnicas y otras dos comerciales- no emplean grandes innovaciones pedagógicas. Aunque algunos de los docentes manifiestan experimentar con métodos de enseñanza diferentes, esos intentos son esporádicos. No hay misterios ni grandes secretos e incluso existen problemas: rara vez, los profesores trabajan en equipo, en algunos casos falta material didáctico y los establecimientos tienen fallas de infraestructura.
En las cuatro secundarias, los profesores también son "taxi", van de escuela a escuela, pero se ausentan poco y se las arreglan para tener un trato personalizado con el alumno. "Los profesores son buenas personas. Te los encontrás y te preguntan cómo estás, te sugieren que leas algo, te dan datos para anotarte en cursos, te preguntan cómo van las cosas", contó uno de los estudiantes. El centro es justamente el alumno. La prioridad es que los chicos no abandonen y que aprendan. Y ese objetivo se cumple con orientación.
"La función de orientación está muy fuerte y clara en todas las escuelas, pero varían los actores responsables. Las estrategias que emplean son múltiples: sistema de alerta temprana cuando un alumno tiene más de dos ausencias consecutivas, detección temprana de bajas calificaciones, clases de apoyo, encuentros grupales e individuales de orientación sobre la vida escolar. Muchos alumnos son primera generación en secundaria y necesitan de la guía para construir ese rol y entender las lógicas institucionales", explicó a Infobae Claudia Romero, directora de la investigación.
El clima escolar es otro de los puntos fuertes. Los consejos de convivencia funcionan activamente y son efectivos en el manejo de los conflictos. Hay liderazgos intermedios sólidos y hay equipos de coordinación que se mantienen en el tiempo. La mayoría de ellos tienen formación universitaria y, por lo general, quienes más estudios ostentan desarrollan liderazgos más proactivos en la escuela.
Qué hacer, entonces, con las escuelas más vulnerables
El primer paso que marca el estudio es optimizar la distribución de los recursos: lo mejor para los que más lo necesitan. Desde la infraestructura, pasando por los recursos materiales como libros, mobiliarios o tecnología, hasta los docentes.
"La política educativa debe construir un mapa de escuelas que atienden a la población vulnerable y quebrar la lógica perversa que se observa de 'poner más donde hay más', allí donde hay mayor capacidad de lobby o comunidades que tienen voz y pueden demandar. Deben existir controles sobre los gobiernos para que cumplan con la premisa de 'poner más donde más se necesita'", remarcó Romero.
La especialista considera que los incentivos salariales son importantes para llevar a los mejores maestros a las zonas más sensibles, pero que no son suficientes. "También debe existir una formación docente específica porque estos contextos requieren herramientas pedagógicas diferentes", planteó.
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