A simple vista, las ciencias y los chicos no parecen ir de la mano. En general, cuesta que los alumnos se interesen por los primeros conceptos científicos que reciben durante su estadía en la escuela. Eso después se refleja cuando llega el momento de elegir una carrera universitaria: son pocos los que inclinan por las ciencias.
Quizás una de las razones esté en el modo en que se suele enseñar, pensaron los investigadores argentinos Melina Furman y Facundo Albornoz. Durante doce semanas, siguieron a 70 escuelas públicas de la ciudad de Buenos Aires. Evaluaron sus séptimos grados y establecieron tres grupos: el primero fue de control, en el segundo los maestros recibieron una secuencia didáctica y en el tercero se agregó, además de la secuencia, la guía de un tutor.
Los resultados, publicados en los últimos días en la revista World Bank Economics Review, reflejan con contundencia que los cursos que recibieron la intervención pedagógica mejoraron sus aprendizajes. El tópico que analizaron fue el funcionamiento del cuerpo humano, un tema típico del último año de primaria. La diferencia del segundo y el tercer grupo con respecto al de control fue notoria (en términos numéricos, de entre el 55 y el 64 por ciento de desvío estándar) en una prueba que enfatizó en la resolución de problemas. Se les pidió, por ejemplo, que determinen cómo varía la frecuencia cardíaca cuando alguien hace ejercicio.
"Encontramos que las diferencias entre los grupos no estaba en las preguntas más básicas. Los chicos con enseñanza más tradicional podían reconocer dónde estaba el esófago. Lo que no podían resolver eran las preguntas para pensar: aquellas en las que hay que usar la información para solucionar un problema", le dijo a Infobae Furman, doctora en Educación y profesora de la Universidad de San Andrés.
Las diferencias en los modos de enseñar fueron notorias. "Cuando miramos qué pasaba en el grupo de control, vimos que el 80 por ciento del tiempo de clase se dedicaba a hacer actividades de baja demanda cognitiva. Y que los docentes que más tiempo le dedicaban a actividades para pensar, como es de esperar, tenían alumnos con mejores resultados de aprendizaje", detalló Furman.
El método que instalaron en las aulas -y que logró mejoras notorias- fue el de indagación. En concreto, se trata de posicionar a los mismos chicos como investigadores. Además de los conceptos, se les ofrece herramientas de investigación. Aprenden a formular preguntas, a sacar conclusiones, a pensar experimentos, a entender textos científicos.
Donde no notaron diferencias fue entre el segundo y el tercer grupo. El último fue el que recibió la secuencia y también a tutores que iban una vez por semana a trabajar con los maestros para ayudarlos a preparar sus clases. Los tutores no implicaron cambios relevantes en cuánto aprendieron los chicos, a excepción de cuando les tocó trabajar con los docentes más jóvenes. Allí sí se evidenció que los maestros con poca experiencia necesitan una orientación.
"Es algo que nos sorprendió. Creíamos que los maestros con tutores iban a mejorar mucho el rendimiento de los chicos. Pero en el segundo grupo, con solo un guion didáctico, y la adaptación pertinente, llegaron a dar clases muy similares que los que recibieron la ayuda de un tutor. Esto habla de que un docente solo con una guía pedagógica puede avanzar", planteó la coautora del estudio.
La investigación detectó, además de mejoras en los aprendizajes, cambios en la percepción de los docentes. Ellos dijeron que disfrutaron con la secuencia de indagación, que dedicaron más horas a la enseñanza y que sus estudiantes desarrollaron habilidades que hasta entonces no tenían. Incluso las encuestas de seguimiento, que datan de un año después, sugieren que los maestros mantuvieron la guía didáctica en el aula.
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