El paso de la primaria a la secundaria en la Argentina es traumático. Los datos son contundentes en esa línea. El primer año es un escollo difícil de sortear, el topetazo contra lo nuevo. Aun con dificultades, aquellos alumnos que lo logran superar se topan con otra barrera: el segundo curso. En esa instancia, en vez de descomprimirse, la situación se agrava.
En el país, hay dos estructuras escolares: la que se divide entre primaria y secundaria con seis grados en cada nivel y la que cuenta con siete cursos primero y cinco en el siguiente nivel. Se reparte en partes iguales entre las veinticuatro jurisdicciones: 12 y 12.
En esa disparidad, es más preciso hablar del octavo o noveno grado de escolaridad respectivamente. En 2017 la repitencia del octavo grado se volvió a consolidar como la más alta del total del país. Fue del 15%, pero otra vez seguida de cerca por la del grado 9, con un 13%. Por lo cual, pese a los distintos formatos, el segundo año se presenta como el más conflictivo.
La gran pregunta es por qué. El sentido común marca que el primer año debería ser el más angustiante. Los chicos se topan con una estructura escolar completamente distinta. Acostumbrados a tener uno o dos maestros para las materias troncales, pasan a tener un profesor por asignatura. Tienen menos contacto con sus docentes, mayor exigencia y más exámenes. Pero, aun cuando las cifras del primer año son preocupantes, los peores indicadores están en el segundo.
Irene Kit, directora de la Asociación Civil Educación para Todos, razonó: "La explicación probable es la vigencia de algunos mecanismos de recepción y articulación entre la escuela primaria y secundaria, como líneas de tutoría o articulaciones curriculares. Eso sumado a la modificación en la cantidad de materias que pueden quedar como previas, que han dado las provincias para tratar de acompañar el proceso".
Kit incluso habla de la "secundarización del séptimo grado". Cuando varias provincias migraron al formato 6-6, se disparó la repitencia en el séptimo curso y acarreó todavía más dificultades en el resto del ciclo básico de la secundaria. El problema, dice, de tomar decisiones sin evidencia, de dejarse llevar por instintos.
"Más allá de todo lo que se dijo acerca de que la EGB era para 'disfrazar' el fracaso, en su implementación concreta ya tenía implícita una secundarización del séptimo grado. Nunca se llegó a una identidad clara de ciclo para la EGB3 (séptimo, octavo y noveno año de escolarización): caminó con una especie de complejo de inferioridad, de que tenía que parecerse a la secundaria", planteó a Infobae.
En el promedio de las provincias 6/6, como Buenos Aires, Córdoba o Tucumán, la repitencia de primer año está 3 o 4 puntos porcentuales abajo de la de segundo año. En los distritos 7-5, la repitencia del segundo año es del 15%, igual de elevada que la del primero.
Para Belén Sánchez, coordinadora del programa de Educación de CIPPEC, opera "un fuerte efecto secundaria" que se sostiene incluso pasado el primer año. La escuela no logra amortiguar el pasaje desde la primaria. "En la secundaria los estudiantes dejan de tener uno o pocos docentes y pasan a cursar con varios. Estos múltiples docentes están a cargo de espacios curriculares compartimentados que dialogan poco entre sí y con los intereses de los jóvenes", señaló.
Sánchez coincide con que "los indicadores del segundo año son peores que los del primero, seguramente por los regímenes académicos". Los mismos regímenes que permiten a los estudiantes promocionar adeudando dos o tres materias, dependiendo cual sea la jurisdicción. Se genera el efecto arrastre.
Fuentes del Ministerio de Educación Nacional insistieron en la distinción de estructuras. "En la 7-5, se subestima la repitencia y se sobreestima la promoción. Esto obedece a que la repitencia es menor en el último grado de primaria. No obstante, en algunas jurisdicciones de estructura 6-6, como es el caso de provincia de Buenos Aires, se observa que la repitencia es sensiblemente mayor en el octavo año que en el séptimo".
De hecho, en 10 de las 12 provincias que aplican el formato 6-6, la repitencia es mayor en segundo que en primer año. "Esto se explicaría, en parte, porque independientemente de la ubicación del séptimo año de estudio según nivel educativo, los contenidos curriculares establecidos en los núcleos de aprendizaje prioritarios (NAPs) son equivalentes", sostuvieron a Infobae desde la cartera educativa.
Ya con menos chicos en las aulas, tras los primeros dos años de secundaria, la repitencia comienza a bajar paulatinamente. Claro, ya no están los alumnos con más dificultades: una suerte de filtro que opera en forma natural al comienzo del nivel medio. Un filtro peligroso, que, en muchos casos, expulsa a los chicos del sistema.
El caso La Rioja
Si uno se detiene provincia por provincia, hay casos llamativos. El de Santa Cruz es uno: entre 2013 y 2014 se produjo un salto de 13 puntos en la repitencia del segundo año, que coincide con un cambio de EGB3 a secundaria de 5 años. También hay un puñado de jurisdicciones en las que repiten más chicos en tercer año que en primero, como Buenos Aires, La Pampa y Tierra del Fuego. Pero ningún caso es tan curioso como La Rioja.
En La Rioja repetir es casi una excepción. En segundo año, el más complicado también en la provincia, repite solo el 5,2%. En el total de la secundaria, solo se estanca el 3,3% de los alumnos. Le sigue bastante de lejos San Luis con 7,2%, mientras que el promedio nacional está aún más lejos, en 10,1%.
¿Cómo lo logran? Ante la consulta, desde el Ministerio de Educación riojano, lo vincularon con un cambio que se llevó a cabo hace un década. La premisa fue "desnaturalizar" la salida de los alumnos de la escuela. "Se le transfirió a la escuela la responsabilidad sobre las trayectorias de los alumnos, originalmente depositada en ellos y sus familias. Se diseñaron dispositivos de acompañamiento y seguimiento de las trayectorias educativas para prevenir y detectar a tiempo los casos de abandono o repitencia", explicó a Infobae Rita Abdala, secretaria de gestión educativa de la provincia.
Las transformaciones se plasmaron formalmente en un nuevo régimen académico a partir de una resolución firmada en 2015. El marco regulatorio plantea, entre otras cuestiones, nuevas formas de acreditación y promoción. Insiste en que la evaluación debe formar parte del proceso de enseñanza y, en cierto punto, flexibiliza el avance del alumno. A su vez, suma distintas instancias de acompañamiento para ayudar a los estudiantes que lo necesitan.
En primer lugar se optó por clases de apoyo, pero los alumnos casi no asistían. Entonces se decantaron por otro formato llamado "proyectos pedagógicos alternativos": trabajos disciplinares o interdisciplinares, talleres, jornadas intensivas que se realizan dos veces en el ciclo lectivo, al finalizar el primer y segundo trimestre y que pueden durar una o dos semanas. Cada estudiante debe desarrollar al menos dos propuestas por trimestre y, de ese modo, acreditan saberes por otra vía.
En La Rioja implementaron también otros programas: uno que fomenta el aprendizaje fuera del aula, otro de aceleración para los estudiantes que no cumplen con los estándares y pusieron el foco en la sensibilización del docente. Todo ello, aseguran, ayudó a lograr tan escasa repitencia. Ese indicador luego se traduce en alta graduación. El 71,2% de los alumnos riojanos termina a tiempo la secundaria; el tercer registro nacional detrás de la ciudad de Buenos Aires y Tierra del Fuego, y muy superior al de provincias vecinas.
Repetir no ayuda al chico a conseguir mejores aprendizajes en el siguiente año. Más bien todo lo contrario, según marcan las investigaciones. Sin embargo, las evaluaciones indican que los jóvenes riojanos aprenden poco. Según Aprender 2017, fueron los quintos de peor rendimiento en matemática: el 83% de los estudiantes del último año tuvo dificultades para resolver operaciones sencillas. En lengua, también el 51% quedó por debajo del nivel deseable. Y el factor socioeconómico no sería determinante. La mayoría de ellos, el 65% también según Aprender, procede hogares de clase media.
Entonces, ¿qué hacer?
La idea de retener a los chicos dentro del sistema educativo, de que terminen la secundaria, en ocasiones va de la mano con "hacerles más fácil el recorrido", que no sería la solución.
Belén Sánchez planteó dos medidas concretas para mejorar los indicadores sin debilitar el aprendizaje. Por un lado, cambiar la forma en que se contratan docentes, que sea por cargo y no por hora cátedra. "Eso permitiría a los docentes contar con bloques horarios remunerados para el seguimiento de las trayectorias de los estudiantes y la planificación en equipo. Es menester instalar dispositivos de acompañamiento", subrayó.
Por otro lado, se impone una revisión de los regímenes de promoción y evaluación, que obligan a los estudiantes a recursar todo el año cuando no acreditan los saberes de solo unas pocas materias.
Algo de eso plantea la reforma de la Secundaria 2030, que se comenzará a implementar en forma paulatina a partir de 2019. En palabras oficiales, "propone un proceso de transformación del modelo de organización pedagógica e institucional para que la escuela pueda garantizar la permanencia y el egreso de todos los jóvenes con los saberes y capacidades fundamentales".
Un funcionario del Ministerio de Educación de la Nación describió: "La propuesta está orientada a que la escuela transite desde modelos caracterizados por la enseñanza homogénea, la concepción enciclopédica y contenidista, la parcelación del conocimiento y la evaluación basada en exámenes memorísticos para pasar a una organización que atienda la heterogeneidad, habilite trayectorias diversificadas, integre el saber y se articule con el mundo exterior".
Algunas provincias ya propiciaron reformas en esa vía. Río Negro fue la pionera en y llevó los cambios estructurales a todas sus escuelas. La provincia de Buenos Aires, la Ciudad y Tucumán también implementaron las modificaciones en forma parcial. Los primeros resultados, aseguran, son auspiciosos, al menos en términos de promoción. El tiempo dirá si fue la solución también para mejorar los aprendizajes.
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