Tiene 92 años y volvió a la escuela: la historia del alumno más longevo del país

Ignacio Cervin retomó la primaria después de casi 80 años en Carolina, Corrientes. "Antes pensaba que la escuela daba lo mismo, pero después me di cuenta de que era muy importante", le dijo a Infobae

Guardar
Ignacio Cervin, el estudiante más
Ignacio Cervin, el estudiante más longevo del país

Beatriz Borzatto es la directora de la Escuela para adolescentes y adultos N°13 Gobernador Santiago Baibiene, pero también asume una función social. De tanto en tanto, sale con su moto por las calles de Goya, Corrientes, a buscar a posibles alumnos a sus casas, a traerlos de vuelta a la escuela, para que terminen sus estudios. En sus recorridas se salteó tocar la puerta de un vecino de 92 años que, por su cuenta, se sumó en junio.

"Don Ignacio es un vecino conocido aquí, pero por su edad creíamos que no iba a tener interés en volver a la escuela", le dice Beatriz a Infobae. "Lo tomamos como una gran alegría. Es admirable que un hombre a esa edad quiera cerrar un círculo en su vida que no pudo cerrar antes. Tiene muchos deseos de terminar. Va todos los días, haga frío o llueva. Tal vez no nos damos cuenta de lo que significa", agrega.

Ignacio Cervin -o solo Don Ignacio- nació el 31 de julio de 1926. Hacía casi 80 años que no pisaba una escuela, pero la apertura de un anexo a seis cuadras de su casa lo motivó a retomar. En junio se aprobó una reorganización institucional en las tres escuelas para adultos de la ciudad, que permitió abrir agrupamientos y acortar distancias. Se fue a anotar y, con sus 92 años, se convirtió en el estudiante más longevo del que haya registro en el país.

Ignacio en uno de los
Ignacio en uno de los agrupamientos de la escuela para adultos N°13

"En mis tiempos de escuelero, lo normal era llegar hasta quinto grado. Yo no pude llegar tampoco hasta ahí. Repetía de grado pensando que daba lo mismo. Después me di cuenta de que era muy importante, así que cuando pusieron un aula a 6 o 7 cuadras, se me dio la idea y me anoté", cuenta Ignacio desde Colonia Carolina, ubicada en el departamento de Goya.

Hace 34 años, Ignacio quedó viudo. Murió su esposa, Máxima. Antes de eso, habían tenido siete hijos. Los siete hijos le dieron 13 nietos. Los trece nietos le dieron 10 bisnietos. "Mi abuelo perdió a su esposa y tres de sus hijos, pero es un ejemplo de persona. Siguió adelante y aceptó que es la ley de la vida. Hoy tiene 92 años, pero no lo aparenta. Va y viene solo. Hace huertas. Es un pendejo", dice Graciela, una de sus nietas.

El alumno junto a su
El alumno junto a su maestra Ruth

A los 14 años abandonó la escuela para trabajar como peón en la producción de tabaco, una de las plantaciones principales de la ciudad. Cuando cumplió la mayoría de edad, recibió el llamado de servicio militar y debió incorporarse al ejército.

Su oficio inicial, el de tabacalero, marcó el resto de su vida. Pero, en el medio, no dejó de leer. Se convirtió en un seguidor fiel de la historieta Patoruzú y sus estantes se fueron llenando poco a poco de libros de historia argentina. Uno de sus favoritos, comenta, El santo de la espada, que narra las proezas de José de San Martín. Justo el tema que ocupa las últimas clases.

El cumpleaños número 92 de
El cumpleaños número 92 de Ignacio

Haber leído le permitió acceder al trayecto corto para finalizar sus estudios. Las escuelas de adultos reconocen los saberes que se adquieren fuera del ámbito escolar. Por eso, a fin de año, podría terminar la primaria en Carolina, uno de los ocho agrupamientos de la Escuela N°13.

En el anexo, Don Ignacio no es el único alumno que pasó las ocho décadas. "No soy el único viejo. Hay tres señoras que tienen 80 años también. Tenemos un grupo muy unido. Conversamos de todo. Comentamos lo que nos enseña cada día la maestra Ruth. El otro día terminé el primer cuaderno, me levanté y le dije en chiste: 'Señora, terminé. Ya no tengo nada más que hacer' y mis compañeros se reían", recuerda.

Por su edad, podría elegir la modalidad semipresencial, ir solo tres veces por semana, pero prefiere concurrir todos los días, prefiere "no fallar". Cada tarde, de lunes a viernes, abandona sus quehaceres y camina los 600 metros que lo separan hasta la escuela. Desde las 18 hasta las 21:10 mejora en matemática, aprende más sobre historia, comparte con sus compañeros.

También trabaja en su redacción. Pule su escritura para avanzar en sus memorias que ya están por la mitad, pero todavía no tienen título. A esas memorias les quedan un capítulo más. O dos. "Si Dios quiere, terminaría la primaria a fin de año, pero ya dijo que va a seguir hasta terminar el secundario", dice su nieta y un dejo de orgullo se dibuja en su voz.

Seguí leyendo:

Guardar